MONTALVO JEAN CONTROUX

Hijo de Juan Montalvo en Francia, habitaba en la villa Elvinca 134 boulevard de la República, Cannes, en 1963. Darío Lara trae sobre él varias noticias de las que extracto lo siguiente: En 1961 Contoux escribió al Presidente Velasco Ibarra haciéndose presente y solicitando una pensión pues estaba en pobreza pero la caída del régimen hizo que no tuviera contestación. El 63 indica: Soy casado. Mi esposa entró el 6 de los corrientes, en su octogésimo año (80 años) Era profesora de piano pero ya no puede dar lecciones. Por motivo de su salud dejamos París hace ya diez años y nos fijamos en la costa Azul, cuyo clima le es recomendado. Tiene el corazón bastante frágil y está sometida a muchas precauciones.

Mi profesión fue el periodismo. Tal vez por atavismo, seguramente por vocación y a falta de no haber podido ser abogado, como la había deseado en mi juventud.

Ejercí esta profesión, creo que honorablemente durante más de treinta años, casi constantemente como jefe de redacción de publicaciones, sin tomar en cuenta colaboraciones, particularmente en periódicos parisienses: “LE JOURNAL”, “LÉCHO DE PARIS”, entre otros.

Por esto me beneficio de dos jubilaciones de ejecutivo. Pero debido a la carestía de la vida aquí y sobre todo de los arriendos (pago 250 Francos. mensuales o sea 300 mil francos antiguos anuales) más el gas, la electricidad, la calefacción en el invierno y los impuestos, para poder mantenernos sin muchas restricciones, estas jubilaciones son insuficientes. Entonces me vi obligado a buscar un empleo para procurarme el complemento indispensable, y ocupo en una pequeña empresa de construcción, funciones de secretario mecanógrafo auxiliar de contabilidad, cajero y, además, estoy encargado de los asuntos personales de mis patronos. Evidentemente, esto me deja poco tiempo y me cansa mucho.

Usted comprenderá perfectamente que acepto con un placer infinito la amable invitación de su Encargado de Negocios de ir a París a donde mi esposa y yo fuimos sólo una vez en diez años, ya que el viaje es demasiado oneroso, ahora sobre todo, para poder proyectarlo próximamente.

En efecto, como único empleado de esta empresa, me sería difícil, si no imposible, ausentarme varios días en la semana. En cambio, la cuarta semana de vacaciones pagadas será otorgada ^ del 21 al 31 de diciembre próximo.

Entonces, podría realizarse el viaje del 22 al 30 de diciembre. Créame bien, con alegría volveré a la capital, hacer su conocimiento y volver a ver a algunos viejos amigos.

Me excuso de escribirle en francés, puesto que si leo y comprendo el español, no lo escribo, sobre todo extensamente.

Una familia ecuatoriana me guardó en su casa durante los últimos días de mi padre y durante las exequias celebradas en la iglesia de San Francisco de Sales, en donde permaneció el ataúd esperando ser trasladado al Ecuador.

Al señor Gonzalo Zaldumbide le conocí desde muy temprano y asistí a la colocación de la placa que, en el número 26 de la calle Cardinet, recuerda que allí falleció mi padre. Hace doce o treces años, cuando habitábamos aún en París, escribí al Cónsul General del Ecuador, para indicarle que esta placa estaba casi ilegible por causa de la capa de polvo que la recubría. Nunca recibí respuesta.

Por supuesto conozco igualmente el busto de la puerta Champerret. Figuraba en la Exposición de 1909, en carretera. I temía aún una cuarta guerra.

Como muchos ancianos, no había podido adaptarse a las nuevas condiciones de vida después de la guerra, y sobre todo, al aumento constante de los precios.

Durante su último mes, apenas se alimentaba, pero no guardó cama sino cuatro días, atacada de congestión pulmonar. Sin embargo, su fin fue apacible, gracias a nuestro médico. No tuvo agonía y tranquilamente dejó de respirar.

