Márquez Lola

El proceso agridulce que todo pintor serio atraviesa en cualquier parte del mundo –según la historia del arte- lo está viviendo el guayaquileño Francisco Valverde en Houston, Texas.
Residente desde hace cinco años en una ciudad que de alguna manera se asemeja a Guayaquil (tiene poder económico y en los Estados Unidos no esta considerada precisamente  “culta”) Francisco Valverde debe de haber nacido para ser pintor, pues su conversación transparente una convicción casi infantil, no por lo ingenua, sino por lo poderosa, en cuanto a ejercicio artístico.
El estaba haciéndose un nombre acá, cuando su esposa Christie –hija de norteamericana y ecuatoriano- termino en Guayaquil la carrera de Arquitectura y quería hacer un posgrado en Estados Unidos, adonde se trasladaron inmediatamente.
Para Francisco, significo dejar más de una comodidad: la principal, su estudio, que debió cambiar “por un departamento  pequeño”. Además, estaba su necesidad de ubicar su nuevo ambiente. “No soy pintor de estudio, abstracto. Necesito conocer mi entorno, no para copiarlo, sino para crear cosas en situaciones extrañas, insólitas, normales para unos, diferentes para otros”.
El 990 fue un año de transición, de adaptación; cuando debió olvidarse de las series para pintar retratos por encargo. En el 92 empezó a ganar premios en concursos y a renovar la seguridad en su valía como artista. Todavía le queda mucho trecho, pero lo va recorriendo de modo esforzadamente posible.
“Waiting for the Storm”
En la galería Thomas Robinson de Houston ha realizado –diciembre de 1993- su primera individual en el gran país del norte: “Waiting for the storm” (Esperando la tormenta), que le representó doble trazo profesional: madurar el trabajo pictórico en forma de serie temática y, retomar la acuarela, que había colgado en 1985. Además, la acuarela tiene un sentido predeterminado: ceñirse a las especificaciones de los concursos de las revistas especializadas en pintura, eventos en los que Valverde se ha convertido en continuo participante.
Con malas noticias al principio, pues no lo aceptaban. Valverde estaba convencido de que no se trataba de a calidad de su obra, pues si de algo está seguro, es de su pulcritud y su talento como pintor. Así que le llego “el tumo de las rocas”: un cuadro suyo denominado así, lo envió a concurso en 1991, por intermedio de un buen slide –tomado por un destacado fotógrafo profesional, el argentino radicado en Guayaquil, Jorge Massucco- (Valverde llegó a sospechar que la mala calidad de otros slides lo estaba perjudicando) y Artist’s Magazine lo selecciono entre diez mil artistas, ubicándolo entre los primeros doscientos y entre esos, le dio Mención de Honor. “Esa noticia fue para mí bastante estimulante, la revista apareció en diciembre del 91. Para 1992, cuando participé en el concurso de Fort Worth de Texas, donde gané el primer premio sin saberlo, esa gente ya me conocía. Ha sido así, mediante concursos, -rechazos, aceptaciones y premios, como me he dado a conocer, primero en la región donde vivo y después en otras partes de Estados Unidos. La prueba está en que ya recibo correspondencia de otros estados.” 
Una consecuencia de ello es la serie de 80 dibujos para ilustrar un libro de un escritor de Florida, quien lo conoció por este medio y lo llamó. Uno de los cuadros va a salir en la portada.
“Esperando la tormenta” es el cuadro que mas éxitos me ha dado, aunque no es el que mas me gusta”.
Asimismo, su acuarela Retrato de l esposa del pintor (donde utilizó una modelo, no su compañera), ganó el premio del público en Houston y fue seleccionado para aparecer en una enciclopedia de artistas vivos, tras ganar el segundo premio de la revista The Artist’s Magazine, categoría experimental, en 1993.
En los sucesivos, le interesa trabajar acrílico sobre tela para exponer, mientras que la técnica acuarelística la destinará para concursar. Hay en el una necesidad latente de medirse y batirse entre muchos, de llegar “uno entre mi”.
Expresionista y Surrealista
Una técnica exigente, paciente, de lento aliento es la suya. Las veladuras que identifican su trabajo, son una capa transparente sobre capa transparente, puestas a secar una a una, de manera que la calidad de dibujo y de color se fija, para dar esa atmosfera enigmática que procura y que logra francisco en su obra.
Actualmente tengo una idea abstracta que se relaciona con el oeste de Texas, sin que ello signifique que será pintua country, folclórica, ni naif, es el escenario el sujeto principal. También todo aquello que tiene que ver con la condición del pintor”. Y para tener una idea de cómo crea Valverde, he aquí un ejemplo: “En uno de mis cuadros (“Los pro y los contra de ser un cactus”) se aprecia una motocicleta, a su derecha un caballete y, por el espejo retrovisor de la moto se refleja retrovisor de la moto se refleja un pintor pintando el paisaje: eso me gusta la expresión, el color, las dos caras: pintura expresionista sobre fondo surrealista”.
Autorretrato de Valverde
Soy un pintor analítico, no espontaneo. Creo que mi pintura maduró en Guayaquil; pero en lo técnico, en Houston. Me gusta la expresión un tanto enigmática que tienen mis cuadros. En ellos todo es consciente, aunque después me olvido de detalles que pongo, hasta que los vuelvo a ver y los recuerdo.
Siempre he tratado de estar al tanto de lo que la gente llama vanguardia. Estoy suscrito a siete revistas especializadas y consciente de lo que está pasando en el concierto de la pintura mundial. Yo hago lo mío porque quiero hacerlo, no por ignorancia de no saber lo que están haciendo en otras partes.
No me considero libre de influencias, pero si un pintor contemporáneo. Tengo influencia de los pintores de después del Renacimiento como Velásquez, y lo barroco, a lo Rembrandt; pero no en la temática, sino en la técnica, y siempre he querido hacer una variación del realismo y del realismo mágico, nunca encasillarme en un movimiento.
Me gustaría estar por algún tiempo acá, mientras mi esposa logra su masterado en educación. Quiero lograr más éxitos, admitir fracasos. Siempre con la idea de regresar al Ecuador. Si no va bien, tal vez retomaríamos en el 97-98, con la condición de siempre volver acá. Porque esto ha resultado un choque interesante con lo que hago. Geográficamente es estratégico, porque estamos a pocas horas de Guayaquil, cerca de los Ángeles, de Miami, New York, de México, es bueno. De mi generación me gustaba la obra temprana de Pedro Dávila y de Jorge Velarde; de la generación mayor, la de Tábara y de Viteri.
Quiero un camino propio y si bien yo soy orgulloso de ser un latinoamericano aquí en Estados Unidos, orgulloso de mis raíces, no soy un pintor que está haciendo arte latinoamericano, que siempre tiene que ver con los indígenas o con las tradiciones, las costumbres. Me gusta ser un pintor contemporáneo, que ha vivido en el hemisferio occidental y trata de resolver su entorno, sus experiencias buenas y convertirlas en ideas para que sean cuadros, y ponerlas a la disposición de un público, Nunca. Pensando en lo que a la gente le va a gustar o no, sino tratando de ser honesto conmigo mismo.