Mejía Leguerica José


Cuando José Mejía Lequerica, nacido en Quito el 24 de mayo de 1773, murió en Sevilla, a la edad de 38 años, se esculpió en su epitafio: “Poseyó todos los talentos, amo y cultivo todas las ciencias”. En menos de tres años, de actuación en las Cortes de Cádiz, Mejía se consagro como uno de los más preclaros parlamentarios, de quien Menéndez Palayo diría: desde sus primeros discursos Mejía arrebató a todos los diputados americanos la palma de la elocuencia y si su prematura muerte no hubiera gastado tantas esperanzas, sería hoy venerado como una de las glorias de nuestra tribuna, puesto que a ninguno de nuestros diputados reformistas cedía en brillantez de ingenio y rica cultura y a todos aventajaba en estrategia parlamentaria”. Grandes elogios conquistados a fuerza de méritos, de lucha y de consagración al estudio, todo esto en tierras lejanas; en la propia: vilipendio, envidia, egoísmo sin límites, venganza inmotivada.   
Bachiller del Colegio San Fernando, muy pronto Mejía alcanzaba el título de Maestro en Filosofía, en el Colegio Mayor de San Luis. Sigue luego estudios en la Facultad de Teología, en el Colegio Mayor de San Luis. Sigue luego estudios en la Facultad de Teología de la Universidad de Santo Tomás. A los 21 años edad compite con dos prestigioso maestros de latín: Vicente León y Cayetano Montenegro. Su dominio del latín y de los autores latinos y de los autores latinos le deparan un asombroso triunfo y ocupa la cátedra de Latinidad y Retorica. Dos años más tarde siendo aun estudiante universitario, participa en un concurso para ocupar la importante cátedra de Filosofía. El tribunal lo pone en el último lugar de la terna, pero el barón de Carondelet, Presidente de la Real Audiencia. Lo nombra porque, según explica el rey: “Ser más apto para la enseñanza de la juventud, según la voz publica desapasionada y corresponderle por consiguiente, en rigor de justicia”. Su designación es un “desasiré” para el Claustro”.
Reforma el antipedagógico y anacrónico sistema de enseñanza de la Filosofía. Introduce ideas y doctrinas de descartes, Rousseau, Copérnico, Galileo y los enciclopedistas, todo lo cual conmueve los viejos cimientos de Santo Tomás.
Desde aquí en adelante, tendrá que luchar solo y sin descanso. Cuando quiere graduarse de doctor en Teología, se le niega, aduciendo su condición de casado. Lucha y apela. La Universidad de San Marcos (Lima) vota a su favor y alcanza el discutido titulo.
Con los naturalistas y botánicos Anastasio Guzmán y José Caldas, se convierte en poco tiempo, en un destacado científico que es capaz de descubrir géneros y especies nuevas de la flora ecuatoriana.
Su insaciable sed de conocimientos lo llevan a seguir estudios de medicina y también de cánones y leyes. Se gradúa de bachiller en medicina. Pero cuando intenta graduarse de doctor en derecho civil, se desborda el vaso de las pasiones. Se le niega por su condición de hijo ilegitimo y, en premio adicional, la universidad le cierra sus puertas y ni siquiera acepta que ocupe la cátedra de medicina, para la cual lo ha designado el ayuntamiento de Quito.

Tiene que expatriarse. Va a España; lucha contra los ejércitos invasores de Napoleón. Es elegido diputado a las Cortes de Cádiz y allí se consagra su genio; por desgracia allí le esperaba la fiebre amarilla y fallece, prematuramente, a la edad de 38 años.

