VON BUCHWALD SHOEPFFER OTTO

LINGUISTA.- Nació en Kladow, capital del ducado soberano de Mecklemburg, el 9 de Septiembre de 1843 y fue bautizado con los nombres de Otto Federico Emilio, hijo legítimo del Barón Otto von Buchwald von Plessen, hijo legítimo a su vez de Otto von Buchwald (1759-1821) y de Anna von Plessen von Molke (1765-1821) tía segunda del Mariscal Helmut von Molke, militar que en 1870 ayudó a forjar el I Reitch alemán.
Fue su madre Luisa Carlota Schopfer und Sporken, nacida en el Tirol austriaco, hija del primer matrimonio de Carl von Schopffer, Mayor de la Guardia Amarilla de Meckemburg, quien luchó contra los franceses en Holanda y casó dos veces. La primera vez con Adolfina Baronin und Sporken.
Los Von Buchwald fueron antiguos señores de Wagrin y poseyeron el castillo de Pronstorf frente al lago Wardersee y la Abadía de Preets en la provincia de Holstein que a veces pertenecía a Dinamarca y en otras a Prusia.
La nobleza de esta familia se pierde en la noche del medioevo nórdico alemán en el siglo XIII. Su genealogía consta en el célebre Almanaque Gotha de la nobleza europea y la heráldica en el Diccionario de Siegmaoher editado en 1870. Armas: (Una cabeza de jabalí roja en campo de plata, pero en el siglo XVI se cambió a una cabeza de oso roja y coronada)
Su padre se preocupó de darle clases prácticas de moral. “Me enseñó a querer mi tierra con todo lo que contiene, era el patriotismo de mi juventud. Conocía cada flor del campo, cada ave al vuelo, hasta por el gusano tenía interés,” después confesaría “Colocados en el corazón de Europa – los alemanes – nunca hemos vivido aislados y estamos acostumbrados al trato con muchas naciones. Facilmente comprendemos el pensamiento de pueblos extraños y estudiarlo ha sido el lujo de nuestros mejores hombres”.
Destinado desde muy joven a la carrera de las armas, ingresó a la afamada Academia Militar de Spandau, especializándose en ingeniería militar, que comprendía los estudios de construcciones, vías y fortificaciones.
En 1864 y a las órdenes de su tío von Molke peleó contra Dinamarca en la llamada guerra de los Ducados, con el rango de oficial del ejército del Estado libre de Mecklemburg, aliado incondicional del reino de Prusia. En 1866 asistió a la guerra contra Austria recibiendo la “Medalla del servicio”.
En 1868 fue ingeniero militar graduado y animado por los relatos de Humboldt que traía la revista “Cosmos,” donde se recreaba románticamente el misterio de la inmensa geografía sudamericana, salió de Hamburgo el 22 de Agosto y por la vía del Cabo de Hornos arribó al Perú a fin de seguir el curso de las civilizaciones de América del Sur. Aún no cumplía los veinticinco años de edad y arribó al Callao el 27 de Diciembre. Enseguida se internó hacia el Cusco, recorrió admirado sus ruinas pétreas, estudió las obras de ingeniería incásicas, fue nombrado Ingeniero del Estado adscrito a ese Departamento, hizo amistad con el Obispo, quien le prestó una gran ayuda para su mejor información y aprendió el quichua con total fluidez así como varias lenguas andinas, admirando a todos los que le trataban por esta especial capacidad que le era innata.
De estos meses son sus trabajos: Los primeros Incas, Tiahuanaco y Cusco y El Cusco medioeval, así como varias excavaciones arqueológicas.
En 1870 residió en Lima desempeñando la cancillería del consulado alemán bajo las órdenes del Cónsul Gildemeister, siendo el último en ocupar esta dignidad. En 1872 fue contratado por el Ministerio de Obras Públicas del Perú para dirigir los trabajos de irrigación del valle de Chiclayo en la costa arenosa y desértica, que permitieron incorporar a la agricultura más de cien mil hectáreas de terreno, así como también a arreglar caminos y un estudio para el subministro de agua al puerto peruano de Iquique, lo cual fue considerado en tu tiempo como obra de gran valor. Finalmente renunció el cargo para dedicarse por entero a sus actividades particulares.
En estas labores gastó tres años de su vida, sufrió de altas fiebres varios meses, quedando por un tiempo sin memoria y para reponerse comenzó a colectar objetos arqueológicos de la zona, pertenecientes a la cultura Chimú.
Más tarde diría: Si tenemos en cuenta lo que hemos observado en nuestros viajes por las cordilleras, en los años de 1870 – 1888, nos inclinamos a creer que bajo el régimen Colonial, como después en la República, poco ha cambiado la situación de los indios.
“Desde mi niñez había sido aficionado al estudio de las lenguas, afición que desarrollando con el transcurso de los años creó en mi, otra afición, la del estudio de las lenguas de los pueblos desaparecidos. Así llegué a dominar casi todos los idiomas de origen ario y a formar, sacar a la luz e interpretar unos trescientos dialectos americanos, de pueblos en su mayor parte desaparecidos totalmente, de otros que viven en plena selva y de algunos que hasta cuyos recuerdos serían borrados”.
El 7 de Mayo de 1875, a los treinta y dos años de edad, contrajo matrimonio con María Mesones Burga, hija legítima de José Mesones, propietario agrícola de la Hacienda Hosmo y minero en Chiclayo, y de Águeda Burga y Alvarez de Noriega, de familia panameña. Tuvieron doce hijos pero sobrevivieron diez.
En 1876 regresó a Lima y viviendo en casa de la abuela de su mujer trabajó en las haciendas cercanas en labores de topografía, por cuya razón viajaba mucho, aprendió varios dialectos de la región, leyó a los Cronistas de Indias y a otros escritores peruanos. Para la guerra del Pacífico entre 1879 y el 82, entre Chile y Perú, volvió a habitar con los suyos la hacienda de sus suegros y por eso no sufrió persecuciones pues se encontraba alejada de las zonas en conflicto, mas la economía peruana sufrió gravísimo deterioro y la pobreza se enseñoreó en todos los niveles sociales.
