61. Quevedo y al Musa Terpsícore

Cuando veo los bailes modernos llenos de contorsiones, estridencias y meneos, recuerdo lo que cuentan las crónicas sobre los bailes antiguos, especialmente los españoles de los siglos XVI y XVII, anteriores al rigodó, la mazurca y la polca, que después llegaron de Francia. Los dichos bailes españoles eran la zamacueca, el ras – ras, la chacona, el rastro viejo, el bullicuscuz, el daca aquí el palo y otros más que tanto agradaban a los nobles como al pueblo llano y servían de diversión a todos por igual.

El ilustre poeta Francisco de Quevedo y Villegas, autor de muy pocos de los cachos que aun hoy se cuentan en el Ecuador como suyos, en su libro “La Musa Terpcícore” y haciendo alarde de conocimientos en el ramo de la danza, traza una larga cronología de los bailes aplebeyados de su tiempo y que también se conocían en América, comenzando por enumerar el famoso “Ay, ay, ay” de lejana procedencia árabe y considerado el mejor modo de pasar el tiempo con mozas generosas y antojadizas y continuando con la perramora, la capona, el polvillo, el hermano Bartolo, el pollo, el gateado que se lo bailaba en cuatro y el escamarrán, pues todos eran de uso corriente y nadie se ruborizaba por ellos.

Tanto éxito tenía las danzas queuna noche el jocundo y españolísimo rey Felipe IV, al salir del tablado de la Pacheco y del estreno de una de las creaciones de Lope de Vega, invitó a don Luis de Haro y a don Baltazar de Guzmán y Pimentel, Conde – Duque de Olivares, a un escondido salón del palacio, para aprender a bailar dichos pasos con don Cleofas, maestro de un popular bodegón de los contornos. Gran regocijo les entró a aquellos nobles señores cuando empezaron a menearse al son del vilipinti, la marionda, el guirigay, de donde salió la palabreja que hasta hoy se usa para calificar reuniones con mucha bulla y gritos, la pipironda y el canario. Todas esas canturrias tenían frases procaces de muy mal gusto pero que dichas al calor de los tragos olían a rosas y a azafrán. Algunas como el bullicuscuz revelaban el uso vernacular del lenguaje para alcanzar ritmo dentro del baile. Allí va la letra para quien le guste: // Zarabullí/ ¡Ay bullí, bullí, zarabulli, / Bullí… cruz, cruz / de la vera cruz, / yo me bullo y me meneo / me bailo, me zangoloteo / me refocilo y me recreo / por medio maravedí / Zarabulli, bullí, bullí .//

Pero a los exigentes teólogos no les caía en gracia tales frases, un si es no impías, ni tampoco los ademanes, mojigangas, vueltas, dimes y diretes que se cantan y por eso cayeron sobre ellas con todas las admoniciones del infierno. El padre Juan de la Cerda decía desde el convento de San Francisco de Madrid, que penaba con excomunión mayor al que metiera la palabra cruz dentro de los versos del Bullicuscuz y así fue como este baile comenzó a desaparecer.

En Guayaquil, danzones como hemos sido desde tempranas épocas, las admoniciones del reverendo de la Cerda. como no nos llegaron no nos importaron un comino. Ricardo Palma al tratar sobre la vieja enemistad que tenían franciscanos y jesuitas del Perú, dice que todo se originó por un baile o mascarada en que ambas congregaciones tuvieron parte y de la que no quedaron buenos recuerdos por la forma en que terminó, pero sea así o de otro modo, en estas regiones se amó a la musa Terpsicore y amén.

Otro autor español de aquellos años, Esquivel y Navarro, daba tanta importancia al baile que escribió un enjundioso trabajo titulado “Discursos sobre el arte del danzado” dividiendo a los movimientos rítmicos de la danza en cinco, a saber: accidentales, extraños, transversales, violentos y naturales y hasta se atrevió a opinar que eran los mismos que se usaban en la práctica de la esgrima ¡Qué cachaza!

De estos cinco movimientos hacía desprender otros más, que por accesorios eran menos importantes: el de pasos, las florestas, los saltos al lado, los saltos de vuelta, los encajes, las campanetas de compás mayor, los graves, las breves, las de adentro, las de afuera, las cabriolas enteras, las medias cabriolas y las cabriolas atravesadas, los sacudidos, los cuatropiados (en cuatro), las vueltas de pecho, las vueltas al descuido, las de folias, las gradas, las continencias (¿cómo habrán sido?) los boles, los dobles, los sencillos y los rompidos (así como se escribe).

El tal Esquivel y Navarro causó sensación con su Tratado de danzas pues sucesivas ediciones así lo demuestran, por eso cabe pensar que nada muere, solo se transforma y en materia de danzas las antiguas se parecían mucho a las modernas.