PERALTA SERRANO JOSE

REPUBLICO.- Nació en la hacienda Chaupiyunga, parroquia de Gualleturo, cantón Cañar, antigua jurisdicción de la provincia del Azuay, donde su padre tenía el curato y fue bautizado en Cuenca el 15 de Mayo de 1855. Hijo del Dr. José Serrano Naranjo que siempre le protegió pues era una excelente persona y de Joaquina Peralta, campesina de raza blanca y escasos recursos económicos. 

Apenas nacido fue enviado a Cuenca con su madre y un hermano mayor llamado Daniel, igualmente hijo del sacerdote y que después también llegaría a ordenarse. Su madre consiguió trabajo en casa de la pudiente familia Ordóñez Lazo con cuyos hijos crecieron los niños Peralta. A los once años ya sobresalía como excelente estudiante y de dieciocho, siempre protegido por los Ordóñez, se graduó de Bachiller en Filosofía. 

En 1873 ingresó a la Universidad y estudió Derecho. El 75 fue miembro de la sociedad literaria El Liceo de la Juventud de Julio Matovelle. El 76 colaboró en la publicación literaria “La Luciérnaga” con varios poemas y leyendas patrióticas breves y en la revista La Esperanza. A fines de año ingresó a un Club revolucionario presidido por el padre Noboa, quien adiestraba a los socios para asaltar los cuarteles y subvertir el orden en protesta contra la dictadura del General Ignacio de Veintemilla que por entonces pasaba por liberal. En Abril del 77 fundó con Vicente Alvarado el periódico “El Deber” donde por primera ocasión expuso su pensamiento apologético y religioso y fustigó a los “regeneradores y progresistas impíos”. En Mayo, mientras cursaba el cuarto año de Filosofía, cayó detenido por orden del General Cornejo, Comandante del Azuay. 

En un inmundo calabozo permaneció cincuenta y dos días, recobrando su libertad merced a la intervención del Dr. Mariano Cueva Vallejo, quien logró que las autoridades aceptaran la fianza presentada por el Dr. Juan Bautista Vásquez. En Agosto se asoció con Carlos Joaquín Córdova y Manuel Nicolás Arízaga y fundaron “El Patriota” que salió hasta el número siete como semanario político, pues el Gobernador Mariano Moreno cometió la vileza de confinarle en Guayaquil, con gravísimo riesgo para su salud por el peligro de contraer la fiebre amarilla. En el puerto principal le tuvieron lástima dada su juventud y José Vélez entregó cartas de recomendación para Daule, donde trató a varios políticos liberales y leyó obras de corte moderno hasta que a las pocas semanas pudo volver a Cuenca sediento de saber y firmó una solicitud de su amigo el Canónigo Miguel León Garrido, para la revocatoria de algunos decretos del Ministro del Interior Pedro Carbo. 

Ya de Licenciado, su amigo José Fernández de Córdova Talbot, hombre ilustrado, progresista y protector de la juventud, aunque corto de carácter, le dio a leer a escondidas varios libros históricos y filosóficos de autores modernos que en Cuenca no se podían conseguir y de manos de un clérigo obtuvo la Historia Eclesiástica del Barón Henrion, tomando notas de sus principales capítulos y formando un criterio nuevo y heterodoxo. Por eso ganó la animadversión de sus fanáticos comprovincianos, que no podían comprender cómo era posible un cambio tan significativo en su forma de pensar. 

En Enero de 1880 se graduó de Abogado y en Febrero de Doctor, mas la Corte Superior de Justicia se negó a concederle la investidura alegando motivos pueriles. Entonces viajó a Loja y fue investido el 21 de Septiembre. El 81 empezó a entregar por folletín en “El Correo del Azuay” su novela “Soledad” que dedicó al Dr. José Miguel Ortega. Poco después volvió a salir confinado a Loja por orden del Gobernador Mariano Moreno y allí vivió de la práctica profesional por espacio de algunos meses. El 82 pasó a Zaruma de abogado de la Compañía inglesa de Minas. 

Caída la dictadura de Veintemilla el 83 se estableció otra vez en Cuenca el 84, apoyó la candidatura de Miguel León Garrido al obispado y en la nochebuena, mientras se realizaba en su departamento una tertulia de parientes y amigos a quienes el Gobernador Francisco J. Moscoso Cárdenas confundió con peligrosos liberales, se produjo una cerrada descarga de fusilería en el zaguán y numerosos soldados dirigidos por el Jefe Político Víctor de la Luz Toral, allanaron con violencia su hogar y sin respetar a las damas y niños presentes le llevaron preso al cuartel con otros amigos más. 

Al día siguiente el Coronel Arsenio Ullauri fue enviado con guardia a Tulcán, Peralta salió en iguales condiciones a Loja y Rafael Torres Beltrán, que no había concurrido a la reunión, también fue vejado y mandado con escolta a Yunguilla, pero el gobierno no aprobó tan injusto procedimiento y se dispuso la inmediata libertad de los detenidos. 

Su pensamiento había cambiado notablemente de un conservadorismo inicial a un liberalismo racionalista. El mismo confesaría después que tras un examen de conciencia muy completo, me avergüenza haber sido un apologista de una religión que nadie atacaba ni requería de defensores ignorantes como yo. 

En Marzo del 87 trató de salvar la vida del Coronel Luis Vargas Torres prisionero en Cuenca. Entonces formó la “Sociedad Liberal Azuaya” con Emilio Arévalo, Luis Maldonado Andrade, Gabriel Arsenio Ullauri, Rafael Torres Beltrán, Ezequiel Sánchez, Aparicio Ortega y al ocurrir su fusilamiento vio la necesidad de transformar la caduca y fanatizada sociedad teocrática y clerical de esos tiempos en otra más acorde con la modernidad. Ese año fue candidatizado a Diputado pero perdió las elecciones y habiendo salido electo Concejal suplente enfermó de alguna consideración. 