Después de la muerte de mi padre, ella debió, muy pronto, ponerse a trabajar a veces penosamente, en su antiguo oficio de costurera, porque en aquella época no existían las ventajas sociales. Pudo, sin embargo, no sin dificultad, permitirme seguir mis estudios, ayudada de tiempo en tiempo, hasta mis quince o dieciséis años, por ecuatorianos de París: Víctor Manuel Rendón; los hermanos Seminario Marticorena banqueros; Carlos Winter, Cónsul General en París en 1900; Miguel Angel Carbo Cucalón, su sucesor, y, cuando venía a Francia, Agustín Yerovi Orejuela, quien fue, creo yo, Ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador.

Desde que el periodismo me procuró ganancias, yo le ayudé. Más tarde, después de mi matrimonio, continué haciéndolo en la medida de lo posible. No fue sino en 1927, cuando ya muy fatigada, consintió en venir a vivir en mi hogar, en donde se volvió siempre útil.

Hasta sus últimos días su vista le permitió leer, escribir, coser sin anteojos. Había conservado una excelente memoria y guardaba vivo el recuerdo de los años pasados con mi padre, pero, no le gustaba hablar de ello.

Mi padre tenía en París una vida sencilla y regular. Generalmente escribía en la tarde, a veces, en la noche. Le gustaba recibir, particularmente al final del día, a algunos amigos de la colonia sudamericana: entre los ecuatorianos, especialmente el señor Dorn y de Alsúa. Me acuerdo de este último, porque me tomaba siempre en sus rodillas para jugar conmigo. Este recuerdo me hizo que yo interviniera en su favor ante mis colegas de los cotidianos parisienses cuando en 1934, estuvo comprometido en el “affaire Stavisky”, para que su nombre fuese citado lo menos posible. Me sentí feliz por haber obtenido la amista de ellos.Naturalmente, el señor Dorn nada supo de todo aquello y no tuvo, por consiguiente, que agradecerme.

MI padre recibía también a amigos franceses escritores, con los que estaba ligado. Sentía sumo placer parece, en estos intercambios de ideas de los que sacaba siempre provecho, porque tenía el espíritu curioso de todas las cosas y su memoria era prodigiosa.

Hacia el final de la tarde iba con bastante frecuencia al diario “El Fígaro”, entonces el gran cotidiano literario y mundano de la calle Drouot, al que daba, de tiempo en tiempo, artículos, con el fin de aumentar sus recursos. Allí encontraba en los salones y la sala de redacción, a escritores célebres y periodistas conocidos con los que se complacía en conversar.

Sus costumbres eran regulares. Casi cada mañana – era su paseo – descendía a pie de la Plaine Monceau primero de la calle de la Neva, luego de la calle Cardinet hasta el boulevar de los italianos para hacerse lustrar los zapatos en el Pasaje de la Opera (que hoy ha desaparecido) No quería que esta tarea se hiciera en casa, ni siquiera por la sirvienta.

Gran amador de café, como muchos hombres de letras, iba él mismo a abastecerse en la casa Pantin, Calle Tronchet y la mezcla que escogía era tostada por mi madre, en la casa.

Hacia 1902 o 1903, mi madre recibió el anuncio que un sobrino de mi padre, César Montalvo, creo, había sido encargado de venir a París para entregarle el producto de la venta – o del beneficio – de la obra publicada por el Señor Yerovi: “Ensayo biográfico de Juan Montalvo”.

Si mi memoria es buena se trataba de alrededor de quince mil francos. Era una suma considerable para la época, ya que el salario diario del francés medio era entonces máximo de cinco francos. Esa suma habría permitido a mi madre conocer algunos años de tranquilidad y mejores condiciones de vida. Lamentablemente nunca recibió dicha suma. El mensajero que había perdido el dinero en el juego, se suicidó en un hotel muy modesto de la calle Faubourg Montmartre en París.

A partir de dicho percance mi madre no quiso hablar más, ni oír hablar del pasado y se abstuvo de solicitar ninguna cosa a nadie, ni siquiera para permitirme proseguir mis estudios.

I fue sin agrado que recibió la visita del Señor Olmedo Alfaro, hijo del General Eloy Alfaro quien, al parecer, había sido el amigo y colaborador de mi padre en su lucha contra la dictadura de García Moreno.

