San Pedro Francisco.

Después del 29 de enero de 1942 los hechos estaban consumados: el Protocolo de Río de Janeiro cerró el último resquicio de esperanza sobre nuestros derechos amazónicos, dejando el sentido de dignidad nacional profundamente resquebrajado. El problema territorial con Perú es una espina en la conciencia nacional, sin embargo es reducido el número de ecuatorianos que conocen el problema, en su realidad histórica y geográfica. La mayoría se ha limitado a mantener un patriotismo más parecido a la impotencia que a la objetividad. En este contexto hay un hecho en nuestra historia de límites muy poco conocido: se trata del descubrimiento de la inexistencia del denominado “divortium aquarum” entre los ríos Zamora y Santiago, que era uno de los accidentes geográficos que el Protocolo de Río de Janeiro establecía como límite entre los dos países. El valor y el empuje de dos miembros de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, el coronel Edmundo Carvajal el mayor Francisco Sampedro, permitirían tan fundamental constatación.

La historia.- En el año de 1947, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos comenzó a ofrecer a sus similares del resto del continente, capacitación en una nueva ciencia cartográfica: la aerofotogrametría, consistente en el levantamiento de mapas geográficos mediante fotografías aéreas. Por el Ecuador fue invitado el ingeniero Francisco Sampedro, entonces miembro del ejército ecuatoriano. Estando en Norteamérica Sampedro identificó, en un muestreo de fotos aéreas de América del Sur, las pertenecientes a la zona de la cordillera del Cóndor, y los ríos Santiago y Zamora, descubriendo un tercer río hasta entonces desconocido: el Cenepa. Al realizar este importante descubrimiento se comunicó con el teniente coronel Edmundo Carvajal que se encontraba en una misión en Washington, determinándose a regresar al Ecuador para constatar esta realidad lo más pronto posible.

Poco días después volaban juntos al Ecuador en un avión de transporte Douglas C-47. Una vez en el país, se trasladaron enseguida al Oriente a la población de Sucua desde donde realizarían los vuelos de media hora de duración, tres veces al día. Las condiciones meteorológicas de la región oriental, neblina y fuertes precipitaciones, y la fragilidad del pequeño avión AT-6 convertían a este trabajo en una aventura difícil, hasta ese entonces no realizaba por ningún piloto. Existía además el peligro de la presencia de tropas.