En Mayo fundó “El Escalpelo” con Gabriel Arsenio Ullauri y en Febrero del 88 fue nuevamente confinado a Loja bajo la falsedad de estar conspirando, cuando la verdadera razón era su defensa profesional a los herederos de Teresa Hinojosa en la demanda contra el Gobernador Moscoso, Albacea en esa sucesión, quien había procedido con poca delicadeza, honorabilidad y seriedad. 

En Julio inició colaboraciones en el periódico “La Libertad” y popularizó su pseudónimo “Ayax”. Dicho impreso fue censurado por el Obispo de Loja José Maria Masiá y Vidiella, quien a pesar de ser de nacionalidad española intervenía activamente en la política del país, y luego por el recientemente electo de Cuenca Miguel León Garrido, tras solicitar el parecer del Canónigo Federico González Suárez que le servía de asesor en asuntos dogmáticos. La intransigente actitud de ambos prelados le volvió un jacobino rabioso y escribió “Plumada”, artículo contra los devotos hipócritas por su falsa religiosidad, quo atrajo la atención del país. En dicho artículo dejó mal parado a González Suárez. 

El joven Víctor León Vivar, quien se decía discípulo de Suarez, decidió intervenir para “vengar la afrenta”, confundiendo por su falta de madurez, la altura de una inteligente polémica doctrinaria con la bajeza de una vulgar disputa teológica. 

Días más tarde Peralta fue atacado en una de las calles del centro de Cuenca por Vivar, quien llevado por su beligerancia olvidó que había sido discípulo de Peralta y estoque en mano tuvo el atrevimiento de proferir soeces insultos. Posteriormente Vivar, su padre y varias personas, entre las cuales se encontraban numerosos policías, asaltaron la imprenta de Rafael Torres Beltrán, donde Peralta hacía sus publicaciones, pero no le hallaron; sin embargo, cometieron el crimen de herir al Coronel Ramón Pesantes con cinco disparos y así herido de gravedad le fueron a tirar a un alfalfar. Peralta había fundado una nueva publicación llamada “La Verdad”, que fue prontamente censurada. Lo maravilloso del caso es que Pesantes, a pesar de su gravedad, logró sanar tras largos meses de guardar cama. 

Para entonces la situación económica de Peralta era más que crítica pero su espíritu rebelde le motivaba a seguir en la lucha y el 19 de Febrero de 1889 sacó “La Linterna”, periódico también de corta duración pues no solo que se lo censuró, prohibiendo su lectura, sino que arreciaron las críticas lugareñas tornando muy difícil su vida en Cuenca. 

En Marzo editó “La Razón” y su ex amigo el Obispo León llegó al odioso extremo de dictar auto de excomunión contra todos aquellos que se atrevieran a leer dichos impresos y los que se editaran en la imprenta de Rafael Torres Beltrán, que funcionaba en los bajos de su casa, aunque en Agosto aparecieran nuevas publicaciones, aunque con otros nombres. 

Preocupados los amigos de Peralta por el riesgo que corría su vida en Cuenca le aconsejaron que viaje a Quito a fin de apelar del Auto de excomunión; pero, una vez en la capital, incansable luchador al fin, fundó el periódico “El Constitucional” y atacó con notable erudición eclesiástica al clero, usando un lenguaje correctísimo, en estilo florido, de declaraciones pomposas, con anécdotas tomadas de la historia clásica greco-latina, llenas de sal, gracejo y donaires, verdaderos ensayos y tan novedosos, ricos y variados, como antes no se había conocido en el país, pues los célebres e inimitables escritos de Juan Montalvo eran más bien eruditos, universales y modelos de composición y gramática, pero no tenían el variopinto ni la ludicidad de los de Peralta. 

En Julio volvió a Cuenca sorprendiéndose que existieran varios centros católicos fundados con el exclusive fin de perseguirle. Ullauri y Calle tomaron su defensa en “La Linterna” y Peralta fundó “La Epoca” que también fue prohibido por el Vicario Manuel de la Cruz Hurtado, sacerdote que ya estaba disgustado con el Obispo León a causa de las excentricidades de éste último, por lo que meses más tarde solicitó con otros clérigos su dimisión. 

A consecuencia de tantas persecuciones Peralta se había vuelto conocido en el país y el público le admiraban y seguía su campaña con enorme interés, a tiempo que su amigo de la infancia el Arzobispo Ordóñez le salía al paso por medio de González Suárez y bajo la forma de una rectificación, con nuevas acusaciones, algunas tan absurdas como la de haber plagiado al célebre tratadista heterodoxo peruano Francisco de Paula Vigil, porque en “El Constitucional” citó tres o cuatro pensamientos de un padre de la iglesia, mencionados por Vigil en sus obras. I no contento con ello el Arzobispo dictó la consabida excomunión, que en esos tiempos de barbarie e ignorancia extremas constituía una mancha indeleble. 

Peralta empezó a sufrir el embate constante de la plebe, el populacho se amotinaba diariamente en su contra y tuvo que cambiar de domicilio. Finalmente, partió acompañado a Quito, aceptando el consejo del bonísimo Presidente Antonio Flores Jijón, que le admiraba; pues, el gobierno no podía brindarle la debida protección en Cuenca y se temía por la seguridad de su vida. 

De paso por Ambato enfermó de anginas y permaneció dos semanas en reposo, amistando con el Dr. Juan Benigno Vela, quien le enteró que González Suárez seguía empeñado en desacreditarle en Quito, pues era un sacerdote huraño, de carácter intemperante, vengativo, artero, que no aceptaba, dado su orgullo, que nadie pudiera competir con él en conocimientos teológicos. Por algo Manuel J. Calle, años más tarde, al referirse a González Suárez, ya de Arzobispo, le acusó de soberbio, siendo ese – justamente – el lado flaco del ilustre e ilustrado historiador y prelado. 

