La Infanta María Isabel de Braganza, que a su mayoría de edad le tocó ser mujer de Fernando VII, realmente era feúcha, modesta y modosita como hija de familia y no tenía nada de cortesana, aunque según rezan las crónicas de antaño, su virtud era incomparable. Todos los días iba a misa sin perder novenas, seguía las cuarenta horas sin fallar, rezaba un rosario completo y hasta el Via Crucis con estaciones meditadas. Bueno, de ella todo esta dicho y a no ser que murió prematuramente, no de parto como era lo corriente sino de enfermedad natural y como estaba embarazada los médicos le practicaron una cesárea postmortem sacándole una niña sin vida.
El publico, siempre pendiente de cualquier noticia truculenta, dio en decir falsamente que, al sacarle a la niña, la reina había abierto los ojos y prorrumpido en gemidos, presumiéndose una verdadera carnicería y tuvo que salir la tropa a disolver al populacho que gritaba desaforadamente pidiendo la cabeza de unos cuantos hijos de Galeno, culpables de tan horrendo y espeluznante crimen.
En Guayaquil tuvimos noticias de este funesto suceso y las damas se escalofriaron, habiendo llegado la noticia junto a otra, también triste, porque había muerto en Roma Carlos IV, a donde vivía desterrado luego de su vergonzosa abdicación. El Cabildo decretó ceremonias luctuosas y mató como vulgarmente se dice, dos pájaros de un tiro.
Meses después y repuesto de su dolor, el asustado Fernando VII decidió contraer nuevas nupcias porque necesitaba un hijo que lo herede y no deseando que se repitiera el verso de las portuguesas, escogió de más lejos y en la persona de Mana Josefa Amalia de Sajonia, excelente niña de solamente quince años, hija del Gran Elector de Brandeburgo, Maximiliano I. Eran los años cumbres de la Santa Alianza de Metternich y había que unir coronas e intereses por matrimonios; demás está decir que los comprometidos ni siquiera se conocían y cuando se vieron, se sorprendieron ambos.
El encuentro se produjo el 20 de octubre de 1820, así es que no nos compitió celebrarlo porque ya éramos once días independientes; sin embargo, como la princesa se casó meses antes y por poderes, en Alemania, en teoría fue la última en gobernarnos. Ella era muy serena, entiéndase fría y germana hasta el tuétano y a su entrada en Madrid volvieron a desengancharse los caballos para que el pueblo halara su carruaje como la vez anterior. Dos hermanas del rey condujeron del brazo a la novia. Eran las dos feas pero inteligentísimas Infantas Marta Francisca y Luisa Carlota, esta última pasaría a la historia por la sonora bofetada conque premió al Ministro Tadco Calomarde, cuando, aprovechándose de la agonía de Fernando VII, le había hecho firmar una cláusula testamentaria por la que dejaba sin parte en la real sucesión a su hija mayor la futura Isabel II. En dicha ocasión, Calomarde solo había atinado a balbucear: “Manos blancas no dañan” pero si pegan, agregó el vulgo por su cuenta, riendo del ridículo incidente.
María Josefa Amalia de Sajonia gobernó algunos años con su marido pero fue muy desdichada porque no pudo concebir debido a que tenía matriz infantil, según diagnosticaron los mejores especialistas de Europa que la fueron a examinar y como ella misma lo dijo en una de sus poesías, porque era poeta en sus ratos de ocio: // De mí no quedo qué hacer / obre Dios en su clemencia…// indicando que no podía traer hijos al mundo por causas mayores, mas el vulgo sacó que en cambio daba numerosos partos de su numen, pues era muy propensa a quedar embarazada por cualquier nimiedad, como por ejemplo, estar frente al rey, rezando ambos. Conózcase este verso y juzguesela. // La víspera del día / de excelsa gloria lleno / que apareció sin mancha / la madre del eterno; / en el dulce recinto / de nuestros aposentos / me hallaba con mi esposo / solo los dos y quietos / y entre ambos de la iglesia / con los himnos selectos / cantábamos las glorias / de aquel que es todo eterno. / ¡Qué bonito! ¿Que más se puede pedir a una reina que no tenía al español por su idioma nativo?
Fernando VII la sobrevivió algunos años, suficientes para contraer cuartas nupcias con una sobrina de Italia, de la rama segundogénita de los Borbones españoles, llamada María Cristina de Borbón Parma, quien llegó jovencita a Madrid y casi se murió de susto al ver a su tío y esposo, pero como ya no quedaba nada por hacer, se decidió al matrimonio y pudo dar a luz dos Infantas, que después serían Isabel II y su hermana Luisa Fernanda. De la primera descienden los actuales Borbones de España pues se casó con su primo hermano el Infante Francisco de Asís de Borbón, matrimonio que le fue impuesto contra su voluntad y que no resultó, porque él era homofilíco terminando en separación. Ella era maja y simpática, bajita, regordeta y muy sensual; él, algo afeminado por decirlo en términos elegantes. Cuando advino la revolución del 68 que proclamó la I República española, ya los regios cónyuges ni se veían, aunque vivían en Madrid y con motivo del viaje a París llegaron a Palacios diferentes y nunca más se les vio unidos como a marido y mujer. De este matrimonio fue hijo Alfonso XII que casó en primeras nupcias con su prima hermana Mercedes de Borbón Orleans, fallecida a los pocos meses de tuberculosis pulmonar y en segundas nupcias cuando él estaba también tuberculoso, con María Cristina de Habsburgo. De este segundo enlace nació Alfonso XIII, que contrajo nupcias con la Princesa Eugenia de Battemberg, nieta de la reina Victoria de Inglaterra y portó en su sangre el gene de la hemofilia que sufrieron sus hijos, pues es sabido que esa enfermedad la transmiten las mujeres y la padecen los hombres. El único sano de todos ellos fue el Infante don Juan de Borbón, que casado con su prima Mercedes de Borbón vivió en Estoril con el título de Conde de Barcelona y fueron padres del Rey Juan Carlos de España y abuelos de Felipe VI. I para terminar con este largo recuento genealógico ha de saberse que la reina María Cristina al enviudar de Fernando VII pasó algunos años cuidando a sus dos hijas menores de edad, hasta que una tarde que iba en carruaje y de paseo, atinó a ver por la ventanilla a un apuesto Guardia de Corp que la escoltaba; averiguando el asuntosetrataba de Manuel Muñoz, joven y plebeyo, pero muy de su real placer, con quien contrajo matrimonio morganático y secreto en una de las capillas del Palacio y tuvo casi una decena de hijos que heredaron su fortuna personal y fueron ennoblecidos con varios títulos. De aquí descienden los Duques de Rianzares, Grandes de España.