Después de la batalla de San Antonio y la Ocupación de Ibarra por Seminario, muy poco tuvo que hacer el presidente Toribio Montes para pacificar la costa, donde se habían retirado unos pocos patriotas que disperso fácilmente el Teniente Coronel Fábregas, venido de Panamá a Tumaco y otros puertos del Choco, mandado con tropas por el Virrey de Santa Fe. Tomo entre los prisioneros a Dn. Nicolás de la Peña y su esposa, a quienes hizo fusilar, cumpliendo con las órdenes de Montes, no como rebeldes, sino como asesinos del Presidente Ruiz de Castilla. En vano se ha pretendido lavar a Peña y su mujer de este crimen, pues desde que se cometió, realistas y patriotas convinieron en que ellos fueron los instigadores. El mismo Peña confirmo este juicio del público con la protesta que hizo antes de morir. En ella después de confesarse culpable de la asonada, que costó la vida al conde Ruiz de Castilla, añade, para excusarse, que haciéndolo, no tuvo intenciones de que se le matase. Pero como de las intenciones solo Dios puede juzgar, la historia para hacerlo tiene que atenerse a la verdad de los hechos.
Esta ejecución de Peña y su señora es la única en que Montes hizo derramar en el patíbulo la sangre de los patriotas.