Repuesto del todo, Peralta prefirió volver a Cuenca pero encontró que la situación no era distinta y enfermó – esta vez de surmenage o cansancio – y por consejos de su madre, partió en Agosto a Quito, donde se le seguía causa criminal por “El Constitucional”. Por eso hizo suyas las frases de Juan Jacobo Rousseau, aplicándolas a esta agitada etapa de su vida: Yo nací con algún talento. El público lo ha juzgado así; sin embargo pasé mi juventud en una tranquila oscuridad, sin buscar una puerta de salida. La turba de adversarios me atacó sin comprenderme. Yo me defendí y entre disputa y disputa terminé atrapado en la carrera casi sin haberlo pensado ¡Que males no sufrí antes de encontrar alguna estabilidad! Yo era un ángel y demonio. Me vi alabado, adulado, buscado… luego insultado. 

Frente a tanta iniquidad la “Sociedad Republicana de Quito” reaccionó en Agosto nombrándole uno de sus miembros y pidiendo al Presidente Antonio Flores Jijón que lo invite a tomar la palabra durante el acto conque el ejecutivo solemnizaría las fiestas por los setenta años de la batalla del Pichincha en 1892. 

En Abril el 91, pasada la tormenta, tras un año de ostracismo en Quito, regresó a Cuenca. Ya no encontró al exaltado León en el obispado, a quien sus colaboradores se había encargado de sacarlo bajo la acusación de “loco”, ni al Padre Vicario, así es que volvió a las andadas y fundó “La Tribuna” oponiendose con tenacidad a la candidatura presidencial del candidato progresista Luís Cordero, por lo cual sufrió la represalia de los parientes de dicho político. En Noviembre fundó el quincenario “El Observador” y partió hacia Guayaquil donde colaboró en el recién establecido diario “El Tiempo” no dejando títere con cabeza pues fustigó al presidente Antonio Flores Jijón y a sus agnados y cognados con numerosos artículos que recopiló en “Raza de Víboras”. 

Mientras tanto vivía como siempre, del ejercicio profesional, felizmente casado con Matilde Rosales Abad, guapa mujer – era alta, delgada, de buenas facciones y formas, blanca y con el pelo negro – que compartía su ideal liberal y le había dado numerosa familia. La época de sobresaltos periodísticos, excomuniones y viajes parecía terminada, pues con los regímenes progresistas de Flores Jijón y Cordero en algo había disminuido el tenebrismo en la Republica, cuando he aquí que se produjo el vergonzoso negociado de la venta de la bandera y el país entero se insurreccionó. Peralta publicó una hoja denominada “Quo modo cantabimus” expresando su rechazo a toda celebración patriótica mientras dure la investigación del escándalo, también colaboró en “El Boletín Popular” y por ello fue perseguido y tuvo que retirarse a una propiedad rural ubicada en el valle caliente de Yunguilla hasta que al precipitarse los acontecimientos políticos con la revolución liberal del 5 de Junio de 1895 en Guayaquil, sintió el renacer de la esperanza, tomó las armas y tras varias aventuras pasó a Machala, se entrevistó con el Coronel Manuel Serrano Renda, quien le comisionó a Guayaquil para solicitar refuerzos y armas con que atacar a la ciudad de Cuenca. 

En el puerto principal se presentó al General Eloy Alfaro, a quien no conocía, pero lo encontró rodeado de una camarilla de liberales tibios del grupo del fallecido don Pedro Carbo y encabezada por su sobrino el Ministro Luis Felipe Carbo y Amador, que a través de su primo hermano el General Cornelio E. Vernaza Carbo, le hizo perder tiempo y finalmente le negó todo auxilio militar, pero aun así los liberales de El Oro subieron a la sierra por la zona del río Jubones y el 22 de Agosto derrotaron a los conservadores de Antonio Vega Muñoz en el combate del chorro de Girón. Peralta actuó como Auditor de Guerra y le fue conferido el grado honorífico de Coronel. Poco después las fuerzas liberales ocuparon Cuenca, entrando Peralta entre los triunfadores. Enseguida volvió a Guayaquil a enfrentar al Ministro Carbo por haber ordenado la disolución de la División del Sur. En el puerto principal le ofrecieron el consulado en Liverpool, que rechazó comprendiendo que se le quería alejar del país. Esa noche estalló un motín contra Carbo, quien vio disminuida su influencia, pero Alfaro tuvo la debilidad de disolver la División del Sur. Peralta regresó contrariado a Cuenca comprendiendo que era un error táctico del liberalismo permitir que los ultramontanos siguieran dominando el austro, como meses después quedó comprobado cuando se levantaron en arnas con gravísimo peligro para la Republica. 

En Cuenca sacó “La Razón” como órgano oficial del nuevo gobierno, donde escribió con el pseudónimo de “Junius”, por la revolución guayaquileña del 5 de Junio y satirizando al padre Julio Matovelle que escribía como “Julius” y publicitó las nuevas ideas. Sus enemigos le atacaron con el folleto “Peralta contra Peralta” transcribiendo párrafos enteros de sus exposiciones iniciales en “El Deber” cuando defendía al clero y era conservador, pero les contestó preguntando ¿Es que no hay derecho a leer, cultivarse y evolucionar? ¿Acaso siempre debemos seguir con las mismas viejas y manidas ideas? republicándose sus artículos en el resto del país y solo a instancias de sus amigos el 25 de Octubre aceptó el rectorado del Colegio de San Luis y la cátedra de Ciencias Políticas, iniciando una nueva faceta de su vida pública como docente comprometido con “la legitimación del laicismo frente a la educación católica, a través de un espiritualismo heroico y hasta prometeico, pues como lo expresara en varias de sus obras, Dios le había concedido al hombre la razón suficiente para elevarse a las regiones de la luz, el bienestar, las artes, las costumbres…que no son de manera alguna hechos milagrosos y sobrenaturales sino el fruto de un aprendizaje durísimo y prolongado, de manera que la ética es una moral cuyos principios organizativos de las bases jurídicas, políticas y sociales de una comunidad y de un país no surgen por revelación divina sino como conquista natural y humana, liberando de esta manera a la moral de la ciega tutela de la religión. 

