Aguirre Juan Bautista

Nació en Daule en 1725; profesa de Jesuita en 1758; Cátedra de Filosofía en San Gregorio en 1756 – 1758. Varios escritos escolásticos. Separado de la enseñanza de la física, pasa a enseñar teología moral.

En 1760 predica la oración fúnebre del Obispo Juan Nieto Polo de Águila. En 1767 fue expulsado de los jesuitas, va a faenza , a Ravena y a Ferrara.

En 1773 Extinguida la orden, va a Roma. Consultor de Cardenales. Pasa a Tívoli. Teólogo del obispo. Profesor de Teología moral. Compone un tratado. En 1786 muere en Tívoli.

El más importante poeta de la Colonia Quiteña, Juan Bautista Aguirre, nació en Daule, el 11 de Abril de 1725 y falleció en Tívoli el 15 de Junio de 1786, a los sesenta y un años de edad. Casi dos siglos permaneció en la oscuridad su obra poética, desconocida totalmente: la sacó a la luz en 1943 el Volumen III de la Colección Clásicos Ecuatorianos, editada por el Ministerio de Educación con un profundo estudio de Gonzalo Zaldumbide.

Aguirre se educó en el Seminario de San Luis, de Quito, entró a los quince años de edad a la Compañía de Jesús y se ordenó como sacerdote cuando contaba treinta y tres años de edad. Su talento, su calidad humana y su afán de renovar los sistemas educacionales, obtuvieron para él las cátedras de Filosofía y Teología Moral en la Universidad Jesuita de San Gregoria Magno. El prestigio del maestro y del orador crecieron rápidamente, al punto que el genial Espejo declarose en alguna ocasión discípulo suyo, aunque en otras lo censuró burlona y agriamente por el retorcido, casi cabalístico, estilo gongorino. Incluso, el Padre Velasco lo ignora en su estupendamente mediocre Colección de Poesías varias hechas por un Ocioso en la ciudad de Faenza. El inteligente y estudioso Mera, a su vez, le reconoce sólo méritos de tercer orden. Y esto como contraposición a la entusiasta valoración de Zaldumbide: “La inspiración glorioso, el esplendor metafísico, el nervio saltante e imprevisto de la imagen, fueron más bien el arte de este poeta dotado de todos los dones”.

La expulsión de los jesuitas de todas las colonias americanas, en unión de 77 compañeros, abre un destino mayor al poeta. La injusta medida del Rey Carlos III, y la supresión de la Orden por acto cobarde del Papa Clemente XIV, completa las características del exilio. Ya como sacerdote secular, se instala en Roma, donde llegó a ser consultor de altos eclesiásticos y seglares, singularmente de prelados del Santo Oficio. En 1778, bastante enfermo, se instala en Tívoli, donde contrae estrecha amistad con los tres Obispos que se sucedieron en esa diócesis. Uno de ellos sería luego el Papa Pío VII, que ascendió al trono de San Pedro casi tres lustros después de la muerte de nuestro poeta mayor de la Colonia.

La cultura ecuatoriana debe mucho al escritor y crítico argentino Juan María Gutiérrez, quien arribó al Ecuador en 1846 huyendo de la dictadura de Rosas. Su deslumbramiento fue tal, que copió las producciones que le mostró un pariente del gran dauleño y luego reprodujo parte de ellas. Conforme dijimos en otra nota sobre el autor: “Tras leer tantas trivialidades coloniales, tantas banalidades y cursilería seudolíricas, tantas disquisiciones sobre la mística a acerca de las salvación espiritual, se habrá estremecido ante un poeta sin titubeos, en quien cada verso es una ventana para el vuelo de las sugerencias. Un poeta troquelador de sensaciones y expresiones, con lo mejor del conceptismo quevediano y del culteranismo gongorino; pero a la vez con personalidad intransferible”.

El P. Julián Bravo, en la poco difundida obra “Juan Bautista Aguirre, de la Compañía de Jesús, Nuevas Poesías”, cuenta sobre el descubrimiento en la Biblioteca de la Compañía de Padres Carmelitas de Cuenca, de poemas manuscritos del bardo. Cinco son las nuevas obras encontradas, interesantes, valiosas, pero ninguna igual a la hondura, grandeza y despliegue técnico de su obra inmortal, “Carta a Lizardo”: “Ay, Lizardo querido!/si feliz muerte conseguir esperas/ es justo que advertido/pues naciste una vez, dos veces mueras./Así las plantas, brutos y aves lo hacen/ dos veces mueren y una sola nacen”.

