VACA DE CASTRO CRISTOBAL

GOBERNADOR DEL PERU.- Nació en 1492 en la villa de Izagre, Mayorga, Diócesis de Valladolid, España, de familia noble. Poco se conoce de su niñez, solamente que estudió Derecho, se graduó de Licenciado y contrajo matrimonio con María de Quiñónez en quien tuvo varios hijos.
Muy joven había entrado como criado al servicio de García de Loaysa, que llegó a Presidente del Consejo de Indias, ocupó el Arzobispado de Sevilla y bajo su sombra ascendió.
En 1540 era Oidor de la Audiencia y Cancillería de Valladolid y ocupaba una de las vocalías del Consejo de Castilla, cuando el Emperador, Carlos V a petición de Loaysa, se fijó en él, le invistió con el Hábito de la Orden de Santiago y envió de Gobernador al Perú, a que gobernase conjuntamente con Francisco Pizarro, con facultades para removerle e investigar las causas de la guerra civil que se vivía en esos territorios desde varios años atrás por la muerte de Almagro y otros muchos desórdenes como la contienda entre Sebastián de Benalcázar y Pascual de Andagoya en la Nueva Granada.
Ricardo Palma asegura que el nuevo Gobernador no era el más apropiado sujeto para tan difícil misión, pues no poseía la entereza, los bríos, la sagacidad, ni la pureza necesarias; sin embargo de lo cual aceptó la misión, salió de Sevilla a fines del 40, arribó a Puerto Rico, la Española y Panamá, reformando dichas audiencia como Presidente de ella y enviando a su propietario el Dr. Robles de vuelta a España. Pizarro le había mandado un navío pero prefirió el del Dr. Sepúlveda.
En Marzo del 41 un fortísimo temporal le arrojó a la isla del Gallo, de allí siguió a Buenaventura y tomó por tierra a Cali, donde enfermó, siendo atendido por Sebastián de Benalcázar cuyas disputas arregló. En Popayán se enteró del asesinato de Pizarro y de la Gobernación de Diego de Almagro el Mozo.
Para reponer la autoridad real envió instrucciones al Dr. Tomás de San Martín, provincial de Santo Domingo, y a Francisco de Barrionuevo, a que tomaran el gobierno y apurando marchas bajó al Perú acompañado de los Capitanes Sebastián de Benalcázar, Pedro de Puelles, Pedro de Vergara, Juan Pérez de Guevara, Pedro Alvarez Holguín, y otros muchos más, mientras el joven Almagro reunía un ejército de quinientos hombres bien armados con caballos, cañones y arcabuses. Pronto se aproximaron las huestes y hubo un intercambio de cartas de los dos jefes que no condujo a nada.
Vaca de Castro necesitaba unirse con algunos conquistadores que iban del sur pero se interponía Almagro, de suerte que por los llanos continuó hasta Jayanca, después a Huaylas y solamente en Huaras pudo reunirse con Alonso de Alvarado y Francisco de Carvajal que habían burlado las acometidas de los rebeldes, muy superiores en número.
Este golpe de mano decidiría la guerra, pues viendo Almagro que tenía frente a si a un ejército, voló a Curahuasi en procura de un campo propicio a sus fuerzas, mientras Vaca de Castro se situaba en Jauja, que dominaba las comunicaciones con la capital, a la que bajó a tomar disposiciones para volver a Jauja nuevamente y marchar a Huamanga, sabiendo que Almagro se había acercado a Vilcas.
Entonces pasó a su busca y el sábado 16 de Septiembre de 1542 se encontraron en la llanura de Chupa, en combate largo, sangriento e indeciso y recién a la puesta del sol quedaron los realistas vencedores. Vaca de Castro comenzó ajusticiando algunos prisioneros en Huamanga entre los cuales estuvo el sevillano Juan Tello, tras lo cual fue al Cusco. Almagro, que había huido, cayó preso en Yucay y luego de una corta entrevista con su vencedor, fue ajusticiado con el garrote vil por retaliación del bando pizarrista, y según sus deseos fue enterrado en el sepulcro de su padre en la iglesia de la Merced del Cusco.
