Eso de bañarse tenía sus bemoles porque recién en 1.890 llegó el agua potable por cañería a las casas de Guayaquil y esto es, a pocas casas. Antes de esa fecha la gente se aprovisionaba de agua para beber merced al servicio que prestaban los llamados “aguateros”, montubios que venían en burro desde Nobol y Petrillo, donde llenaban unos barrilitos de madera con agua de primera calidad. Las aguas para otros menesteres como el preparar la comida, lavar los pisos, bañarse, etc., se cogía de la ría a la hora de la repunta, es decir, de la marea entrante, para que salga limpiecita.
En algunas casas existían pozos artesianos que se llenaban y vaciaban con la marea del río, de donde se desprende que estaban conectados por alguna vertiente subterránea, pero esta agua se reputaba mala y solo era ocupada en bajos menesteres.
Así pues, el agua salía cara y de mala calidad, a la par de escasa, haciendo que la gente se bañara cada dos o tres días, como era usual en el siglo pasado. El baño venía a ser una verdadera ceremonia en la que tomaba parte toda la familia.
Usualmente el cuarto de baño estaba colocado al fondo, casi siempre en el cañón o parte posterior de la casa y consistía en un cuartito cerrado con puerta de madera y sin ventanas, techo alto y paredes recubiertas de hojas acanaladas de zinc que se importaban de Alemania. De una pared colgaba un mate finamente labrado y hasta con los bordes de plata o de oro, en los que campeaba el monograma de la dueña de casa. El mate se colocaba sobre una repisita y guindaba de un clavo puesto en la pared. A su lado había un pan de jabón negro o azul, que eran los mejores que se conocían en la ciudad. Y nunca con olor, porque esto estaba contraindicado para la salud corporal. Igualmente había una tusa seca de maíz que los señores de antaño usaban para masajearse la espalda, los codos, las rodillas y hasta la nuca, creyendo que con estas prácticas se despercudían la piel y avivaban la circulación sanguínea ¡Qué ideas que entonces se tenían! Se me olvidaba contar que también había en el baño una gran pipa con agua serenada que casi siempre estaba heladita.
A la hora meridiana, la más propicia para el baño, cada quien se encerraba en su cuarto de dormir o dormitorio como ahora se dice y se quitaba toda la ropa, poniéndose encima un batón de tela de sempiterna, gorro en la cabeza y zapatillas de tela. Con este disfraz y cuidando siempre de no pescar una corriente de aire que pudiera producir un tabardillo o pulmonía, se salía rápidamente al baño, encerrándose con pestillo por dentro. En cuanto a la palabra sempiterna, así se llamaba una tela gruesa color azul que nunca se gastaba a pesar del uso que se le diera y duraba siempre (ahora sería la tela conocida como blue jean)
Allí existían dos posibilidades. La primera, que se quitara la sempiterna y se bañara desnudo el candidato o por el contrario, que no se quitara la sempiterna, porque verse la desnudez propia era considerado muy pecaminoso y entonces se tenía uno que enjabonar por dentro; echarse el agua de la pipa con mate y salir rápido con la sempiterna mojada, para no pescar un mal aire en el recorrido de regreso al dormitorio. Los modernistas, se envolvían en una toalla muy grande, calzaban sus zapatillas y gorro de baño y así salían y los más prácticos llevaban la ropa limpia y se cambiaban dentro del baño, saliendo vestidos.
En algunas casas se estilaba a partir de 1.870 usar al boudoir o cuarto de baño para señoras y caballeros, que además de todo lo dicho tenía una bacinilla para cualquier necesidad y hasta un espejo grande colocado sobre un lavamanos de mármol, con un nuevo juego que consistía en una jarra o jofaina que podía ser de plata, de porcelana o de terracota y un lavatorio, en cuyo pie, se colocaba un balde, para recibir el agua servida.
Estos boudoir se pusieron tan de moda en 1.900 que no había casa que no rivalizara por tenerlos mejor arreglados y hasta se los ponía en las esquinas y con ventana a la calle, como signo de distinción. Allí comenzó la manía de coleccionar polveras, frasquitos y otros recipientes finos y pequeños, de cristal de roca, de cristal lechado u opalina o simplemente de cristal decorado como aquellos famosos “Mary Gregory” fabricados a principios del siglo XX en los Estados Unidos y que por ser de estilo art nouveau hoy tienen precios muy altos. Yo conocí algunos boudoir de Guayaquil, con sus repisas llenas de estos frasquitos de colores con perfumes y olores, de cajitas de talcos, de vinchas para el pelo y en fin, de todo cuanto la imaginación humana puede elucubrar al respecto.
Para 1.920 llegaron de los Estados Unidos las tinas de baño, casi siempre de metal, hierro enlozado con patas de león, etc. otras tinas eran de plata de 925 gramos, llamada también plata esterlina y si no me falla la memoria Manuel de J. Cobo tenía una bañera de ese metal en su ingenio El Progreso, gran productor de caña de azúcar en las Islas Galápagos, donde encontró la muerte a manos de sus empleados durante un motín. De él se cuenta que tenía una cierta úlcera varicosa en una de sus piernas y sólo se aliviaba dándose largos baños de agua mezclada con alcohol en baja cantidad, de los que salía casi curado, para recaer al poco tiempo nuevamente.
Las tinas de baño fueron muy útiles para tomar duchas que se instalaban en la parte superior y entonces los mates pasaron de moda, se pusieron difíciles de conseguir y hasta había que mandarlos a ver a Esmeraldas. Algunas familias anticuadas, sin embargo, cambiaron los mates por tarros de lata que se obtenían de la marca de aceite de oliva Arbolito importado de España y así se siguieron bañando hasta la década de los años sesenta, en que ya a nadie más se le ocurrió esto de los tarros y ahora o se ducha la gente o llena la tina de agua o no se baña.
Los calentadores tan cómodos y necesarios, recién llegaron a Guayaquil después de la segunda guerra mundial, traídos por los gringos de la base naval de Salinas, que los introdujeron al mercado; pero tardaron muchos años en imponerse y aún hay familias que calientan el agua del baño en cantinas y luego la mezclan con agua fría que reposa en un balde.
Los llamados retretes o excusados entraron hacia 1.920 -como las tinas- primero eran blancos y con tanque alto, muy ruidosos cuando se jalaba la válvula, luego vinieron otros modelitos más confortables y cómodos y con tanque incorporado y ahora parecen aviones, por sus líneas aerodinámicas.
Los bidets casi no se conocían, muchas familias distinguidas los ignoraron hasta el 1.960, cuando a alguien se le ocurrió vender los juegos de sanitarios incluyendo los bidets. Se dice que un caballero muy anticuado se fue a Europa en un barco de la Pacific Steam Co. que tomó en Puna y que no sabiendo qué hacer con el bidet de su camarote, lo utilizó durante el viaje para lavarse los pies y cansado de mojarse inútilmente el resto del cuerpo, se quejó de este pésimo servicio al Capitán, que no supo contestarle.
Ahora los cuartos de baño cuentan hasta con closets incorporados para ropa blanca, toallas y ropa sucia; la mayor parte de las gentes tienen calentadores de agua, muchos usan el bidet y hasta saben como hacerlo sin empaparse el rostro como el caballero del cuento. Así es el progreso y la civilización ¡Si señores!