La comisión permanente de Defensa del Patrimonio Nacional de la Universidad de Guayaquil efectuará un Gran Homenaje al Padre Aguirre, el 19 del corriente a partir de la 19h00, en el Paraninfo de la Vieja Casona. Participarán en el mismo los doctores Francisco Pólit Ortiz y Jorge Villacrés Moscoso, además de este “botellero”.

– Hoy 15 de Junio se cumplen dos centurias del óbito del sacerdote jesuita R.P. JUAN BAUTISTA DE AGUIRRE Y CARBO, gloria de la compañía de Jesús, honra y prez del Ecuador, nació en DAULE el 11 de Abril de 1725 y recibió las aguas bautismales en la Iglesia Matriz de Guayaquil (El Sagrario) el 2 de Julio del mismo año, se le me pusieron trocados por los de Juan Bautista al profesar en vida religiosa. Era hijo único de padres Guayaquileños: Don Carlos de Aguirre y Ponce de Solís, Capitán de Milicias y Doña Teresa Carbo y de Cerezo, viuda del Capitán Gerónimo de Mendieta y Obregón (Conf. Pedro Robles y Chambers).

– Juan Bautista fue alumno del Colegio seminario de San Luis en Quito; a los quince años ingresó en la Compañía de Jesús. Emitió la profesión de los cuatro votos cuando contaba con treinta y tres años. Ocupó las cátedras de Filosofía y Teología Moral en la Universidad de San Gregorio Magno de nuestra Capital. En 1767, año de la expulsión de los Jesuitas el P. Aguirre fungía de secretario y consultor del P. prepósito provincial de la Provincia Jesuítica de Quito.

– Escolástico de primera, tuvo a su cargo la obra innovadora, no descubierta por los intelectuales de su tiempo, “quienes como escribe Monseñor José Félix Heredia S.J. se complacían en desprestigiar a cierra ojos la ciencia y métodos escolásticos imperantes en las Universidades y Colegio del tiempo de la Colonia”.
– Descolló también por su vena poética gongorista, ciertamente pero que a juicio de severos críticos como Pedro Fermín Cevallos Juan León Mera, Marcelino Menéndez y Pelayo y Gonzalo Zaldumbide el P. Aguirre “no es ya un simple versificador, fácil y galano, el ingenio burlón y mordaz de antaño, sino que se muestra un gran poeta el más estupendamente dotado de cuantos se levantaron, entre el sopor de larvas del Coloniaje, a respirar el aura de las soledades, y en la que la inspiración gloriosa, el esplendor metafórico, el nervio saltante e imprevisto de la imagen fueron el fuerte de este poeta, dotado de todos los dones. Fue en todo caso, el mayor poeta de nuestro pobre siglo XVIII”.

– El 20 de Agosto de 1767 el P. Aguirre salió de nuestros territorios, expatriado por el Rey de España, llegando a Ferrara, Ravena y Roma en Italia, donde fue señalado como uno de los más eximios Ecuatorianos que se hayan distinguido en Europa por su santidad, ciencia, competencia y prestigio que le hicieron consultor de los “grandes de la iglesia”, según expresión de Francisco Campos.

– Tuvo conocimientos de medicina por lo cual era consultado continuamente por un célebre médico del Papa Clemente XIII, quien solía decir: “¿Cuál habría sido la suerte de los mortales si cada médico hubiera sido proveído de la ciencia medicinal como el P. Aguirre?”.

– En Roma fue consultor de los señores Cardenales que lo buscaban para su teólogo, desplegando una agotadora labor. Debilitado, enfermó seriamente, por lo que se dirigió a un lugar cerca de Tívoli, donde su Obispo muy doctor, lo invitó a permanecer a su lado sirviéndose del P. Aguirre como su teólogo y exclamando que “aprendía más discurriendo una hora con el P. Aguirre que estudiando un mes” .

– Después de ser admirado como uno de los más sabios de la Compañía de Jesús, luego de haber ayudado eficazmente a la Iglesia por donde pasó y después de seis meses de postración, entregó su alma al Creador en la octava de Corpus Christi, vísperas de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, de quién fue muy devoto, y en cuyo honor había compuesto en Tratado polémico. Dogmático.

