HISTORIADOR.- Nació en Guayaquil el 16 de Septiembre de 1917. Hijo legítimo de Víctor Emilio Estrada Sciacaluga, destacado banquero y escritor de temas económicos cuya biografía puede verse en este Diccionario y de Isabel Icaza Marín, guayaquileños.
El cuarto de una larga familia compuesta de ocho hermanos, inició estudios en el Colegio salesiano Cristóbal Colón. En 1925, al trasladarse su familia a Italia, ingresó con su hermano Emilio al Real Colegio Carlos Alberto, en Moncalieri, cerca de Turín, donde permanecieron dos años. Al regresar al Ecuador pasó a completar la primaria en el mismo Colegio Cristóbal Colón, pero al poco tiempo salió por una discusión con el padre Sagasti, y fue matriculado en el Colegio La Salle de los Hermanos Cristianos. En 1930 radicó con su familia temporalmente en Bruselas, estudió un año en el Colege Saint Pierre, para continuar al siguiente año a la Ecole des Roches en Verneuil-sur-Avre, Normandía, Francia, donde se encontraba su hermano Emilio con quien viajo el 33 a Estados Unidos a estudiar en Bayfor Mílitary Academy de Chattanooga, y se gradúo el 34 con treinta y dos créditos – materias, recibiendo la codiciada presea Cum Honore. En el Anuario de la Academia se lo calificó del más brillante estudiante en la historia de Baylor y como dato anecdótico cabe indicar que un día que faltó el Profesor de Matemáticas, sus compañeros le pidieron que dictara la clase y lo hizo con notable éxito.
Entonces ingresó al Massachusetts Institute of Technology, uno de los más prestigiosos institutos técnicos del mundo; al año siguiente pasó al California Instituto of Technology donde tuvo de profesores a Thomas Hunt Morgan y Linus Pauling, ganadores del Premio Nóbel.
Deseoso de independencia dejó trunco sus estudios superiores y regresó a su tierra hablando y escribiendo perfectamente en inglés y francés para iniciarse como vendedor de seguros, Pocos meses después era llamado al servicio militar y cumplido ese deber en 1937 se asoció con Emilio Ginatta Hidalgo y el doctor ingeniero Arnaldo Ruffilli, para establecer la Compañía General de Construcciones, que ejecutó entre otras obras el edificio Tosí, por esa época el más alto de Guayaquil, el Yacht Club y el muro de la Cervecería, así como el Palacio Municipal y la Gobernación en Babahoyo. En enero de 1943 y debido al retiro del ingeniero Ruffilli se liquidó la compañía.
En agosto de 1940 contrajo matrimonio con María Teresa Sola Franco, unión estable y feliz con cuatro hijos y con ocasión de la invasión peruana el 41 cumplió su deber alistándose en el ejército aunque no fue movilizado a la frontera por la desorganización reinante pero al enterarse que el Ministro de Hacienda Vicente lllingworth Icaza se había trasladado expresamente a Guayaquil para informar que las Fuerzas Armadas habían decidido declarar a Guayaquil ciudad abierta y que tan sólo desde Huigra se defendería al país, conforme lo había dispuesto la Misión Militar Italiana venida en 1935, pasó a integrar la Junta guayaquileña de Defensa Nacional, que a pesar que tuvo efímera existencia, rechazó frontalmente la opinión de los militares italianos y se aprontó a la defensa del puerto principal.
Más efectiva fue la labor emprendida poco después con un grupo de jóvenes que recogieron numerosas firmas para obtener del Presidente de la República que reorganice el Concejo Cantonal de Guayaquil, a pesar de estar integrado principalmente por amigos personales suyos. En Mayo del 42, tras el terremoto del día 13 que destruyó algunas edificaciones de madera y tres de cemento armado en el centro de la ciudad, envió una Carta abierta al diario El Universo solicitando un mayor control municipal a los permisos de construcción y la supervisión de las obras.
