ARELLANO DEL HIERRO RAFAEL

MILITAR. Nació en Pupiales, Colombia, el 13 de Junio de 1830 y fue criado desde su más tierna edad en Tulcán (1)

Hijo legítimo del Teniente Coronel Juan Ramón Arellano y Muñoz de Ayala, prócer nacido en Cumbal, actual provincia del Carchi, y de Susana del Hierro Benites, bautizada en Tulcán, dueña de tres potreros en la hacienda Santa Rosa y de la estancia de Tulcanquer.

Hizo sus primeros estudios con mucho éxito en el Seminario de Quito sobresaliendo en matemáticas, y de escasos trece años fue iniciado en la oposición al gobierno del General Juan José Flores pues desde joven tuvo ideas literarias.

En 1844 ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Santo Tomás de Aquino donde conoció a García Moreno, pero no llegó a egresar ni a graduarse. Entonces volvió a la provincia del Carchi y se dedicó a labores propias de la ganadería y la agricultura.

En Diciembre de 1863, apenas llegó a sus oídos la noticia de la derrota en Tulcán de las fuerzas del presidente García Moreno y de la prisión de éste a manos del ejército neogranadino de Julio Arboleda, quiso proclamar a Manuel Gómez de la Torre que figuraba con lustre desde el gobierno del presidente Vicente Ramón Roca, y cuando supo que García Moreno había recobrado su libertad, se trasladó a la hacienda Peguchi con su pariente el Comandante Vicente Fierro y tomaron contacto con Juan José Rivadeneyra,
a fin de asesinarlo, pero el proyecto no siguió adelante porque los tres se encontraban solos.

En 1864 sedujo en la noche de bodas a Pastora Patiño Grijalva, quien se desposaba obligada por sus padres con su primo Javier Grijalva. (2)

Después de la inicua revolución de Enero de 1869 por la que García Moreno derrocó al presidente Javier Espinosa, volvió Arellano a la política y ayudó a Juan Montalvo a pasar la frontera e instalarse en Ipiales en casa de su hermana Petrona Arellano del Hierro, casada con su primo segundo Ramón Rosero. Allí vivió el Cosmopolita varios años y en diferentes períodos, a veces acompañado de sus inseparables amigos los hermanos Rafael y Nicanor Arellano.

En Septiembre de 1876 apoyó la revolución del General Ignacio de Veintemilla en Guayaquil, fue ascendido a Coronel y nombrado Jefe Civil y Militar de Tulcán, así como Jefe de Operaciones en las provincias del Norte, misión extremadamente delicada pues tenía a su cargo y responsabilidad la custodia de la frontera con Colombia, donde primero venció al General colombiano Carlos Albán y luego en 1877 a los Generales Euclides de Angulo de Colombia, Primitivo Quiñónez, Ezequiel Landázurí y Manuel Santiago Yépez del Ecuador, que se presentaron en la frontera como auxiliares del ex presidente Antonio Borrero, quien estaba en Túquerres exilado. Estos últimos marcharon desde Cumbal hasta Ibarra, atravesando los páramos del Ángel. Arellano salió de Tusa, siguió al Puntal y los sorprendió en el punto denominado Quebrada Oscura la noche del 20 de mayo; luego los persiguió sin descanso hasta el Panán, donde obtuvo otro completo triunfo.

En 1882 se opuso a la dictadura de su amigo el presidente Veintemilla y fue puesto fuera de Ley.

En 1884, al iniciar Eloy Alfaro los preparativos de una revolución, le escribió a Arellano pidiendo ayuda. En Agosto compró Alfaro el buque mercante Alajuela y dos mil rifles a la casa Remington en 67.000 pesos, con solo 8.000 de contado y el resto a crédito, así como diez mil cápsulas, dos mil cacerinas y dos mil bayonetas y para dar la cuota inicial tuvo que solicitar un préstamo de 16.000 pesos a la Casa Brandon, que pidió mil de los
rifles en prenda, de suerte que Alfaro no pudo enviarle a Arellano los rifles que le tenía prometido.