– Falleció pleno de méritos y virtudes el 15 de Junio de 1786. Su cuerpo en el que se encontró un cilicio metido en la carne, señal de su penitencia, fue enterrado en la iglesia de los Padres Jesuitas.

– Nuestra Patria ha perennizado su extraordinaria memoria y ha exaltado su gigante figura de algunas maneras. El Gobierno del Dr. Carlos Alberto Arrobo del Río fundó la parroquia de Los Tintos el 27 de Agosto de 1941. El Ilustre Concejo Cantonal de Daule creó el colegio Juan Bautista Aguirre, mediante ordenanza municipal en 1953, el mismo que fue nacionalizado, en 1967 por el Gobierno del Sr. Clemente Yerovi Indaburu. La Asociación de Bachilleres del Cantón Daule le erigió un busto el 11 de abril de 1970.

– En Guayaquil su VIII Obispo Mons Dr. José Félix Heredia S.J. escribió unos rasgos biográficos del P. Aguirre el 26 de Noviembre de 1941; el muy ilustre Consejo Cantonal de esta ciudad nominó PADRE AGUIRRE a una de sus calles hacia el noreste, colocando la Junta Cívica la imagen y unos breves datos biográficos de tan esclarecido jesuita en la esquina que mira al Malecón del “Manso y caudaloso Guayas”.

– Hoy y en los días posteriores las fuerzas vivas de Daule, incluyendo la iglesia, rendirán una serie de homenajes en honor del Padre Aguirre.

Nació en Daule, el 11 de Abril de 1725, Jesuita, poeta y orador; conservan escasos fragmentos de sus poesías inéditas en Quito y en Buenos Aires en 1943. Murió en Tivolí, el 15 de Junio de 1786.

Minaron siete leguas de camino monstruoso y malo y llegaron con la noche al Bejucal y allí los alojaron. “Al P. Aguirre lo alojó en su propio Palacio el marqués de San Felipe, y por más cansado y enfermo, lo detuvo allí mientras sus compañeros “montados en viles cabalgaduras, entre guardias de dragones resiguieron hasta la Habana” y sin entrar a la ciudad fueron conducidos por la bahía al depósito o cárcel de palacio del marqués de Oquendo en Regla, donde (el P. Andrade) experimentó con los demás estrecha reclusión registros rigurosos, guardas y otras vejaciones sin cuento”. El P. Aguirre con sus compañeros de Quito y con otros de la fragata marchante Venganza, el 22 de Abril de 1768.

De Cádiz fue a Faenza y ahí pasó a Rávena, como superior del convento de esa ciudad. De Rávena pasó a Ferrera. El P. Ricci tan llorado, poco más tarde por los jesuitas del destierro, y en particular por nuestro Viescas le nombró rector del colegio de esta ciudad. El Arzobispo de la diócesis le nombró luego examinador sinadal. Cinco años más continuos permaneció en Roma. Su salud vino muy amenos y aconsejárosle cambiar de aires. Fue entonces conducido al castillejo de San Greforio, en las inmediaciones del Tívoli. Allí como en todas partes su trato es buscado y su consejo solicitado. El po de la diócesis monseñor Julián Mateu Natali lo guardó en el palacio como un teólogo. Con entusiasta modestia solía el doctor prelado corso repetir los decires de su consultor, y hasta afirmaba que “aprendía más discurriendo una hora con el P. Aguirre estudiando un mes”.

Monseñor Gregorio Barnaba Chiaramonti, que catorce años después de muerto el P. Aguirre fue elegido Papa y reinó bajo el nombre de Pio VII, tuvo también largo trato con nuestro compatriota. Sucesor del Obispo Natalí en la sede de Tívoli, continuó distinguiéndolo como su predecesor, al P. Aguirre; nómbrele asimismo su teólogo consultor, y “a menudo la retenía en su estancia, conferenciando con él largamente”.

Elevado a la dignidad cardenalicia el futuro Papa, le sucedió  en la sede tiburtina monseñor Manny. No dejó el P. Aguirre se serle acepto como a los demás: dióle este prelado la cátedra de teología moral en el Colegio público.

