PEÑA Y VASQUEZ PEDRO

II OBISPO DE QUITO.- Nació en Covarubias, Castilla la Vieja y fue hijo legítimo de Hernán Vásquez e Isabel de la Peña.

Se desconocen sus primeros años pero ingresó a la Orden dominicana en el Convento de Santiago en la ciudad de Burgos y profesó el 3 de Marzo de 1540. Hallábase de profesor en el célebre Colegio dominicano de San Gregorio de Valladolid cuando pasó el Virrey Luís de Velasco y se lo trajo consigo en 1550 a América, tomándolo por su director espiritual en atención a sus muchas letras y virtudes.

Primero estuvo en México y fue catedrático de Prima de Teología en esa Universidad con fama de teólogo profundo y predicador distinguido, ocupando en su Orden los cargos más honrosos, entre otros, el de Provincial y por comisión del Virrey fue Visitador de Nueva Galicia. Por esos días tomó parte activa en la prisión de fray Juan Ferrel, de la Orden de los Predicadores, que tenía a la ciudad confundida con los más descabellados pronósticos pues había perdido la razón y sentenciaba que México iba a ser muy pronto la capital de la cristiandad porque el Papa se trasladaría a las Indias. También realizó dos viajes a Europa. El primero, para asistir al Capítulo General de la Orden dominicana celebrado en Roma y el segundo como Procurador para gestionar diversos asuntos en la Corte y como el Rey Felipe II se hallaba en Londres, hasta allá viajó para entrevistarse con él.

El Rey le tenía en tan alto concepto que cuando recibió la noticia del fallecimiento del primer Obispo de Quito le propuso como reemplazante, antes le había propuesto para la Diócesis de la Verapaz en México. El 28 de febrero de 1563 fue designado segundo Obispo de Quito por breve del Papa Pío IV. Al llegar a Madrid, fue preconizado por el Arzobispo de Santiago de Compostela el 23 de Mayo de 1565 en la Basílica de Nuestra Señora de Atocha. Viajó a las Indias, arribó a Guayaquil y dio poderes al Presbítero Martín Fernández de Herrera para que se posesione del obispado en su nombre.

Meses después entró en Quito y dictó acertadas medidas administrativas, promulgó los decretos del Concilio de Trento que señaló las directivas de la vida de la iglesia no solo en su formación interna sino en los medios del apostolado, también comenzó la construcción de la Catedral que fue sólida aunque no grandiosa, la dotó de una campana fundida en España que pesaba siete quintales y medio.

El 67 concurrió al II Sínodo Provincial convocado en Lima por el Arzobispo fray Gerónimo de Loayza, donde se pusieron en práctica las decisiones del Concilio y se formularon las constituciones para organizar los gobiernos de las diócesis de América del Sur.

El 68 hizo la distribución de Parroquias y Doctrinas entre sacerdotes seculares y religiosos para el mejor servicio de los fieles. Otra de sus preocupaciones fue la creación de un Seminario para resolver la escasez de clero y brindó a los estudiantes del Colegio de San Andrés todas las facilidades para formarse en un ciclo de estudios filosóficos y teológicos bajo la dirección del franciscano fray Alonso Gasco, a quien había conocido y tratado en Castilla y había tenido alumnos en Lima, pero éste fraile moriría años más tarde en Lima quemado vivo por la Inquisición en el juicio seguido en dicha capital contra los discípulos del Arzobispo Carranza de Toledo, quien había sostenido polémicas con el Jurista Melchor Cano sobre las doctrinas del padre Bartolomé de Las Casas.

Los cursos se dieron por espacio de tres años en el interior de la iglesia Catedral y a ellos solían concurrir sacerdotes, superiores de las Ordenes con sus coristas, los seminaristas, algunos seglares y también el Obispo en persona para dar ejemplo. A petición general se estudió el Tratado de los Sacramentos alternado con casos prácticos de conciencia, en cuya resolución intervenían todos, como en círculo de estudio y de este ensayo de Seminario procedieron todos los sacerdotes criollos. Por eso se ha dicho que monseñor de la Peña es el organizador de la Diócesis de Quito, pues estuvo en todos sus aspectos materiales y espirituales y hasta fundó el Convento de Monjas de la Concepción. Mas, dado el carácter intemperante del Presidente de la Audiencia Lic. Hernando de Santillán, pronto entró en polémicas con él y con el padre Juan Cabezas de los Reyes, Guardián del Convento de San Francisco, hombre docto que terminó siendo alejado de la capital.

En lo cultural el Obispo de la Peña fundó dos cátedras, una de Gramática Latina y otra de Teología Moral, también fundó el segundo hospital que tuvo la ciudad de Quito y que llamó de la Misericordia de Nuestro Señor, para lo cual adquirió las casas del español Pedro de Ruanes y fundó la Cofradía o Hermandad de Caridad con españoles e indios, pero no tuvo suerte con los Canónigos ni con los religiosos de San Francisco que le hicieron contra.