El Señor Olmedo Alfaro era cadete, a título de extranjero, en la Escuela Militar de Saint – Cyr, y a su salida sirvió en calidad de subteniente, durante uno o dos años en el batallón de cazadores de a pie, en la guarnición del fuerte de Vincennes. Vivía frente al fuerte y yo iba a visitarle, casi cada domingo por la mañana, contra el agrado de mi madre.

Luego de su partida de Francia no tuvimos más relaciones con ningún ecuatoriano, ni siquiera a título privado. Si en el estado civil no llevo el nombre de mi padre es únicamente, y no me avergüenzo de ello, porque él no había podido regularizar su situación con mi madre.

No veo inconveniente, todo lo contrario, y me sentiría orgulloso de llamarme para el Ecuador Jean Montalvo hijo. Pero, no quiero que esto provoque dificultades con la familia de mi padre que tal vez no se ha extinguido aún. En efecto, hace algunos años, antes que me decida a escribir a su Presidente, un señor Montalvo y su esposa, residieron en Cannes, en el hotel Martínez. Al enterarme de ello por el periódico, había pensado ir a verlos, pero renuncié a ello por no querer correr el riesgo de ser mal acogido o que me tomen por un impostor.

Por supuesto que estaría muy feliz, creo que ya le dije, de conocer el Ecuador y particularmente Ambato, en donde la “Casa de Montalvo”, debe ser una especie de museo o un Centro Cultural. En cuanto a pretender terminar allá nuestros días tranquilamente con mi esposa, y al amparo de las preocupaciones materiales, pienso que aún no hemos llegado hasta ese punto.

A nuestras edades sería, además, una gran aventura que nos plantearía muchos problemas. Primero, al nivel de la salud, ¿Mi señora podría aclimatarse sin peligro? No se olvide que tiene el corazón muy cansado. Igualmente, al nivel financiero. No puedo, en efecto, correr el riesgo de perder mis pensiones de jubilado que serán mi único ingreso cuando deje de trabajar. ¿Me seguirán pagando en el Ecuador? y ¿Su monto podría transferirse sin dificultad?

Todo esto, usted lo convendrá, merece una reflexión detenida. Me parece preferible esperar que hablemos de ello cuando esté en París, lo que ya no tardará.

En efecto, terminé todos los trabajos que debía llevar a cabo este mes y proyectamos desplazarnos a mediados de febrero – a condición, desde luego, que la temperatura sea suficientemente clemente, ya que mi esposa no se ha recuperado del todo de su bronquitis.

Por lo tanto, desearía saber si la invitación que usted me transmitió de parte del Señor Encargado de Negocios, a principio de nuestras relaciones, sigue valedera. Tenga la bondad de informarme al respecto.

No he terminado aún el currículum vitae que le había prometido ya que dispongo de poco tiempo. Tal vez podría enviárselo antes de viajar.

La última enfermedad de mi padre: Como consecuencia de un resfrío contraído al regresar de su paseo matinal, bajo una lluvia torrencial, mi padre sintió los primeros síntomas de la afección que debía llevarle: fiebre y dolores intercostales.

Después de un mes, el Doctor Léon Labbé que le atendía, inquieto por no comprobar mejoramiento provocó una consulta con sus colegas que estimaron que esta fiebre era de origen nerviosa y los dolores simples neuralgias.

El Doctor Labbé pensando, por el contrario que debía tratarse de un desgarramiento de la pleura, procedió al día siguiente a una punción y extracción de un litro de líquido que, luego de examen, se reveló de naturaleza serosa.

Algunos días más tarde, volviéndose los dolores más y más intensos, una nueva consulta de médicos concluyó en la necesidad urgente de una intervención quirúrgica.

Mi padre fue, pues, transportado a la Casa Dubois (una clínica privada) calle del Faubourg Saint-Martin, donde la operación fue practicada con la asistencia del doctor Labbé, por el Profesor Constantin Paul, una eminencia de la época.

Mi padre habiendo rechazado formalmente ser anestesiado, esta operación que consistía en retirar algunas costillas de la región dorsal para poder aspirar el líquido purulento, fue horriblemente cruel. Duró una hora, durante la cual mi’ padre no exhaló ni una sola queja.

