Martin Vicente


Alcalde de Guayaquil, en 1816 Dn. Vicente Martín.
No fue menos desgraciado el General Flores en las intrigas, con sus pocos partidarios en la ciudad. Entre los ciudadanos figuraba como principal Director el joven Vicente Piedrahita, encargado de entenderse con N. Moreto, natural del Perú, introducido en la plaza con espía para arreglar y llevar a cabo la conspiración. Contaban con seguridad con dos capitanes del batallón n°1 Figuraba también la familia del Español Dn. Vicente Martin, el mismo que en 1821 conspiro contra el Gobierno, a favor del Rey de España. La familia Martin y otra apellidaba Domínguez se encargaron de hacer enganches, seduciendo a los soldados del batallón reserva, compuesto de artesanos de Guayaquil con quienes, por razón de sus respectivos oficios podían tener frecuente comunicación.  
 El Teniente coronel venezolano Nicolás López, que había servido constantemente a los españoles, fue el alma de la conspiración. Tomado prisionero en Muachi por una partida de campesino patriotas, sublevados en el tiempo que Urdaneta marchaba a su desgraciada campaña que termino Guachi, López que como prisionero estaba con Urdaneta siguió la suerte de este y la acompaño a su fuga a Guayaquil. Allí tomo servicios y la Junta Gobernativa la dio el mando de uno de los dos batallones que había levantado después de destruidas sus primeras tropas en Guachi y Tanisagua.
Alrededor de López se reunieron casi todos los españoles europeos que habían en la ciudad particularmente Dn. Vicente Martin y D. Juan Ferrusola casados con dos hermanas paredes, que formaban asi una sola familia. Con una de las hijas de Ferrusola se había casado recientemente el coronel Arauco antiguo oficial del Batallón Reserva que figuro también entre los revolucionarios del 9 de octubre y que últimamente era el comandante militar de la plaza. Expendiéndose más los hilos de la conspiración se puso López de acuerdo con el oficial español Benito Caamaño que tenía un mando importante en las Lanchas N. Ollague joven Guayaquileño, que también servía en ellas debía ayudar a Caamaño llegada la ocasión. 
Desde que se instalo en Guayaquil la junta de Gobierno no hubo un solo caso en que por delitos políticos se aplicase la pena de muerte. Los españoles complicados en la revolución de la lanchas recibieron sus pasaportes, sin exceptuar a Dn. Vicente Martín, el más comprometido en ella. Otro español N. Saravia había estado preso en un pontón. Puesto en libertad por intercepción del Dr. Marcos, secretario vocal de la Junta de Gobierno, abusando de esta generosidad fugó a Cuenca para unirse con los españoles, protegido por el joven Dn. José María Caamaño hijo de otro español que recibió en su hacienda de Tengel, de donde continuó su fuga. Alcanzado en el camino fue preso y Caamaño y a sus cómplices pero por sus relaciones de familia salió este con fianza y quedo impune. Saravia fue más desgraciado. El Gobierno le hizo embarcar con escolta para ponerle fuera de la frontera. El oficial N. Ponce a quien se dio la comisión de custodiarle le hizo fusilar en Puná con el pretexto de haber intentado seducir la escolta, aunque generalmente se creyó que su objeto era robarle. Sometido Ponce a juicio se le condeno a degradación pública y a extrañamiento lo que manifiesta que su criminalidad estaba comprobada.