Vuelto a Quito celebró el séptimo año un Sínodo Diocesano que dispuso la extensión de la instrucción a todos los pueblos de la Diócesis, ordenó que Curas y Frailes doctrineros eligieran de común acuerdo con los indios, los sitios apropiados para levantar las iglesias requeridas en las funciones religiosas y las escuelas donde debían reunirse a los muchachos para enseñarles la doctrina mediante la cooperación de uno o dos indios ladinos hijos de Caciques. Esta orden, aclara el Padre José Maria Vargas, se refería mas bien a la organización de Centros catequísticos, para lo cual se echaba mano de los indios preparados en el Colegio de San Andrés, por ser el único existente. Prohibió que los Párrocos administren sacramentos a los que no eran sus feligreses, lo que ocasionó un grave escándalo, pues el Escribano de Cámara de la Audiencia, Bernardino de Cisneros, le notificó en la calle una resolución dictada por dicho Tribunal oponiendose, como el Obispo le contestara que le deje ir a decir misa, el Escribano sacó la espada y amenazando al pecho, le dijo que los Ministros del rey a nadie tenían que guardar miramientos y al ser apelada esta orden, el Rey Felipe II, siempre tan interesado hasta en los asuntos más nimios, pues esa era la principal debilidad de su rara personalidad y carácter, le dio la razón al Obispo.

El 72 disputó con los frailes pues, para impedir que continuaran los Encomenderos en sus vejámenes a los indios, les amenazó con no darles la absolución. En la mañana del Jueves 8 de Septiembre de 1575 erupcionó el volcán Pichincha con terrible violencia, ocasionando durante casi un año, continuas pérdidas.

El 76 asistió al III Sínodo Provincial del Perú y habiendo fallecido el Arzobispo le correspondió presidir con gran contentamiento, el aparatoso y criminal Auto de Fe del 13 del Abril de 1578, realizado por los dominicanos para acabar con fray Francisco de la Cruz y varios seguidores, a muchos de los cuales martirizaron y quemaron desde la mañana hasta dos horas después de la medianoche, ocasionando el terror en la muchedumbre asistente, que se retiró callada y taciturna; pues se quemó con leña verde a los acusados, que pagaron con sus vidas el feo delito de ser brujos y andar en tratos con el demonio, según idea generalizada en aquellos tétricos años de fanatismo acendrado y contra reforma. A de la Peña también le cupo el dudoso honor de “convertir a la fe” a fray Francisco de la Cruz, Maestro, de la Orden de los Predicadores, “ a quien no habían podido convertir hombres eminentes en letras pues era docto y soberbio” pero de la Peña lo logró, degradándole en el cadalso antes de predicar un larguísimo sermón que abrió tan macabro espectáculo, enfatizando los horrores de las penas del infierno, de las que para felicidad se salvaban los ajusticiados, porque al quemarse sus cuerpos pagaban sus pecados en vida y se iban directamente a gozar de las delicias y maravillas del cielo. Después de tanta basura, asusta la degradación moral a la que había llegado el pensamiento católico durante los tenebrosos días de las luchas religiosas del siglo XVI, pero en el XIX González Suárez calificó a de la Peña de “prelado verdaderamente irreprensible”.

Demás está indicar que fray Francisco de la Cruz hablaba sandeces de un ángel que era como su guía espiritual, pues había perdido la razón debido a que padecía de esquizofrenia, enfermedad mental que por esos años era totalmente desconocida y que hace ver visiones, escuchar mensajes y sufrir otras muchas manifestaciones psiquiátricas y nerviosas. I en cuanto al Sermón de la Fe, pronunciado por el Obispo de la Peña, fue recogido y publicado, tanto en Lima como en la Corte española, como modelo de elocuencia y doctrina.

A principios del 82 viajó al sur en compañía de su Secretario fray Miguel

Sánchez Solmirón. Primero visitaron Trujillo que por entones pertenecía al obispado de Quito. El Octubre concurrió al IV Concilio convocado por el Arzobispo fray Toribio de Mogrovejo, pero arribó con dos meses de retraso y tras asistir a algunas sesiones, sintiéndose súbitamente cansado, presentó la renuncia al obispado de Quito y pidió una plaza de Inquisidor del Tribunal de Lima, pero su renuncia y la noticia de su muerte llegaron al mismo tiempo a la Corte, pues había fallecido en la capital peruana el 7 de Marzo de l.583 de más de ochenta años de edad, dejando como heredero de todos sus bienes a la criminal institución de la Inquisición, para que con dicho dinero se compusiera la cárcel de ella, que había notado en pésimas condiciones y hacía sufrir innecesariamente a los presos. También dejó establecida una Obra Pía en Covarubias para beneficio de sus deudos y una Capellanía de Misas por sus almas y el buen acierto de los Inquisidores de por allá.

Fue enterrado en la iglesia de la Merced de Lima aunque años después le trasladaron a la remodelada Capilla de la Inquisición.