En 1882 ya era una autoridad en antigüedades peruanas sobre todo en el pueblo y la lengua Chimú proveniente del Mochica. Los Chimúes estaban unidos a los Punáes por un origen común. En su artículo “La Raza Chimú” publicado en la Revista Municipal de Guayaquil en 1928, explicó que estudió dicho idioma con mucha dificultad durante su estadía en el pueblo de Eten, pues los indios jóvenes habían olvidado el idioma y los ancianos se avergonzaban de su lengua natal y que sobre esta lengua solo existía como antecedente científico la “Gramática y doctrina de la lengua Chimú” editada en 1.644 por el presbítero Fernando de la Carrera, natural de Lambayeque y Cura del pueblo de Reque, que comprendiendo que sus feligreses no podían entender la lengua española escribió la Gramática para los cuarenta mil indios que habitaban en el obispado de Trujillo al norte del Perú.
Ese año obtuvo una concesión para la explotación de la mina de plata de Monsefú cerca de Lambayeque en la costa norte peruana y se trasladó con su familia a esa población, donde nació su hija Agueda. Por entonces también aprovechaba su tiempo en explorar la zona vecina de Eten y tomó información sobre el origen del pueblo, entre los más antiguos vecinos.
En 1887 abandonó la minería por ser poco rentable y decidió viajar a California acompañado de su esposa e hijos. Al arribar a Guayaquil se topó casualmente en el muelle con el Dr. Teodoro Wolf que preparaba su retorno a Alemania, quien lo convenció para que se quedara a estudiar los dialectos indígenas de la costa ecuatoriana y como la economía estaba boyante debido al boom del cacao, de los sombreros de paja toquilla, de la orchilla y de la cascarilla, productos nobles de exportación, fue contratado para el diseño y construcción del recién fundado Colegio Nacional Nueve de Octubre en Machala, viajó a esa nueva capital en compañía de José Porfirio Madero Díaz, al año siguiente levantó el primer plano urbano de dicha ciudad, proyectó y construyó el teatro municipal y participó en la construcción de la estación del ferrocarril de El Oro siendo Presidente del Concejo Leandro Serrano Minuche.
En 1890 volvió a Guayaquil y puso el almacén “La Perla” en el Malecón No. 164 para la venta de artículos de moda y de fantasía, cintas, blondas, etc.
El 93 realizó el plano a escala de la gran hacienda Clementina en la provincia de los Ríos propiedad de los hermanos Durán Ballén, hijos y herederos del médico colombiano Sixto Liborio Durán Borrero. De fecha posterior son los planos de las haciendas San José y San Lorenzo de Raquel Piedrahita Millán, esposa del diplomático español Teófilo Manzano – Torres y Pérez del Pulgar, secretario de la legación española en París. Estos tres planos fueron enviados a la Exposición Mundial de 1900 realizada en la capital francesa como modelos de trabajos cartográficos.
Por entonces la costa ecuatoriana pertenecía a las regiones más interesantes de Sudamérica pero al mismo tiempo era una de las menos estudiadas. “De la sierra tenemos buenas obras pero de la costa, que es la antigua portadora de la cultura, poco sabemos” como bien lo diría años más tarde a su buen amigo José Eleodoro Avilés Zerda.
Su innata curiosidad le hacía anotar todo cuanto era de importancia histórica. En la hacienda “La Palma” encontró a una anciana, india pura Colorado, la última sobreviviente de su tribu en esa región. Dos leguas al norte de Babahoyo conoció a un anciano quien le contó que durante su juventud los indios Colorados con frecuencia visitaban a los indios de aquellos lugares en la legua de Ojiva, explicando que se llamaba “la legua” a la reserva de indios que los reyes concedían en el siglo XVI a los principales conquistadores en calidad de Encomiendas y que a través de los siglos se fueron transformando en recintos y luego en poblaciones. En un Informe escrito en alemán al Dr. Walther Lehmann anota al paso que la montaña de Santa Ana fue escogida como asiento de la actual ciudad de Guayaquil porque en ese entonces todavía era una isla rodeada por las aguas del río Guayas y que los Huancavilcas se alimentaban principalmente de maíz y pescado.
En los Karas, para la revista Patria, indica que los Atacameños o Caras se dividen en Cayapas y Colorados (éstos últimos son los Chonos o Chonanas) siendo dos etnias hermanas que sin embargo no se cruzan y que los Chimú en parte se asentaron en la isla Puná y otros continuaron a Lambayeque en el norte del Perú, donde su lengua se habló hasta finales del siglo XIX. En los Incas indicó que los indios no viven a mayor altura que la que les permite el sembrío de sus sementeras.
Desde 1896 colaboró con artículos científicos, especialmente filológicos y arqueológicos, en “El Grito del Pueblo Ecuatoriano”, diario guayaquileño de gran circulación.
En 1900 participó en la construcción del ferrocarril de Puerto Bolívar, levantó el hospital para indigentes y el edificio de la Compañía Ugarte que dejó inconcluso.
Entre 1890 y 1910 trabajaba como ingeniero y realizó diversas expediciones a las selvas, aprendiendo los dialectos cayapa, colorado y záparo, los comparó y sacó por conclusión que pertenecían a la gran familia lingüística “Arawaco – Caribe” y en consecuencia los indios del litoral eran originarios del Amazonas, tesis que ya había sido enunciada por González Suárez, pero correspondió a von Buchwald el altísimo mérito científico de su comprobación. En estos viajes corrió en muchas ocasiones serios peligros “Cuantas veces he pasado un río donde faltaba puente y canoa. Se pone la silla de montar en la balsa y el caballo pasa nadando. Así ha sido antes y así es ahora”.
Von Buchwald compartía la creencia de Teodoro Wolf que el estudio de las lenguas indígenas y sus vinculaciones filogenéticas complementa todo estudio histórico y arqueológico.
