SALVADOR GUERRA HUMBERTO

NOVELISTA. Nació en Guayaquil el 26 de Diciembre de 1908 en una casa de madera situada frente a la Iglesia de San Alejo. Fueron sus padres Carlos Salvador Perdomo sacerdote de nacionalidad colombiana y Victoria Guerra Albuja, quiteña, educadora de infantes, que le trasmitió su vocación por la cultura y las letras.
“A los pocos días de nacido perdí a mi padre y luego a mi madre y al amparo de unas tías comencé mis estudios primarios para luego pasar al Mejía.” La muerte de su madre le produjo una inmensa angustia existencial y se volvió tímido e introvertido. Esa pérdida le marcó para siempre con una personalidad gris. Nadie como él ha cantado con tanta intensidad el recuerdo materno… “De nuevo viene tu recuerdo madre mía. Te contemplo extasiado, así como te miré cuando era niño. Mi arrobamiento ante ti es el amor en su esencia y anhelo morir para confundirme contigo por toda la eternidad…” Salvador, de quien es la cita precedente, al hablar de sus padres, calla el hecho de ser hijo de un bohemio aventurero que regresó a su tierra y no murió como él afirma (2)
Creció sensible, débil y desprotegido, quizá por eso de sólo catorce años comenzó en 1922 a leer y a escribir y lo hacía con tal pasión que pronto se hizo conocer entre sus compañeros y profesores. Primero fueron poemas luego tentaría comedias y novelas. En 1925 obtuvo la Flor Natural en los agonizantes Juegos Florales Nacionales con su poema “Sinfonía de los Andes”.
Raúl Andrade Moscoso anotó que “apareció – en Quito – mozuelo, tímido e inseguro, titubeante, pero de vocación irreprimible como irredenta. Poeta, comediógrafo y novelista más tarde profesor de ciencias ocultas y taumaturgo. Lo caracterizaba una indefinición temblorosa, sin acento ni rasgo que había de gravitar penosamente en su tarea, quemándole las alas tempranamente. Era un ser pálido, ni extravagante, ni brillante.
Escribía sus libros, arquitecturaba sus comedias, estudiaba sin descanso, modelaba y remodelaba sus novelas bajo la lámpara freudiana y su vida personal fluctuante entre la realidad y el melodramático y artificial deseo, hacia de él un típico y constante caso de bovarismo literario, consciente o no, un soñador sin asidero, librado a los vaivenes de la hora. Quizá su sola y devoradora pasión fuese la literatura, a la que se entregó su ánimo melancólico y huidizo y en la que se refugió para eludirla acaso, de la tormenta exterior. Por tal conducta elusiva y acaso sin quererlo, se convirtió en un proscrito interior voluntario, sin desdén ni encono, en una como autoeliminación consecuente. Solía envolverse en una panosa que se la trajo de Madrid César Arroyo y salir a divagar por los viejos barrios misteriosos y noctámbulos, en pos de aventuras soñadas pero irrealizables. Era Salvador naturalmente sobrio, evitaba los encuentros y las aventuras tabernícolas y jamás se aventuraba por lugares equívocos”.
En 1924 escribió un melodrama para teatro en tres actos “Amor Prohibido” en 173 pags. con escenas de la vida íntima que firmó con el pseudónimo de “Jorge Ariel” y publicó el 26 en los Talleres Nacionales de Quito. En 1925 volvió a escribir, esta vez fue “Canción de las Rosas”, episodio romántico de la realidad vulgar con escenas de la vida femenina, en tres actos y 144 pags. editada el 27.
Con estas obras ingresó al teatro de alta comedia, término acuñado en España según docta opinión de Ricardo Descalzi, que se aplicó en Quito y Guayaquil principalmente en la década de los años 1920. La temática salvadoreña gira sobre lo erótico y conflictual. “Sus personajes juegan alrededor de problemas emotivos, saturados en sus parlamentos de un estilo elevado, filosofando con harta frecuencia y empleando giros poéticos de acuerdo a la tendencia literaria del romanticismo de entonces. La acción de sus piezas tiene por escenarios los hogares de las clases medias y elevadas. El costumbrismo apenas si está esbozado, sacrificándolo para dar más soltura al argumento, donde juegan factores de orden psicológicos rodando la tesis en un deseo de desentrañar la condición humana para hacerla surgir con tonos sobresalientes o sombríos…”
En esto de estudiar los deseos, los motivos secretos y todo cuanto ataña a la vida interior, especialmente en el plano sexual, se revela un adelantado en el país, de las teorías Freudianas que recién se discutían en Euiropa y los Estados Unidos.
