18. Los cuatro tesoros de Atahualpa

Cuando Pizarro arribó a las cercanías de Cajamarca tuvo el buen cuidado de enviar a dos de los suyos a parlamentar con Atahualpa, que acepto recibirlo al día siguiente. Junto al Inca estaba el General Rumiñahui, hombre ducho y experimentado, que había combatido desde los tiempos de Huayna Cápac, que no creía en la sinceridad de los extranjeros y aconsejaba desconfiar. Llegado el momento de la reunión, fray Vicente Valverde se adelantó y le presentó al Inca una Biblia. Atahualpa la tomó con curiosidad y no sabiendo de qué se trataba pensó que se estaban burlando con un regalo tan pobre, indigno de su real persona y la arrojó al suelo. Entonces Valverde dio la señal convenida y se realizó la mayor traición que registra la historia de Sudamérica siendo apresado Atahualpa y muriendo muchísimos guerreros de su cortejo, puesto que habían ingresado a la plaza mayor de Cajamarca con sus más vistosas y ricas vestiduras para agasajar a los recién llegados, sin imaginar siquiera que iban a entrar en combate y por eso se encontraban desprevenidos y desarmados, sobre todo esto último, que ha sido silenciado por los historiadores.

Rumiñahui no se encontraba lejos y al oír el ruido de la artillería española salió hacia el norte con cerca de cinco mil guerreros a su mando, sin tomarse el trabajo de ayudar a su monarca. Con esta tropa llegó a Quito, capital del reino y llamándose apoderado del Inca depuso al Cacique Cozopanga haciéndose entregar los tesoros. Poco después Atahualpa los solicitó para terminar de pagar su rescate pero Rumiñahui se negó a devolverlos, aduciendo que de cualquier forma el Inca moriría a manos de los extranjeros y que era mejor conservar el oro lejos de tan ambiciosos hombres.

Un hermano de Atahualpa llamado Illiscacha, en español Illescas, viajó a Liribamba, Capital de Puruhá y tomó el oro del templo y del palacio, entregándolo a Fernando Pizarro que estaba cerca de Cajamarca. Sinembargo no tuvo corazón para ver a su hermano en prisión y regresó a Quito donde permanecían los hijos menores del Inca, con peligro de muerte, por la ambición de Rumiñahuy.

Cori Duchicela, hermana y mujer de Atahualpa y señora de mucho entendimiento, también vivía en Quito con su hijo mayor Hualpa Cápac y cuando conoció la noticia de la muerte de su esposo, pidió a Rumiñahuy que la entierre junto al cadáver de Atahualpa, que había sido llevado de regreso a Quito; luego se quitó la vida y con este motivo se oficiaron solemnes honras a las que asistieron los parientes de la Casa Real y cuando todos estaban embriagados, Rumiñahuy apresó a Illiscacha amarrándole a una estaca y delante suyo hizo pasar a cuchillo a más de doscientos parientes consanguíneos de Atahualpa por el lado materno, exterminando a la alta nobleza indígena quiteña y hasta procedió a acabar con los hijos del emperador que eran muchos y con todas sus mujeres y concubinas que pudieran estar embarazadas, finalizando con Illiscacha al que ahorcó con sus propias manos y sacándole por entero la piel hizo un tambor sobre el que clavó su calavera.

RUMIÑAHUY UNICO DICTADOR

Sin competidores por el momento, Rumiñahuy se sintió fuerte en sus crímenes y se hizo jurar y reconocer por soberano, convirtiendo el templo del sol ubicado en la cima del monte Panecillo en un verdadero harén. Más de cien doncellas de las primeras clases sociales del reino de Quito, que allí vivían dedicadas a bordar y tejer telas para el Inca y saludar al dios sol todos los días, pasaron en poco tiempo, de doncellas a concubinas, cambiando sus papeles de vírgenes puras en señoras del Cacique Pillahuaso, también llamado “Cara de Piedra pues tenía un berrueco en la niña de uno de los ojos, lo cual le afeaba el rostro.”

 

PICARDIA DEL CACIQUE DE OTAVALO

Mientras tanto las noticias volaban por las sierras, unos contaban que Atahualpa había muerto en Cajamarca y su cadáver había sido sepultado en Quito con los de sus parientes asesinados por Rumiñahuy; otros afirmaban que un grueso ejército de españoles se avecinaba por el sur y en fin nadie sabía a qué atenerse y las gentes vivían en constante zozobra, esperando encontrar a Rumiñahuy o a los extranjeros en cualquier momento.

Por el norte de Quito, en la actual región de Imbabura, habitaba un inteligente y joven Cacique, Régulo de los Indios de Otavalo, que discurrió hacer una buena pasada a sus vecinos los de Caranqui. Al efecto hizo disfrazar a sus indios de españoles con ropas confeccionadas a propósito y les montó sobre un numeroso grupo de llamas remedando en todo a los extranjeros. Con ellos avanzó por la noche hasta Caranqui, donde es fama que existía mucho oro, adelantando a varias familias que lloraban y huían de los cristianos pues gritaban que los perseguían a corta distancia para matarlos.