En dichas funciones realizó una revolución doctrinal, suprimió el empleo de Capellán y la misa diaria, derogó la obligación de confesarse y comulgar en determinadas fiestas y concurrir a los ejercicios espirituales en las cuaresmas. También abolió los castigos corporales y los denigratorios a la personalidad humana como el de azotes en público, que era común administrar al alumnado por cualquier causa venial y estableció un régimen más conforme con la razón y los adelantos sociales, más adecuado a la formación de ciudadanos altivos y libres, celosos de su honra y de su patria, virtuosos por convicción y emancipados, en fin, del antiguo sistema de gazmoñería y fanatismo. 

Y a la par de esta labor civilizadora seguía escribiendo incansablemente numerosos trabajos ideológicos, que fundamentaban la presencia liberal en el gobierno del país, tales como ‘’Nuestro Propósito; la revolución”, “Luis Vargas Torres, la raza de víboras”, “El tercer partido, Veintemilla y Caamaño”, “El nuevo pensamiento: 

José Luis Alfaro y Lizardo García” , “El Concordato”, “El Pauperismo” . “Carta al Pastor”, “El Liberalismo, piedad y fe”, “Rompamos el silencio, prácticas no teorías”. 

Por todo ello su pluma se volvió una de las primeras del país, realizando una revolución ideológica que por su profundidad y tiempo de duración no ha tenido reprise. En Noviembre fundó “La Atalaya” y colaboró en “El Noticioso” del Dr. Juan José Dávila. 

Mientras tanto había arribado a Cuenca el General Leonidas Plaza Gutiérrez en calidad de Pacificador y fiel a su política adulona, contemporizó con los ultramontanos, viviendo en casa del Dr. Emiliano Crespo Astudillo, primo del defenestrado presidente Luís Cordero Crespo, haciéndose amigo de la clerecía y la beatería. En Enero del 96 Peralta sufrió el asalto de su domicilio perpetrado por varios seminaristas armados que daban vivas a “El Diablo”, pasquín bastante sucio quo ellos publicaban en su contra a vista y paciencia de las autoridades. Hubo un cruce de disparos que felizmente no le tocaron y cuando al día siguiente las autoridades no quisieron enjuiciar a los culpables, Peralta renunció al rectorado en protesta por tanta estulticia. Entonces volvió a publicar “La Razón” y el Presidente Alfaro le hizo elegir Ministro Juez de la Corte Superior de Justicia del Azuay. 

En Junio del 96 los conservadores iniciaron la guerra civil y hubo movimientos de tropas uniéndose las de Antonio Vega del Azuay con las de Melchor Costales del Chimborazo y triunfaron en Tanquis. Vega cometió el error táctico de abandonar a Costales y volver a Cuenca, ciudad que tomó el 5 de Julio por las armas, haciendo numerosos prisioneros, entre los cuales el principal fue Peralta, que solo salvó la vida merced a la intervención del General Manuel Antonio Franco, quien tomó de rehenes en Quito a varios conservadores cuencanos y comunicó al Dr. Rafael Maria Arízaga Machuca, recién designado Jefe Civil y Militar por los vencedores, que si algo malo le pasaba a Peralta, los haría fusilar inmediatamente. 

Preso y hasta condenado a muerte por los más exaltados revoltosos su vida corrió serios peligros hasta que la rápida campaña y combate del Cebollar del 22 de Agosto y la inmediata ocupación de Cuenca por los liberales, le devolvió la libertad. Tras comprender el presidente Alfaro que nada conseguiría nombrando 

Jefe Civil y Militar a un blandengue convenienciero igual al anterior Leonidas Plaza, tuvo el feliz acierto de designar al General Manuel Antonio Franco, quien de inmediato impuso el orden, pero se levantaron numerosas voces en su contra y solo pudo estar pocos meses, siendo reemplazado por Julio Andrade, que por su juventud e inexperiencia se mostró contemplativo y hasta obsecuente con los ultramontanos al punto que estos le agasajaban de continuo a vista y paciencia del vecindario. Peralta le recriminó dicha conducta y quedaron enemistados, aunque por poco tiempo. A principios de Octubre, tras renunciar en la Corte, viajó a Guayaquil para asistir a la inauguración de la Asamblea Nacional Constituyente el día nueve de ese mes, acontecimiento que se llevó a cabo entre las ruinas de la población ocasionada por el llamado Incendio Grande ocurrido entre el 5 y 6 de Octubre. 

Como Diputado por el Azuay formó el ala más avanzada del pensamiento radical con Leonidas Plaza, que otra vez mostraba su tornadiza personalidad, José Félix Valdivieso, Julio E. Fernández y Francisco de Paula Avilés Zerda, fueron satirizados como el Pentágono y colaboró en “La Nación” y “El Grito del Pueblo”, radicalizando la revolución. En estas labores recibieron el apoyo irrestricto de otros asambleístas de ideas avanzadas como el jurista Gumersindo Yépes y Yépes. 

El 28 de Octubre le dieron una paliza en horas de la noche y por chismes del General Fidel García, quien le acusó de haber proferido agravios contra los militares analfabetos venidos de Centroamérica, especialmente contra Plutarco Bowen. 

A principios del 97 la Asamblea se trasladó a Quito, el grupo radical aumentó con los Diputados Juan Benigno Vela, Julio Andrade y Modesto Peñaherrera. Para la elección presidencial Peralta votó en blanco. En Marzo se retiró de la Asamblea en rechazo a la expulsión decretada contra el Diputado Julio Andrade y a la tendencia francamente moderada que imprimían la mayor parte de los legisladores, que no pasaban de ser unos simples burgueses adinerados. 

