León Ricaurte


Sin duda, a ventura fundamental es el arte. El conjuga pensamiento y acción, querer y hacer, titubeo y resolución, y por cierto constante.
Inútil es decirlo: las concesiones no parten del arte sino del artista, que no es el caso de Ricaurte, que se exige con cada nueva obra, exigiendo también a quienes integran una audiencia.
Ricaurte no hace lo que se llama un arte “difícil”; al contrario, el suyo parte de una aguada observación de la realidad circundante y hacia ella se vierte; sus materiales son los mismos proporcionados por el hecho cotidiano y que el hecho cotidiano y que el trabajándolos, ofrece en distinta faceta. No hay dos versiones de esa realidad sino una prolongación de la misma. Quien no  es capaz de advertir el fenómeno de la vida diaria tampoco podrá asumir esa postura ni aproximarse a su obra.
Esta está hecha para reflejar nuestro tiempo: nos incita a imaginar como a contemplar, a analizar o a deducir. Realidad no exenta de sueño como de mirada atenta a las circunstancias que se viven. Porque su arte es concreto por la materia que usa como por la visión que lo impulsa. Materia informe pero también materia viva que proyecta a  una dimensión diferente.
Visión profunda, tierna a veces, dura en otras, pero fija en el acontecer citadino. Las dos actuales, constituyendo una unidad que es también la línea de su trabajo.
Arte de constancia, sin concesiones y “difícil” para quien se limite a una apreciación que es la del tradicionalismo plástico. Arte que desplaza el azar por el rigor de la búsqueda, que se elabora con el pensamiento sin menoscabo de la emoción, que se ofrece como objeto y se ejemplifica como idea. Arte, en fin, sugestivo y provocante, que es su naturaleza esencial. Imagen y reflejo de su autor y de nuestra época. Su testimonio y memoria.