Libre de tal impedimento Vaca de Castro dio rienda suelta a su avaricia y con su criado Francisco Becerra mandó a su mujer cinco mil quinientos castellanos de oro, vajilla de plata completísima, esmeraldas, perlas y otras chucherías como unas pincitas de oro para depilarse las cejas, que debían ser obsequiadas a las damas de la Corte para solicitar mercedes y favores.
En el Cuzco reorganizó las Diócesis, delimitando sus territorios, expulsando a los clérigos de conducta desarreglada y a los sacerdotes escandalosos, protegió las Misiones… Dispuso que los Encomenderos debían casarse y dar buen trato a los indios. Revisó los Repartimientos y Encomiendas dados por Pizarro a los conquistadores, prohibiendo que tuvieran cárceles privadas e impidió que los Caciques y demás señores principales pudieran pasar a España. También quiso fomentar las plantaciones y las crías de ganado, protegió a los descendientes de los Incas, ordenó que fueran derribados los oratorios Chuacas y destruidos los ídolos.
Por esos días salió Gonzalo Pizarro del oriente tras la calamitosa expedición al país de la Canela, marchó a Lima alegrándose de la derrota de los enemigos de su familia, se entrevistó con Vaca de Castro amigablemente y siguió a su hacienda de Chuqui, pero al conocerse las leyes Nuevas u Ordenanzas de 1542 dictadas para regular los derechos de los Conquistadores y corregir sus abusos en las Encomiendas y Repartimientos, se alzó como líder de las protestas ya que por todas partes cundía el descontento y hasta hubo motines y alzamientos.
Para ganar tiempo Vaca de Castro pidió a las Villas y Ciudades que enviaran Procuradores a España a presentar ante el Rey sus agravios. En el interim el Emperador había nombrado Virrey del Perú a Blasco Núñez de Vela, hombre falto de tacto político para una función de tanta responsabilidad.
Vaca de Castro salió del Cusco para esperarle en Lima, se encontraron el 15 de Mayo de 1544, le entregó el mando y los caudales que tenía recaudados, quedando a sus ordenes como simple Consejero; pero receloso Núñez de Vela dio oído a las acusaciones de sus émulos y lo puso en su Palacio en prisión, para enviarlo en una nave con registro, mas el Licenciado se ganó a la tripulación, pasó a Panamá y a Lisboa y en Junio de 1545 se presentó en la Corte.
Acusado por pizarristas y almagristas y sobre todo por la familia Tello de Sevilla que era muy poderosa, de haberse enriquecido en el Perú, poniendo tienda de venta de artículos de primera necesidad en la plaza principal del Cusco y dejándose ganar con dinero, aparte de que le habían requisado la carta a su esposa, fue encerrado en el Castillo de Arévalo y luego en el de Simancas. Finalmente le condenaron a la pérdida de su calidad de Oidor y a guardar como lugar de residencia la villa de Pinto a inmediaciones de Madrid y cuando al cabo de tres años, finalizadas las guerras civiles en el Perú y tranquilizados los ánimos, antes de su abdicación, el Emperador se apiadó de él, fue repuesto en el Consejo, ascendido a Comendador de la Orden de Santiago e indemnizado con los gastos de su viaje y permanencia en las Indias permitiéndosele introducir quinientas piezas de ébano, como se decía con eufemismo a los negros esclavos en esos tiempos. Sus hijos también recibieron señaladas prebendas.
Viejo, viudo, achacoso y abrumado por los desengaños, encerróse en el claustro de los Agustinos de Valladolid y murió en 1566, de 74 años de edad. Sus restos fueron trasladados por su hijo Pedro Vaca de Castro, Arzobispo de Salamanca y luego de Sevilla, a la Colegiata del Sacro Monte en Granada, como desagravio final y post mortem.