Si bien, había interrumpido su educación superior formal no decayó su sed de conocimientos y aprovechando la biblioteca de su padre y la que él mismo iba formando, estudió economía, seguros y matemáticas aduanales lo cual le valió para fundar en 1943 “La Ecuatoriana de Seguros” con su amigo Jerry Jaramillo Valdés, que gerenció hasta Octubre del 45, saliendo para ayudar a su padre en el equipamiento y organización de los hoteles Humboldt en Playas y Guayaquil, donde estuvo hasta el 49.
A raíz de la Revolución de Mayo de 1944, había sido electo Director de la Cámara de Comercio de Guayaquil y delegado a la Conferencia Económica Nacional del 45. Al año siguiente comenzó a escribir artículos sobre temas económicos que se publicaban en El Universo y El Telégrafo con su propio nombre o bajo el pseudónimo de “Julius Paulus”. Ello dio margen para que en Junio de 1950 el doctor Kléber Viten, Decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Guayaquil, lo invitase a dictar las cátedras de Seguros y Matemáticas Actuariales, de Análisis e Interpretación de Balances y de Matemáticas Financieras, que tuvo a cargo hasta su renuncia en marzo del 54, mientras actuaba como Asesor Técnico de la “Compañía Ecuatoriana de Seguros”. Más tarde, en mayo del 61, volvería a la misma Facultad de Economía a las cátedras de Econometría y de Matemáticas Financieras, pero renunció en agosto “ante la falta de preparación de los alumnos”.
En agosto de 1952 fundó “Patria Compañía Anónima de Seguros”, que en pocos años llegó a ocupar el primer puesto entre las empresas de su género, lo que impulsó al Superintendente de Bancos, que a su vez era Gerente en Quito de la mayor competidora en seguros de vida, a que iniciase el hostigamiento a Estrada. Dada la presencia simultánea en el Ministerio de Hacienda – Juez de última instancia sobre estos asuntos – de un Gerente de otra aseguradora competidora. Estrada prefirió liquidar la compañía y devolver a los accionistas los valores invertidos, como lo efectuó en marzo de 1956. No retornaría a este tipo de actividades hasta abril del 75, cuando fue designado Asesor de Seguros de la “Flota Bananera Ecuatoriana”; puesto en que laboró hasta febrero del 79, habiendo intervenido en importantes y delicados problemas que involucraban la existencia de la Flota y la detención de barcos en puertos extranjeros.
A partir de 1957 se dedicó a actividades de carácter personal y desarrolló un pequeño plan de vivienda económica en Puerto Liza, donde llegó a construir cien unidades antes de que el Alcalde Asaad Bucaram ordenase invadir el resto de esos terrenos el 69.
En el Ínterin (1962 – 63) había presidido el Patronato de los Barrios Suburbanos de Guayaquil, bajo cuya intervención se construyó una Escuela en terrenos donados por él y puso en funcionamiento tres tanqueros de distribución de agua potable municipal, a la par que colocaban ocho grandes tanques de acero inoxidable donados por la Agencia Internacional de Desarrollo para el mismo fin.
Entre 1964 y el 66 actuó como vocal del Patronato de Escuela de Artes y Oficios que equipó la Escuela Artesanal Domingo Savio y se rellenó el patio con su aporte personal.
En mayo de 1966 y ejerciendo la Presidencia de la República Clemente Yerovi, fue nombrado Gerente de la Sucursal en Guayaquil del Banco
Ecuatoriano de la Vivienda, y en esa calidad reactivó y concluyó en pocos meses el Programa de la Atarazana con mil doscientas viviendas, iniciado por Rafael Guerrero Valenzuela, que se había paralizado durante la Junta Militar. Poco después se ocupó de efectivizar la expropiación de los terrenos del Guasmo y La Saiba.