De nuevo en Cuenca fue notificado con el nombramiento de Ministro Fiscal de la Corte Suprema al que estaba anexa la presidencia del Consejo de Estado, que no aceptó porque le duraba el disgusto contra el gobierno, prefiriendo retirarse a su propiedad en Yunguilla, donde permaneció dedicado a la agricultura y escribiendo esporádicas colaboraciones para “El Album Ecuatoriano”. Allí aparecieron varias de sus leyendas históricas. También hizo circular profusamente por todos el país una importante obra que denominó “Cassus Belli del clero azuayo” con anécdotas sobre su fanatismo e ignorancia. Una segunda edición data de 1900 y como “Jotape” polemizó en “El Censor” y en “El Diario de Avisos” de Guayaquil, por lo que Octavio Cordero Palacios le motejó de la peste roja, curioso anagrama compuesto por las letras de su nombre y apellido y Héctor Talbot hasta le disparó un balazo, felizmente sin consecuencias, por una ridícula rencilla surgida de su articulo “Sucedió en Yunguilla”, hecho escandaloso que reveló la idiosincrasia pueblerina que imperaba en esa época en Cuenca. 

En Septiembre del 98 fue llamado por Alfaro a desempeñar la cartera de Relaciones Exteriores en reemplazo de Belisario Alban Mestanza y al ocupar interinamente la de Hacienda, aprobó la minuta del contrato de hipoteca del ferrocarril Guayaquil-Quito a favor de los tenedores de bonos de la deuda representados por la United States Morgage y Co. en la persona del Ing. Archer Harman. 

Por esos días salió en Pasto el folleto “La Regeneración Radical” de Nicolás Clemente Ponce, insultando groseramente al Presidente Alfaro. Peralta lo refutó con el impreso “El Hisopo” contando chismecillos, raterías y desverguenzas de las principales familias conservadoras de Quito: Rivadeneira, Ponce, Espinosa, Salazar, Flores, etc. 

El 99 dio comienzo a las gestiones oficiales de la llegada del Obispo Guido, Delegado Especial de la Santa Sede, quien arribó desde Lima, pero dichas conversaciones fracasaron. 

Como Canciller, con la oposición de la derecha ultramontana del país, hizo aprobar la Ley de Patronato, que puso fin a las disensiones entre el Estado y la iglesia y para limar asperezas conversó en Santa Elena con Monseñor Pedro Gaspari para definir las relaciones del Estado y la iglesia sobre las rentas eclesiásticas, los cementerios públicos y la sustitución del diezmo, pero los tres acuerdos fueron rechazados en el Congreso y la prensa – tanto la liberal como la conservadora – los criticaron acerbamente, ubicadas como estaban en posiciones irreconciliables por contradictorias. Para justificarse editó “La Cuestión religiosa y el poder público en el Ecuador” en 70 págs que apareció en 1901. 

Ese año declinó su candidatura presidencial para evitar inútiles enfrentamientos entre liberales y conservadores y con Abelardo Moncayo cometió el error de apoyar a Leonidas Plaza Gutiérrez, liberal radical joven y acomodaticio, a quien recomendaron al presidente Alfaro, de lo cual se arrepentirían porque Plaza torció el rumbo de la revolución liberal ecuatoriana, atacando a sus principales líderes y todo ello solamente por el prurito egoísta de fortalecerse en el poder. 

En Agosto asumió Plaza el mando supremo y designó Canciller al Dr. César Borja Lavayen, quien habitaba en Guayaquil y no aceptó por razones de índole económica pues el traslado a la capital era un engorro costoso, entonces nombró a Peralta, que no se posesionó debido a la mala conducta del nuevo presidente Plaza con el General Eloy Alfaro y demás liberales que habían realizado la revolución; pues, Plaza – temeroso de la influencia de Alfaro – le mantenía en Guayaquil sin empleo alguno y en estrechísima situación económica, habiendo sido prácticamente su muchacho de mandado durante muchos años en Manabí y Panamá. 

Nuevamente subsistiendo como abogado en Cuenca aceptó en 1902 un alto cargo en la compañía del Ferrocarril, pero Plaza hizo que lo despidieran de allí. En Julio publicó “El Independiente” y recibió agravios e insultos de la prensa oficialista. En Septiembre fue apresado por las autoridades locales que tuvieron que dejarle en libertad porque no se atrevieron a más dada su altísima respetabilidad. El 4 dio a la luz “Ineptitud o traición” serie que primero salió en “El Tiempo” de Guayaquil y luego se recogió en un folleto conteniendo sus opiniones sobre la política internacional (las discusiones de límites entre el Perú y Ecuador) durante el placismo. 

El 5 publicó “El General Plaza ante la historia. Apuntes políticos contemporáneos” así como varios artículos acusatorios en “El Tiempo”, contra las gestiones realizadas en 1903 por Lizardo Garcia en Londres, con los tenedores de bonos de la Deuda Externa. Como García había adoptado el pseudónimo de Martín de Porras, reunió Luciano Coral los artículos de Peralta en un impreso titulado 

“Porrazos a porrillo” en 78 págs. y cuando estalló la revolución alfarista del 1 de Enero de 1906, triunfó días más tarde en la batalla de Chasqui y Alfaro inició su segundo período presidencial, Peralta fue proclamado Jefe Civil y Militar del Azuay, pero solo actuó por corto tiempo pues jamás fue un ganapán ni un aprovechador irresponsable. 

Entre Julio y Agosto volvió a colaborar en “El Tiempo” de Guayaquil con “La venta del territorio” sobre una presunta enajenación del archipiélagos de las islas Galápagos y de parte del territorio oriental ofrecidos como garantía para obtener un préstamo del gobierno de Francia. También sacó “Los Peculados” sobre las gestiones para la adquisición de armamento efectuadas por los gobiernos de Plaza y García. Su antiguo amigo Gonzalo S. Córdova le retó a que acudiera a los tribunales y como no lo hizo, presentó una querella en la Corte Suprema, que esta se inhibió de conocer. 