Grande fue el susto en Caranqui y algunos pensaban huir en tropel a pesar de lo avanzado de la hora; cuando, de pronto, oyeron ruidos y vieron a lo lejos que el enemigo venía al galope en medio de gritos de combate, lo que hizo que en pocos minutos no quedara un indio en la población, huyendo a los montes vecinos y abandonando sus pertenencias, que fueron robadas por el Cacique de Otavalo y sus seudos militares que regresaron a Otavalo cargados de suntuosos bienes. Repuestos de la sorpresa los fugitivos, se enteraron con espías de cuánto habla sucedido y el padre Juan de Velasco afirma que fue tanto su sentimiento, que hasta el siglo XVIII, fecha en que el jesuita escribió su Historia, nada había que les pudiera disgustar más que el recuerdo de esta aventura.

 

EL COTOPAXI DECIDE LA GUERRA

Rumiñahui estaba en Liribamba, capital de Puruhá, donde el Gobernador Calicuchima aumentó sus fuerzas con cuatro mil hombres; los Cañaris, en cambio se asustaron con su presencia y enviaron delegados a San Miguel de Piura para implorar la ayuda de Benalcázar, pues todo era preferible a la dictadura de Rumiñahuy. Los españoles avanzaron al Cañar en 1534 y poco después se avistaron los ejércitos, el indiano y el cristiano, en Tiocajas, teniendo Benalcázar el buen cuidado de hacerse guiar por los cañaris para no caer en los lazos y asechanzas de Rumiñahuy, que había preparado numerosas trampas de púas y lazos corredizos para debilitarlo, descalabrando a los caballos.

Con Benalcázar combatían numerosos españoles de los primeros conquistadores de Perú, entre ellos el Capitán Juan de Ampudia, que hizo quemar vivo al Cacique Chapera, porque no le quiso decir dónde tenía una supuesta cantidad de objetos de oro que se creía estaba ocultando. Enfrentados los ejércitos, la batalla fue reñidísima y llego la noche sin que ninguno de los bandos se anotara la victoria y hubiera sido fatal para los españoles de no haber ocurrido una erupción en el volcán Cotopaxi, que a media noche se hizo sentir por medio de sordos ruidos subterráneos que aterrorizaron a los indios y estos abandonaron el campo. Esta fue la segunda erupción del Cotopaxi en menos de un año; la primera ocurrió la víspera de la prisión de Atahualpa en Cajamarca.

Los españoles tampoco la pasaron bien porque el terremoto y luego las lluvias persistentes y continuas cenizas les hizo mal efecto, debilitando sus ya extenuadas fuerzas. Por esta época Cachulima, señor de Cacha y hermano menor de Calicuchima, se convirtió al cristianismo con el nombre de Marco Duchicela, dando ejemplo a los principales señores de Puruhá, que le imitaron. Este Cachulima era hombre pacífico y sensato, de escaso espíritu guerrero y amigo de la paz más que de cualquier otra ocupación, querido y apreciado por todos. Con el paso del tiempo hizo amistad con Benalcázar y teniendo éste que marchar a Colombia a conquistar El Dorado, es fama que le preguntó: Cachulima, amigo mío ¿Qué regalos deseas?

Solamente que me dejes un sacerdote en Cacha, para que adoctrine a los míos y nos ayude en el camino de Dios… Ante respuesta tan sencilla como desinteresada, Benalcázar abrazó a Cachulima y le dejó un sacerdote franciscano para que lo acompañe algún tiempo. De este Cachulima descienden los caciques de apellido Duchicela, que hasta hoy se conservan en nuestra patria y se titulan pretendientes al trono del Tahuantisuyo; cuando nada tienen que hacer con los Incas, por ser emparentados con Atahualpa solo por la rama materna.

ULTIMA RESISTENCIA DE RUMIÑAHUY

Después de la batalla de Tiocajas y en plena erupción del Cotopaxi, viéndose sin gente Rumiñahuy salió de Liribamba, donde todo lo destruyó, mientras Benalcázar se guarecía de la erupción volcánica. El templo del sol estaba casi desprovisto de joyas por haber sido saqueado por el Inca Illiscacha o Illescas para pagar el rescate de su hermano Atahualpa. Lo poco que quedaba lo tomó Rumiñahuy, luego incendió la población y huyó al norte. Las vírgenes del sol pasaban que pasaban de ciento cincuenta fueron liberadas en las calles y cada cual tomó su portante en espera de alguna aventura en esta nueva vida que se les abría, cuando ya muchas no tenían mayores esperanzas por haber envejecido en la esclavitud religiosa.

Luego Rumiñahuy pasó a Mocha donde no encontró al Gobernador Zopozapanqui, que había huido con el pretexto de no se qué comisión en los campos y tras incendiar esta población, hizo igual en Mullambato y por último, cansado de tanta sangre y destrucción entró en Quito, visitó el templo del sol convertido en su harem personal y dijo // Señoras, alegraos, ya vienen los cristianos y ustedes gozarán con ellosde sus deleites. //

Algunas bobaliconas se rieron y fueron pasadas a cuchillo en presencia de las otras. De allí en adelante ninguna se rió ni con el más gracioso chiste y con razón digo yo, que cuando las cosas se ponen tan serias no es para menos. En Quito Rumiñahuy lo destruyó todo, quemando los restos, y habiendo salido hacia el norte y viendo que aún no llegaban los españoles, volvió a entrar para arrasar aún con los escombros, para que no se sepa ni el lugar donde dicho tambo estuvo situado. Cuéntase que Benalcazar sólo pudo obtener un enorme sol de oro que los indios no sacaron del templo del Panecillo, por ser demasiado pesado y de grandes dimensiones.

