21. Las Vírgenes de Pintó Bedón

La advocación de la Virgen del Rosario es muy antigua en nuestra Patria y se la conoce por documentos de los inicios de la colonia. En Quito funcionó la Cofradía de la Virgen del Rosario adscrita al convento dominicano. En 1564 fue electo Jefe Pedro Bedón de Agüero, padre del joven Pedro, que de doce años ingresó a la Orden dominicana para seguir la carrera de las letras y el sacerdocio, allí estudió artes y teología, luego viajó a Lima y obtuvo título académico en la Universidad de San Marcos. Enseguida pasó a servir al Obispo Toribio de Mogrovejo, que lo ordenó sacerdote.

Por aquellos años los jesuitas de Europa enviaron a Lima al hermano Bernardo Bitti, técnico en pintura y bellas artes, para que funde una Academia y enseñe la ciencia de los colores. Su especialidad eran las madonas renacentistas. El joven Bedón trabó amistad con el italiano y aprendió de los numerosos modelos traídos por Bitti. A poco el discípulo regresó a Quito y comenzó a copiarlas cambiando únicamente sus rostros, que de italianos se tornaron indígenas, ocurriendo por vez primera en nuestra patria el mestizaje pictórico, producto del cruzamiento de razas que ya se practicaban en el continente.

El Padre Bedón vivió en Quito para el arte, enseñando a sus discípulos en la Escuela de la Cofradía de la Virgen del Rosario, de la que era devoto su padre; la revolución de las Alcabalas que todo lo estremeció en esa época interrumpió su trabajo. Por tal motivo abandonó la ciudad pero regresó a los cuatro años, dedicándose a la construcción de la Iglesia de la Recoleta. Luego viajó a la recién fundada población de Ibarra y realizó trabajos en el convento de los dominicanos para regresar por tercera vez a Quito, prematuramente viejo y achacoso, muriendo de Provincial de la Orden dominicana el 27 de febrero de 1621, cuando frisaba cincuenta y siete años de edad, a consecuencia de cáncer indoloro al estómago.

Tal era la fama de santo y artista que tenía que el año de su muerte el Obispo de Quito, Luís López de Solís, compuso una biografía, pequeño pero completo trabajito, indicando que Bedón fue uno de los primeros americanos que intentaron con éxito recorrer el camino de las artes plásticas fundando escuela, creando obras y dejando discípulos. Y no era para menos, porque la tenacidad realmente asturiana que el Padre Bedón mostró a través de su vida, pintando a la Virgen María en su advocación del Rosario, induce a pensar en la importancia y trascendencia de los misterios rosarinos.

No otra razón pudo haber tenido cuando fundó en la capital una Cofradía dedicada al conocimiento del Rosario, a la que ingresaban sin distingo de ninguna especie españoles, criollos, indios, negros, mulatos y mestizos, interviniendo con igualdad de derechos y en forma democrática; la Cofradía mantenía con el producto de sus rentas un taller de pintura y escultura donde los cofrades recibían gratuitamente la enseñanza del maestro Bedón. En esta labor hizo numerosos discípulos y entre los más aventajados estaban Sánchez Gálque, Vilcacho, Chacha, Gualoto, Vásquez, Antonio y Felipe, que han pasado a la historia del arte hispano quítense con méritos propios.

El método seguido en el taller se expone claramente en la obra de Bedón titulada “Teoría del Arte”. Allí se mencionan las tres reglas fundamentales para todo artesano, a saber: Conocer un método de pintura, ejercitarse en él y disponer de modelos para la aplicación en la práctica.

 

En el Hospital de San Juan de Dios, se conserva una imagen quiteña del siglo XVI, posiblemente salida de los pinceles del Padre Bedón. En ella se contempla a la Virgen María en su advocación del Rosario, sosteniendo en su brazo derecho al niño Dios y en el izquierdo un largo rosario de cuentas de madera; la figura está ligeramente inclinada a la derecha para mantener el necesario equilibrio y tiene a sus pies a Santo Domingo de Guzmán y a San Francisco de Asís, el primero con una varita floral y el segundo con una calavera, en señal de santidad y sacrificio respectivamente. Ambos eran patronos de los primeros Conventos que se fundaron en Quito a raíz de la conquista.

Se ha probado que ante esa antiquísima imagen se inclinaba diariamente a rezar sus oraciones Mariana de Jesús a la hora del Rosario. Imagen que llena un siglo de pintura quiteña y sirvió para que un enorme número de artistas la copiaran como modelo. La única obra de su taller llegada hasta nuestros días es la Virgen que se venera en la Población de Baños, Provincia del Tungurahua, llamada también de “La Agua Santa”; está sentada sobre un trono y se atribuye la versión original al pintor e imaginero Diego de Robles, Maestro con taller propio en Quito a principios del siglo XVII y discípulo de Bedón.

En muchas pinturas de la Virgen del Rosario aparece rodeada de un halo de nubes que le sirve de marco diferenciador de los demás personajes del cuadro, como símbolo de su naturaleza. También se la pinta con dimensiones mayores a las otras figuras.

El detalle de haber escogido Bedón a santo Domingo y a san Francisco es muy interesante por su origen histórico. Sabido es que en Quito durante el siglo XVI funcionaron tres Conventos, el  de los dominicos, de los Franciscanos y de los mercedarios, Bedón decidió tomar a los santos protectores de los dos Conventos mayores como patronos de su Cofradía de la Virgen del Rosario, pero no imaginó jamás que su taller donde se mezclaban las razas sin distinción alguna, iba a ser el centro originador de una de las más depuradas escuelas pictóricas del nuevo mundo, sublimada por blancos, mestizos e indios pintores que comenzaron imitando los modelos de la Virgen, el Niño y los santos del Maestro que los iniciara, prosiguieron con los diversos misterios del Rosario, aprovechando la oportunidad que les brindaba la temática rosarina con sus Misterios gloriosos, gozosos y dolorosos, para estudiar finalmente a la figura humana, irradiando hacia el paisaje, la vida común y la cuestión folclórica.

Estos Misterios incitaron a los artistas a repetir la pasión de Cristo en la Oración en el Huerto, el Desprendimiento, la Cruz a Cuesta, la Coronación de Espinas, El Ecce Homo, Los Azotes, La Traición de Judas Iscariote y otras tantas escenas que propugnaron el conocimiento de la anatomía proyectada en el arte para complementar paisajes, conseguir elementos, dramatizar escenas o centralizar la atención del espectador con elementos plásticos más sutiles, como el equilibrio, el cromatismo y la fuerza de expresión.