Maldonado Carbo M. Tomás


Desde la ignominia de Cuaspud 1862 Maldonado residía en Latacunga, abrumado por la imposibilidad de que obtuviese triunfo la justicia. Vivía con su esposa y sus hijos, retirados de las agitaciones políticas. El Congreso de 1863 había autorizado al Poder Ejecutivo para que pagase al Gral. Maldonado las pensiones correspondientes al tiempo transcurrido, desde el 17 de junio de 1862, hasta el 11 de Octubre de 1863; es de suponerse, pues, que no soportaba privaciones, porque, además, pertenecía a una familia acomodada. Se hallaba en Quito, a principios de junio de 1864, Departía una tarde con su amigo el Dr. Juan Borja, en casa de este último, y de súbito le llegó la noticia de que García Moreno mandaba aprehenderlos: Maldonado tenía en el patio su caballo, montó en él y partió a Latacunga: Borja no tuvo tiempo sino de agazaparse en el cielo razo de su casa. Borja se había indispuesto con García Moreno, en la juventud de ambos, a causa de una calumnia de este ultimo: cuando escribía García Moreno “El Vengador”, (1846), y hablaba de la traición de Flores en España, dijo que, en compañía del traidor, venia el aventurero D. Manuel Borja, hermano de D. Juan, “Mi hermano no es aventurero: contesto D. Juan Borja, en hoja volante: aventureros son los que, sin una moneda, sin otra recomendación que su osadía, aparecen en Quito, de repente, y se casan con mujeres ricas, sean o no viejas y feas”. La alusión enfureció a García Moreno, y la guardó hasta 1864, en que se vengó terriblemente. Ya hemos visto que el Dr. Borja había sido nombrado Gobernador de Pichincha, en 1859, por Robles, que en la plaza de Quito combatió el 4 de septiembre, y que fue derrotado por los partidarios del tirano. En aquel día cayó preso: semanas permaneció en prisión; y como García Moreno estaba ausente, pudo obtener libertad, aunque erogando dinero. Había emprendido desde antes, por contrato con el Gobierno, la apertura del camino de Esmeraldas, y se trasladó allá, según condición impuesta por los que le dieron libertad. A poco llegó García Moreno a Quito, y se enfureció al saber que quien le había ofendido quince años antes, se atrevía a gozar de libertad. Mandó escolta tras escolta al Bosque: al fin volvieron a aprehenderlo, y le condujeron con grillos a Quito. “No encontrando el Sr. García Moreno, dice un escritor de entonces, algún medio aparente que pudiera justificar esta nueva prisión, mandó juzgar al preso como a reo de las muertes ocurridas en el motín de Septiembre”. Borja fue Gobernador, defendía a un Gobierno legitimo, contra tropa de conspiradores; y Borja había de ser reo de las muertes acaecidas en el campo de batalla. El Gral. Maldonado había ido a Latacunga, donde supo que llegaba a aprehenderlo el cnel. Ignacio de Veintimilla: entonces fugó por las selvas, hasta llegar al Balzar, en la Provincia del Guayas; y allí fue, al fin aprehendido. Condujeron le a Guayaquil y le entregaron al comandante General Flores, a quien Maldonado manifestó que su intención era dirigir al Perú: $30.000 le exigió ese Comandante General, a trueque de la libertad para emigrar; pero no le fue posible reunir aquella suma. Enviaron a Quito, en obediencia a orden del tirano. El Cnel. Veintimilla, al saber que el Gral. Maldonado venia preso, siguió hasta Ambato, con cuerpo de ejército, allí le puso grillos y le trasladó a Quito. En Latacunga le dio permiso para que durmiera en su casa, y aún, como Veintimilla los ha asegurado, le proporciono facilidad para la fuga: Maldonado se resistió, sin duda porque confiaba en su defensa, o no conocía lo bastante al tirano. Grande era su prestigio, por caballeroso y valiente, y grande fue la conmoción de Quito, a su llegada. Apenas se desmontó, fue puesto en capilla, y García Moreno acudió a insultarlo en su desgracia. Este hombre no se desteñía en escrúpulos, se recreaba en departir, echándoles contumelias, con aquellos a quienes iba a fusilar. Dos horas duro la entrevista; pero es de suponerse que no se humillo la víctima, porque acto continuo mandó el victimario alzar el patíbulo. Parece que el furor de García Moreno consistía en que él había mandado pagar a Maldonado sus sueldos, y presumía que con estos sueldos había intentado conspirar. El 20 de agosto de 1864 todo el vecindario de Quito estaba exasperado y conmovido: ya se sabía la sentencia; pero dudaba fuera ejecutada. Entre un escolta al calabazo del Dr. Borja, descuélgale de la barra y le libra de los grillos. Ya convalecía el mártir: la energía le había separado, por entonces, de la tumba. Le ataron las manos a la espalda, le colocaron al centro de la escolta y con esta salió del calabozo. Se encontró con el Gral. Maldonado en la calle, ya en camino del cadalso. ¡Cual no sería el dolor de esos hombres, al encontrarse uno a otro en tal sitio, en impotencia para prestarse auxilio mutuamente! Uno y otro tenían como gozar de ella e iban a morir sin ningún vestigio de crimen, no a manos de la naturaleza madre, sino en cadalso infame, levantado por uno de sus prójimos. “Tan relajado esta el mundo, que ya no se comporta en el poder la autoridad del Evangelio; y tal vez por esto, a García Moreno el austero, llamo García el cruel”, dice un piadoso jesuita. Ni siquiera pudieron comprimirse las manos, pues ambos la llevaban atadas la espalda; y siguieron en medio del  ejército, el cual estaba alineado hasta donde se levantaba el cadalso. Algunos soldados vertían lagrimas, y el pueblo se atumultuaba, sin dar completo crédito a la escena. Maldonado iba muy sereno: créese que él no se persuadía de su fin. Era, alto, bizarro, todavía joven; es indudable que hubiera sido aun muy útil a su Patria. Al desembocar en la plaza de Santo Domingo, donde se levantaba el patíbulo, sobre vino una escena, que trajo las lágrimas a todos los ojos: aparecieron la señora de Maldonado y sus hijos, todos niños, rompieron por la tropa y se colgaron del cuello y las piernas del padre y del esposo: él no puedo ni abrazarlos. Los ayes de la señora eran profundos, y los sollozos estallaron en todos los espectadores de la calle y los balcones. El cuerpo diplomático, el clero, la gente de pelusa, los amigos y parientes del tirano y sus víctimas, todos se hallaban en movimiento, por conseguir conmutación de la pena. García Moreno se había encerrado en su casa, había atrancado las puertas y ordenado que a nadie se consintiese penetrar. Como tardaba en oír los disparos, mandó decir al jefe de la tropa que si la ejecución no se verificaba en aquel instante, daría orden para que lo pasasen a él por las armas. 
