ORREGO ANTENOR

FILOSOFO.- EI mesianismo americano es una atrayente teoría expuesta por primera vez en el libro “La Raza Cósmica” de José Vasconcelos; sin embargo, quién le dió la mayor sustentación fue el autor peruano Anterior Orrego, en su obra “El Pueblo Continente”, libro publicado en 1939, con pasión y en tiempo de serias dificultades. América es “la tumba de las viejas culturas, pues la obra histórica de los otros continentes degenera y muere; dejando, al desaparecer no un producto acabado, sino una manera de caos, un residuo involutivo, que no es la muerte total sino el humus, limo que recobra su potente y plasmante energía vital; es decir, origen de una nueva cultura, como estadio superior salvado de las culturas europea y asiática que han entrado en la crisis. 

El destino de América es resolver en una superior unidad humana la cuita angustiosa, la encrucijada trágica, en la que ha desembocado el mundo contemporáneo y de ser ella misma una continuidad y la continuidad del mundo, para lo cual es necesario que América, como un pueblo continente, tome en sus manos su ser auténtico. Esto, escrito en 1939, cuando el mundo se encontraba al borde de la guerra mundial y la catástrofe se anunciaba como algo inminente produjo tremendo impacto en la mentalidad peruana, siempre proclive a reconstruir el imperialismo incásico con la formación de un nuevo Tahuantinsuyo. Empero, Antenor Orrego, no fue militarista ni ambicionó jamás la conquista de territorios; por el contrario, era un ser pacífico y místico que soñaba con el surgimiento de América como pueblo en libertad, justicia y amor. Fue escritor, pensador y motivador de talentos en el norte del Perú, donde nació en 1892 en una hacienda llamada “Montan”, ubicada en Chota, jurisdicción de Cajamarca. Muy joven pasó a estudiar a Trujillo y desde 1915 se entregó a la embriaguez literaria y al comando de un grupo de talentos prometedores entre los que se encontraba el poeta Alcides Spelucín, que luego sería su cuñado, pues Orrego contrajo matrimonio con Carmela Spelucín; también asistían a su casa César Vallejo, Luis Alberto Sánchez, José Carlos Mariátegui y Jorge Basadre. Quizá para asentar aquel prestigio, Orrego fue de los más resueltos en sumarse al culto de los paraísos artificiales implantado por los “Colónidas” de Lima. En 1916 pronosticó a César Vallejo, en una fiesta báquica celebrada en honor a los funerales de Rubén Darío, que sería el mejor poeta de América y para 1922 prologó su libro “Trilce”. 

A los treinta años, en 1922, Orrego editó su primera obra titulada “Notas Marginales”, dialogía poemática aforística, donde reduce el universo a sus elementos más escuetos y los estiliza en una filosofía estética. Ese mismo año fundó el diario “El Norte” en asocio con Alcides Spelucín y allí dio cabida a los intelectuales valiosos de su patria, al mismo tiempo que descubría talentos políticos como Haya de la Torre, Vásquez Díaz, Cox y Seoane. 

Orrego era un autodidacta incansable y de sólida cultura poética y filosófica con tendencia idealista y de sensibilidad social, que no despreciaba los giros del estilo para expresar sus ideas que también aparecieron en la célebre revista “Amauta” entre 1926 y el 29 y sus artículos fueron recogidos tardíamente en 1961 en un tomo llamado “Estación Primavera”. 

Orrego expuso su teoría metafísica partiendo de las dos vías del conocimiento que son “el camino de la ciencia pura y el del rigorismo experimental que comprueba y analiza el hecho, pero también existen otras vías menos conocidas pero no por ello menos valiosas. Está el camino de la intuición o inteligencia natural y el de la revelación, cuyo único campo es el espíritu del hombre hacia el cual convergen la milagrosa unidad universal, multiplicación organizada de la sustancia eterna”. 

Por eso se explica el tono decididamente místico que se encuentra en sus páginas, sobre todo en las históricas, donde la meditación se hace orientadora de la existencia: “Nos acostaremos con la paz de Dios y la paz de Dios será de nosotros.’’ 

En 1939 publicó “El Monólogo eterno”, su tercer libro, que salió en forma de colección de aforismos más que de ensayo, acusando de anecdótico el arte occidental y preconizando un arte integral en que el carácter estuviera presidido por el destino. 

Para entonces Orrego se había alejado totalmente del marxismo inicial y había ingresado a las filas del APRA, cuya doctrina fundamentalmente nacionalista basada en que la conquista española, fue una catástrofe y que la resultante América Latina, por su unidad histórico-racial-orgánica, lejos de ser una suma de Patrias es un pueblo-continente. 

En 1945 fue electo Senador por el Departamento de La Libertad, el 46 Rector de la Universidad de Trujillo, pero el 49 fue perseguido y apresado por la feroz y criminal dictadura de Odría y permaneció detenido hasta 1956, dedicado a estudiar a la teosofía y el orientalismo y la renovación integral del Perú; pero, ya no era el escritor combativo de antaño, sino un hombre cenital que amaba todas las Patrias y el reencuentro con el Dios total, al que efectivamente se unió, pues murió en 1960, prematuramente avejentado por la prisión larga y ominosa de siete años, cuando sólo tenía sesenta y ocho de edad. 

“Este hombrecillo menudo, de prematura calva, rostro alargado, frente furtiva y ojos rasgados y azules fue sacerdote y catecúmeno de un credo civil que hermanaba a los pueblos del continente, mientras los militares se repartían el poder en su Patria y la endeudaban comprando armas sofisticadas para una guerra que nunca llegó. Por eso. Orrego simboliza en América al intelectual marxista que luego entró a la comprensión del problema americano, encontrando una solución total y diferente. Su voz clarividente fue un tanto opacada por su orientalismo último que lo alejó de las realidades americanas, pero su lucha para que América “tome su ser auténtico, resultante de una ecuación de factores, para adquirir una modalidad vital” no ha sido superada. Se le considera el ideólogo aprista más importante después de Haya de la Torre y Luís Alberto Sánchez; fue más filósofo que político y por lo tanto influenció menos en las masas, pero quedan sus obras como símbolos de la evolución del pensamiento americano del siglo XX y como uno de los más importantes esfuerzos del hombre de esta parte del continente para conquistar su identidad. Más que marxista o Indigenista, fue un idealista, que anunciaba “como cae a la tierra sedienta, así caerán a nuestras manos los dones del cielo”. Sus obras llegaron al Ecuador de su tiempo y causaron una profunda impresión.