Entonces se graduó de Bachiller y los profesores, queriendo premiar su temprana vocación por las bellas letras le asignaron la cátedra de Literatura en los años inferiores, que desempeñó a satisfacción de todos, mientras seguía en la Universidad Central – desganadamente – la carrera de Derecho.
En 1927 ocupó la secretaría del Consejo de Estado y la compañía teatral de Fernando Soler estrenó su tercera obra titulada “Bajo la Zarpa”, comedia de mi tierra en tres actos y en prosa, con mayores posibilidades que las anteriores aunque el fin es por demás edificante y por ende moralista en extremo. De drama de intensidad escénica le calificó Descalzi, copia de los momentos amargos de un hogar quiteño de escasos recursos, con ambiente de tragedia y tristeza, resignación y lágrimas. Los diálogos parcos pero de asombrosa agilidad, mueven el desarrollo, volviéndolo expresivo.
Tras el estreno, que fue exitosísimo, Quito le abrió sus puertas. Era un joven prometedor, el escritor de moda conocido por todos en su mejor momento, tuvo un romance con Leonor Bustamante Sánchez y habiéndose acercado al padre de ella le refirió que a pesar de ser pobre y no contar con los medios necesarios, quería casarse, pero fue despachado de malos modos y dada su natural cortedad ni insistió ni la raptó, que hubiera sido lo más romántico. Alejado de esa familia, vio muy poco a su hijo, aunque como hombre responsable, siempre veló por él, de lejos.
El 9 de Octubre de 1926 la compañía hispano – argentina Anido -Sebrati estrenó su obra “El Miedo de Amar” en tres actos y en prosa, de tremenda temática pero escrita con gusto y calidad. Descalzi ha calificado al final de sorpresivo y de gran recurso escénico, en cambio Rodríguez Castelo ha dicho que no tiene sentido. De todas maneras Salvador se dio mañas para llegar con suave lentitud al desenlace, que se produce entre “campanas de navidad” anotándose como elemento a su favor el hecho de no haber recurrido a extraños personajes ni a ambientes lejanos pues su acción se desarrolla en el Quito de esa época.
Ese año escribió una colección de cuentos titulada “Ajedrez” en 121 págs. con relatos de tímidos tintes románticos y sociales pero no cartelistas pues siempre prefirió las bellas letras a la política. “Ajedrez se publicó un año después”.
En 1929 pasó por primera ocasión a la novela y dio a la luz “En la ciudad he perdido una novela” en 183 págs. que constituyó un positivo avance en la literatura ecuatoriana porque marcó la ruta hacia la novela urbana. El personaje principal es el mismo autor, busca sujetos dignos de describir y finalmente no los encuentra, pero al reseñarlos por medio de “finos análisis y cuadros curiosos” conforma una trama un poco suelta y llena de vivacidad y melancolía irónica. Parecía que había entrado triunfalmente y por derecho propio a las letras nacionales, pero le salió al encuentro Joaquín Gallegos Lara, que creía estar muy cerca de la revolución total ecuatoriana y le reconvino desde las páginas de la Revista Semana Gráfica por tentar una literatura cosmopolita, que amaba los refinamientos y esnobismos. La querella se fundamentó en el sentido de Vanguardia que para el fanático de izquierda que era Gallegos Lara, constituían simples renovaciones literarias, puramente estéticas y formales y por lo tanto no conducían a ningún lado y se preguntaba ¿Si el fondo no se renueva a qué cambiar la forma? La tendencia deshumanizada de hacer arte caducó…pero tal argumentación – fundada únicamente en la política – no reflejaba el fenómeno real de la sociedad sino un concepto más bien aberrante pues Gallegos Lara todo lo veía a través de un prisma teórico, fantasioso y revolucionario motivado en su trauma de invalides.
Quizá por este tipo de crítica errada, Salvador frustró su afán de experimentar y de crear pues junto a Pablo Palacio eran las mayores figuras literarias de vanguardia, jugando con los personajes como Pirandelo, sin ninguna finalidad, tratando únicamente de reflejar sus realidades y en el caso de Palacio desacreditando el presente, causando asco.