Durante el Incendio Grande de Octubre de 1896 perdió los enseres de su domicilio que se quemó íntegramente. “Allí se perdió una lista de palabras (huancavilcas) colectadas por mi en el pueblo de Eten, lo que no deja de ser sensible porque aquella lengua en el día debe contarse entre las muertas”.
En 1901 fue llamado a Quito por el Ministro Miguel Valverde Letamendi para que le asesore en varias obras públicas que se estaban llevando a cabo en el sector de Archidona en el oriente, fruto de lo cual fue su designación como Director General de Obras Públicas con sesenta sucres mensuales. En 1902, siempre como ingeniero del gobierno, presentó un Informe técnico sobre la carretera hacia el oriente utilizando la vía del río Napo; sin embargo por su condición de extranjero fue víctima de los ataques de un periódico de la oposición. Entonces concurrió a palacio y se entrevistó con el Presidente Leonidas Plaza quién le dijo: “Amárrese los pantalones y no haga caso”…sin embargo prefirió renunciar para evitar mayores problemas. A esta época, rica en informes y en trabajos topográficos, corresponden los planos con los levantamientos de las haciendas “Ana María” de su amigo Herman Moeller, Cónsul del Imperio alemán, y “Convento” de los herederos de José Pantaleón de Ycaza Paredes, ambas en zonas aledañas a Babahoyo.
En Guayaquil sumó el Informe técnico del proyecto presentado por el Arq. Rocco Queirolo para la construcción del imponente edificio de la Universidad, mejor conocido como la Casona universitaria, y levantó el Plano General de la ciudad que imprimió en 1903 a solicitud de la Municipalidad.
En 1902 nuevamente había perdido la totalidad de sus enseres en el incendio del Carmen.
En 1904 fue designado Primer Ingeniero civil de la Junta Proveedora de Agua del Cuerpo de Bomberos y distribuyó la red de cañerías. En 1907 el Presidente Alfaro lo contrató con el Ing. Muller para estudiar en el terreno la conveniencia del trazo de la vía férrea por el tramo Huigra – Alausí considerado difícil y hasta peligroso. Von Buchwald sabía como ingeniero militar que tal obra era casi imposible, a no ser que se gastara ingentes sumas de dinero y se perdieran vidas, dados los altos riesgos que representaba el uso en gran escala de la dinamita, por eso se opuso, pero la obra se realizó de todas maneras aunque a costa de muchísimas víctimas, sobre todo al taladrar la roca en el sector conocido como la nariz del Diablo y hubo necesidad de traer al país a numerosos obreros de Jamaica, lo que ocasionó una gravísima crisis social en dicha isla, pues cientos de familias quedaron destruidas.
Hablaba latín, griego, alemán, español, inglés, francés, ruso, quechua, aimará, cayapa, colorado, záparo y entendía diferentes dialectos. Numerosos investigadores lo visitaban: Marshall H. Saville, G. A. Dorsey, Niendorf, Barret, Pepper, Plañe, Hediam, Sinclair, Eric Borman, Paúl Rivet y Max Uhle entre los que estuvieron por Guayaquil, también mantenía un nutrido epistolario con otros científicos del extranjero, era corresponsal en la costa del sabio Arzobispo Federico González Suarez y cruzaba correspondencia con sus amigos Jacinto Jijón Caamaño, Cristóbal de Gangotena, Carlos Manuel Larrea y el deán Juan Félix Proaño.
Carlos Manuel Larrea anotaría que por la acción que desplegaban los miembros de la Sociedad de Estudios Americanistas fundada en Quito en 1909 por el Arzobispo González Suarez, hasta la década de los años veinte, los trabajos de arqueología se encontraban muy florecientes en nuestro país porque tras los primeros ensayos y libros de Federico González Suárez de 1878, surgieron de su pluma otros aportes invalorables y ya especializados como el Tomo I de la Historia General titulado “Tiempos antiguos o el Ecuador antes de la Conquista” y el “Atlas Arqueológico” publicado en 1892, “Los aborígenes de Imbabura y el Carchi” reimpreso varias veces desde 1902 hasta 1910, año en que se editó el magnífico Atlas en colores, “La prehistoria ecuatoriana” de 1904, la “Rectificación sobre los Quillacingas y los Pastos” y “Las Notas arqueológicas” publicadas en 1915, las obras de George A. Dorsey “Archaellogical investigations on the island of La Plata, Ecuador” impresa en Chicago en 1891 y 1901 y la estupenda contribución a la Arqueología sudamericana del prof. Marshall H. Saville titulada “The antiquities of Manabí” fueron de singular importancia para el desarrollo de la arqueología. Aporte de incalculable valor fueron también los estudios antropológicos y lingüísticos del sabio francés y valioso americanista Paul Rivet publicados desde 1903, los de Beuchat y Rivet de 1907 al 12 y sobre todo la magistral obra de Vererlan y Rivet titulada “Ethnographie ancienne del “Equateur” dada a luz en 1912.
Von Buchwald, por su parte, escribió entre 1908 y 1927 siete artículos largos en alemán para periódicos y revistas especializadas de aquel país y veinte en castellano, tratando sobre antigüedades peruanas y ecuatorianas, sobresaliendo su “Vocabulario Colorado” y ocupó la presidencia del Club “Germania” que agrupaba a la colonia alemana en Guayaquil siendo reelecto sucesivamente diez y seis años entre 1908 y 1927 que prefirió retirarse en razón de su avanzada edad.
En un viaje que hizo su hijo Federico a Colombia en 1910 encontró en el pueblo de El Peñón, cerca de la ciudad de Pasto, a un indio forastero que decía pertenecer a la tribu de los Sebondoy y por cuatro pesos y proporcionando su bebida favorita de aguardiente con miel consiguió arrancarle ciento setenta palabras, que le sirvió al sabio para escribir “El Sebondoy, vocabulario y notas”, aparecido en 1919.