Reanudó así al ocaso, la tarea de sus comienzos. Y como de sus primeros años quedó el tratado de filosofía que aún guarda inédito la biblioteca del colegio de los Jesuitas de Quito, quedó, hoy tal vez ya mezclado al polvo de la antigua Tibur, un tratado Polémico Dogmático, frutos de sus colmados años postreros. Murió en Tívoli a los 61 años de edad, el 15 de Junio de 1786 fue enterrado en la iglesia de los Jesuitas.

La santidad de su vida parece haber sido ejemplar, y en los últimos tiempos, llevada a excesos: encontrándosele metido en la carne anciana un tenaz cilicio.

Según se lee en el informe del arcediano de Tívoli, el P. Aguirre deseaba publicar su “tratado polémico dogmático”. Más sobrevino la grave enfermedad de seis meses que lo llevó al sepulcro.

Texto desu enseñanza en el colegio de Tívoli, esta obra, de mayor momento, compuesta a lo largo de su vida, y muy especialmente acaso en los años de estudios y consulta que pasó en Roma, antes de venir convalecer del primer quebranto de su salud, debió de ser un tratado más importante, con mucho, que el compuesto en Quito.

Hemos dicho que éste permanece inédito, en la biblioteca de nuestro colegio de los Jesuitas: escrito en Latín, consta de tres tomos: De Lógica, de Physica, de Metaphysica.

Del tratado polémico Dogmático, Cevallos afirma que ninguna copia fue al Ecuador. Del Poema heroico cobre las acciones y vida de S. Ignacio podemos asegurar que quedó inconcluso, no solo porque Espejo al hablar de él no dice sino que Aguirre escribió “un pedazo de poema”, más también porque el poeta mismo advirtió en nota marginal a un manuscrito de que hablaremos luego, que no lo terminó “por no tener ganas ni tiempo”.

Podemos afirmar que los autógrafos mismos existieron en el Ecuador. Los vio Juan María Gutiérrez, “en poder de una persona curiosa, como él dice sin nombrarla, avecindada en Guayaquil” “El manuscrito añade describiéndolo con alguna precisión, forma un volumen in – 40, de 140 folios completos, con este título “Versos Castellanos”. Obras juveniles, misceláneas”. Existe en Guayaquil un expedientillo, hecho a principios del siglo pasado por el doctor Jacinto de Aguirre y obtener a título de pariente, los originales dejados por el difunto. Obtuvo los en efecto, a los que parece, más se ignora cómo, y la persona a quién debe este dato, no sabe qué suerte cupo a los papeles así obtenidos.

Así como Villarroel es el primer prosista de nuestra colonia, Juan Bautista de Aguirre es el mayor poeta. De “Imaginativa fogosa, ingenio pronto y sutil” habló Espejo, testigo privilegiado de primera mano, evocando al brillante Jesuita dauleño. Espejo pensaba en los empeños del P. Aguirre por sacar la enseñanza filosófica de la “oscura caverna de trampantojos aristotélicos”, que eran aulas del tiempo al decir del mismo Espejo, y no en su quehacer poético, que nunca entendió ni gustó al crítico del nuevo Luciano, excesivamente conservador y no precisamente un prodigio de buen gusto.

La crítica actual reconoce rasgos a toda la obra de Aguirre, y más a su poética que, de acuerdo a las exigencias del siglo de Góngora, brillo más que otra cualquiera calidad en prontitud y sutileza de ingenio.

Ahora estamos de acuerdo en la sutil belleza, en la agudeza humana de la poesía de Aguirre. Así que con Bautista Aguirre uno de los más excelsos gongoristas americanos, aconteció lo que con el maestro: que hubo de redescubrírsele. Que alguien debió entregárnoslo renacido para las letras Ecuatorianas. Tal honor le ocupo a Gonzalo Zaldumbide, cuyas primeras grandes empresas como estudioso de la literatura y crítico fueron, precisamente, descubrir o redescubrir grandes valores y lanzarlos mostrando con iluminada prosa, sus altas y aun no bien reconocidas calidades.