FIN DE RUMIÑAHUY Y ORIGEN DE SU LEYENDA

Algunos cronistas indican que este General se internó por las lejanías del monte que hasta hoy lleva su nombre, viviendo en lo profundo de esas espesuras sin volver a salir, que meses después murió de nostalgia y su pequeño contingente se dispersó y que antes de morir hizo enterrar en un lugar hasta hoy desconocido las riquezas que pudo reunir en Puruhá y Quito. Otros, quizás más informados, indican que no fue solamenteen un sitio donde enterró el tesoro, sino que lo mandó a guardar en varios sitios ubicados en distintas direcciones:

PRIMER TESORO: DE CANTUÑA

“Muy de mañana se sale de Quito, siguiendo el antiguo camino del Inca, hasta la Parroquia de Chillogallo y por ésta; tomando el camino de San Juan, hasta llegar al picacho más elevado del Atacazo, donde se mirará a los dos montes Ninahuilcas y por la derecha hasta una quebrada profunda y nuevamente por la derecha hasta el puente de socabón y río Canchacoto y mirando a este pueblo, hasta tres arroyos y por la derecha, allí hay mucho oro en polvo con joyas de las más variadas clases, que se puede coger por palas y llenar cientos de bolsas.”

Este derrotero fue dado por el indio Cantuña, descendiente de un guerrero de Rumiñahuy, a su protector el español Hernando Juárez y luego a los padres Franciscanos de Quito que construyeron la famosa Capilla de Cantuña con parte del dinero descubierto. El 26 de mayo de 1770 el Indio José Barnacho escribió el derrotero en quechua para un compadre; éste, a su muerte, entregó el original a un pariente y éste a su hijo y éste sucesivamente a dos señoras de Quito, hasta que el 24 de septiembre de 1927 lo protocolizó un señor Cueva de la capital.

Hay un segundo derrotero para llegar al mismo sitio. Se originó de otra versión dada por Barnacho en 1775 a Gabriel Hidalgo, con ocasión de haber regalado el oro necesario para la fundición de una custodia para la Iglesia de Chillogallo. Esta versión está en quechua y español y la traducción corrió a cargo del jesuita Ricardo Vascones, entre los años 1926 y 1927.

 

SEGUNDO TESORO: DE QUINIARES Y TUMIANUMA

Lo descubrió en Loja, en el siglo XVII, un caballero español de modestos recursos que desenterró una huaca en la hacienda “Solanda” de su propiedad. Años después era tanta su riqueza, que su nieto Antonio Sánchez de Orellana y Ramírez de Arellano obtuvo en 1700, de Carlos II, Rey de España, el título de Marqués de Solanda, con el Vizcondado previo de Santa Cruz. Para conseguir esta prerrogativa probó a su majestad poseer la suma de doscientos mil pesos de oro, heredados de su abuelo, en bienes vinculados a la familia y como no eran nobles estos Sánchez, recién el 20 de julio de 1715 lograron Real Carta Ejecutoria de Nobleza e Hidalguía, que les confirió Felipe V, Rey de España, en premio a los servicios prestados en el gobierno de la Provincia de Mainas.

De estos Sánchez de Orellana descendía Mariana Carcelén y Larrea, mencionada como heredera de los marquesados o simplemente como Marquesa de Solanda y de Villarica, mujer del Mariscal de Ayacucho, con quien casó en Quito.

TERCER TESORO: DE LOS LLANGANATIS

Ubicado en una inaccesible región boscosa de la cordillera oriental de los Andes, en medio de varias lagunas situadas a más de 4.500 metros de altura. A este tesoro se lo vincula con la legendaria civilización de los “Shabelas” y para llegar a él existen varios caminos o derroteros, siendo los más famosos: a) El de Valverde, el más completo y b) El del libro “Becerro de Oro” que actualmente se encuentra en la Biblioteca del Colegio “Vicente León” de Latacunga, a disposición de cualquier interesado en su lectura. Quien quiera conocer más a fondo sobre este tesoro puede consultar la obra: “Llanganati” de Luciano Andrade – Marín Baca, cuya segunda edición salió en Quito en 1970, por haberse agotado la primera.

Para llegar a los Llanganatís hay que entrar por Píllaro de donde eran Atis o Régulos, los Pillahuasos, antepasados de Rumiñahuy.

CUARTO TESORO: DE NICSAG.

También llamado de la Nariz del Diablo del ferrocarril, que se dice esta enterrado en la quebrada de la población de Nicsag. Las más autorizadas versiones sobre este fabuloso tesoro las trae el doctor Silverio Torres de Sibambe y el indígena Gregorio Boina de Nicsag.