455. Los Despejes o Ejercicios De Agua

Entre las costumbres típicas de nuestra urbe que hoy se han perdido casi por completo, están los famosos despejes o ejercicios de agua del Cuerpo de Bomberos que se realizaban a lo largo del malecón preferentemente, aunque a veces se hacían en el Boulevard o en un sitio abierto cualquiera.

Estos despejes o ejercicios eran la delicia de la muchachada; nos poníamos trajes especiales, que entonces no se estilaban los pantalones de baño ni las pantalonetas deportivas de hogaño y salíamos de nuestras casas dispuestos a todo.

Se sabía que iba a realizarse el Despeje o  Ejercicio porque publicaban la noticia por los periódicos con varios días de anticipación para cosechar mayor concurrencia de público y así las cosas, un domingo cualquiera del año, las motobombas del Cuerpo de Bomberos, con sus escaleras, tanqueros, mangueras y pitones se estacionaban cerca de los hidrantes y comenzaba el espectáculo a las diez de la mañana, con un formar de las Brigadas en perfecto orden militar y el desfile de coroneles jefes con sus casacas rojas de combate, que las azules de fantasía reservaban para los desfiles y ceremonias de gran solemnidad.

Cada Bombero vestía su pantalón de dril blanco con raya a los lados, su casco alero y alto donde constaban el glorioso nombre de su Bomba y el número que tenía asignado, cinturón negro y ancho de cuero y botas de hule.

Al fondo se alineaba el público y en medio los muchachos que nos prestábamos para ayudar, es decir, para importunar con necedades; pero ellos, comprendiendo nuestra innata vocación bomberil nos permitían todo. Entonces el Cuerpo tenía varios bomberos con fama de locos por su arrojo enelataque al fuego, el desprendimiento que hacían de sus vidas, por su heroísmo demostrado en numerosas ocasiones y en fin, porque eran líderes de sus compañías. Recuerdo a un negro venerable y gigantesco que murió de diabetes a consecuencia de una herida ligera provocada en un incendio, se llamaba el Coronel Álava y cuando desfilaba por 9 de octubre no había nadie más aplaudido ni más condecorado, cada una de sus medallas había sido ganada en dura lid contra el enemigo común. Alava er4a un honestísimo maestro de obra y sed ganaba la vida dirigiendo a los carpinteros constructores de casas. Tambien se dedicaba a las reparaciones de inmuebles y era tan afamado que nunca le faltaban obras. Otro Jefe famoso era Aurelio Carrera, igualmente alto y fornido, amigo de las chanzas y por ende muy popular entre los bomberos, a quienes conocía por sus nombres y apellidos, amén de sus respectivos apodos.

Al darse la voz de ataque las mangueras conectadas empezaban a lanzar agua que daba miedo, los pitones eran pesados y los chorros fuertes, se necesitaban brazos hercúleos para dirigirlos. Otros armaban las escaleras para subir a las ventanas, los menos las escalaban y hasta los hacheros rompían uno que otro madero colocado exprofeso. Las columnas de hacheros eran las mejores porque allí estaban los bomberos más ágiles para subir y más fuertes para demoler y de allí salían las víctimas a la hora de morir en defensa de la propiedad ajena. A la media hora de ejercicio no quedaba bombero seco ni entre los jefes ni entre los subalternos, el gusto era mojarse, salir empapado y pavonearse destilando.

El público gustaba moverse y gritar para evitar los pitonazos que de vez en cuando el Benemérito Cuerpo les dirigía para salar la reunión, de allí debió originarse el nombrecito de Despeje con que también se mencionaba a estos ejercicios de agua. Entonces corrían los vendedores con sus charoles, las damas abrían sus paraguas que no eran tan tontas como para presenciar un ejercicio al descubierto, los caballeros cubrían con sus cuerpos a las señoritas y éstas se agarraban y empezaba el sobajeo. Los muchachos se encargaban unos a otros los zapatos y gozaban pata al suelo con el resultado de que en muchas ocasiones regresábamos a la casa con zapatos cambiados o sin ellos y allí venía el reto y al día siguiente la compra de un nuevo par en la zapatería de Evangelista Calero, porque era raro que tuviéramos más de dos pares, a duras penas teníamos uno para el colegio y otro para visitar. No había zapatos de caucho como ahora y los primeros que salieron eran tan apestosos que ningún muchacho quería usarlos por más de una semana.

Las chicuelas también tomaban parte en el saínete desde las ventanas de las casas del malecón, que se atestaban con rostro juveniles del bello sexo. Ellas para aplaudir un ataque, para invitar a algún fornido legionario a que arme su escalera hasta el balcón y trepe, para que les dirija un chorrito, pero no muy fuerte, algo así como un rocío y no a la cara, sino al alero de la cornisa para que las empape ligeramente.

Si el bombero obtenía el permiso de su jefe para subir, entonces lo agasajaban con un vasito de jugo servido en fino vaso de cristal europeo y con su respectiva servilletota de holán, que entonces las servilletas medían casi cuarenta centímetros por lado y algunas conocí que eran hasta más grandes y desflecadas por añadidura. El pobre bombero bebía su jugo, pedía disculpas por mojar el piso de madera con sus botas y se secaba los labios con la servilleta, lo que era una tontería porque todo él estaba mojado, pero así era la costumbre de los años 1.945 al 50 y había que cumplir ese precepto.

A eso de las once el ejercicio decaía en intensidad por cansancio de los legionarios o simplemente porque el agua empezaba a escasear, entonces entraban los vendedores ambulantes a hacer su agosto y salían las empanadas de verde y de morocho, los vasos de chicha de jora y de arroz, los sabrosos come y bebe de badea o las ensaladas de fruta en jugo de naranja. Una banda de música de alguna institución militar, que los bomberos nunca tuvieron banda, solo  cornetas y tambores, muy marciales por cierto, alegraba la reunión y luego se comenzaba de nuevo, pero a la inversa, enrollando las mangueras, secando los utensilios de trabajo, guardándolo todo en las motobombas y a eso de las once y media se volvían a formar, saludaban a la concurrencia y marchaban militarmente a sus Compañías, radiantes de júbilo y bien fresquitos a pesar del solazo y del calor reinante en el ambiente, que se había vuelto húmedo enextremo.

Nunca faltaban los chambones que sufrían contusiones, resbalones y hasta caídas; en alguna ocasión hubo uno que otro hueso roto, sobre todo costillas, que eran las más proclives a sufrir en esta clase de acontecimientos, pero todo se sufría por el espectáculo y llegando a los locales cada bombero se cambiaba de ropa y menudeaban los tragos de licor fuerte para el frío, que ponían de sus bolsillos los comandantes y los padrinos, luego se servían un ágape de compañerismo consistente en el rico seco de chivo, la guatita y hasta un tallarín de gallina, que era el plato de ley cada domingo en el Guayaquil de esos tiempos. A las dos regresaban los sobrios a sus casas a dormir el cansancio de tanto corre corre, pero los jumos quedaban en el local, libando y cantando hasta bien entrada la madrugada del lunes, con el resultado de que no iban a trabajar ese día.

Ignoro si ahora seguirán los ejercicios de agua, creo queno serán como antes porque existen pocas casitas de madera y sobran las de cemento y con ellas no va el líquido elemento. ¡No señor, con ella no va”!.