Eso hizo con Aguirre en un artículo que vio la luz en la revista de la Sociedad Jurídico – Literaria, allá por 1918, en donde saludaba jubilosos la vuelta al caudal de la lírica Ecuatoriana de la “Carta a Lizardo”. Zaldumbide había podido llegar a la obra de Aguirre a través de los “Estudios Biográficos y Críticos” del Argentino Juan María Gutiérrez (fechados en Buenos Aires, 1865). Pero allí la poesía de Aguirre no se había guardado ni completa ni en su integridad los poemas escogidos. Quedaba como una fascinante empresa, como un verdadero reto para el estudioso Quiteño dar con aquel “Cuaderno de Versos” que había manejado Gutiérrez y cualquier otro original de Aguirre.

Solo veinte años más tarde, en 1937 pudo Zaldumbide anunciar que había cobrado tan preciosa caza, y el año 1942 en el volumen de obras completas de Aguirre de la colección de “Clásicos Ecuatorianos” se entregó al país por vez por vez primera una suma más o menos completas de la obra del Jesuita dauleño. Aguirre y P. Hospital, fueron los primeros en practicar hasta donde era dable en colonia tan remota y pobre, sin aparatos ni libros nuevos en el sistema experimental. “Divirtieron a las gentes y aturdieron a los religiosos con sus novedades” dice el malicioso civilizador. El espíritu nuevo cundió tan pronto que algunos desertó la escuela y aun la ciudad por no oír blasfemias contra Aristóteles.

Pro el testimonio de quien lo conoció de cerca, monseñor Pimienta, arcediano de Tívoli. Desenfadado y ameno, audaz, feliz y brillante desplegaba con sagacidad el tesoro de su erudición y conquistaba con su abundante facilidad a sus ilustres interlocutores. Provisto de un talento perspicaz y de una memoria admirable, dice el informe suscrito en 1816, por el nombrado arcediano, encantaba a cuantos le escuchaban; se acordaba de cuanto había leído, todos concurrían a admirar su doctrina y cada uno deseaba estar junto a él para aprender; y él escuchaba con paciencia a todos aun cuando estaba siempre ocupado de dar tantos pareceres como fácilmente daba y remitía a Roma.

Juan Bautista Aguirre nació en Daule y no propiamente en Guayaquil, el 11 de Abril de 1725. Fueron sus padres el Capitán don Carlos Aguirre y Ponce de Solís (si bien Herrera dice: Don Francisco Aguirre) y doña Teresa Carbo y Cerezo ambos nativos de Guayaquil. Vino temprano a Quito, a hacer sus estudios primeros en el colegio Seminario de San Luis, y a la edad de 15 años ingresó a la compañía el día mismo en que los cumplía, 11 de Abril de 1740. Profesó a la edad de 33, el 15 de Agosto de 1785. Catedrático de filosofía primeramente, y de teología moral después ejerció la influencia que hemos anotado, en la universidad de San Gregorio Magno. Prefecto de la Congregación de San Javier, y desde 1765 socio consultor del provincial de Quito, P. Manosalvas, brilló en todos esos puestos por su ciencia tanto como por su virtud.

Permaneció en Quito más de treinta años. Años de juventud fueron sin duda de los más fervientes inspiración poética. Sus estudios ni su catedra nunca pudieron refrenar su fogosidad de imaginación.- De fantasía enfática y elegante, la dio vuelo y auge ni la predicación que tanto se prestaba entonces al ditirambo y al escarceo. De su oratoria tenemos preciosa muestra con la oración fúnebre pronunciada en las exequias del 1° Juan Nieto Polo del Águila, obispo de Quito. El habérsele designado en ocasión tan solemne es indicio de su fama de orador.

Sus tratados de filosofía, escritos como están en latín, sobrepasan doblemente nuestro dominio. Los tres volúmenes de que consta su manuscrito latino, no son sino la parte muerta de su enseñanza. Hallábase en Quito (Gonzalez Suárez dice incidentalmente que en Ambato), el día de extrañamiento.

Embarcase en Guayaquil el 3 de Octubre del mismo año, en unión de 77 Jesuitas más. Llegados a Panamá, al cabo de veinte y cuatro días de navegación a bordo de una mala fragata mercante, llamada “Santa Bárbara”, no fue la menor de la tripulaciones por la que pasaron los desterrados la muerte del provincial P. Miguel Manosalvas, natural de Ibarra, alegando que el fallecido, puesto que expulsó reo de Estado, el Gobernador prohibió que doblaran las campanas. Escribió entonces el P. Aguirre socio del provincial “una carta muy discreta” y obtuvo que se permitiese tocar a muerto. Fue de las más penosa la navegación de Cartagena a la isla de Cuba. Tuvieron recio temporal a vista de la Jamaica. “Dieron fondo en Batávano, y fueron por tierra a la Habana: montados a caballo muy ruines”.