Arellano ya estaba en Ipiales con cuatrocientos hombres entre los que se contaban su hermano Nicanor, Jorge Narváez, Aparicio Burbano Mejía, Daniel Jaramillo, Facundo D. Acosta, Emeterio Burbano, Rafael Castillo, Salvador y Pastor Castillo y muchos más. Todos ellos pasaron al punto Yascón cerca del Chota, a obstaculizar al General Vicente Fierro, pero no pudieron presentar batalla.

Poco después Alfaro fue derrotado en la costa y huyó por el norte a Colombia. En Tulcán se entrevistó con Arellano por algunas horas y trataron sobre los problemas vitales del liberalismo ecuatoriano.

En 1895 salió con doscientos carchenses a Tulcán a apoyar a las tropas alfaristas que subían de Guayaquil. Primero tomó por la cordillera oriental y al pretender llegar a la provincia del Pichincha en la madrugada del 15 de junio fueron sorprendidos en el tablón de Paluguillo por el Coronel Antonio Hidalgo, comandante de la vanguardia de las tropas del General Vicente Fierro. El tiroteo fue intenso y la acción quedó indecisa, pero la incertidumbre de muchos respecto al triunfo de la revolución, hizo que cundiera el desaliento en los expedicionarios y un grupo decidió retroceder. Ante tan delicada situación Arellano les arengó con frases convincentes y terminó diciéndoles: “Muchachos. El que se considere digno de llamar carchense y quiera acompañarme a combatir en defensa de los sagrados fueros de la justicia y el derecho, dé un paso al frente”. Así lo hicieron sesenta y los demás regresaron acosados por las fuerzas del gobierno y tuvieron que rendir sus armas al Cura del Quinche, que los tomó prisioneros.

Este ligero incidente entorpeció la marcha de los liberales carchenses y les obligó a regresar a Ibarra, donde consiguieron refuerzos. Entonces se produjo un nuevo encuentro con el Coronel Hidalgo que comandaba novecientos hombres. Arellano fue herido, derrotado y conducido preso al panóptico de Quito con numerosos compañeros permaneciendo hasta el 26 de Agosto en que los liberales quiteños asumieron el control de la capital y designaron Jefe Civil y Militar a Belisario Albán Mestanza, que se

apresuró a poner en libertad a los presos políticos.

Poco después el presidente Alfaro le reincorporó al ejército y nombró Jefe de Estado Mayor. Con tal carácter y en unión de su hermano Nicanor, hizo frente en el sitio Las Cabras a los jefes de la reacción conservadora acaudillada por el Dr. Aparicio Rivadeneyra Ponce, Coronel Ricardo Cornejo, Dr. Alejandro Ponce Borja, Comandante Rosendo Rodríguez “ y otros más. El combate se dio el 29 de junio de 1896 y duró cuatro horas y media. Fue muy sangriento, los liberales tomaron numerosos prisioneros y un considerable botín de guerra.

El 30 de Marzo del 97 fue premiado por la Convención Nacional que le ascendió a General.

Mas la reacción no se amilanó ante el destierro y en diciembre del 98 volvieron Rivadeneyra, Cornejo, etc. a pasar la frontera y se situaron en el sitio de Taya. Arellano desempeñaba la Jefatura Civil y Militar de Tulcán y fue invitado a concurrir el 17 de ese mes a una entrevista que se celebró en casa de José Eladio Rosero, ubicada en un punto intermedio entre Taya y Tulcán llamado Llano Grande, con el fin de evitar inútiles derramamientos de sangre.