La vida y lucha de Mejía, condensada en tan pocas líneas, nos habla de cómo el medio institucional tiende a ser terriblemente conservador. En cada institución la oligarquía es celosa de su propio poder y estabilidad, que lo presenta como estabilidad y progreso de la institución. La inteligencia, el talento, el genio son tolerados solo hasta cierto límite. Hasta el punto que no ponga en peligro los privilegios consagrados. El hombre de inteligencia superior, el científico, el sabio, el genio tiene que luchar y sufrir las consecuencias de esas cualidades que, generalmente, se proyectan en términos de disconformidad, de rebeldía, de lucha por romper los viejos moldes. Al hombre de capacidades superiores le queda la disyuntiva de adaptarse al ambiente, medrar a la sombra de los poderosos servirlos, en espera de que algún día tomaría su posición o, por lo contrario, batallar contra el cerco de los intereses creados, contra ciertas tradiciones, reglamentos y leyes. El genio es siempre revolucionario en cualquier esfera de la vida o de la cultura. Donde hay lucha, casi siempre hay un genio. Los cambios trascendentales se producen a saltos, a golpe del triunfo revolucionario de una idea, una iniciativa, un invento, un descubrimiento que tiene la fuerza y la virtud de vencer la inercia del ambiente e imponerse como un nuevo derrotero para la humanidad. 
 La muerte prematura de José Mejía Lequerica, sus cenizas sembradas en tierras lejanas, constituirán siempre un grito de protesta contra la ignominia, las injusticias, la prepotencia de los mediocres y la ceguera de los que manejan el poder de las instituciones y no alcanzan a mirar el porvenir, ni a percibir los destellos del genio.
En las Cortes de Cádiz brillo a la altura del español Arguelles –a quien en la Península llamaron vino- el quiteño José Mejía Lequerica (1779-1813), altivo, elocuente, caudaloso, rico, hábil, y brillante.
Mejía debió haber contado para la literatura quiteña de la independencia, pero la muerte –una peste cortó su carrera meteórica, muy poco después de su irrupción en la escena americana. 
Caldas conoce y distingue a mejía.-
Profesor entonces en la Universidad de Santo Tomás, en la casa de Selva Alegre. Admírale, le elogia y apóyale momentáneamente. Después como sucediera con Humbolt y Montufar, sufre el ataque del egoísmo. Sírvele de lazo y de vínculo amistoso con Mutis. Recíprocamente se dirigen cartas elogiosas. Mejía prepara una demostración de amplia cultura naturalista en su honor. A ella asiste Selva Alegre y lo más granado de la linajuda ciudad. José Mejía, que se presentara a oposición de la Cátedra de Filosofía por ascenso de su propietario Dr. Miguel Antonio Rodríguez, al ser acusado de hijo de adulterio y procedente de gente baja, recurre ante su amigo Selva Alegre. El Claustro Universitario fue desautorizado al nombrárselo al mestizo en lugar del rancio criollo Nicolás Carrión de Velasco, Carondelet accedió a la petición de Montufar. En igual Forma lo defiende a este ilustre naturalista y filosofo de vocación cuando el cabildo de Quito crea la Cátedra de Medicina en la Universidad para entregarla a Mejía. Como el Claustro se opusiera a la designación, Carondelet ordena se suspenda todo procedimiento hasta nueva orden.  
Nace en Quito en 1777, sus padres son el doctor José Mejía del Valle y Manuela Lequerica y Barrioleta; desde la escuela hizo notar su privilegiada memoria, luego ingresa al Convictorio de San Fernando, dedicándose con afán al estudio de la lengua latina, pasando alumno de la Universidad de Santo Tomas de Aquino donde se gradúa de Bachiller en los dos derechos, Se presenta a concurso y gana la cátedra de Gramática latina en 1796. Se casa el 9 de junio de 1798 con manuela de Santa Cruz y Espejo contando como única renta, el sueldo de profesor de Gramática Latina.
