Crespo Heredia Agustín

Es originario de la Arquidiócesis de Cuenca. En estas páginas se hace memoria de su ilustre nombre por haber servido como párroco en la Iglesia de San Alejo, de Guayaquil, de 1943 a 1944, cuando regia la Diócesis el Excmo. Mons. José Félix Heredia, quien lo apreciaba en alto grado.
Para conocer los datos personales y la figura moral de este ilustre sacerdote cuencano, me remito a los apuntes biográficos que la Revista Católica. Órgano de publicidad de la Arquidiócesis de Cuenca, en el tomo 49, decía del como sigue, en la nota necrológica.
“Nacido en Cuenca en junio 19 de 1902, del noble matrimonio de D. Luis Teódulo Crespo y doña Mercedes Heredia Crespo, hogar cristiano crecieron honorables descendientes para rodear los altares hermanos de Miguel Agustín y Luis Ariosto”. 
“Educando en la Escuela Lasallana; colegial y bachiller del colegio Benigno Malo, sacerdote del Seminario Mayor de Cuenca, ordenado por Monseñor Daniel Hermida en febrero de 1927. Su apostolado recorre la coadjutoría de Azogues, los curatos de Charasol, Gualleturo, Jadan y Tizan, pasa a servir las importantes parroquias de S. Alejo y la Catedral en Guayaquil; vuelto a Cuenca ejerce el Archipiélago de Girón y el Sagrario, Vienen luego los cargos curiales, presididos de la maceta canonical, con que Mons. Manuel de j. Serrano Abad estimula a su mejor párroco. Consultor, Examinador Pro sinodal, fiscal y Promotor de Justicia del Tribunal Eclesiástico.
Como profesor colabora en la reorganización del Seminario de Cuenca, y se encarga de la dirección espiritual de los monasterios de clausura: cultivo primero los lirios del campo, para dedicarse al fin de su vida a cuidar los jardines del esposo de los vírgenes. En todos los sitios dejo la huella de una virtud aristocrática, y el desprendimiento caracterizo su inteligencia bondadosa y humilde que vivía aquello de S. pablo: “no busco lo vuestro sino vuestras almas”. “Hijitos míos “, llamaba bondadosamente a sus feligreses”.

“entre sus virtudes sobresalientes, la obediencia sin alardes ni ambiciones. Tanto aprendió a obedecer que le era difícil mandar. Mas que órdenes las suyas eran suplicas entre sonrisas que borraban los límites de superior y subalterno. Hábil consejero, discreto conciliador, hombre prudente que nació para gobernar, que tuvo un incansable empeño de impersonalizarse. 
Su vida estuvo siempre en función de los demás, para sufrir con ellos, para compadecerlos, para estimarlos. Cuando no podía socorrer se le escapaban sus ansias secretas de ayuda, “hacerse todo a todos”.
“Desprendió como pocos, busco lo eterno e imperecedero y en los labios de los feligreses que le lloran quedan bendiciones agradecidas sobres sus virtudes y beneficios como el mejor epitafio. Nada deja al morir de aquello que roban los ladrones o devoran el orín y la polilla, añadiendo nueva gloria a su sacerdote impoluto”.
“Agustín Crespo Heredia, sacerdote de altísima valía, reconocida por buenos y malos, lejos, muy lejos de logros personales o devociones de vanidad. Gloria de la Iglesia cuencana y su ferviente intercesor desde ahora que comenzara ante Dios la demanda de sacerdotes como él, para Dios, para la Iglesia y para las almas”.
“Su jornada ha terminado. Se apago una lámpara de amor cabe de sagrario. ¡Siervo bueno y fiel”, el Amo le habrá otorgado el derecho de sentarse en su presencia y gozar de Él entre aquellos que “brillan como estrellas en perpetuas eternidades” por haber enseñado a muchos la justicia”. 
Falleció el 24 de noviembre de 1961.