Sanchez Pareja Salvador

En esta situación económica se organizó en Quito una propiedad industrial, compuesta por el técnico español don Salvador Sánchez Pareja y el acaudalado quiteño Manuel Díaz de la Peña. Los dos establecieron una fábrica de loza, cuyas primeras piezas, barnizadas de un solo color, llamaron la atención del Presidente de la Audiencia don José Diguja, quién envió las muestras al Virrey de Santa Fe, el que a su vez las hizo llegar a manos de Carlos III, el rey aprobó la empresa mediante una cédula laudatoria.
El comprensivo Presidente vió en la nueva industria una fuente de riqueza. Procuró cerciorarse personalmente de los resultados que se iban obteniendo con las experiencias que se hacían para mejorar los productos, tanto en confección como en el decorado con barnices.
En 1777 la fábrica contaba con 120 operarios, distribuidos por secciones de trabajo.
Unos preparaban la arcilla atrayéndola de la piedra que entonces conocían con el nombre popular de Resplandor. Otros moldeaban los objetos de uso doméstico, como azulejos, vasijas, platos, tazas y balaustres. Los escultores moldeaban relieves, estatuillas y figuras de adorno, profanas y religiosas. Los pintores decoraban con barnices para obtener el color negro, el verde olivo y los tonos rojos y amarillos. El trabajo definitivo corría por cuenta de los horneadores. El interés de Diguja propende a procurar la ayuda del Rey y fomentar la industria con el fin de aumentar la producción para ofrecer al mercado exterior. Con este propósito envío 6 cajones de objetos de todo género elaborado en la fábrica de Quito, al Virrey don Manuel de Guirior para que a su vez los remitiera a la corte, “para que-se decía- su Majestad se complacería de que estos remotos países se hagan esas maravillas y las mostrará a los embajadores y extranjeros concurrentes a su Real Corte”. Aún más, pedía al Rey que enviara a la fábrica de Quito “cualquier dibujo para hacerlo ejecutar con todos los barnices proporcionados a todo género, a expedición de él encarnado que no salía igual sino boteado”.
Por mala Ventura, Diguja se aumentó de Quito en 1778, sin conseguir del Rey más que la voz de aliento de una cédula laudatoria. Su sucesor en la Presidencia, Don José García de León y Pizarro no hizo al parecer, cosa alguna por el adelanto de la fábrica.
Sin el aliciente de un consumo interior satisfactorio, menos de una demanda de comercio exterior la fábrica de cerámica quiteña vino muy amenos después de tres lustros de creciente prosperidad (1771 – 1788).
En 1788 se liquidó la empresa vendiendo la fábrica en la insignificante cantidad de 3287 pesos.
El material extraído de la piedra denominada Resplandor era un caolín, arcilla blanca, bastante plástica que se brindó a modelados finos y curvas pronunciadas, como se demuestra en las hojas y flores de canastillos. El proceso de elaboración exigió 2 cochuras, la primera, para endurecer el material y extraer los gases y vapores; la segunda, para cocer simultáneamente el barniz.
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con los colores sobrepuestos.
El barniz se ha obtenido a base de sílice y plomo, opacificado con óxido de estaño. Los colores más usados han sido el verde de cobre, el azul a base de cobalto, púrpuras violáceos a base de oro, pardos (color chocolate), con hierro y manganeso, el amarillo de óxido de antimonio, El color rojo se ha aplicado en frío.
La cerámica quiteña no llegó a producir porcelana: mitad mayólica, mitad loza, deja transparentar las arrugas. Sin llegar a industria en grande, la cerámica de Quito constituyó un gran ensayo, que ha de servir de antecedente y de estímulo a las iniciativas de la actual generación, que cuenta con los adelantos de la técnica y ayuda efectiva de quienes se hallan hoy interesado en mejorar la artesanía ecuatoriana.