TÁBARA: Enrique


A los cuatro días de su triunfo en la II Bienal de Cuenca un segundo premio con sabor a primero abre Tábara una muestra en el centro de Arte de la Sociedad Femenina de Cultura. Como para poner a prueba su condición de primerísima figura de la pintura latinoamericana actual, reconocida en el certamen cuencano. Trece óleos, doce tizas-pastel y unas pocas tintas hacen una muestra que hay que ver.
Los óleos son las piezas más elaboradas y las tintas las más libres; las tizas-pastel participan de libertad y elaboración. Pero en los tres frente damos con el inconfundible estilo de Tábara, con su fresca imaginación y con toques de brillante talento.
Descontado, por supuesto, su segurísimo oficio. Tiene tanto oficio Tábara que puede permitirse todo; que puede extremar su expresión hasta el alarde.
EL ÁRBOL COMO PRETEXTO
Los óleos están en la línea de las tres obras expuestas en la Bienal de Cuenca. Y uno de ellos – obra extraña y austera- da un paso en alguna otra dirección.
El centro de estos óleos es un árbol. El gran tema de la etapa que transita el gran pintor son los árboles. Detrás de algunos de esos árboles se asoma el paisaje. Un paisaje yermo, severo. Y el árbol mismo incorpora a su follaje pies y piernas, los elementos con que el artista dijo el mundo en la década anterior. Pes y pierna están allí para testimoniar que estos son árboles a los que se vuelve. Es la vuelta a la naturaleza desde lo humano. Y, por ello mismo, en cierta obra se pinta el interior de unas grandes hojas, grávido de esos elementos. No se trata de criaturas vegetales vistas ingenuamente, o decorativamente, u objetivamente. Árboles y hojas cumplen la función de mediadores de sentidos.
En casos, salta sobre el espectador el signo, o es la totalidad la que se torna signo, o damos con el signo agazapado entre el abigarramiento de los elementos.
Pero en otros el signo parece quedar en segundo plano: lo que ocupa el primero es la visualidad pura. Árbol y árboles son pretextos para el juego plástico de texturas y formas y ritmos y colores.
El paisaje se convirtió en simple punto de partida para la visualidad pura con el Impresionismo-hace ya más de cien años. Aquella visualidad pura fué lumínica: el pintor no apresaba cosas, sino efectos de luz. Pero la visualidad pura de los impresionistas, aunque liberada de la inmediatez de las cosas, captaba la imagen de las cosas.
La visualidad de Tábara es la de un universo vegetal reducido a sus posibilidades plásticas- y, acaso, sígnicas. No hay inmediatez de las cosas. Los árboles de Tábara son cosa de Tábara.
El es demiurgo de su mundo. El señor de sus árboles.
Los árboles pre-texto para la ceremonia visual, que es esencialmente plástica. ¿HACIA EL SIGNO?
Veo a estos árboles maravillosos-en el sentido que la poética contemporánea de “maravilloso” – sembrados en terrenos fronterizos entre lo plástico y lo sígnico. Y halló una obra que fue puesta, decididamente, en lo sígnico.
En “Dos hojas” (1989) en, austeros blancos, grises y negros, se ha pintado dos hojas con elementos humanos en su entraña. Aquellas dos hojas lanceoladas tienen algo de las puntas de flecha de obsidiana. Participan de lo vegetal, lo mineral y lo cultural. son una suerte de memorial de lo humano como suma de la naturaleza. ¡Cómo contrasta una obra así con un árbol de hojas intensamente rojas contra fondo intensamente azul, con tronco y ramas de gruesisima textura!. Este “árbol rojo” es, ante todo, una fastuosa fiesta cromática.
Y en otra obra-no ya árbol, sino zapatos fijados a cuadrícula que se inscribe en el lienzo- la substancia de todo es color y materia. Ese amarillo que deja aprecer por resquicios su grave entraña obscura. Y la textura que da al conjunto nobleza de oro viejo.
PRIMERAS IMPRESIONES
Las tizas nos ofrecen impresiones más libres y directas. Se llega, entonces, hasta la emoción que denuncia en “Desmonte”. O se juega con la riqueza cromática de elementos vegetales en “Vegetación en fondo obscuro”. En una de esas tizas- pastel, se ha pintado, detrás de un árbol, una niña-muñeca con capricho-acaso dudoso-que difícilmente se habría permitido en uno de los grandes óleos.
Las tintas son trazos de nerviosa pincelada, con algo críptica y rítmica caligrafía.
Óleos, tizas-pastel y tintas: tres instancias, tres estratos acaso, de una misma expresión estética y sígnica; tres maneras de libertad para la expresión de un mismo mundo. Porque Tábara ha logrado eso que es privilegio de los grandes creadores: crear su propio mundo de formas.