El 22 de Agosto de 1911 inició una travesía hacia el oriente. Ese día entró por Papallacta y contratando cargueros indígenas pudo ingresar a Baeza y Archidona pero sufrió de hinchazón en los pies. Por eso el viaje fue a medias entre canoas y silla de mano y muy útil por cierto pues hizo ensayos, tomó muestras, adquirió noticias y regresó el 26 de Septiembre. Una minuciosa descripción figura en su trabajo “Caminos al oriente” que apareció en el boletín de la Sociedad Geográfica de Quito ese mismo año. Para la Primera Guerra Mundial en 1914, aunque se consideraba ecuatoriano, defendió a Alemania en numerosos escritos aparecidos en la revista “Germania”, por eso fue puesto en la lista negra en 1916 por el gobierno ecuatoriano y no pudo trabajar sino hasta el final del conflicto dos años después en 1918. Esta inconsecuencia con quien tan bien nos estaba sirviendo causó una repulsa general pues era considerado una notabilidad internacional.
Fue una temporada muy dura porque no pudo trabajar ni producir. Sus hijas cultivaban un hermoso jardín en la parte posterior de su chalet y lograron mantener el hogar con el producto de la venta de flores y miel de abeja, y con la confección de artísticas coronas fúnebres que eran muy solicitadas.
Entre 1916 y el 27 mantuvo una nutrida correspondencia con el arqueólogo alemán Hans Henrich Bruning, intercambiando Notas y publicaciones. Bruning era ingeniero de profesión como von Buchwald y un arqueólogo aficionado y autodidacta, bueno como etnólogo y lingüista, cuya especialidad eran los pueblos precolombinos asentados en el litoral norte peruano, hacía sus investigaciones y trabajos en el Departamento de Lambayeque y vivía en la ciudad de Chiclayo de donde era oriunda la familia Mesones.
Entre 1917 y el 19 estudió la cultura de los constructores de tolas en la costa ecuatoriana . Las tolas son montículos artificiales construídos por el hombre, pero estas tolas no fue un patrimonio exclusivo de la costa, también existen en diversas partes de la sierra, tales como en Cochasquí. Estas tolas o montículos tenían diversos usos, podía servir de plataformas para adoratorios o templos, también para viviendas en cuyo caso se denominan camellones, y se las encuentra en zonas inundables.
Desde 1918 se escribió con ligeras intermitencias con el también arqueólogo alemán Max Ulhe intercambiando interesantes noticias etno – lingüísticas y vertió al español su artículo “Lo antiguo y moderno del Guayas” editado en el Globus de Berlín con explicaciones muy específicas sobre usos y costumbres de la cuenca de este río, e ingresó como miembro correspondiente a la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, que dos años más tarde se transformó en la actual Academia Nacional de Historia del Ecuador.
En 1919 se quejaba de no haber visto en más de cincuenta años a sus hermanos Gustav quien vivía en Jena y Adelheil casada con Krone quien residía en Munich, ambos antes de la I Guerra Mundial. Después se enteró de la muerte de Gustavo, el 15 de Marzo de 1920 en la ciudad de su residencia, a causa de un nuevo ataque de apoplegía.
Por esos días intervino en la polémica que sostenía en el país Jacinto Jijón y Caamaño y el deán Juan Félix Proaño sobre la existencia del reino de Quito y la veracidad de la Historia del padre Juan de Velasco. Existe una nutrida correspondencia entre von Buchwald y Proaño, en la que el primero razona a favor de Velasco. Dichas cartas reposan en la actualidad en la Biblioteca archivo de los padres jesuitas de Cotocollao y constituyen un tesoro invalorable para el conocimiento de nuestra prehistoria, hablando muy en alto de los conocimientos científicos profundos de von Buchwald, sobre todo en lingüística, quien, por otra parte, no tuvo temor en exponer su verdad, a pesar de unirle una antigua amistad con Jijón y Caamaño, de quien era corresponsal en la costa por muchísimos años, pero antepuso a todo ello la verdad histórica. En 1923 pasó parte de la estación invernal en la hacienda de su hijo Federico cerca de Quevedo, donde el clima era menos caluroso que en Guayaquil y fue designado socio correspondiente de la Sociedad de Geografía de Quito.
Por las referencias que hace en sus trabajos se sabe que tenía numerosos amigos y hasta paisanos alemanes que le enviaban de cuando en cuando objetos precolombinos pues conocían sus aficiones. En “La zona del Guayas” explica en 1926 que su hijo Federico le llevó un sello cilíndrico hallado en el sitio de las Cuatro Esquinas situado entre Quevedo y Ana Maria. Que Adolfo Uttermann, desde su hacienda California al sur de Vinces, le mandó a regalar otro sello cilíndrico de barro negro.
Por su parte von Buchwald era un incansable trabajador que se movía por el centro de la costa ecuatoriana, en parte por su trabajo como topógrafo de haciendas pero también por la compraventa de la madera denominada palo de balsa, negocio que ampliaría su hijo Gustavo con quien siempre fue unidísimo pues tenían las mismas aficiones.
De no menor interés son las noticias curiosas que trasmite. De la hacienda La Bola propiedad de Manuel Eduardo Cucalón manifiesta que el cronista Fernando de Montesinos tuvo mucha razón cuando apuntó en su obra que el Inca tomó dicho camino de la Bola, que partiendo del puerto de Bola está ubicado entre el manglar, la desembocadura del río Suya y el pueblo de Naranjal, viéndose forzado a interrumpir la conquista de los Huancavilcas porque la insurrección de los Cañaris amenazaba su línea de retiro.
De Boliche dice que la población india casi había desaparecido con el advenimiento del siglo XX pero aún quedaban los restos de la casa de la última Cacica llamada la Reina Galana, semioculta entre unos árboles frutales. Que los bosques bajo ningún concepto deben ser considerados deshabitados pues en medio de la espesura siempre se encontrará una casa o un caserío montubio. Que la leyenda de los gigantes de Santa Elena – relatada por el cronista jesuita Anello de Oliva a finales del siglo XVI – debe ser tomada como el símbolo del arribo y destrucción ocasionados por los primeros colonos Chimú a los pobladores (valdivianos) de la península de Sumpa o Santa Elena.