En 1852, al conocerse la prisión en Babahoyo, del Presidente Diego Noboa. En Quito había quedado de Encargado del Poder Ejecutivo el Sr. José Félix Valdivieso, quien era ya de mal agüero para los Presidentes a quienes reemplazaba. Una fuerza de 1.400 hombres, mandaba por el Cnel. Manuel T. Maldonado, se hallaba en Quito a su disposición. Al recibir la noticia, Maldonado expidió una proclama enérgica, preparando a sus subordinados al combate; pero luego se convenció de que la resistencia traería nueva sangre, sin que el resultado fuera útil, ya saliera vencido, ya triunfante, y se sometió al jefe victorioso, Urbina.
En 1860 después de desbaratar en el combate de Sabún al ejército franquista comandado por el Coronel Manuel Cerda, el General Tomás M. Maldonado continúa a Cuenca para libertar a esta del régimen franquista. Así lo consigue fácilmente, pues el jefe de la Guarnición, general Fernando Ayarza, ante la imposibilidad de ofrecer resistencia por la escasez de su gente y recursos, opta por entregar la plaza. Vuelve a ejercer la Gobernación de la Provincia el Dr. Ramón Borrero, quien en gesto magnánimo indulta a todos los franquistas, inclusive a don Mariano Moreno.  
El 17 de julio de 1851, la guarnición de Guayaquil, al Mando del General Manuel Tomás Maldonado (es la segunda ocasión que se subleva), se pronuncia a favor del General José María Urbina. El 24 era proclamado por el pueblo de Guayaquil. A principios de abril de 1859, sin meditar, quizás, en las consecuencias que una guerra civil podría desencadenar, habida cuenta de la proximidad de las tropas peruanas, se sublevó en Guayaquil el general Manuel Tomás Maldonado. La rebelión, mal planeado y peor ejecutado, Fracaso. Al día siguiente de la celebración de ignominioso Tratado, García Moreno con sus adictos se encuentra en la dura brega de detener a tropas franquistas que al mando de un Coronel León están hostigando en poblaciones y haciendas de la Provincia de Bolívar. A poco llega otro destacamento franquista de Cuenca encabezado por el Coronel Manuel Cerda. García Moreno toma las mejores iniciativas y envía al General Manuel Tomás Maldonado para detener aquella soldadesca que ha quedado en Riobamba dedicada al saqueo. El 29 se produce el encuentro. Maldonado derrota en Sabún a Cerda, entre cuyos batallones figuran los Tauras, y sigue la marcha hacia el sur. Y pocos días más tardes caerá en su poder la ciudad de Cuenca, cuya guarnición esta mandada por el negro Ayarza.   
En 1859 Darquea y Salazar, lo primero que hicieron fue acercarse al Gral. Maldonado, y le convencieron que debía acaudillar el movimiento. ¡Rebelión en presencia del enemigo extranjero, que infamia! Maldonado comprometió al Jefe de la artillería, Coronel Ampuero, y difundió el proyecto de la revolución entre los principales oficiales de su cuerpo. Llego el día 4 de abril. Uno de los Ministros de Estado de Robles, el Sr. Francisco P. Icaza, se acerco en aquel día a Maldonado y le confió que el Gobierno sabía sus proyectos. Maldonado acudió a su cuartel y todos los conspiradores acordaron dar el golpe por la noche. Hubo un acontecimiento que atenuó la ignominia de la sublevación del 4 de abril de 1859: Mariátegui, jefe de la escuadra peruana, ofreció prestar auxilio a Maldonado: este lo rechazó con nobleza. El desenlace final de esta sublevación fue que se sometieron Maldonado y su ejército, y todos obtuvieron indulto de Robles y Urbina, los cuales eran, por naturaleza, mansos: y a los jefes de la sublevación se les mandó retirar a la región interandina, libres, sin compromiso; pero con la condición de no tomar armas contra Robles.
En diciembre de 1859 había partido de Guayaquil el Coronel Manuel Cerda, a restablecer el Gobierno del General Franco, en el Distrito del Azuay: en enero de 1860 salió de allí, a la cabeza de sus tropas, con el objeto de unirse con León. De jefe de la Guarnición quedo en Cuenca el General Fernando Ayarza. Cerda se aproxima a Riobamba, cuando el General Maldonado, ya al mandó de las tropas de García Moreno, se puso en camino y encontró a cerda en Sabún. Combatieron el 29 de enero de 1860. Tan completamente derrotó Maldonado a Cerda, que éste y 150 de los suyos cayeron prisioneros.