220. El Centenario Del Libertador Bolívar

En 1.883 el gobierno de Venezuela celebró en Caracas el Centenario del nacimiento del Libertador con recepciones y discursos a las que asistieron numerosas misiones extranjeras. Circunstancia que aprovechó doña Josefa Vivero de González para hacerse representar del ilustre historiador Juan Bautista Pérez y Soto, panameño muy menor a ella pero tan fervoroso admirador de Bolívar como doña Josefa, para depositar sobre la tumba de Bolívar «una lujosa corona», la mejor de todas, como ella confesaría y no sin rubor, meses después.

La buena señora no trepidó en gastar dinero a manos llenas pues costeó el viaje de Pérez y Soto pagándole buenos hoteles, la impresión de un libro que apareció ese año en la imprenta de La Estrella de Panamá, y la corona que se confeccionó en oro y plata y fue tan grande y hermosa que superó ampliamente a la del gobierno venezolano.                       

El día anterior a los festejos él colocó la corona de nuestra apasionada compatriota sobre la tumba de Bolívar, cubriéndola con una seda rosada. El 24 de Julio el pueblo caraqueño presidido por el Presidente de la República, General Guzmán Blanco, se encaminó en solemne procesión al Panteón Nacional. Iba a la cabeza de los familiares Fernando S. Bolívar, sobrino carnal del Libertador y señor de más de setenta años, que se apoyaba en el brazo de Pérez y Soto, luego la Comisión de Festejos, el Cuerpo Diplomático, las Misiones Especiales, las Autoridades y el Cabildo. Llegados al sitio de la tumba habló el Presidente de Venezuela, enseguida se descubrió la corona del gobierno que había sido importada de París adornada con siemprevivas recogidas en los llanos donde tanto había combatido Bolívar, A las 11 y 35 de la mañana fue llamado el delegado de doña Josefa para que descubriera la suya, que resultó tan grande y bella que arrancó un grito de admiración en todos los presentes por su riqueza y magnificencia. El oro y la plata estaban sombreados y aparecían plomos y blancos como correspondía al momento, la adornaban laureles florecidos y otras ramas de heroico simbolismo. Su diseño fue confeccionado en Guayaquil por José Joaquín de Olmedo Icaza, hijo del poeta y muy dado al dibujo como su tío Antonio de Icaza Silva que diseñó el Cementerio.

Lástima que no se puede aplaudir – exclamó un caballero; otro comentó Es magnífica y hace honor al reto de la señora Vivero, que al saber lo del Centenario, dijo: Quién más lo admira soy yo y seré la que mejor quede…

El Presidente Guzmán Blanco retribuyó tal fineza bolivariana concediéndole a nuestra paisana la Orden del Busto del Libertador en el grado de Comendador, de tercera clase, con medalla y diploma. La Comisión de Festejos le confirió la Medalla conmemorativa y numerosos parientes de Bolívar le enviaron recuerdos. Valentina Clemente y Bolívar de Camacho le regaló la mitad del pañuelo con que se cubrió la cara del cadáver de Bolívar en Santa Marta, con su retrato personal y una carta en la que ponía a sus órdenes su casa en Caracas para cuando quisiera viajar a Venezuela. Igualmente le remitió un mechón de pelo, unido por una cintilla negra, cortado al cadáver de Bolívar. Pedro Robles y Chambers me ha referido que doña Josefa también poseyó otro pañuelo de Bolívar, obsequiado por el General Clemente Zárraga, quien a su vez lo obtuvo del Coronel Mariano Uztáriz y Palacios, primo hermano del Libertador, cuando éste se encontraba en su lecho de enfermo en Caracas. Este pañuelo fue guardado por doña Josefa como si fuera una reliquia, dentro de una cajita metálica con su correspondiente tapa de cristal.

En el baile que ofreció el gobierno en el palacio presidencial a las Misiones Especiales, consta en el programa una polka titulada «La Gratitud», dedicada a doña Josefa; desde Lima. El maestro Pauta, músico ecuatoriano de gran fama, le dedicó otra composición y en Guayaquil Ana Villamil Icaza – sobrina segunda de doña Josefa – creó el Vals de la Corona; sin embargo, los mejores agradecimientos le llegaron de Caracas donde el literato Arístides Rojas le envió de obsequio un libro que había sido de Bolívar y dos cartas autógrafas del Libertador. Amenodoro Urdaneta hizo lo mismo. Pérez y Soto obtuvo de la casa de Bolívar una rosa magnolia de color blanco y que disecada con el mayor esmero acompañó a un busto de Bolívar enchapado en oro, remitiendo todo a Guayaquil.

Servilletas y tenedores grabados con el monograma «S.B.», autógrafos, libros, flores, cartas, retratos, pergaminos, condecoraciones, periódicos, fotografías, copias de discursos, folletos y programas, todo le llegó a doña Josefa, que al recibir tantos recuerdos lloraba en cada ocasión de la pura emoción. Y para no cejar en nada, también mandó a fabricar un juego completo de muebles de sala dorados al fuego con pan de oro de 24 kilates y tapizado de fino brocado celeste estilo Luis XV, que armonizaba con una mesa suntuosa y de complicados labrados en madera, en cuyo centro y sobre una piedra de mármol blanco de Carrara hizo grabar: A Bolívar Libertador. La piedra tiene seis tornillos. Un quinqué de cristal tallado en Venecia con el perfil del héroe, completa el maravilloso conjunto que a su muerte pasó a manos del Albacea, que no supo qué hacer con él y posiblemente lo vendió a personas conocedoras de su importancia y valor histórico. Años después lució en la sala de la Simón Cañarte Bahamonde, luego en la de su hija Aída Cañarte Barbero que lo vendió  a los hermanos  Jesús y Pedro Robles y Chambers, sobrinos segundos de doña Josefa, que los conservaban con el cariño que se le tiene a las venerables cosas del pasado, por haber pertenecido a una mujer apasionada y patriota que amó la memoria del Libertador con verdadera locura y cuidó de la perennidad de su recuerdo en Guayaquil.