La crítica moderna, opina de Salvador que es el más fecundo de los novelistas ecuatorianos de éste período, pues construyó una saga de novelas urbanas cuyos temas van desde los regodeos románticos y sociales, las angustias pequeño burguesas de los empleados públicos, hasta las luchas del proletariado, la crítica a la burocracia y el proselitismo político sin disimulos.
En 1930 publicó un volumen de teatro bajo el título de “Bambalinas” con tres de sus obras: Bajo la Zarpa, el Miedo de Amar, y Un Preludio de Chopín; ésta última, inédita, en un acto y dos cuadros en prosa. “Más bien es un paso de comedia, marcando el amor como una obsesión romántica, llevado por el protagonista a su más alto grado de tristeza. Con personajes excesivamente apasionados y siempre con el desengaño y la desilusión rondando a su torno para dramatizar el momento escénico”. Con esta obra ganó una Medalla de Oro en los Juegos Florales Internacionales de Bahía Blanca en la Argentina. Cuarenta años después Rodríguez Castelo la calificaría de obra sentimental debido a que la protagonista – victima del amor – termina sentándose a un piano e interpreta a Chopín, lo cual considera este crítico como un final en extremo cursi, siendo realmente algo novedoso y verdaderamente revolucionario para la época en que fue escrito, opino yo.
En 1931 se doctoró de Abogado pero no parece que llegó a abrir un estudio profesional ni tampoco ejerció.
Había sido por cortos meses Jefe del Departamento de Prensa de la Asamblea Nacional Constituyente y luego Secretario del Departamento de Estadística Nacional, también por nombramiento de la Asamblea.
Desde entonces le entró un frenesí por los estudios médicos de Psiquiatría, Psicología y Patología, en los cuales no desmayaría jamás, pasando casi veinte años en ese tipo de profundizaciones, como si de esta manera pudiera desentrañar el porqué de sus temores y angustias que tanto le agobiaban en la vida, pues era un caso típico de Edipo (1)
En 1932 visitaba el domicilio en Quito y hasta enamoró a la bella escultora Carmita Palacios y para agradar a su posible suegro, el Coronel Rafael Palacios Portocarrero que habitaba en Esmeraldas y era un intelectual que leía mucho y bien, le mandó uno de sus libros con dedicatoria en la que alababa sin reticencias las dotes artísticas de su hija, que Palacios leyó con fruición y fiel a su costumbre civilizadora, al siguiente sábado lo entregó al grupo de intelectuales que solía reunirse por las tardes a discutir temas elevados, casi todos ellos eran jóvenes socialistas, que sin querer se enteraron de tan especial y larga dedicatoria, que se volvió materia de numerosos chascarrillos por algún tiempo en Esmeraldas.
Ese año editó su segundo libro de cuentos: “Taza de Té” en 334 págs. con relatos de una estructura real y una modernidad elegante, entre los cuales sobresale “Sandwich,” seleccionado en 1970 para Clásicos Ariel como una de las mejores muestras del realismo de los años treinta en el Ecuador. La truculencia radica en que un poeta fue convertido en carne faenada para la venta y con ella hicieron unos finos sanduches para servir en una fiesta social de gran postín.
En los años treinta Salvador había intensificado sus inicios socialistas potenciándolos a través de su obra hacía temas más concretos, motivado en la creación de la República española (1931) que fue un acontecimiento de gran repercusión política en hispano América. Por esa razón empezó a situar al hombre frente a su realidad – “al empleado extorsionado por su jefe, por el gobierno y las autoridades de turno; a la maestra explotada, copulada por sus supervisores; a los niños mendicantes, a los trabajadores destruidos por sus amos, en fin, su dimensión se puso de manifiesto en Quito, así como en Guayaquil lo hacía Gallegos Lara y los escritores de su grupo”. Cedió, pues, Salvador, ante el condicionamiento mimético de lo inequívoco, cosechando el aplauso de una crítica politizada pero se perdió para el país su prometedora experimentación literaria que es quizá lo mejor de toda su extensa obra.