También comenta en su epistolario que el Inca retiró de Puruhá a numerosos mitimaes para utilizarlos en la conquista de los indios atacameños del norte de la actual República de Chile y que la voz Kon Tico Viracocha es una deformación fonética de Conti ticci Huiracocha que significa “los primeros que llegaron en masa.”
En 26 escribió una Memoria Genealógica a mano para su hijo Enrique quien la había solicitado.
Ese año cayó de un caballo y sufrió la rotura de una pierna, tenía ochenta y tres años de edad pero gozaba de una salud robusta. Traído a Guayaquil desde la hacienda de Quevedo propiedad de su hijo Gustavo, en hamaca y a bordo de una lancha, lo enyesó el Dr. Miguel H. Alcívar, le aquejaron fuertes dolores pero volvió a caminar a los seis meses de guardar estricto reposo en el balneario de Posorja donde tenía una casita de madera y caña; sin embargo, por mera precaución desde entonces lo hizo apoyándose en un bastón.
El 27 pasó los meses del invierno lluvioso – desde Marzo hasta Junio – con una parte de su familia en el balneario de Posorja”, “construimos entre palmeras una casa en la playa para respirar al menos en los meses calientes un aire mejor,” aclarando que ya no le duele la fractura pero que la pierna le ha quedado demasiado corta y algo débil, que en tierras planas puede caminar pero no debe ser largo.
Ese año en carta a su paisano Bruning confiesa que todo lo que ganaba gastaba por su familia y así la gens Buchwald pudo seguir adelante como lo dice el lema del escudo “Mantente recto y florezca”, que cuando visitó las antiguas iglesias en Holstein encontró una placa de piedra con la cabeza de oso, o correctamente la cabeza de jabalí, por cuanto en dicha Iglesia estaba enterrado uno de nuestro género.
Entonces retomó la labor de publicista y comenzó sus Memorias científicas en el Boletín de la antigua Sociedad de Estudios Americanistas que ya para entonces llamaba Academia Nacional de Historia del Ecuador y fueron saliendo los siguientes trabajos: 1) Tiahuanaco y Cusco en 4 páginas, bellísima descripción que evoca tiempos pasados resucitando a la vieja ciudad ocupada por los recientes Conquistadores. En breves frases creó una atmósfera del siglo XVI sobre esas frías ruinas desnaturalizadas por las modernas construcciones. 2) Migraciones Sudamericanas en 10 páginas. 3) Notas acerca de la arqueología en el Guayas en 16 páginas. 4) Una Nota Bibliográfica de Carlos Manuel Larrea sobre la Memoria de von Buchwald sobre las tolas Ecuatorianas, enviada a la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales con sede en Buenos Aires. En esta Nota aparecen objetos provenientes de varias tolas halladas en la cuenca del río Guayas. Von Buchwald había manifestado que esos montículos no solo se presentan en las provincias de Imbabura, Pichincha y Esmeraldas como lo había afirmado González Suárez en 1902 y en las zonas superiores de los afluentes del Daule, Quevedo y Babahoyo como lo descubrió Paul Rivet en 1907, también en la desembocadura del Guayas y aún más al sur, con lo cual quedó científicamente demostrada la ocupación territorial de los Caras y su influencia a lo largo de la mayor parte de la costa ecuatoriana.
En “Análisis de una gramática atacameña”, lengua que hoy es conocida como Safiqui, publicación de 1922 en el Boletín de la ANH entrega un exhaustivo estudio sobre tema tan novedoso como importante, indicando que pertenece al grupo de lenguas arawaco – caribe y está viva.
En “Notas etnográficas” de 1924 también en dicho Boletín, expresó que atacameño era sinónimo de Cayapa – Colorado (primos hermanos entre si pues comparten un mismo origen racial, hablan el mismo dialecto, son vecinos, pero viven separados, los primeros en la provincia de Esmeraldas y los segundos en la selva de Santo Domingo) A estos atacameños o Chonos corresponde la Cultura que von Buchwald denominó de las Tolas.
Von Buchwald dividió a las Tolas en dos clases: Unas servían de sepulturas cuya base está formada por una o varias urnas funerarias colocadas sobre la superficie del suelo y cubiertas por un túmulo de tierra de uno a cinco metros y generalmente tienen la forma de un cono irregular por eso se las denominó después sepulcros de chimenea. Estas tolas funerarias se encuentran diseminadas en varias regiones del Ecuador. Las otras solo eran túmulos artificiales – camellones de tierra – y servían para la construcción de las casas, comunicadas entre sí por medio de calzadas para facilitar el tráfico en tiempo de inundaciones
De carácter agradable y hasta jovial solía visitarse casi siempre con sus amigos alemanes y el hecho de profesar la religión luterana, haber contraído matrimonio con una dama extranjera y por sus largas ausencias en el campo, le convirtió en un hombre ajeno a la sociedad guayaquileña.
Cuando estaba en el puerto se la pasaba escribiendo y leyendo en su gabinete de trabajo donde tenía una mesa grande atestada de libros de consulta, libretas de apuntes y notas tomadas en sus expediciones y excavaciones. En los estantes había de todo, desde tiestos que acostumbraba restaurar, clasificar por culturas y anotar las especiales circunstancias de sus hallazgos, hasta pergaminos y papeles de familia recibidos de Europa. Parte se le quemó en el Incendio del Carmen ocurrido en 1902 cuando desapareció la casa que alquilaba en Aguirre y Chile, esquina, donde perdió muchos de sus valiosos manuscritos y fue tanta su pena que enfermó y guardó cama y estricto reposo casi un mes.