En 1802 deja su cátedra de Gramática Latina y dicta Filosofía en la Universidad Pública de Santo Tomás de Aquino, cátedra a la que fue en la terna en tercer lugar. Prepara en Quito un acto académico, que realizo con el ceremonial y pompa acostumbrados en ese tiempo; se dedica de lleno a la botánica, que le absorbe todo su tiempo; lo acusan de haber hecho perder el tiempo a los estudiantes, enseñándoles la col, el apio, el orégano, etc., y olvidando el ERGO, el ente de razón y las categorías”. A mas de los dos derechos, sigue estudios de Filosofía, Teología y Medicina, Solicitada el título de Bachiller de Cánones le niegan; por falta de idoneidad, pide el título de médico le ponen un sinnúmero de dificultades, diciéndole que un profesor de Filosofía no puede ser al mismo tiempo médico; pidió el doctor en teología y se lo negaron, diciéndole que estaban casado y que no podía obtener ese grado, igualmente le negaron la aptitud para graduarse en Derecho-Civil, arguyendo que era hijo ilegitimo, y por fin le prohibieron seguir solicitando título; pero eleva una consulta a la Universidad Española de San Carlos, la que opina que no hay incompatibilidad entre ser casado y Teólogo. Se dedica a la Botánica y Perseguido por la envidia renuncia su cátedra de Filosofía y piensa mejor ganarse la vida ejerciendo la medicina. Ya no era profesor de filosofía, hace nueva petición, logra ser atendido rinde exámenes y alcanza las más altas calificaciones, escribe la tesis, que merece elogios, pero no le extiende el titulo, por lo que nunca llego ejercer en la Audiencia. Posteriormente en 1808, se le concedió el esperado titulo, cuando ya estuvo trabajando en Madrid. Fue un ingenio desdichado, que como su maestro e inspirador espejo, tuvo que soportar las pequeñeces y ruinadles del medio social en el que le toco vivir.
Tanto lo acosaban hasta obligarle a salir de un medio social insoportable, pobre, desilusionado y perseguido por los dirigentes de la Universidad, que le negaban un título al que tenía más derecho que ello y con el que podía vivir con independencia tuvo que salir de Quito para ejercer la profesión en Lima. Hay que ver lo que era entonces un viaje a Guayaquil para tomar el velero hasta el Callao. El camino real de los incas, que nunca fue como lo había que recorrer como una aventura en el verano, en mula, en caravana, con pertrechos, armas y ropa adecuada, para llegar a Guayaquil vía Guaranda y Bodegas, en unos ocho días de ensillada, desensilladlas, tambos, interrupciones de transito por falta de bestias, accidentes y ataques de los salteadores de Tiopullo.  En Guayaquil, donde había hoteles, se inundaban las calles en el invierno y las enfermedades tropicales ahí estaban todo el año como en su casa; había que esperar un velero para que lo lleve al Callao, durmiendo sobre cubierta con un moverse lento y bambolearse de lo lindo, hasta llegar medio muerto como llego a Callao y pasó a Lima donde se hizo conocer de profesores universitarios y médicos jóvenes, que le brindaron apoyo y hospitalidad. Junto con Juan Matheus, Conde de Puñoenrostro viaja a España. En Madrid consigue un cargo en un hospital y se pone a trabajar, cuando a esa hora se acuerdan en Quito de concederle el título de médico, por el que tanto sufrió y tuvo que salir a buscar fortuna. Era el año de 1808, pero vive en tierra ocupada y convulsionada por Napoleón. En 1808 y se alista como voluntario en las tropas españolas.- le acompaña el Conde de Puñoenrostro. En Junio de ese año con boca a Cortes en Sevilla, que se trasladan a la Isla de León con motivo de la invasión francesa. Se reúne un consejo de Regencia y resuelven dar representaciones en las Cortes a las Provincias españolas de América. Por primera vez iban a tener los americanos una representación en el mecanismo del gobierno central, y Mejía, nombrado Diputado Suplente por estar presente en España, concurre a ocupar su puesto cuando las Cortes se han trasladado a Cádiz. Allí interviene en los debates y se manifiesta como orador parlamentario, de gallarda figura, voz bien modulada, profunda ilustración y  hondas convicciones que dan pasión y elevación a sus discursos, en los que defiende la Revolución Francesa y tiene ocasión de atacar al reducto medieval de la Inquisición, que se sostenía en España como poder intocable y todopoderoso, mientras en el resto de Europa, hombres e instituciones se entusiasmaban con el Romanticismo.- Las Cortes discuten de 6 de octubre a 25 de noviembre de 1812, sobre el restablecimiento de los conventos de San Juan de Dios. Toma partes en los debates, lo mismo que en la defensa del artículo 321 de la constitución: “que las cosas de misericordia y mas establecimientos benéficos constituidos por el común correrán en adelante a a cargo de los Ayuntamientos y que los de patronatos particular se regirán por sus estatutos, pero ejerciendo los jefes políticos de las provincias cierto derecho de inspección para evitar posible abusos”. Nació en Quito, el 24 de mayo de 1775. Famoso orador medico y abogado.