Como intermediario actuó el Comandante conservador Pastor del Hierro, que acompañó a Arellano al sitio convenido y una vez llegados, le dijo “Voy a presentarle al Coronel Ricardo Cornejo ¿Es Ud. conocido para él? a lo que respondió Arellano: “Nunca le he visto de frente, agregando con gran sarcasmo, siempre lo he visto de espaldas”. Luego entraron a tratar de la manera más amistosa la terminación de la guerra y le solicitaron la desocupación de Tulcán. Cornejo incluso llegó a insinuarle la entrega de treinta mil pesos si aceptaba la proposición. Entonces Arellano contestó “Treinta mil pesos es mucha plata para Rafael Arellano, pero dígame Coronel ¿Cuánto vale el partido Conservador? y ante la insistencia de sus invitados expuso algunas razones a que él por sí sólo no podía adelantar por el momento ningún resultado, sin embargo prometióles regresar a darles respuesta.

Durante esa entrevista fue objeto de las mayores consideraciones y las personas allí presentes disputaban el honor de atenderlo, de suerte que llegado el momento de la despedida le ayudaron a subir al caballo y sucedió que tal vez en razón de sus sesenta y siete años de edad no pudo hacerlo con la agilidad que debiera y cayó sobre el Coronel Cornejo y otros, por lo que les dijo con la oportunidad que acostumbraba, en un tono entre picaresco y burlón ¿”Es que siempre debo estar sobre Uds? y se alejó riendo.

A la madrugada y muy despacito regresó a sorprenderlos y tras cinco horas de combate, les derrotó en Taya y obligó a repasar la frontera. Un año después, el 23 de diciembre de 1899, dirigió con el General Francisco Hipólito Moncayo la batalla que se libró en el páramo de Sanancajas, al pie del Chimborazo, contra los revolucionarios del General José María Sarasti y de los Coroneles Ricardo Cornejo y Grijalva Patiño.

En enero de 1900 ayudó al grupo liberal de González Garro a que pasara de Ipiales a Pasto y tomara esa ciudad. En marzo luchó tres días en Ipiales acompañando al General Juan Francisco Navarro, en apoyo a los liberales colombianos; pero sufrieron la baja de quinientos hombres y fueron derrotados. Entonces regresó a Tulcán donde seguía de Jefe Civil y Militar. A poco, el 22 de mayo, contraatacaron los conservadores al mando de los Generales colombianos Lucio Velasco, Gustavo Guerrero y Cayetano Mazuera, que unidos a los ecuatorianos José María Sarasti y Ricardo Cornejo formaron un importante ejército; pero Arellano se les opuso como Jefe de la División del Norte con los Generales Pedro Pablo Echeverría, Miguel Aristizábal, Juan Francisco Navarro, Aparicio Burbano Mejía y Jorge Narváez y les obligó a repasar la frontera.

Entre 1901 y el 4 desempeñó la Gobernación del Carchi durante la presidencia del General Leonidas Plaza. En Julio de 1904 y no obstante sus setenta y cuatro años de edad, Plaza le eligió Ministro de Guerra, pero no aceptó, diciéndole: “Yo nací para comandar tropas y dar bala y no para ocupar una poltrona ministerial. Así, déjeme en paz, mi querido Leonidas”, pero ante su insistencia y considerando la gravedad del momento, pues que se acababa de defenestrar en ese despacho nada menos que al popular General Flavio Alfaro, aceptó tan importante como difícil misión solo para salvar la situación y viajó a Quito pero jamás se acostumbró y un día, cansado del trajín burocrático ministerial, tomó su gorra y abandonó la oficina. Plaza le permitió que siguiera de Ministro sin concurrir al edificio del ministerio y luego de algún tiempo en 1905 le aceptó la renuncia;

se conocen dos Memorias impresas presentadas en 1904 y el 5.

En 1906 fue Diputado por el Carchi a la Asamblea Nacional Constituyente y con otros doce Diputados votó en contra de la elección de Alfaro para presidente Constitucional. Esto le alejó de viejo luchador y fue causa para que en septiembre de 1907 fuera a la cárcel por pocos días.