Posteriormente adquirió un solar en Coronel y Gómez Rendón esquina cerca del aserrío propiedad de su hijo y construyó un chalet de madera que se incendió en 1929 y se salvó de morir porque fue ayudado por sus amantísimos hijos que lograron sacarlo a tiempo, pero perdió su colección arqueológica, la biblioteca, valiosos manuscritos y su célebre “Gramática Colorada”.
Su hijo Gustavo levantó entonces un edificio de madera de tres pisos en Eloy Alfaro No. 1214 y San Martín, que fue el último domicilio que ocupó el sabio.
Vivía con sus numerosos hijos en el primer piso, era un departamento amplio y cómodo, lleno de plantas y pájaros con la más bella colección de orquídeas que amorosamente cuidaban sus hijas. Para quienes le visitaban era imposible no recordar ese ambiente lleno de color y música en la que también regía la estricta disciplina.
Ese año 29 formó parte del grupo de investigadores que convocó la Municipalidad de Guayaquil para que definan la fecha de fundación de nuestra urbe y el sitio donde estuvo la casa en que falleció el prócer José de Villamil. Sobre lo primero se pronunciaron en el sentido de que no había la documentación necesaria, debiendo tomarse provisionalmente como fecha de fundación el año 1537 que ocurrió el asentamiento efectuado por Francisco de Orellana. Sobre lo segundo si se contestó documentadamente, en el sentido de que Villamil vivía con una hija en el barrio del Conchero, pero cuando empeoró de su mal cardiaco, producido por el asma, fue llevado a un departamento bajo de la casa de otra de sus hijas, en el boulevard entre Malecón y Pichincha, donde falleció.
Modesto Chávez González en una charla que sostuvo con Von Buchwald, Francisco Campos, Max Uhle y Camilo Destruge indica que el sabio les manifestó que la palabra Guayaquil viene de Cul – ja – quic – lo y significa Río que lleva aguas rojas o turbias en el idioma de los indios Colorados.
En 1930 fue designado miembro fundador del Centro de Investigaciones Históricas. Estaba retirado de toda actividad aunque seguía lúcido y como los incendios lo habían reducido a la pobreza su hijo Gustavo velaba por él, pues había hecho fortuna explotando y comercializando en el exterior la madera de palo de balsa, para lo cual poseía un aserrío en el barrio del Astillero con frente a la ría y como era el mayor comerciante en ese ramo del país hasta le decían “El Rey de la balsa”. En la navidad del 31 le ocurrió a su nieta Anita von Buchwald Pons niña entonces de no más de diez años, la siguiente anécdota: Eran con las siete de la noche y había bajado al zaguán de su casa, ubicada a media cuadra de la de sus tías (donde habitaba el sabio) cuando vio pasar corriendo a una muchachada que gritaba “vamos a ver cómo celebran la navidad los paganos” y sumada al grupo se sorprendió que iban a observar el árbol de navidad de sus tías, que colocado cerca del balcón y con sus luces prendidas, había despertado la curiosidad del vecindario por ser algo raro en el ambiente porteño, que solo acostumbraba construir un pesebre. Lo del árbol era una costumbre pagana, opinaban algunos sacerdotes de la urbe.
El joven Francisco Huerta Rendón le entrevistó para la revista “Mosaicos”, el sabio le confirmó la existencia de más de tres cientos dialectos americanos de pueblos que en su mayor parte habían desaparecido y fueron obligados a dejar sus idiomas, formas de vida y tradiciones, adoptando la de los conquistadores. I como tras el Incendio se había quedado hasta sin las separatas de sus trabajos publicados en el Boletín de la Academia de Historia, por esos días había solicitado a su director que le envíe dichos ejemplares para compensar los perdidos.
“Esos últimos tiempos fueron de una gran paz interior entre rumas de papeles, libros y especímenes de su selecto gabinete museo arqueológico que había formado nuevamente, la lámpara del saber ardía fulgente en ese cerebro robusto hasta sus últimos momentos y las notas y las cuartillas iban saliendo lentas pero nutridas de sus cansadas manos de trabajador casi centenario”. Vecinos que le conocieron y trataron refieren que poseía una personalidad imponente a la par de un porte distinguido y un trato amable, que resaltaba con su larga barba blanca.
Carlos Matamoros Jara habló sobre la importancia de este gabinete arqueológico particular, del que han quedado algunas fotografías, que le muestran arreglado y cuidado. “Era uno de los más ricos del país por su variedad, calidad, catalogación científica, que lo hicieron de suma importancia en el estudio geográfico histórico de los aborígenes de muchos puntos de América”.
Raúl Chávez González en su columna “Los Nuestros” que aparecía en El Universo, contaría en 1950 que von Buchwald le había dicho: No soy de los extranjeros que consideran al Ecuador como su segunda Patria, sino de los que lo aman como a su propia Patria.
En su casa fue entrevistado poco antes de su muerte por el arqueólogo G. H. S. Bushnell, quien comentaría en “The archaeology of the Santa Elena península in South West Ecuador, publicada en 1953, que von Buchwald le relató haber conocido a dos nativos de Colonche que todavía hablaban allí la lengua chimú a finales del siglo XIX lo que no debe extrañar pues el Tallán o Atallán de los Huancavilcas se habló en el pueblo de El Morro hasta 1910 cuando falleció el último indígena que la entendía.
Antes de eso, cada cierto tiempo, solía bajar por nprovisiones al pueblo, otro anciano indígena que moraba en uno de los cerros cercanos, quién también lo hablaban y por eso se juntaban a la puerta de la iglesia a conversar en esa lengua, ya para entones misteriosa. Hoy se dice que todavía hay indígenas que la conocen en los remotos valles al norte del Perú.