Discípulo y hermano político de Espejo, de quien recibió las ideas a favor de la causa americana. En la casa de habitación de Espejo encontró la biblioteca que habría de brindarle los conocimientos para la práctica de su apostolado.
Fue víctima de la sociedad de aquel entonces: por ser “hijo natural” se le negó hasta el título académico que sus capacidades y desvelos pedían. Aspecto que caló muy hondo en el espíritu de Mejía.
Estando en España le sorprende la invasión de las tropas francesas a la Península Ibérica. Se incorpora a la guerra de guerrillas que el pueblo español supo mantener para defenderse de las huestes napoleónicas. Con este motivo, también en América castellana se organizan patrióticas juntas que, si bien por su nombre Indicaban respaldo a la Metrópoli europea, fueron bases muy certeras para que germine la intención de liberarse del yugo que se impuso tiempo ha con la toma de Cajamarca.
Representando a las colonias concurre a las Cortes de Cádiz, en la realidad de Diputado. Ahí se hace sentir como el fogoso y magnifico orador, a la vez que prudente, que, defendiendo a España, izaba realmente bandera de orientaciones para los territorios en los cuales nació. 
Sus conocimientos amplísimos sobre las doctrinas filosóficas y económicas que nacían a la fecha, y su gran sinceridad y habilidad para plantear y resolver los problemas, le hicieron acreedor a su justa fama que perdura hasta el  presente.   
Otro compañero de generación y de curul legislativo, el altísimo poeta Olmedo, escribió el epitafio de Mejia: “Amo a su patria y defendió los derechos del pueblo español, con la firmeza de la virtud, con las armas del ingenio y de la elocuencia”. Murió en España, Cádiz, el 27 de octubre de 1813, victima en la fiebre amarilla. Sus discursos e intervenciones en la Cortes de Cádiz, han sido recopilados en la obra: “Don José Mejía Lequerica”, que se imprimió el año 1913 en Barcelona. Juan Rice Amat, refiriéndose a la oratoria de Mejía: “Entre los diputados de la primera época constitucional, descuella, indudablemente, el americano José Mejía, como orador fogoso, más elocuente, mas parlamentario de la Cámara Popular de 800…”
Menéndez y Pelayo opina sobre la valla de nuestro compatriota y dice: “Desde sus primeros discursos Mejía arrebató a todos los diputados americanos la palma de la elocuencia, y si su prematura muerte no hubiera agotado tantas esperanzas, sería hoy venerado como una de las glorias de nuestra tribuna, puesto que a ninguno de los diputados reformistas cedía en brillantes de ingenio y rica cultura, y a todos aventajaba en estrategia parlamentaria, que pareció adivinar por instinto, en medio de aquellos legisladores inexpertos”.
Fue llamado “Mirabeau Americano” por su arrebatadora elocuencia. Sus estudios de Humanidades y Filosofía los hizo en el Colegio de San Fernando, obteniendo el título de maestro en la Universidad de Santo Tomás.
Gustaba de la lengua del Lacio, la que hablaba con perfección, ganando en 1796, por oposición, Cátedra Universitaria de Latín. 
Entre la bibliografía del autor se anota: “Discursos de Don José Mejía en las Cortes Españolas de 1810-13”, Guayaquil, 1909. “Colección de Mociones y Representaciones: discursos y observaciones en sesiones secretas y publicas, desde el 7 de octubre de 1810 hasta el 5 de diciembre de 1812”, Barcelona, 1913.