En 1933 apareció su segunda novela: social, enérgica, de modos narrativos directos y tintas cargadas en medios proletarios de la ciudad, bajo el título de “Camaradas”, en 198 págs. Sus personajes son obreros y miembros humildes de la pequeña burguesía pero sin conciencia política excepto en el caso de uno de ellos, el Apóstol orgulloso, caricatura de Gallegos Lara, que bien merecido se lo tenía por metiche y fustigador injusto de todo trabajo, ajeno a su forma brusca y cartelista de pensar.
Edmundo Rivadeneira ha dicho que para Salvador la felicidad del hombre radica en el sexo y en lo económico. Así, pues, en “Camaradas”, principia por mencionar los nombres de Marx y Freud, que vienen a ser por consiguiente, los verdaderos símbolos de la humanidad. La segunda edición fue publicada en 1936 por la Editorial Claridad de Buenos Aires y Ángel Felicísimo Rojas opinó que su autor no parece muy preocupado en la creación de personajes, prefiriendo las descripciones de episodios netamente sexuales, cuyos detalles más crudos se exponen desde las primeras páginas, de manera que como el país atravesaba por una hora política definitoria, entre comunismo y nazismo, Salvador no fue absorbido por el grupo de escritores de izquierda y siguió siendo un francotirador solitario en medio de una batalla campal de intelectuales dialécticas, seudo políticos y doctrinarios de escritorio.
En 1934 dio a la luz su tesis “Esquema Sexual” en 307 págs. y prólogo de Jorge Escudero, con un esquema biológico del sexo, el psicoanálisis y los delitos sexuales ante la nueva legislación, que conoció varias ediciones nacionales e internacionales y fue traducida al portugués.
En 1935 publicó “Trabajadores” en 245 pags. nuevamente con temas sociales estudiados a través de una óptica muy particular, presentando los aspectos más sombríos de los pobres, cuyo bajo nivel de vida repercute en el fenómeno sexual con caracteres que el novelista relieva excesivamente sólo como experimentación literaria (se ha dicho graciosamente que sus personajes se visten y se desvisten sin descanso en la acción) pero al mismo tiempo hay fina poesía en muchas de sus páginas, contiene una visión iluminada de Quito que en ese tiempo era una ciudad aldeana, de manera que tanto en su factura como en sus elementos, se deja ver la sólida formación literaria del autor.
Benjamín Carrión opinó de Salvador que sus características esenciales son la ternura y su capacidad técnica para expresar el trascendentalismo en su amor por la justicia y su posición frente al lado del hombre. La obra tuvo éxito, fue vendida y leída con gran entusiasmo y hasta se tradujo al ruso con el titulo de “Historia de una Infancia”. Como dato anecdótico cabe indicar que en la contraportada puso su ex libris donde aparecen sus iniciales, una hoz y un libro. Es decir, que él mismo se definía como un revolucionario libresco.
Esa fue su mejor época, militaba sin estar afiliado en las filas del socialismo más puro, aquel que defiende los derechos inalienables de la especie sin esperar nada a cambio. Era respetado y se le situaba a la vanguardia de las bellas letras del país, posición que acrecentó en 1939 con la aparición de su novela “Noviembre” en 379 págs. con argumento fuertemente político, relacionado directamente con la ridícula pero feroz dictadura del Ing. Federico Páez, iniciada en 1936 y que duró hasta Noviembre del 37 que cayó por la traición de su Ministro de Defensa Alberto Enríquez Gallo. Esta novela fue materia de numerosos comentarios favorables y lo que es más, la leyó el pueblo alborozado.
De allí en adelante varió su tono y publicó cosas diversas. El 42 “La novela Interrumpida” en 318 págs. El 43 “Prometeo” en 336, ambas en los talleres Gráficos Nacionales, involucionando hacia temas psicológicos de dudosa calidad, en los que permanecería hasta su muerte pues interiorizaba en cada personaje, intentando su análisis psicológico. En esto también fue un escritor de avanzada porque tomó temas que recién a finales del siglo XX se popularizaron en nuestra narrativa y en la hispanoamericana.
Pero el 44 tuvo un repunte pues estudió a la clase universitaria en su novela largamente anunciada “Universidad Central” en 252 págs. y el 46 en “Fuente Clara” en 487 págs. desarrolló un tema virgiliano de gran contenido lírico entre conflictos humanos. Su argumento trata sobre la visión contemplativa de una de las piscinas termales de Baños, maravilla de la naturaleza. Rodríguez Castelo ha dicho de ella que marcó un pasó a una mayor interioridad de la novela ecuatoriana y al mismo tiempo el fin del poder de renovación de Salvador como novelista. “Fuente Clara” sería como el canto del cisne antes de morir.