En Agosto intervino en la Asamblea Nacional Constituyente como Diputado por el Cañar y formó parte de la comisión que elaboró la Constitución de 1906 que contiene los principales postulados de la revolución liberal. En Marzo del 7, tras la insurrección, derrota militar y suicidio del General Antonio Vega Muñoz en el Azuay, fue designado Gobernador de esa provincia y permaneció en dichas funciones hasta 1910 que fue llamado nuevamente a la Cancillería en momentos difíciles y de suprema exaltación patriótica, cuando las masas pedían la guerra a gritos, reemplazando al Dr. Francisco X. Aguirre Jado. Entonces, bajo su supervisión directa, el gobierno publicó “Documentos diplomáticos relativos al conflicto actual con el Perú.” En Mayo firmó el Tratado de Alianza y un protocolo adicional con el Ministro Plenipotenciario de Colombia, Carlos Uribe. Por esos días apareció su libro “El régimen liberal y el régimen conservador juzgados por sus obras.” Indiscutiblemente era el mayor exponente de la filosofía liberal en el país, sus escritos se leían con admiración y respeto y su figura había adquirido ribetes de gran popularidad como el mayor adalid de la buena causa. 

En 1911 el presidente Alfaro, muy confundido a causa de la arteriosclerosis que ya le había comenzado, se enemistó con el presidente electo Emilio Estrada Carmona a quien todos creían enfermo del corazón. Alfaro y Estrada – ambos – se encontraban mal de salud y la sucesión presidencial era la comidilla del día. La opinión publica rumoraba que el gobierno quería entregar el poder – previa designación del Congreso – a Peralta, que en Junio renunció a la Cancillería para presidir la delegación ecuatoriana al Congreso bolivariano convocado por Venezuela. De paso por Guayaquil se entrevistó con Estrada quien le ofreció la Cancillería, que Peralta declinó cortésmente. En Caracas actuó con Nicolás Clemente Ponce y Julio Andrade pero no se consiguió adelantar las negociaciones con el Perú debido a la intransigente actitud de su representante el Dr. Meliton Porras Osores. De regreso al Ecuador se produjo el 11 de Agosto de 1911 la caída del presidente Alfaro y enseguida el Congreso posesionó a Estrada. Peralta fue conducido al panóptico como prisionero de guerra. El Cuerpo Diplomático y la Junta Patriótica intercedieron en su favor y fue desterrado. 

Salió escoltado a Guayaquil, pasó en barco a Panamá y siguió a Paris donde se enteró en Diciembre de la muerte de Estrada. De regreso fue informado en Panamá de los detalles de la revolución del Jefe de Zona en Guayaquil Pedro J. Montero y tras el arrastre y muerte de los Alfaro, pronunció en Febrero de 1912 el discurso de orden en memoria del caudillo durante la sesión solemne celebrada por la Logia Rosa de América No. 36 de Panamá, que apareció publicado entre los homenajes. 

En Septiembre volvió a su hogar en Cuenca. El presidente Plaza le mandó a ofrecer la Cancillería que Peralta rechazó horrorizado por venir de uno de los mayores comprometidos en el asesinato de Alfaro. Al poco tiempo fue apresado y a pesar de su mal estado de salud por sufrir de fiebres intermitentes, quisieron llevarlo a la capital. En Biblián se puso gravísimo y el Ministro Modesto Peñaherrera Guerra decretó que le atendiera un medico, de manera que no pasó por la vergüenza de ingresar a Quito como prisionero. 

En 1913 apoyó la revolución de Carlos Concha en Esmeraldas y hasta editó el periódico “El Popular” con Agustín Peralta Valdivieso, Januario Palacios y Samuel Dávila a quienes el vulgo denominaba los huérfanos de Alfaro, pues a ese lastimoso estado había llevado Plaza al otrora glorioso partido Liberal. Ese año también dio a la luz “Explicaciones Obligadas” en 28 pags. sobre los incidentes acaecidos dentro del juicio por la posesión de las casas del Cenáculo en el escandaloso atraco perpetrado por el padre Julio Matovelle con los bienes de la señorita 

Florencia Astudillo Valdivieso, beata ignorantísima, a quien los curas y las monjas de Cuenca mantenían prácticamente cercada y al final fueron sus únicos herederos. Matovelle había logrado despojarla de buena parte de sus haberes – que traspasó a nombre propio – olvidando cumplir con los propósitos ofrecidos, de manera que ella se irritó sobremanera y demandó la restitución, logrando que se le devuelva algo siquiera de lo suyo, a través de un bullado y escandaloso juicio. 

Un nuevo destierro decretado por el presidente Plaza le llevó a Lima donde vivió alejado de los suyos y en grave pobreza. En 1914 editó sus ‘’Ensayos Filosóficos”. Era el escritor ecuatoriano más importante por genial, oportuno y feliz; el ideólogo radical por excelencia, acababa de concluir “La Naturaleza ante la teología y la ciencia” en 206 págs. del que extraería en 1924 varias partes en forma de conferencias, para que a través de la Universidad de Cuenca lleguen al pueblo, originando la réplica pseudo científica por ser más bien su esencia dogmática y teológica, del padre dominicano Alberto D. Semanate, residente en Quito. 

El 16, tras el ascenso del Presidente Alfredo Baquerizo Moreno, cesó su destierro tras casi un lustro de sacrificios y pobrezas, entonces pudo volver y la nación entera se puso de pie para recibir al ilustre filósofo. Arribaba de 61 años de edad conservando las fuerzas de antaño pues la vejez no le había disminuido. I tan grande fue el clamor por su regreso que el Presidente de la república le designó Ministro Plenipotenciario en Lima, en parte para resarcirle de las injusticias recibidas y en parte para sacarlo de encima pues la producción de su pluma era buscada y temida en la República. 

