En 1.527 gobernaba el Inca Huayna Capac en Tomebamba y llegó la noticia que un par de hombres blancos y barbados habían desembarcado en Tumbes. Este mal presagio que venía a confirmar la profecía del Inca Wirakocha, le hizo ver que el fin del imperio se aproximaba y como en eso enfermó de viruelas, enfermedad terrible, purulenta y por lo tanto maloliente y asquerosa, antes no conocida en el Incario, pues fue traída por los españoles a las Indias y que por su avanzada edad se complicó con una neumonía, hizo su testamento en un bastón y lo mandó al Cusco.
Allí declaraba que su Imperio debía dividirse entre Atahualpa y Huáscar. Poco después murió y doscientos de sus sirvientes se sacrificaron en su honor ¿los mataron o se suicidarían? su cuerpo fue embalsamado y llevado al Cusco donde recibió sepultura junto a las momias de sus antepasados.
Su famoso bastón testamentario o quipu se depositó en el “Pukinkancha” o Biblioteca Imperial. Posteriormente fue enviado a España por el Virrey Francisco de Toledo, sin saber de qué se trataba y se perdió su memoria. Este tipo de quipu servía para conservar la narración oral de los sucesos y quienes sabían descifrarlos se llamaban “quipukamalloc” y constituían una clase elevada dentro de la sociedad del imperio.
Los quipus eran cordeles de hilos trenzados, transversal y horizontalmente, siendo los primeros más gruesos. Mucho se ha discutido, pero como su lectura se ha olvidado, nada en concreto se conoce. De los encontrados en las tumbas se concluye que podían ser confeccionados de lana, algodón o cáñamo y aún de cabellos humanos, había otros más selectos, de hilos de oro y plata, eran los imperiales. Los había grandes y chicos, los mayores llegaban al metro y medio de extensión, tanto en el cordel principal o matriz como también en los hilos que de él pendían. Entonces sólo se conocía en el Tahuantisinyo como medidas de longitud a la brazada y la media brazada. La brazada o Kgasgo iba del mentón a la punta del dedo pulgar.
Los colores de los cordeles y de los nudos tenían un significado especial. Había nudos para cifras, para ideas, y para sonidos, de tal suerte que leer un quipu no era cosa fácil.
En el Cusco existíanlos archivos en la biblioteca del Imperio y estaban formados por quipus con los hechos principales de cada Inca, parcialidad y tribu, así como las cifras y estadísticas de producción y consumo. Tan bien se llevaban estos datos que los conquistadores se quedaron admirados según lo refieren los Cronistas.
También existían los Amautas, profesores o sabios del Imperio que se dedicaban a enseñar a los hijos de familias de caciques o de las “Panakas” imperiales formadas por los descendientes de Incas fallecidos.
Los quipucamayoc enseñaban la lectura de quipus, pero estas clases cultas nunca tuvieron el poder político, económico y social de la clase sacerdotal formada por magos, brujos y adivinos.
Los magos curaban a los enfermos y se preparaban para sus funciones aprendiendo el uso de plantas, hojas y raíces. Los brujos eran propiciadores de buenas y malas cosas, podían leer en el cuerpo de animales y gentes, concedían amuletos y fabricaban tótems.Los adivinos eran propiamente los sacerdotes y hacían sacrificios y oraciones, ayunaban, se abstenían de ciertas comidas, eran considerados intermediarios ante los poderes cósmicos. Al lado de ellos florecían las vírgenes del sol o sacerdotisas de la Suprema deidad, su misión era guardar castidad y vivir para el solaz del Dios sol o Inca, al que servían y atendían en todas sus necesidades, hasta en las íntimas si es que el Inca así lo requería. Cualquier desliz sexual de ellas era castigado cruelmente con la muerte porque se suponía una traición a Dios, pecado gravísimoque podía atraer fatales consecuencias para toda la comunidad y hasta para el Imperio.
La educación de los nobles comenzaba a los quince años y duraba hasta los diecinueve con ejercicios, caminatas y pruebas, a la par de consejos y leyendas. También se les impartía conocimientos de lectura y ejecución de quipus e idiomas.La “Warachico” o examen final era una prueba de resistencia, coraje y conocimientos. Los que pasaban recibían el supremo honor de recibir del Inca el galardón de la masculinidad, consistente en que les abrieran los dos lóbulos de las orejas con agujas, para que pudieran llevar aretes pesados de oro, que terminaban por agrandárselos con el tiempo, de allí el nombre de “orejones.” Lo raro de esta ceremonia es que era espectada por enorme concurrencia con inusitadas muestras de interés, pasando esta prueba ingresaban al ejército. A los niños del pueblo se les daba una enseñanza práctica, no de elite, preparándoles para las faenas agrícolas, la caza, la pesca, el pastoreo y las artesanías populares. Una moral elevada y de sumisión absoluta a las autoridades, complementaba el ciclo.
Tan rudimentaria cultura mantenía al pueblo en un estado de ignorancia, aunque de estricta disciplina. Nadie tenía derecho a pensar por si mismo y peor a rebelarse contra las autoridades. La sociedad era vertical y descansaba en el pueblo, que soportaba todo el peso de la pirámide. El Inca era la cúspide, los sacerdotes y adivinos, los guerreros u orejones, su familia o panakas, los caciques o gobernantes y los suyos – es decir, su propia panaka – formaban los grupos de privilegio. El pueblo estaba dividido en agricultores, pescadores, cazadores, pastores y artesanos, pero nadie podía cambiar de actividad porque se heredaban de los mayores.