Posteriormente sufrió un derrame cerebral y falleció el 31 de Marzo de 1934, a la avanzada edad de noventa años, dejando varias obras inéditas y entre ellas el Diccionario colorado -español- alemán entre otras de nomenor interés científico, así como un mantel antiguo, largo y de lino, para mesa de doce puestos, con los blasones de sus primeros ocho apellidos bordados con hilos de colores, que le había mandado una pariente desde su ciudad natal por haber pertenecido a la familia desde el siglo XVIII. Este raro mantel años más tarde pasó a poder de María Angélica Castro Tola esposa del Dr. Enrique von Buchwald Mesones, quien lo obsequió a su sobrina doble Cecilia von Buchwald Pons, por ser nieta del sabio y esposa de Alfredo Jurado Game, hijo a su vez de Rosa Game Castro (prima hermana de María Angélica)
Su sepelio se llevó a cabo en el Cementerio de los extranjeros de Guayaquil y constituyó una sentida nota de pesar, tomaron la palabra varios oradores y todos se hacían lenguas de sus múltiples merecimientos, de su carácter gracioso, excelente y compasivo con los indígenas y su rectitud intelectual. El Dr. Carlos A. Rolando habló a nombre y en representación del Centro de Investigaciones Históricas.
Muy alto, delgado, blanco rosado, ojos grises, pelo rubio y después algo canoso, modales y costumbres severas, de pocas palabras y excelente salud (montaba a caballo hasta los ochenta y un años) En religión era protestante del rito luterano sin que se le ocurriera practicarlo, pero casó por el católico y bautizó a sus hijos en esa religión. Tolerante en extremo, supo comprender a los hombres, sobre todo a los salvajes, con quienes se hacían amiguísimo y de todas sus confianzas. La familia refiere que una tarde dizque vio en su casa de Posorja a la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro reflejada en lo alto de su cama y que este incidente lo impresionó por muchos años pues no se tenía por sujeto religioso.
Sencillo como un niño, se cuenta que un amigo le pidió que enseñe sus pergaminos de nobleza y conduciéndolo a donde estaban sus libros, que mostró orgullosamente, dijo: “Aquí están mis pergaminos”.
En el Incendio del Carmen ocurrido ese día, en el centro de Guayaquil en 1902, se quemó la Gramática Nigua de von Buchwald, trabajada con todo ahínco y por muchos años en las selvas de Esmeraldas y como dicha parcialidad indígena se fue extinguiendo a causa de una epidemia de viruelas al punto que ya no existe, se perdió esa lengua y su estructura gramatical para siempre, lo cual constituye una de los mayores desastres culturales que ha experimentado nuestra Patria.
Todos sus trabajos científicos tenían interés para él hasta que los resolvía, entonces ya no se volvía a preocupar de ellos, estaban fundados en la necesidad que sintió toda su vida de estudiar, siempre estudiar, pero como vivió una época pobre en logros culturales para el país pues la miseria reinante en el ambiente hacía que empeños de tan altos fines y contenidos científicos como los suyos, no fueran debidamente valorados ni apoyados por el estado o las municipalidades, poco pudo editar. El Ecuador se portó cicatero, nunca un reconocimiento oficial del gobierno o la municipalidad, jamás le fue entregada la condecoración de la Orden Nacional al Mérito como hubiera sido lo debido, bien es verdad que a él jamás le preocuparon estas pequeñeces.
Se le decía el sabio von Buchwald y lo respetaban como a tal, pero nunca se le impulsó o ayudó para que publique sus obras, que se perdieron en su mayor parte; por eso sería interesante revisar la colección de la revista “Globus”, entre otras revistas científicas de su tiempo, porque acostumbraba colaborar en idioma alemán con sus trabajos y descubrimientos. Como todo sabio era parco en el hablar y docto en opinar, por eso era respetabilísimo y no había quien en las calles de Guayaquil no se le sacara el sombrero.
Está considerado el precursor de los estudios arqueológicos de la costa ecuatoriana y el mayor lingüista que ha tenido el país, leyendo sus obras admira su imaginación desbordante que le permitía unir hechos, palabras y cosas aparentemente dispersos pero él descubría que poseían un origen común.
En “Nombres geográficos de la provincia del Guayas” siguió la marcha del pueblo Cara o Chono desplazado por los Huancavilcas, quienes a su vez habrían sido expulsados de sus colonias septentrionales por la invasión de los Incas, hasta Colonche.
En “El rastro de los atacameños” menciona como atacameños a los Chonos o Chonanas que ocupaban la región central de la costa ecuatoriana desde las selvas de Santo Domingo al norte hasta Naranjal al sur y usa dicho apelativo pues creía que los atacameños eran los más antiguos pobladores de la costa, también explica a los lectores que le pareció prudente concretarse a una región limitada y “así lo hice hasta que los mismos adelantos me llevaron fuera de los límites que me había señalado. Tenía que conocer a los vecinos que había contribuido al desarrollo de los pueblos que estudiaba. Pero avancé lentamente porque comprendo que la marcha en los bosques es pesada. Estudié la geografía y la topografía para evitar los saltos geográficos que tanto daño hacen en la ciencia y llegué poco a poco a distinguir entre comercio, influencia y migración”.
En dicho artículo largo también trata sobre el origen de los ríos de la cuenca del Guayas para descubrir posibles vías o caminos de penetración de pueblos del altiplano y se queja de la falta de museos arqueológicos y etnológicos y/o amplias reproducciones gráficas que permitan analizar los elementos de cultura y la comparación de unos objetos con otros. Allí está la dificultad, termina diciendo con amargura, el sabio que todo lo quería saber y explicar y como ya su avanzada edad no le permitía viajar a Quito y Cuenca, no pudo conocer los museos privados de Jacinto Jijón y Caamaño y del padre salesiano Carlos Crespi Crocci, éste último en reciente formación.
Su obra se encuentra dispersa en revistas de difícil localización y merece ser recopilada por el gobierno nacional pues escribió mucho y bien sobre asuntos tan puntuales y tan poco conocidos como los artefactos precolombinos de cobre que le sorprendió encontrar en la costa, región que no produce dicho mineral, la colocación de los aretes y adornos de oreja, etc. mas el 2007 y el 2010, su bisnieto Gustavo Costa von Buchwald ha iniciado el redescubrimiento de su trabajos, editando una serie sobre su vida – por ahora en tres tomos edición de lujo – que contienen una parte biográfica, una serie de opiniones vertidas sobre el sabio, algo de su epistolario, artículos suyos tomados de diferentes revistas especializadas, el Diccionario colorado, español, alemán, etc. etc. que en “Notas etnológicas del Ecuador occidental” (1920) su autor explicó de qué manera lo había formado.
