Como el levantamiento alegaba los intereses de todos, hicieron causa común los pueblos inmediato y hasta los clérigos y frailes exhortaban y predicaban a favor de la revolución como consta de auténticos y originales instrumentos que existían en los archivos de la Audiencia. Solo los jesuitas procuraban con lagrimas, exhortaciones y ruegos contener al pueblo, y juzgando que el Presidente y Oidores iban a perecer de hambre por la dificultad que había de introducirles alimento, se valieron del arbitrio de decir a los caballeros, que sin tanto escándalo y sin derramamiento de sangre podían librarse de las Alcabalas, con solo reducir a los Oidores a que ellos mismos revocasen la promulgación, protestando no las admitirían y representando al Rey los grandes inconvenientes que se seguían de ellas.
Alucinados con este aparente arbitrio, encargaron a los mismos jesuitas la reducción de aquellos cuatro que llamaban rebeldes. El estratagema surtió un buen efecto, porque con el pudieron meter ocultamente algunos mendrugos de pan, con los que salvaron la vida de los Oidores que ya perecían de hambre.