En 1911 nuevamente fue Jefe Civil y Militar de Tulcán, aunque su avanzada edad y las dolencias físicas le habían reducido a una dolorosa como inevitable postración y aunque pasaba largas horas evocando recuerdos de mejores tiempos, se mantenía al corriente del desarrollo de la política pues todo lo sabía y con abundancia de detalles, de allí que sus órdenes producían resultados verdaderamente sorprendentes hasta para sus enemigos políticos, y al conocer que el General Pedro J. Montero se había proclamado Jefe Supremo en Guayaquil, dijo a su hijo mayor el Coronel Celín Arellano Patiño “Comunícate con Plaza y dile que inmediatamente se posesione de Alausí, porque esa es la puerta de entrada a la sierra” y así ocurrió en efecto, con los resultados que ya todos sabemos.

Cuando en 1913 estalló la revolución de Carlos Concha y llegó a las provincias del Carchi e Imbabura, en su calidad de Comandante en Jefe de las fuerzas del norte derrotó en el hato de Cayambe al Coronel Carlos Andrade Rodríguez y sofocó al movimiento, impidiendo que tomara auge en la sierra.

El 14 de septiembre de 1914 el Batallón 77 de Reservas que guarnecía en Tulcán, se pronunció en favor de Concha, atacó los cuarteles del Batallón Imbabura y de la Caballería Montufar y le redujo a prisión. Horas después se retiraron los rebeldes a Taya y allí exigieron a Arellano bajo amenaza de muerte, que diera la orden de rendición y entrega de la plaza pero éste contestó “Desde el momento en que me encuentro preso, ha cesado mi autoridad en Tulcán. Pueden Uds. darme la muerte, pues la vida de un anciano como yo, es de ninguna utilidad para Uds”.

Al día siguiente las fuerzas constitucionales que se hallaban acantonadas en San Gabriel pudieron sofocar la revuelta y le liberaron, siguió en funciones y aún ejercía el cargo de Jefe de Estado Mayor cuando le sobrevino un paro cardiaco el 5 de enero de 1916 en Tulcán, de casi ochenta y seis años de edad.

Había participado en cuarenta y cinco acciones de guerra, poseía pericia, valor e integridad, un buen humor natural que le daba gracia y el innato ingenio para contestar burlas con prontitud y chancearse con los demás. Su buen corazón le distinguía en el campo de batalla y es fama que jamás abusó del vencido. En alguna ocasión supo que su pariente el Comandante Juan José Fierro había mandado a mutilar las orejas de algunos prisioneros conservadores y protestó enérgicamente ante tal procedimiento, que lo llegó a calificar de salvaje y cobarde.

Tuvo excelente estado físico y salud envidiable. Hablaba siempre con alguna precipitación y accionaba con las manos. En su conversación gustaba introducir con cierta delicadeza algunos chascarrillos que eran el deleite de quienes le escuchaban, como autoridad fue atento y fino en su trato e inflexible en exigir el cumplimiento del deber. Con las damas muy obsequioso y se decía que en su juventud había destacado por tunante y calavera, amigo de parrandas y jorgas en Tulcán, ya que a la par de enamorador empedernido, gustaba de las tertulias. I como jamás fue vengativo ni ruin, hasta sus enemigos políticos le rendían una respetuosa admiración. También pasaba por hombre de fácil pensamiento y oportuna palabra, que sin ser orador agradaba por su ilustración y cultura y hasta fue considerado persona de consulta.

Su estatura regular, la piel muy blanca y los ojos celestes pardos, los cabellos escasos y plateados, lo mismo que una prominente barba de patriarca que siempre llevaba airoso y con gran cuidado y nitidez. La nariz recta y algo deprimida, la boca regular. Tal la fisonomía moral y la apariencia personal del hombre que salvó tantas veces al liberalismo del norte de entre los avatares en las guerras con los conservadores.