Sacerdote.- nació en una hacienda del Cantón Daule el 11 de Abril de 1725 hijo del Capitán Carlos de Aguirre y Ponce de Solís y de Teresa Carbo y Cerezo naturales de Guayaquil. Ingresó en la compañía de Jesús a los 15 años de edad el 11 de Abril de 1740 y profesó el 15 de Agosto de 1758 cumplía 33 años. Fue catedrático de Filosofía y después de Teología Moral, Prefecto de la congregación de San Javier y secretario consultor del Provincial de Quito desde 1765. Durante los 30 años que vivió en Quito se distinguió en la cátedra y en el púlpito. De gran memoria y dedicación al estudio, fue inquieto, abierto a todo lo que significaba invocación y salida de rutina. En la física escrita por él, hay un análisis y crítica de la generación espontánea defendida por los aristotélicos de sus tiempo, y una defensa del moderno concepto biológico de que todo ser viviente viene de otro semejante a él. En Medicina fue uno de los sacerdotes Quiteños que dedicaron sus afanes teóricos al arte de curar. La medicina teórica siempre ha tenido y tiene un campo de acción de especial importancia para resolver cualesquier caso de curar. Salió de Quito el 20 de Agosto de 1767 con 77 Jesuitas se embarcó en Guayaquil el 3 de Octubre de 1767 desembarcó en Cádiz, llegó a Faenza y pasó a Ravena, en donde fue designado superior de su convento, de ahí fue a Ferrara. Luego pasó  a vivir en Roma permaneciendo 5 años en la ciudad eterna. Quebrantando de salud, se trasladó a Tívoli, donde murió a la edad de 61 años, el día 15 de Junio de 1786. Fue el escritor de la colonia que mayores dignidades obtuvo en Europa. Orador sagrado de calidad, tuvo fama por la elevación y don de convencimiento de sus sermones. Fue el primero en hacer física experimental en Quito, permaneciendo inédita su Phisica y su obra filosófica, en latín.

Fue poeta de ingenio, una selección de sus poesías y obras oratorias fueron publicadas en 1943 por el Ministerio de Educación. Juan Bautista Aguirre, miembro profeso de la compañía de Jesús, fue uno de los varones más inteligentes e ilustrados de su tiempo; tanto, que su nombre, su fama y su acción, ni quedaron dentro del límite estrecho de su patria, si no que llegaron al otro lado de los mares, valiéndole honores muy merecidos. Nació en una hacienda del cantón Daule, de la jurisdicción de la provincia de Guayaquil. Llegó a desempeñar el rectorado de un colegio de enseñanza superior Ferrara y fue examinador Sinodal en la misma ciudad. Poesía vastos y profundos conocimientos en Medicina, al punto de que fue llamado diferentes veces por el Papa Clemente XIII, para que le asistiera. Sus conocimientos teológicos le hicieron merecedor de que la congregación de Cardenales le consultara repetidamente en puntos escabrosos y delicados. Y no sólo esto, sino que el Obispo de Trivoli, luego el Papa Pío VII, le tuvieron a su lado como consultor. Como poeta, era un versificador de gran facilidad, de estilo galano y castizo, y manejaba la sátira a perfección. De las pocas y contadas composiciones de que él se conservan, citaremos las bellas décimas dedicadas a Guayaquil, llenas de brillantes conceptos y delicadas figuras; aquellas que comienzan: 

Guayaquil, ciudad hermosa,
de la América guirnalda,
de tierra bella esmeralda
Y del mar perla preciosa, etc.

Como orador sagrado, el Padre Aguirre llegaba al grado de lo eminente; y docto como pocos, a su facilidad de palabra reunía el rico tesoro de una envidiable erudición, manejada por memoria poderosa. Dejó escritas algunas obras; pero, después de permanecer un tiempo inéditas, desaparecieron, por la culpable indiferencia y descuido en los guardadores de esas joyas de nuestras más preciosas antigüedades. El Padre Aguirre murió a edad muy avanzada (61 años).