Entonces dejó su amada cátedra de literatura en el Instituto Nacional Mejía porque le designaron profesor fundador de la Facultad de Filosofía y Letras de la U. de Guayaquil, donde se mantuvo por más de treinta años hasta su jubilación.
Jorge Enrique Adum, quien fuera su alumno en el Mejía, ha escrito sobre la inmensa labor pedagógica realizada por Salvador, verdadero motivador de juventudes estudiosas hacia el campo de las bellas letras patrias: Nuestra relación profesor alumno fue convirtiendose en algo parecido a la amistad debido a la ayuda que me prestó – consejos, bibliografía, libros que trepaban en su habitación de soltero como enredaderas cubistas – cuando me incitó a que diera en dos actos del Colegio en el Teatro Nacional Sucre una charla sobre Dostoievsky y otra sobre Stefan Zweig a raíz de su suicidio en el Brasil ocurrido en 1942.
En 1947 dio a la luz “Los fundamentos del Psicoanálisis” en 38 pags estudio de carácter científico, más que tratado o ensayo, sobre tan interesante materia, demostrando profundidad y actualización de conocimiento. Ya había comenzado a tratar a pacientes psiquiátricos que solían consultarle sus casos. El 49 dirigió la edición de la Antología de la Moderna Poesía Ecuatoriana que editó la alcaldía de Quito.
El 30 de Septiembre de 1950, de cuarenta años de edad, casó con la profesora Violeta Arríeta, matrimonio sin hijos. Ella era una destacada maestra de Ciencias Naturales del Colegio Guayaquil donde Salvador también tenía cátedra. Juntos viajaron a la capital y trabajaron en diversos colegios pero en Enero de 1952 regresaron definitivamente. Fueron felices aunque era público que ella le dominaba como si fuera su madre, a la par que le tenía gran admiración como escritor y le concedía todo el tiempo del mundo para que se diera ese gusto notoriamente improductivo, porque sus novelas se tornaron prácticamente ilegibles y por ende invendibles, y quienes las recibían de obsequio ceremoniosamente las guardaban en sus bibliotecas sin más que hojearlas.
Desde 1954 empezó a hacer a diario una especie de clínica psiquiátrica en atención a sus habilidades y conocimientos en esa rama de la ciencia médica, en la que había llegado a ser doctísimo conocedor. Tenía sus pacientes, les trataba exitosamente, psicoanalizándoles por paga. El cuerpo médico toleraba esas intrusiones sin chistar porque lo admiraban como escritor y además, porque la psiquiatría era su debilidad, su pasatiempo favorito, su vocación escondida.
Mantenía consultorio particular en una salita cedida exprofeso en el edificio del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura, donde también escribía sus novelas. No le cobraban arriendo porque dirigía gratuitamente la revista “Letras” de aparición semanal ¡Oh época de oro del Núcleo del Guayas entonces glorioso! Luego, en los sesenta, comenzaría su deterioro – primero gradual y luego rápido e incontenible – hasta casi desaparecer de la vida intelectual de nuestra querida ciudad.
También fue por varios años director del Departamento Municipal de Educación y había retomado su cátedra de Literatura en el Colegio de señoritas Guayaquil. Su antiguo alumno Jorge Enrique Adoum le encontró cierta noche a la salida del cine Nueve de Octubre. Salvador necesitaba hablar con alguien de la película “Citizen Kane” de Orson Welles, porque solo tres espectadores habían tenido la paciencia de verla hasta el final. “Siempre fue de escasos recursos pero ese día me conmovió ver que bajo un saco grueso y descolorido llevaba una camisa de frac.” ¿Acaso no tendría otra para concurrir a una premiere tan importante en cine de postín?
En 1964 comenzó una larga colaboración en la editorial de la Universidad de Guayaquil con la publicación de su novela “Silueta de una Dama” en 139 págs. portada de Alfredo Palacio.
