Pertenecía a la orden de Santo Domingo en la que había profesado el 10 de marzo de 1503, en el convento de San Esteban de Salamanca. No sabemos el año de su nacimiento y solo que vio la luz primera en Berlanga, pequeña villa de España. Cuando se ordeno fundar el convento de Dominicos en la Isla Española, fue nombrado Prior, con sujeción el provincial de Andalucía. En 1523 alcanzo de Roma la erección de aquella provincia dominicana con independencia de la de la península y el titulo de santa Cruz. El capitulo General de la orden aprobó la constitución de la nueva Provincia, y el padre general fray Pablo Butigela nombro primer Provincial Fray Tomas de Berlanga.
En 1530 fue presentado el ilustre dominico para Obispo de panamá. Era el tercer Obispo de la Diócesis llamada entonces de Castilla de Oro. Antonio de Alcedo en el “Catalogo de los obispos que ha habido en Panamá”, señala a Berlanga el quinto lugar de la serie y pone como primero a Don Fray Vicente de Valverde”, “electo en 1533” hay una evidente equivocación en esto. Pues si hubiera sido electo el Padre Valverde en dicho año, no podía ser el primer Obispo, puesto que Berlanga había sido elegido tres años antes. Además en 1533 Fray Vicente Valverde estaba acompañado de Pizarro en Cajamarca. Fue en aquel año el reparto del rescate ofrecido Monarca quiteño, bautizado precisamente por Valverde antes de ser ejecutado. El P. Valverde fue primer Obispo del Perú, habiendo sido presentado al Papa (Paulo III) por la Reina Doña Juana.
Tan pronto como llegaron a tierra firme las provisiones reales que hemos mencionado. Comenzó el Obispo Berlanga a disponer de todo lo concerniente a su cumplimiento. Terminados, los aprestos de un navío de Panamá, embarcaron hombres, caballos y bastimentos; y el 23 de febrero de 1535 el obispo y su gente se dieron a la mar con vientos favorables. Por siete días brisas variables empujaron el pequeño barco hacia el sur. La navegación se hacía entonces en aquel mar sin perder enteramente de vista las costas de Levante: los promontorios y cabos servían de señales y ayudaban a calcular la posición de las naves, cuyo avance variaba según la fuerza de los vientos. Desde el octavo día las velas caían flácidas, pendían lacias en el bajel de Berlange que apenas se movía sobre las tareas aguas. El sol abrasador del trópico fatiga a los cansados marineros, y las tierras que aparecen a babor, poco a poco se iban esfumando en el horizonte. Si la más pequeña brisa hinchada las velas y sin embargo el barquichuelo derivaba mar afuera y se engolfaba en el agua incógnitas del Océano. Era una corriente a las costas de Esmeraldas vuelve al occidente y se confunde con el Ecuatorial del Pacifico la que llevaba el barco, en medio de la calma, con relativa rapidez hacia desconocida región del Mar del Sur.
A bordo empezaron a escasear los víveres, pero el mayor tormento era la sed, pues hombres y caballos habían casi agotado las reservas de agua. En vano diariamente los angustiados navegantes oteaban el horizonte. Por todas partes el mar en calma; ni una nube que prometieran lluvia; el sol de fuego en un cielo de zafiro y la tierra desaparecida por completo en el Oriente gris. Faltaba sobre todo, agua y yerba para los caballos. En los últimos días del obispo y sus hombres padecieron intensamente y ya les abandonaban las fuerzas para todo, cuando el 10 de marzo de 1535 fue señalada en el horizonte una tierra aislada que debía ser una isla.
Dos días estuvieron vagando por un laberinto de peñascos y quiebras, farallones y crateras, chupando los tallos y hoja de los cactus para apaciguar el horrible tormento de la sed. El Abrupto paisaje desolado y lleno de misterio, sin señal alguna de vida humana, las rocas estériles, animales desconocidos, monstruosas iguanas y lagartos que no huían a la presencia del hombre; las grandes masas de rocas volcánicas que cubrían las playas y que parecían, dice Berlanga, como si Dios hubiera algún tiempo hecho llover piedras, todo sobrecogía el ánimo de los perdidos navegantes que imaginaban haber sido arrebatados a una región embrujada y pavorosa. Los españoles llamaron a las incógnitas cierras a donde les había arrojado el destino, las Islas Encantadas.-
El Obispo Berlanga, para implorar del cielo un auxilio en la angustiosa situación en que se hallaban y calmar la desesperación y el ánimo espantado de sus acompañantes, celebro el domingo, un domingo de Pasión, la misa en la playa. Pocas veces se habrá oficiado el rito augusto en un escenario más terrorífico y extraño.
Después de la misa todos los pobres náufragos, en grupo de dos o tres, se dispensaron internándose por las quebradas y ricos, llenos de fe en busca de vital elemento. Un grito de gozo y esperanza les reunió en el fondo de una quiebra donde el grupo más afortunado había por fin encontrado agua. Ávidamente bebieron hasta saciarse y llenaron todos los barriles y cantaros vacios que traía el barco. Ya podían darse de nuevo al mar en busca del continente pero en la tierra misteriosa de las islas Encantadas quedarían los cadáveres de un hombre, a quien enterró el Obispo, y de los caballos muertos de sed; otro hombre murió a bordo después y en total perdieron diez caballos.
