Barniol José

José Barniol era todo un personaje. Premio “Sarasate”, en España.
De segundo violín en la Filarmónica berlinesa, se ve atrapado por la guerra, por los letreros de “¡¡Achtung!!”, observando a un pueblo noble que se iba hacia las trincheras al son de viejas marchas prusianas que venían resonando en Unter der Linden, desde los días de Federico el Grande.Y José Barniol, nombre de pila y apellido astures, netos como el nos solía contar en los veranos australes como sus amigos ecuatorianos, Roberto Gilbert Elizalde entre ellos, a la sazón estudiantes de medicina, en la célebre universidad de Berlín, lo sacaron de Alemania y se lo trajeron al ecuador, cuando la segunda guerra mundial crepitaba. 
Corpulento, de cabeza grande y noble, ojos negrísimos, tez morena de senador romano, eternamente vestido de blanco, era de genio vivo, palabra violenta y actitudes arrogantes. Bajo esa coraza se ocultaban la generosidad, la calidez humana, la timidez y una poderosa indiligencia.
No estoy muy seguro de que llegara a ser un buen profesor; era demasiado carácter. Pero si fue un artista portentoso. Uno de los mejores violinista de las Españas. ¿Quedan grabaciones de sus esplendidas ejecuciones, de sus sonatas? No lo sé. Creo que no. ¿Dónde están las cantatas del siglo XIV musicalizada por él, con letrillas de Ezequiel González Mas? Nos contaba de unos conciertos improvisado con Rubinstein, en Guayaquil, cuando el maestro del piano perdió el avión y tuvo que prolongar su estada varias horas. “Mi mujer María Luisa Zerega organizo todo…Arthur se sentó y comenzó a tocar el piano, y yo con el violín… Qué experiencia! Fue cuando sentí, la única vez en mi vida, lo que sería la eternidad, pues los sonidos se hacían color y nos envolvían como en una embriaguez sinfónica…”
Y dicen los cronistas –Cesar Monroy y Lila Álvarez podrán dar testimonio- que esa madrugada de avión perdido, con Rubinstein en un tres cuartos de cola, y Barniol con su Cremonensis, ejecutando en dúo perdido para la historia de la música (Beethoven y Mozart) lograron congregar en los bajos de las calles Sucre y García Avilés, un público singular de obreros madrugadores y vendedores ambulantes antelucanos, como jamás soñó compositor alguno.
En los teatros, los maestros reciben el aplauso casi a nivel, o desde el anfiteatro. Aquella vez, acaso única en los anales, el aplauso emocionante provino de abajo, del pueblo de las sombras, absorto en la negrura de una calle solitaria. ¿Digo bien, queridos Cesar y Lila? El sufrimiento de José Barniol en profundo, secreto, cerrado: nunca pudo ser artista de cartelera para los circuitos mundiales. No fue por falta de talento, que le sobraba. No fue algo vergonzante, porque era hombre puro.
Fue por anacolutos que un día habrá que aclararlos, aunque amigos que amamos se resientan. Digamos que fue pos su carácter, por desconocimiento del verdadero corazón de José Barniol, “zeitgeist” de los años sesenta, enamorado de Alemania, enamorado del Ecuador, enamorado de España, de la que conservo hasta el fin ese acento rudo, duro y viril de los pastores de Covadonga.
Lo veo en la playa de Salinas, caminando junto a la orilla, vestido de dril, silbando sin cesar, contemplando las escolopendras encalladas sobre la arena, o a esos pescadores de bongo y almadraba, al acecho de las lisas plateadas en las tardes grises de agosto. A veces lo escucho al violín, como el gran virtuoso que era, envuelto en el ejercicio tenaz, de siempre, para mantener la agilidad en los dedos fuertes de yemas durísimas. Acariciando con el arco las cuerdas de su tensión armonías única.”Liebchen” José Barniol. Muchos te fallaron. Yo también. Te fuiste de repente, como los grandes artistas, en este juego de astrágalo que llamamos vida.