En 1966 editó “Elegía del Recuerdo” en 295 págs. calificada de novela intemporal y de desdoblamientos psicológicos, donde contó el drama de un profesor enamorado de una dama marcada por anteriores devaneos sexuales y que en venganza contrae matrimonio con otra persona, para no ser feliz y termina alcoholizándose, todo dentro de una línea psicoanalítica ya superada y en estilo anticuado. Esta novela fue presentada al Concurso Internacional Rómulo Gallegos, sin opción alguna por supuesto.
Estaba en la temática de la Psiquiatría y por ello en 1967 dio a la imprenta la novela “Romanza de la Bruma” con estudios sobre neurosis, alucinaciones, transferencias, regresiones, frigidez, sadismo, masoquismo, complejo de Edipo, etc. pues de cada paciente salía un personaje lo cual puede ser válido en la vida real pero no en la novela, donde los personajes tienen que relacionarse entre si para conseguirse unidad de la trama. En fin, un maremagnum de problemas y personajes, todos sueltos y escritos en estilo difícil, con terminología seudocientífica inaccesible al público lector.
Ese año también editó “Viaje a lo Desconocido” en 361 págs. otra de sus larguísisma novelas, que tampoco trascendió y “La Lírica Resurrección” en 282 págs. que salió en el núcleo del Guayas de la CCE. con portada de Angela Name de Miranda.
De 1971 es “La ráfaga de angustia” escrita veinte años atrás con los problemas de una norteamericana que había sido su paciente; ello se supo cuando alguien escribió que había imitado a James Joyce y tuvo que explicarse, indicando que en los años cincuenta no conocía aún la obra joyceana y mal podía imitar su estilo.
Al final de la vida se hallaba reconcentrado en sus trabajos pero totalmente aislado del medio intelectual y social del país, escribiendo por encima de cualquier crítica negativa. En una entrevista concedida a su ex alumno León Viera declaró “si se ha negado valor a mis obras no me llama la atención. Yo he realizado mi trabajo con esfuerzo y abnegación. El más acervo crítico he sido yo mismo. La primera condición del escritor ante todo es la de ser sincero consigo mismo y con la sociedad”.
I así fue pasando sus días en honorable pobreza, visitado de tarde en tarde por algún discípulo fiel de los que no olvidan a sus maestros. Solamente su consultorio le mantenía activo y pensante, siempre con nutrida clientela pero como era generoso en todos sus actos, casi ni cobraba.
En 1980 cerró la atención al público y se retiró a su hogar. Leía constantemente y sin enfermedad falleció tranquilamente de una complicación gripal el 17 de Enero de 1982, a los setenta y tres años de edad.
Había anunciado varias obras que no llegó a publicar “Sangre en el Sol” y “Agonía de las tinieblas” que posiblemente quedaron inconclusas. En una de las carátulas de sus libros indica una obra teatral que tampoco se conoce “Ha vuelto la juventud” pues ni se editó ni fue representada.
Como escritor tuvo pasión de narrador y de científico, buscando el fin de su existencia a través de escribir sin cansancio numerosas y extensas obras. Fecundo en sus realizaciones, incursionó en la poesía, el teatro, el ensayo. Amigo de la juventud, generoso con sus discípulos, prolífico a pesar de las urgencias que pasaba para ganarse la vida. Casi todo lo suyo versa sobre temas urbanos a pesar que convivió con la época del estallido del indigenismo.
Como maestro siempre fue didáctico y solemne pero a la vez sencillo, de capacidad narrativa y diálogo joyceano con tintes y lineamientos científicos para ayudar al lector a salir del triángulo meramente humano en búsqueda de lo existencial de esos tiempos. “La oscuridad de Kafka indúcele a crear esas escenas de tipo psicológico que traman una salida. La terminología proustiana ayuda a pensar desesperadamente a los personajes en los días de su niñez. La narrativa incansable de Joyce propicia en su obra un interminable viaje”. I todo eso junto hizo que sus últimas novelas fueran tan complejas e inaccesibles que pocos fueron los afortunados que pudieron gustarlas y entenderlas.
Ahora, a principios del siglo XXI, sus primeras novelas, aquellas que no flirtearon con la demagogia política izquierdizante y contienen situaciones simplemente estéticas y un raro sentido del humor, son las que se reeditan con admiración en las principales capitales de Europa e Hispanoamérica y se seguirán leyendo por individuales, delirantes y extrañas.