Pero esta dolorosa prueba fue inútil; el germen purulento se había extendido ya en todo el organismo. Cuando se dio cuenta mi padre exigió ser llevado a casa, 26 Calle Cardinet, para morir allí junto a nosotros. Dos días después, el 17 de enero de 1889 pidió ser vestido de su frac y así esperó el fin.

Había manifestado el deseo de ser inhumado en el Cementerio de Montmartre por el que tenía particular afección, sin duda porque escritores célebres descansan ahí. Pero, sus amigos sudamericanos estimaron que los restos de los grandes hombres pertenecen a su Patria. Hicieron pues, transportar sus despojos mortales al Ecuador, al Cementerio Católico de Guayaquil, donde quedaron por un tiempo. Mi madre y yo no tuvimos pues el consuelo de poder ir a recogernos en su tumba.

Mi salud mejora lentamente, demasiado lentamente a mi gusto. Me alimento más o menos normalmente, excepto en la comida nocturna, pero sin mucho apetito. He vuelto a ver el domingo a nuestro médico habitual y es necesario ahora que me hagan una numeración globular para averiguar si no tengo un gran déficit de glóbulos rojos, y hacerme diferentes análisis, particularmente para el porcentaje de úrea. Después de lo cual consultaré a un especialista de la próstata cuyo mal funcionamiento puede influir sobre el hígado. Como usted lo ve, no he terminado con mis molestias.

Nací en París, el 17 de octubre de 1886. Luego de buenos estudios, en calidad de becario de la ciudad de París, en el Colegio Rollin, deseaba llegar a ser abogado. En vista de que mi madre no podía satisfacer a los gastos ocasionados por estudios largos, tuve que renunciar a ellos y, desde los dieciocho años me hice periodista.

No tuve otra profesión y la he ejercido honorablemente, durante más de treinta años. Cumpliré setenta y cuatro años dentro de algunas semanas. Mi esposa cumplirá setenta y siete. A causa de su estado de salud nos hemos instalado en Cannes en 1953. No tenemos otros recursos sino dos pensiones de retiro, una del Seguro Social, otra de los Ejecutivos de la Prensa. A causa de lo caro de la vida, principalmente de los alquileres, se vuelven cada vez más insuficientes y nos vemos amenazados en vivir nuestros últimos años con gran estrechez, para no decir en la miseria.

Por eso me resigno, lo que nunca había hecho, a solicitar del Gobierno ecuatoriano una ayuda financiera, sea bajo forma de una modesta pensión, sea bajo forma de un capital, abonado en una sola vez.

Mi vida y mi carrera periodística no fueron nada excepcionales. Mis estudios, como los de cualquier niño, empezaron en la escuela primaria, en donde aprendí sin problemas todo lo que me enseñaron. Allí, sin duda, se despertó mi vocación periodística. A los diez años, en efecto redactaba cada semana, a la pluma, un periódico de la escuela, ilustrado por un compañero experto en dibujo caricaturesco. La lectura de este periódico -una hoja recto verso que no era sino en un solo ejemplar- costaba 5 plumas nuevas o un centavo. No pasaba casi el cuadro de mi aula porque era confiscado en cuanto llegaba a otra.

En esta misma clase, fundé con el asentimiento del Director de la Escuela y del Inspector de la Academia, la primera de todas las Ligas Antialcohólicas, que no tuvo sino una existencia efímera, pues no reclutaba como afiliados sino a escolares, y desapareció cuando me fui de la escuela.

El año del diploma de primera enseñanza, tuve el primer premio en un concurso de composición francesa, organizado por la Ciudad de París, entre los mejores alumnos de la misma clase de todas las escuelas.

A los once años, empecé los estudios secundarios en el Colegio Rollin, en calidad de becario de la ciudad de París. En el concurso de admisión, había obtenido dos becas de media pensión, una para el Colegio Chaptal, otra para el Colegio Rollin que eligió mi madre por estar menos alejado de nuestro domicilio. No aproveché la media pensión, sino una semana, pues la alimentación resultó insuficiente y execrable.