Una muy buena observación de latitud hacia por Fray Tomas de Berlanga señalo para ese punto de la isla recientemente descubierto; pues una de las islas centrales del Archipiélago, El hecho de decir que en ella había “grandes sierras”, haría pensar que haya sido la Albeármele, donde hay alturas de 1.134, 1152,1.160 y 1.430 metros. Esta gran isla divisada desde la segunda que tocaron los españoles es probable que haya sido la albeármele. Nos inclinamos a creer que esta segunda isla, donde encontramos agua, haya sido la Infatigable o Chávez (Santa Cruz) que se haya en la misma latitud, tiene una montaña central de 700 metros, la que vista desde la playa debió parecer muy alta, y en la que se encuentran algunas vertientes de agua dulce. Probablemente fue en la costa oriental en donde tocaron a principio, pues la dificultad de desembarcar durante tres días debió ser; sin duda, no solo a las clamas, sino a los acantilados que predominan en ese lado de las islas. Pero bien pudo ser, como opina Ruth Rose, que la primera tierra donde desembarcaron fue la Barrington, y aquella donde se dijo la primera misa y donde hallaron agua, la isla. En pocas líneas pinta Berlanga, de manera muy precisa el paisaje y las características más notables de aquella extraños tierras por casualidad descubiertas.- los vientos variables alternados con calma y la corriente marina que les era contraria, hicieron que pasaran esos once días sin ver tierra. Afortunadamente los conocimientos astronómicos del Padre Berlanga evitaron que los náufragos se perdieran en la inmensidad del Océano. Pero si pudo calcular la latitud y la dirección general, era muy difícil, casi imposible el cálculo de la longitud, y por eso el error de creer que se encontraban más cerca de tierra.
El 9 de abril de 1535, después de tanto sufrimiento, entraron en la bahía y rio de de Caraques. Más de mes y medio habían embarcado el inca tupac- Yupanqui cosa de medio siglo antes.
El hombre del célebre obispo español descubridor o Santa Fe, debería llamarse Berlanga Fue Fray tomas “prelado muy sabio” según afirma Jiménez de la espada. Teólogo muy docto y hábil en cuestiones de política y de organización; entendido en astronomía y en náutica: espíritu América, musácea que se cree originaria del Indostan; pero era sobre todo, hombre de sentimientos humanitarios y de rectitud inquebrantable. Llegado a Perú, requirió enérgicamente al gobernador Pizarro y demás oficiales reales mejor trato para los aborígenes y que tuviesen mucho cuidado de la persona del Inca que habían elegido para suceder a Atahualpa, formulo el Obispo Berlanga, mientras estuvo en Lima, varias ordenanzas a favor de los indios, y según dice el Padre Meléndez, adelanto bajo su protección y arbitrios la gran fabrica del convento de Santo Domingo. “Pizarro se mostro demasiado adusto con el enviado y nada atentos con él los oficiales reales”, según refiere el historiador P. Ricardo Cappa. “Se Puso muy contrario en cuanto yo disponía”, dice el obispo, refiriéndose a Pizarro, en su carta al Cesar. Los conquistadores del Perú solo deseaban quitarse de encima al comisario regio. Este se negó a recibir los presentes cuantiosos que les ofreció el Gobernador don Francisco Pizarro y solo acepto una limosna de mil pesos para distribuirla entre hospitales de Panamá y Nicaragua.
Fray tomas de Berlanga, antes de partir de Lima y regresar desilusionado a su diócesis, trato con Pizarro de separar de su gobernación el Reino de Quito, a lo que accedió el Gobernador a condición que su hermano Hernando lo gobernarse.
No habían transcurrido aun dos años de la fundación española de Quito, cuando ya se comprendió la necesidad de establecer un gobierno separado para el antiguo Reino. El Clarividente Obispo y tiñoso delegado del emperador Carlos V. fue. Pues, el primero que trato de andar a este país una administración propia, teniendo en cuenta, sin duda, la personalidad de los pueblos que fueron la herencia de Atahualpa, sus características especiales y diferencias con los pueblos peruanos, la extensión de la tierra, la riqueza de su recursos propios y la enorme distancia de la sede del Gobierno de Pizarro.
En 1537 renuncio el Obispado y volvió a España. “fundo un convento de su orden en medina del Rio Seco en 1543, celebrando la primera misa que él se dijo. En su villa natal señalo rentas para dotar huérfanas y varias capellanías. Falleció el 8 de Agosto de 1551 y se le sepulto en la capilla mayor de la colegiata de Berlanga a lado de la Epístola
Tal fue el primer europeo que llego al Archipiélago o Islas Encantadas. La relación que hizo el Obispo Fray Tomas de Berlanga de su aventura y casual descubrimiento, en la citada carta al Emperador Carlos V. fechada en Villanueva de Puerto Viejo el 26 de Abril de 1535 es pues; el primer documento en que mencionan aquellas islas y la primera descripción que existe de las mismas.