El 11 de Enero del 17 presentó sus Cartas Credenciales, iniciando conversaciones con el ilustrado canciller conservador Enrique de la Riva Aguero y Osma a fin de solucionar definitivamente el problema fronterizo, pero la precaria situación política de esa nación se lo impidió. El 18 dio fin a “Eloy Alfaro y sus Victimarios”, análisis profundo de los dramáticos acontecimientos de 1910 al 12, que dieron como resulta el asesinato de Alfaro y sus tenientes, libro que sin embargo permaneció muchos años inédito hasta que en 1951 la Fundación Internacional Eloy Alfaro logró editarlo en Buenos Aires en 346 págs. 

El 19 el Ministro ecuatoriano en Chile, Augusto Aguirre Aparicio, fue designado Canciller. De paso por Lima se entrevistó con el Presidente peruano José Pardo y Barreda sin la intervención del Canciller peruano y del Ministro ecuatoriano, motivando estas inasistencias salados comentarios. Poco después Peralta presentó a consideración de la Cancillería un Memorando suscrito el 22 de Agosto, con “los graves errores cometidos por la Cancillería, sobre todo en los últimos años”. Como dicha acusación tocaba especialmente a Aguirre Aparicio, creador de la llamada Formula Mixta, contraria a lo sostenido por Peralta en 1910 cuando propugnó el grito nacional de Tumbes, Marañón o la Guerra, se hirieron susceptibilidades y a la postre Peralta renunció en Junio del 20. 

Nuevamente en el Ecuador publicó “Compte rendu” en 78 págs.- Cuenta rendida en francés – y fue acusado de dar a la publicidad varios documentos de su gestión diplomática en el Perú. El Senado le prohibió seguir editando documentos y en su defensa escribió “Para la Historia” con incidentes de política interna en 104 págs. 

En Enero de 1923 fue designado por el Congreso para las altas funciones de Rector de la Universidad de Cuenca pues su figura política y social imponía respeto en la Republica. Tenía setenta y siete años de edad, andaba erguido y solemne, pero en su trato cotidiano practicaba la sencillez de los espíritus superiores; además era el escritor visionario de las grandes concepciones, de voz siempre firme y batalladora y el mayor pensador liberal. Mas que un hombre era el representante de toda una época de transformaciones fundamentales, por eso también asumió la cátedra de Ciencias Políticas en la Facultad de Jurisprudencia de dicha Universidad. 

Soñador grande, diplomático, político, líder mental de la Republica frente a las trasnochadas ideas ultramontanas que aun pugnaban por obstaculizar el progreso nacional amparadas en el triunfo del fascismo en Europa, era el polemista y el ideólogo venerado por las nuevas generaciones que le sabían vilipendiado por la prensa asalariada placista y por sus enemigos de siempre los conservadores. Ese año le eligieron Director del Partido Liberal Radical del Azuay. 

En 1924 opuso tenaz resistencia a través del diario “El Día” de Quito a la aprobación del tratado Ponce – Castro Oyanguren suscrito por el pomposo Canciller Nicolás Clemente Ponce y editó los folletos “¿Porque ha fracasado el Canciller Ponce?” y “Una Plumada más sobre el tratado Ponce – Castro Oyanguren.” 

En Mayo del 25 fundó la Sociedad Ilustración Obrera del Azuay y fue designado su Presidente honorario. También publicó la segunda edición de su “Breve exposición histórico-jurídica de nuestra controversia de límites con el Perú.” El 9 de Julio se produjo la revolución contra el Presidente Gonzalo S. Córdova. En Agosto los militares jóvenes de la revolución clausuraron las Universidades del país. Peralta fue injustamente cancelado del rectorado. 

Más que un hombre moderno y de mundo por sus viajes al exterior, el dominio del francés y del latín, era un humanista de amplia cultura, que aspiraba a un mundo más justo. Sus ideas habían avanzado hacia un socialismo utópico basado en principios teóricos como el de la igualdad de derechos, la protección al trabajo, la ilustración de la clase obrera, el equilibrio entre el capital y el salario, la aplicación de los proyectos evangélicos de amor y solidaridad humanas. 

El 26 editó “El hombre y su destino” en 31 págs. tema que después ampliaría en “Ensayos Filosóficos”. El 27 escribió sobre la fuente del socialismo comentando sobre la condición del indígena trabajador como conflicto social de extrema gravedad y aunque creía en el respeto a la propiedad privada y en la distribución equitativa de la riqueza, sufría por la situación del país, sumergido en una gravísima crisis proveniente de las bajas cosechas de cacao; sin embargo, se opuso a la creación del Banco Central y a la venida de la misión Kenmerer. Lo primero porque como liberal no creía en la intervención directa del estado en la economía y lo segundo por su intransigente antiyanquismo pues también pasaba por arielista. 

En 1928, a raíz de la separación de su hija alquilaba una casa en Cuenca donde vivía con su esposa, su hija, varios nietos y un hijo que le ayudaba económicamente en todo. En el valle caliente de Yunguilla era propietario de un pequeño fundo denominado “Cataviña” de cuyos frutos se mantenía. Estaba con la vista muy disminuida y solía auxiliarse con su nieto Oswaldo Albornor Peralta en la lectura de los periódicos del día. 

Ese año participó en la revolución del Coronel Pedro Concha Torres descubierta antes de comenzar y fue desterrado por el presidente Isidro Ayora. Desde Panamá siguió defendiendo al partido liberal cuando el fanatizado padre José Maria Quiroz, S. J. le calificó de partido blasfemo. En total fueron seis las cartas públicas que dirigió en tal sentido e influenciado por la presencia y dominación norteamericana en la Zona del Canal, donde tuvo la oportunidad de constatar la discriminación racial que se ejercía contra los panameños en general – no solo contra la gente de color – escribió “La esclavitud de la América Latina”. 