“Cuando arribé a Guayaquil mi primera pregunta fue ¿Qué pueblos vivían en estas regiones? Como contestación solo me dieron los nombres de Huancavilcas y Punaes sin poder aclarar la filiación y la lengua de estos pueblos, por otra parte fallaron completamente mis ensayos etimológicos en la lengua quichua. Entonces cayó en mis manos una lista corta de palabras de los Colorados anotadas por el Dr. Teodoro Wolf, más tarde el Arzobispo González Suárez me obsequió su obra sobre la Prehistoria Ecuatoriana y después obtuve las colecciones del profesor E. Seler conteniendo vocabularios del Colorado, Cayapa y Esmeraldas. Resumiendo estos materiales con el vocabulario importante del Dr. Paúl Rivet de 1907 y mis propias colecciones, llegué a tener un vocabulario en manuscrito que debe ser el más completo que actualmente existe”.
Con relación a las lenguas que se hablaban en estos territorios de la Audiencia de Quito en 1593 González Suarez descubrió el texto del Sínodo quítense convocado por el III Obispo fray Luís López de Solís. En dicho documento se estableció que no se hablaban las lenguas del Cusco y la Aymará y se nombró a Alonso Núñez de San Pedro y a Alonso Ruiz para enseñar en la lengua Atallana o Atallan que se hablaba en los llanos (la costa) al presbítero Gabriel Minaya para la lengua Cañari y Puruhá, a fray Francisco de Jeréz y a fray Alonso de Jeréz mercedarios para la lengua de los Pastos y a Andrés Moreno de Zúñiga y al presbítero Diego Bermúdez la lengua Quillasinga. Sin embargo debieron existir y de hecho las hubo, otras lenguas de menor importancia que no fueron consideradas por el Sínodo.
Max Uhle, en su articulo de 1930 titulado “El desarrollo de la prehistoria ecuatoriana en los primeros cien años de la República” indica que desde 1897 von Buchwald venía trabajando en la solución de algunos de los problemas de la prehistoria, concretamente en el estudio de la lengua Colorado de la costa, para lo cual se sirvió de su amplia experiencia etnológica adquirida con anterioridad, especialmente en el norte del Perú y de la facilidad natural con que aprendía los dialectos e idiomas, dominándolos en poco tiempo.
Sus investigaciones tienen un valor referencial de primera mano pues las realizó en los últimos años de vida de esa civilización (Indios Chonos o Colorados) cuando aún sus miembros navegaban en balsas por el Guayas y sus principales y secundarios afluentes hasta Quevedo cerca del camino a Pujilí y Tacunga, o hasta Umbe y Angamarca donde poseían ranchos o centros provisionales en cualquier parte, acercándose en determinadas fechas a Daule, Babahoyo, Guayaquil, en sus balasa rancheras, para intercambiar productos y comestibles, pero con la invasión tesonera del hombre blanco que solo servía para esclavizarlos económicamente, terminaron por adentrarse en la espesura de las selvas de Santo Domingo donde aún subsisten precariamente. Von Buchwald les trató bien, pudo conocer de parte de los brujos los ritos de sanación con la piedra brava, el espejo jíbaro o la planta nepe, presenció el consumo de la ayahuasca que por sus efectos alucinógenos produce la sensación del contacto con los espíritus superiores y muchas costumbres más, hoy perdidas.
Otra faceta poco conocida es la del publicista de la cultura germana pues expresó verdades tan evidentes como que el adelanto social es el único tema digno de estudio. Que todas las naciones civilizadas conforman una sola familia, que por herencia común tienen las ciencias y las artes y el único evangelio que debe predicarse es “Quererse los unos a los otros”.
Donald Collier, con fines meramente pedagógicos, dividió en 1971 la historia de la investigación arqueológica en el Ecuador en cuatro períodos: 1.- El Pionero que va de 1878 a 1899, lo inicia Federico González Suarez y continúan Eric Dorsey y Otto von Buchwald 2.- El de Desarrollo entre 1900 y el 1934 que inició las investigaciones de campo y cuyos máximos exponentes fueron Marshall H. Saville, Jacinto Jijón y Caamaño, Carlos Manuel Larrea, Max Uhle y Paúl Rivet, 3.- El de Transición de 1935 a 1952 con Carlos Zevallos Menéndez y Francisco Huerta Rendón, y 4.- El Floreciente desde 1953 con el Cabono radioactivo 14 con betty Meggers, Elitfard Evaus, Emilio Estrada, el padre Pedro Porras, Presley Norton y Jorge Marcos Pino.
Lamentablemente muchas de las conclusiones de von Buchwald se asentaban en los muestreos de palabras, corriente investigativa que imperó en el siglo XIX pero que se vio superada por las comparaciones de utensilios en el siglo XX cuando los arqueólogos europeos primero y luego los norteamericanos, comenzaron a evaluar las puntas de flechas de piedra y de oxidiana y de allí pasaron a los tiestos y luego estudiaron los diversos estilos cerámicos, restando importancia al lenguaje. Esta nueva forma de descubrir la verdad fue llamada arqueografía y practicada por primera ocasión en el Ecuador por González Suarez, se empleó en el segundo período de investigación arqueológica desde 1900 llamado también de Desarrollo, se impuso en el tercero de Transición desde 1935 con Carlos Zevallos Menéndez y Francisco Huerta Rendón, imperando hasta el momento presente, pero aún queda por estudiar la comprobación de los nexos culturales entre Mesoamérica y el Ecuador y el porqué de la mayor antiguedad de la cerámica costeña en relación a la peruana.