Iturralde de Orranti Violeta


La admirable poetisa y amiga muy querida Violeta Iturralde de Orrantia me distingue al enviarme un ejemplar de la última publicación de sus poemas, llamada “Cantos de Soledad”. Me produjo intima satisfacción su lectura y emoción su gentil dedicatoria. 
Los bellos poemas de “Soledad” son, algunas veces, cantos de soledad; no de soledad física, indudablemente, sino de anhelar la vida bajo una faceta diferente de la que esta nos señala. No son versos de rebeldía contra la vida sino de expresión anhelante ante sus enigmas, sintiéndose “sol entre la luz y el aire”.
La grata circunstancia de haber mantenido mi familia una amistad de tres generaciones con sus familiares políticos y, luego con ellas y sus hijitas y las mías, me autoriza un poco para hacer este comentario, afectuoso indudablemente.
Siendo todos los poemas hermosamente desarrollados, sin embargo, quiero revelar algunos, que me parece que encierran un anhelo reprimido: “Sola entre la luz y el aire”, “extranjera”, “Antiguo espejo” y “Se ha ido”. Luego los hermosos poemas de familia, cariñosos, tiernos y emotivos.
Y los dedicados a su ciudad, con descripción real y cariñosa, al mismo tiempo, sobre las costumbres típicas de este conglomerado humano, típico y humilde en el fondo, como “Balada del agua”, “Entierro”, “Iglesia de mi barrio”. 
Y aquellas dos dedicadas a su Guayaquil, al nuestro, como “Rio de mi infancia” y “Las Peñas”. El recuerdo de los seres que vivían del rio en aquellos tiempos en los que sus productos no eran fuente de ingresos nacionales millonarios, como son ahora. Era el rio apacible, también de mi infancia, que cruce muchas veces en canoa, en bote o en lanchitas a motor.
Rio incambiable que corre por las venas de los guayaquileños de verdad, cuando sus riberas no estaban mancilladas por el invasor y sobre cuyas ondas circulaba gente de trabajo limpio como “el pescador sin peces o el balsero sin viento”, que ahora tanto Violeta.
Y por ultimo “Las Peñas” con su cerro sumergiéndose en las aguas del rio, con “su olor a mirto, a tierra, a ciruelas, guayabas”. Y su estrecha callecita contorneando al cerro, empedrada y callada conservando el sabor de ese Guayaquil, ya adolescente y maduro, que pobló sus espacios. Con sus antiguos pregones que descendían del cerro, ofreciendo barquillos, pan de regalo en la Semana Santa, can de Suiza o candy suisse pata lavada y otros más que no recuerdo; pues yo también en mi infancia habite en Las Peñas.
Por todo esto en que “vaga aun entre los cuantos mi espíritu vestido de fantasma”, como le dice, con tanta emoción violeta en sus bellos versos. 
Don Miguel Iturrade Tacungueño, oficial y compañero de los antedichos.
Don Miguel Iturralde nace en Latacunga. Hijo de don Andrés Iturralde y doña Mariana Sánchez de Argudo. Vinculado a familia prominente y patriótica, como lo que fue la de Doña manuela Iturralde y Vidaurreta. Organizo el ejército de milicianos, reclutando gente, en el actual cantón de Salcedo. Armandoles de palos y cuchillos fue a batallar en Cuenca. Esposa lo fue Doña Felipa Viteri Fallece en 1824.
Oficial de uno de los tres batallones. Tacungueño. Nace en Latacunga. Hijo de don Andrés Iturralde y Doña Mariana Sánchez de Argudo. Vinculado a familia prominente y patriótica, como lo fue la de doña Manuela Iturralde y Vidarrueta. Organizo el ejército de milicianos reclutando gente en el actual cantón de soledad. Armándoles de palos y cuchillos fue a batallar en Cuenca. Su esposa lo fue Doña Felipa Viteri. Fallece en 1824.