En 1930 volvió al Ecuador, vivió en Quito y fue confinado a Guayaquil por Ayora, para evitar que escriba sobre el problema territorial. En Mayo prefirió ausentarse a Paris donde residió pobremente hasta el 31 que volvió a Quito, separado de su señora que vivía en Cuenca. Entonces dio a la luz “El Liberalismo ecuatoriano, sus luchas, sus conquistas, sus mártires” y “El Proletariado en el Ecuador”, demostrando que se había remozado y era un viejo con ideas jóvenes. Lamentablemente se opuso a la fusión del liberalismo y el socialismo en un nuevo partido que se hubiera denominado “Radical Socialista”. 

Ese año 31 publicó “El Monaquismo, su origen, desarrollo y constante labor contra el progreso, la libertad y la ciencia” en 436 págs. que alcanzo un gran éxito en la España republicana de esos días, vendiéndose en pocas semanas más de la mitad de la edición. En cambio, en el Ecuador, inculto y anacrónico, le acusaron de impío discípulo de Voltaire debido a su permanente obra de denuncia contra una iglesia retrógrada y sus ignorantes sacerdotes que no atinaban a encontrar fórmulas para resolver los problemas sociales, especialmente el campesino y el obrero, en pleno siglo XX. 

El 32, durante la Guerra de los cuatro días contra Neptalí Bonifaz Ascázubi, corrió peligro de muerte y al tratar de esconderse en casa de un amigo sufrió una peligrosa caída y la fractura de una pierna. Entonces, enfrentado a los sucesivos triunfos del fascismo mundial se le vio decaer por primera vez en su vida y escribió “El Progreso” en 423 págs. dentro de una tónica pesimista de la humanidad, pues cuestiona su evolución y progreso manifestando que a una época de avances correspondía otra de retrocesos. Ese año volvió a ser designado uno de los tres Directores 

Supremos del partido Liberal con Pablo Hannibal Vela y Modesto Larrea Jijón. El 33 presidió interinamente la directiva. El 34 colaboró en “El Universo” y en “La Opinión Publica” de Guayaquil, así como en “El Día” de Quito. El 35 dio a la luz “El Liberalismo, partido político regenerador de la Republica” incluyendo sus estatutos. 

Hasta el final de sus días luchó por la unión del liberalismo radical en la Republica. Se le veía viejo, desencantado y pobre, pero con su frente en alto, el alma limpia y la pluma siempre presta a combatir la injusticia y la iniquidad donde quiera que se encontraren. 

A principios del 37 la inicua dictadura del Ingeniero Federico Páez quien dio la vida fue un buero para nada y como ingeniro un profesional menos que mediocre, cometió la avilantez de expropiarle por razones políticas el único bien que le quedaba, su fundo “Cataviña”, ocasionándole una gran perdida y dejándole prácticamente en la calle. 

A consecuencia de la impresión sufrió un derrame cerebral y falleció en Quito el 26 de Diciembre a la avanzada edad de 82 años y 7 meses, con fama y respetabilidad únicas. Con él terminaba la mejor etapa de la republica, la de la revolución liberal, que tantos bienes trajo al país pues incorporó las conquistas de la revolución francesa al convivir nacional, de manera que el Ecuador pudo ingresar al conglomerado de las naciones cultas de occidente. 

Alto, blanco, de barba poblada y caminar garboso y reposado como de Tribuno, su figura era realmente imponente, de buen físico y de mejor ver. En sus últimos tiempos era diariamente visitado por sus amigos el Coronel Pedro Concha Torres y el General Almeida Suárez. 

Fue uno de los primeros en hablar sobre la intervención de la mujer en la vida del país, el primero en usar quichuismos entre nuestros escritores y seria largo enumerar sus obras aun inéditas aunque después de su muerte se han publicado las siguientes: 

1.- Eloy Alfaro y sus Victimarios en 346 págs. dos ediciones, de 1951 y el 77. 2.-La esclavitud en la América latina en 85 págs, 1961. 

3.-Ensayos Filosóficos en 1961.
4.- Teoría del Universo en 269 págs, 1967 con sus conferencias de 1924 tomadas de su obra sobre La Naturaleza ante la teología y la ciencia. 

La Fundación Peralta editó:
5.- La Moral Teológica en dos tomos de 340 y 379 págs. 1974
6.- La Naturaleza ante la teología y la ciencia en 206 págs. 1974
7.- Tipos de mi tierra, cuadros de costumbres, en 317 págs. 1974
8.- Años de Lucha, en 1974, en tres tomos de 330, 326 y 317 págs. respectivamente. 

El Banco Central ha sacado “El Pensamiento Político y filosófico de Peralta” conteniendo varios de sus principales ensayos, dentro de la Colección Biblioteca Básica del pensamiento Ecuatoriano con estudio introductorioyseleccióndelDr.Juan Cordero Iñiguez, pero aun queda muchísimo más por revisar de Peralta, sobre todo sus obras relacionadas con el problema limítrofe, que algún día deberán ver la luz para bien de la Patria. 

Como relatista se movió entre el cuento y la novela histórica inclinándose definitivamente por esta última donde se sentía mas holgado y libre. Sus principales producciones en este género son: 

1.” Yumblos o la Conspiración de los Caranquis.
2.- Chimibera, ambas publicadas en el Album Ecuatoriano de 1898. 

No fue un anticlerical en el exacto sentido del término pues la política siempre fue su principal mira. Activo militante masónico, creyó en la divinidad, defendió a la religión separándola del estado laico y trató por los medios a su alcance que ambos poderes convivieran pacíficamente. 

Hombre religioso, sus contemporáneos le juzgaron erróneamente un descreído por contestatario contra la moral religiosa de su tiempo, que solo servia para defender y encubrir mezquinos intereses económico-políticos. 

“Sus últimos días y su muerte tuvieron la firma del Quijote. Pobre, casi olvidado, desprendiéndose sacrificadamente de sus queridas cosas para poder cubrir las ultimas necesidades bajo el sol que ya se le iba apagando, pues por esos tiempos vivió y murió en el silencio de los grandes, en su casa pequeña donde estaba a solas con su gran soledad”.