Aguilar Manuel Ignacio

Así en Diciembre de 1869 los Guayaquileños Diego Pimentel Villamar y Sánchez y el joven Quiteño Manuel Cornejo Cevallos Planearon el asesinato al Presidente. La delación de Sánchez hizo posible  descubrir la trama del complot. El Consejo de Guerra, convocado para juzgar a los implicados en la conspiración, sentenció a Pimentel y a Cornejo a la pena de muerte que la conmutó García Moreno por destierro y trabajos forzados. En combinación con el criminal proyecto anterior se fraguó en Cuenca un levantamiento que tenía puntos de contacto con otros sectores de la república. Los compactados lograron apresar al Gobernador y al jefe político mientras otros penetraban en la Plaza de Armas. El Comandante Manuel Paredes logró imponer a los revolucionarios, quienes hicieron cobardemente al indefenso Gobernador. La justa indignación del Presidente no vaciló en negarse a las gestiones desplegadas por algunos ciudadanos que aspiraban alcanzar el indulto para los mentores de la fallida revuelta. Previa sentencia del Consejo de Guerra fueron fusilados el jefe Militar y máximo dirigente Manuel Ignacio Aguilar, junto con los ciudadanos Cayetano Moreno y Vicente Heredia. Otros motines y asonados de menor importancia y fácilmente controlados pusieron de manifiesto ante los conspiradores en potencia y sólida posición que tenía el gobierno y la eficiencia supervigilencia que desplegada en todos los ámbitos de la nación.

Revolución del 15 de Diciembre de 1869 en Cuenca, contra García Moreno que era de treinta y nueve años de edad, soltero, agricultor y vecino del cantón Santa Rosa.

En Cuenca, en el mismo día 15 de Diciembre de 1869 estallos otra conspiración debida al entusiasmo de los jóvenes, la acaudillaron los señores Rafael y Jerónimo Torres, Manuel Ignacio Aguilar, Adolfo Lozano, y actores principales fueron varios estudiantes, jóvenes todos de distinguidas familias, como Joaquín  y Luis Vega, Bautista Dávila, Carlos Joaquín Córdova, Darío y Benjamín Lozano, Antonio Merino, Landívar, Borrero, Heredia, etc. Se apoderaron de la guardia a las 2 pm merced al gran valor del joven Adolfo Lozano, quien desarmó, él solo a la guardia y aprendieron al Gobernador Dr. Carlos Ordóñez, hermano del Obispo, al jefe político, Dr. Juan Bautista Vásquez, al tesorero y a otros empleados. No tenían armas ni dinero y se esforzaban por adquirir estos elementos. Distribuyeron patrullas, levantaron barricadas; y victoriando 11 partido liberal, empezaron el ataque de las tropas del Gobierno, acantonados en Azogues. Al día siguientes avanzaron éstas, al mando del Comandante Ramón Pesantes, se unieron con otros copartidarios, en un sitio llamado “El Vecino”, comarcano a la ciudad, y embistieron a los conspiradores, antes de que éstos tuviesen provistos de armamento. Los liberales acudieron a amenazar al Gobernador con la muerte, si no mandaba a desarmar a sus secuaces: éstos se negaron a rendirse y entraron en la población, en sol de combate. Los conspiradores contestaban las descargas con pocas armas que tenía y dos o tres de ellos arrastraron a la calle al Gobernador, a quien odiaban, le dispararon algunos tiros y fugaron, al tiempo que se dispersaban sus infortunados camaradas. Se distinguió el joven Adolfo Lozano: solo, con una carabina, perseguido por una compañía, que le sometía con descargas, fue dando fuego tirada, por el espacio de 15 cuadras hasta que le fue posible escapar. Fugó al Perú y no regreso a su patria si no cuando murió el tirano. Consumada la derrota fueron apresados Manuel Ignacio Aguilar, Cayetano Moreno, Vicente Heredia, Federico Ramírez, Hilario Suárez y muchos más. Inmediatamente los sometieron aconsejar de Guerra y para sentenciarlos, recibieron orden de García Moreno. Los tres primeros fueron sentenciados a muerte, el cuarto, a diez años de obras públicas el quinto y algunos otros, a cuatros años de esta misma pena. El comandante Francisco F. Farfán uno de los vocales del consejo de Guerra, porque la asonada no tenía los caracteres de rebelión y la república no estaba declarada en estado de sitio: opinaba, en consecuencia , que los amotinados debían ser juzgados por los tribunales comunes. Farfán conocía los hechos, mejor que García Moreno dice el Dr. Borrero, puesto que los había presenciado y estaba al corriente de todos los pormenores. Sin embargo, debiendo gozar, como juez de todas las inmunidades consiguientes a ese sagrado carácter, fue considerado, no sólo como cómplice de los conspiradores del 15 de Diciembre, sino también como prevaricador. En efecto, el tirano envió al Ministro de Guerra mandara un oficio al Comandante del Azuay, con orden de que remitiera preso al Comandante Farfán a la capital de la República, de ahí fue expulsado al Napo. El teniente Coronel Ramón Enríquez y el Sargento Mayor Juan Tamayo, también vocales, fueron puestos en causa, porque habían mostrado compasión en el juicio. Aguilar era de Santa Rosa, hombre de pelo en pecho, y largo tiempo había soportado prisiones y grillos en Quito. Moreno era aquel a quien azotaron en Guayaquil, en 1864, cuando la conspiración del Gral.  Wright y Heredia, un joven de 22 años, de la familia del Dr. Luis Cordero, tres subieron al patíbulo, pues para ellos no hubo conmutación de pena.