Mata Antonio


En 1864 el Dr. Antonio Mata había sido Ministro de Estado en el Gobierno de Robles, y también, de la Corte Suprema. “Tediosos, delintados, sucédanse los días para los presos sin que se iniciara juicio alguno, cuando, de improviso, cunde la extraña nueva de que, en la Plaza de San Francisco, se construye un extenso entarimado. 
Acuden los curiosos para cerciorarse, y luego propalan la noticia de que aquella construcción va a servir de patíbulo para fusilar a los presos. Difundes la especie para todas partes; la ciudad se alarma, se consterna; las familias de los caballeros que se hallan en prisión, agonizan, se desesperan. “Desde el amanecer del día siguiente, se escuchan, casi en todos los campanarios de la ciudad, las tétricas y pausadas campanas de agonía. Los presos creen que a llegado su ultima hora, y se disponen a morir. En esta sazón, recibe Espinoza un paquete, enviado del monasterio de Santa Clara, en donde tenía una pariente religiosa. Lo abre al punto, y se encuentra con unos cuantos rosarios y escapularios. Entonces, con su calma habitual, dice a su amigo y compañero de infortunio Dr. Mata, las monjas nos han enviado pasaporte para el cielo. “A las doce de ese memorable día, presentase un oficial en la prisión de aquellos caballeros, y les intima a que se pongan en marcha. Ni si quiera se les permite tomar sus sombreros, apenas si alcanzaron a ponerse los gabanes. Tenían como cierto que iban a ser fusilados.
Por delante, y de bracero, iban los Dres. Espinoza y Mata, descubierta la cabeza y con reposado continente: seguían los demás presos, formados de dos en dos, entre las alas de un batallón. “Llegaban a aquella Plaza, y se les obliga a subir al tablado, hallaba en aquel paraje formado todo el ejercito, cerrado en extenso cuadrilátero. Principia entonces una escena grotesca, que no lo califico de ridícula, por el aparato de inusitada crueldad que revestía. Los oficiales, que hacían de verdugos, apoderan de los jefes Jaramillo, Lamota y Gómez Cox, y van despojándoles brutalmente, y una por una, de sus insignias militares y arrojándolas al suelo. Uno de los esbirros lee, en alta voz, un adicto, por el cual se ordenaba la degradación de los expresados jefes, por el crimen de traición. Terminado este acto infame, se hace regresar a los presos a sus respectivos calabozos. Llevaban el corazón los mas de ellos, pues habían padecido amarguras y humillación y dolor de victimas. “Al día siguiente del suceso que dejamos relatado, notificase a los presos que, dentro del tercer día, serían deportados al Brasil, por la vía del Napo, y que el viaje tenían que hacerlo a pie.