Fui un buen alumno mediano y salí sin dificultad de las pruebas del bachillerato. Luego me matriculé en la Facultad de Derecho para preparar la Licenciatura, pues me hubiera gustado ser abogado, pero tuve que renunciar, mi madre no tenía la posibilidad de dejarme sin actividad remuneradora durante varios años aún, para luego esperar una clientela aleatoria.

Me orienté pues, hacia el periodismo y logré, no sé muy bien cómo, que me aceptaran en la redacción del viejo cotidiano deportivo “Le Vélo” en donde aprendí los rudimentos de la profesión.

Después de un año, aproximadamente, durante el cual había realizado múltiples reportajes, sin ser especialista en ningún deporte, asumí solo la sección deportiva (un gran folletín-diario del periódico) “Le Soir”, cuyo redactor en jefe, un joven abogado, debía hacer una carrera política bastante brillante, interrumpida por el “affaire” Stavisky: Albert Dalimier. Mis funciones me permitieron conocer a algunas celebridades de la época: Albert Lajeunesse, Audibert, los temibles esgrimidores y duelistas Laberdesque, Rodolphe Darzens, redactor en el “Journal” y que fue, más tarde, el primer Director del Teatro de las Artes, Rouzier-Dorciéres, etc.

Aplazado y luego eximido del servicio militar por “endocarditis crónica”, llegué a la mayoría y comencé a interesarme por la política. En verdad me interesaba desde hacía mucho tiempo, pues cuando estaba en el colegio, y luego en la Facultad, la agitación antisemita estaba en su apogeo en París y la juventud de las Escuelas participaba activamente en ella.

En 1908, residente en las afueras de París y como había trabado relaciones, fundé un Comité local de la Acción Liberal Popular, cuyo programa correspondía a mis ideas. Era un gran partido cuyos dirigentes eran el señor Jacques Piou y el conde Albert de Mun, y que tenía una muy importante representación parlamentaria. Más tarde, llegué a ser miembro de su comité directivo.

Luego fundé un hebdomadario, político, claro, que se mantuvo más mal que bien, hasta la declaración de la guerra de 1914. Ganaba entonces mi vida colaborando en varios periódicos de provincia, así como en la página parisiense del Diario “Le Journal”.

Movilizado, destinado para el servicio auxiliar, hice la guerra sin grandes riesgos y sin gloria. Me desmovilizaron en 1919, con el grado de subteniente y en calidad de Jefe de sector, adjunto de la Reconstrucción Industrial, para el departamento del Pas-de-Calais.

Sin embargo, me quedé en Arras, pues uno de mis colegas y amigos, elegido diputado, me había confiado la redacción en jefe de su periódico.A fines de 1921, cansado del clima y de vivir entre ruinas, renuncié y vine a Cannes que conocía, sin saber lo que podía hacer allí. En cuanto llegué tuve la suerte de ser admitido como redactor en jefe de un importante periódico regional, “Le Littoral”; pero, en vista de que no tenía ningún porvenir allí, volví a París a fines de 1922.

Gracias a una recomendación amistosa entré inmediatamente en el gran semanario femenino “Éve”, primero, en calidad de secretario de redacción y, luego, algunos meses más tarde, llegué a ser redactor en jefe, función que asumí durante cuatro años. Esto me permitió conocer, más o menos a todas las notoriedades de la época si no las celebridades del mundo literario, artístico, teatral y entre los cuales, muchos llegaron a ser amigos.

A fines de 1926, dimití para seguir al Director fundador que creaba nuevos periódicos “Minerva”, otro periódico femenino de gran tiraje; “Le Muscle”, periódico a la vez deportivo y del mundo obrero, del que llegué a ser redactor en jefe; lo que me permitió volver a tomar contacto con los medios deportivos, en donde había dado los primeros pasos en el periodismo.

Estas dos publicaciones desaparecieron poco tiempo después de las elecciones legislativas de 1928, al mismo tiempo que la organización llamada “Le Redressement Francais”, que las subvencionaba.

Jean Contoux – Montalvo, falleció sin descendencia, en Cannes, el 9 de Diciembre de 1969, viudo y de ochenta y un años de edad.