Joaquina Garaycoa Llaguno nació en Guayaquil el 22 de agosto de 1785. Hija legítima del capitán Francisco Ventura de Garaycoa y Romay, natural de La Coruña, y de Eufemia de Llaguno y Lavallen, guayaquileña.
El 11 de julio de 1822 cuando Bolívar arribó a Guayaquil y visitó la casa de los Garaycoa para dar el pésame por la reciente muerte del joven Abdón Calderón, encontró a la abuelita doña Eufemia junto a los suyos, todos de riguroso luto. La señora los fue presentando por turno y cuando llegó a Joaquina hermosa mujer de treinta y siete años de edad frente a los treinta y nueve del libertador, esta le dijo como en susurro ¡Mi glorioso!
El libertador se estremeció porque sintió que estaba frente a una gran mujer capaz de hacerle feliz para siempre, y por primera ocasión desde su viudez sintió el deseo de detenerse, vivir, amar con tranquilidad y tener un hogar, pero aún no había cumplido su destino y nada podía ofrecerle, de suerte que reponiéndose le dice a doña Eufemia ¡De ahora en adelante y en prueba de gratitud, tendrá Ud. que permitirme llamar La Gloriosa a su hija Joaquina!
El libertador volvió en varias ocasiones al hogar de las señoras Garaycoa, y cuando abandonó el puerto Joaquina le pidió que no coqueteé con las cuencanas. De allí en adelante se carteará con doña Eufemia, nunca con Joaquina; Sin embargo, ella esperaba los correos para apoderarse de las cartas y en la soledad de su dormitorio leía mil veces los pequeños textos que le dedicaba pues sabía que su rival era la independencia de Sudamérica.
Por eso el Libertador le correspondía con los términos de la más fina cortesanía y en este juego amoroso, burlando mantuvo un diálogo epistolar que duró ocho años hasta su deceso en 1830, en el cual llegó al extremo de autorizarle el uso de su nombre y apellido y desde entonces Joaquina afirmó “Gloriosa Simona Joaquina Trinidad y Bolívar” pues el libertador era su obsesión y sólo pensaba en él a todas horas, al punto que esta relación se hizo enfermiza por histérica.
El Libertador representaba para esta mujer bella y madura el heroísmo, la inteligencia, el amor a la libertad y un corazón de grandes energías. En suma, el soñado ideal; pero jamás fue correspondida, si no con palabras dulces y con veladas negativas.
Un día le sobrevino a Joaquina un fuerte dolor de cabeza y no encontró nada mejor que colocar sobre la frente una carta de su ídolo cívico y amado ausente, y por influjo de la imaginación se mejoró ipso facto. En otra ocasión Bolívar tuvo el detalle, la fineza, de obsequiarle una perrita y por eso la llamó Fineza.
En carta del 13 de junio de 1830, Joaquina le escribió al Libertador, quien iba vencido y desilucionado, por el río Magdalena hacia el destierro en Europa y acababa de enterarse del crimen de Sucre.
“Mi glorioso. Yo estoy fuera de mí, me aflijo, me espanto, no me entiendo cuando considero que Ud. estará ya fuera de Colombia; mas no puedo dudarlo según las últimas noticias. Ud. que conoce mi entusiasmo, y todo lo que Ud. es para mí, aún no puede persuadirse de cuánto siento.
Intenté manifestarle que usted, escribiéndole por el correo del interior luego que vi su último mensaje. Dije a Ud. como esta cuánto me fue posible; mas todo es nada; no hay palabras que transmitan mis sentimientos hacia mi Libertador, el padre de Colombia. En medio de lo que nos oprime el peso de esta desgracia, yo me reanimo al considerar que siempre tengo a usted en mi corazón y allí veo, le hablo, con la confianza que me inspira en sus bondades. Le oigo, le abrazo, le admiro y yo finalmente me lisonjeo con la confianza de qué Ud. en todas partes es quien en todo el mundo es admirado, y lo será mucho más con este último rasgo del más heroico desprendimiento que asombrará a los maliciosos y pondrá un sello en los labios de sus gratuitos e injustos enemigos. Si antes he cuidado y querido a la Fineza, como prenda de Ud. y como ella merece por sus gracias, yo la estimaré más cada día y siempre le miraré como fineza de Ud. Ella será mi mejor compañera y siempre estará en mis más gratos y dulces recuerdos.
Dígnese Ud. recibir las consideraciones de mi madre y de cada una de esta su casa, el respeto ilimitado del Cura y las más cordiales aficiones de su invariable admiradora, que tiene la gloria de suscribirse con los grandes títulos que Ud. mismo le dio en su generosidad. Gloriosa, Simona, Joaquina, Trinidad y Bolívar”.