Estrada, debidamente autorizado por Decreto Ejecutivo, procedió a distribuir por Escritura Pública los veinte millones de metros cuadrados expropiados, entre la Municipalidad de Guayaquil, el Comité para la Rehabilitación y Urbanización de los Barrios Suburbanos y el propio Banco Ecuatoriano de la Vivienda BEV
Siendo Gerente del BEV actuó como Vocal de la Comisión Ejecutiva de los Barrios Suburbanos que se ocupaba de canalizar y pavimentar calles en esos sectores en 1966 y fue delegado a la V Reunión Interamericana de Ahorro y Préstamos que se celebró en Buenos Aires el 67 y en Noviembre de 1968 se retiró del BEV al iniciarse el quinto velasquismo.
“Desde 1957 me había ocupado con creciente fervor en Ia investigación histórica, escribiendo ocasionalmente artículos periodísticos sobre el tema, mientras iba formando un extenso fichero. Mi propósito inicial había sido recoger la idea de mi padre fallecido en 1954, para publicar la Historia Económica del Ecuador. Pronto me convencí de que aquel objetivo resultaba irrealizable a corto plazo ante la carencia de material de fondo, puesto que la historiografía nacional se limitaba a una sola obra documentada – la de Federico González Suárez – que terminaba justo antes de la independencia. Tuve pues, que dedicarme, a una investigación más amplia y como resultado de ella publiqué la primera edición de El Hospital de Guayaquil en 1966 en 141 páginas. Ello me valió ser nombrado Miembro Correspondiente del Centro de Investigaciones Históricas y afirmó mi amistad con los historiadores Jorge Pérez Concha y Abel Romeo Castillo. Fruto de esas conversaciones sobre temas históricos, a fines del 68 nos propusimos promover la celebración del sesquicentenario de la Independencia Nacional el 9 de Octubre de 1970 y concientes de que ese objetivo no sería alcanzado sino con el respaldo de los medios de comunicación, procedí a convocar una reunión en que asistieron los directores de El Universo, El Telégrafo, La Razón y Expreso y decidimos fundar
La Junta Cívica del Sesquicentenario, con la participación de entidades clasistas y personajes representativos de la ciudad”.
Cumpliendo un elemental deber de cortesía los promotores y Raúl Clemente Huerta, Presidente de la Cámara de Diputados, visitaron al Alcalde Assad Bucaram para que se integrase a la Junta; pero, inesperadamente, éste se negó, aduciendo que la celebración le competía exclusivamente al Municipio. En un intento posterior que hizo Estrada, no sólo reiteró su negativa sino que lo amenazó con hacerle invadir los terrenos que poseía en Puerto Liza, a lo que Estrada replicó que cumpliría su deber cívico no obstante cualquier amenaza. Efectivamente, en breves días, Bucaram hizo tomar los terrenos como ya se dijo.
El 68 había conocido al historiador norteamericano Michael Hamerly, quien le ha descrito así: Era un intelectual de mediana edad que había gastado cientos de horas en los últimos veinte y cinco años de su vida en estudiar el pasado de su ciudad puerto. Tenía numerosos trabajos en preparación incluyendo una Guía Histórica de Guayaquil en seis volúmenes pero su posición como Gerente de la sucursal del Banco Ecuatoriano de la Vivienda le dejaba poco espacio por entonces para sus estudios de historia. Uno de los temas trascendentes de nuestras conversaciones era el estado de deterioro de los documentos de la ciudad, su desorganización, las pobres librerías, la dificultad para obtener copias.
El 69 fue designado Secretario ejecutivo de la Junta Cívica, se propuso luchar a brazo partido por alcanzar las metas trazadas y en compañía de un grupo de estudiantes vicentinos se trasladó a Quito con el fin de obtener del Congreso Nacional la asignación de treinta millones de sucres en bonos del estado, que el Ministerio de Finanzas se negó en un principio a entregar; pero después el Dr. José María Velasco Ibarra, dictador civil, lo dispuso y la Junta Monetaria cambió los dichos bonos a la par.
Lamentablemente en 1970 ocurrió la dictadura civil del presidente Velasco Ibarra y los festejos del Sesquicentenario no pudieron celebrarse. Dos años después advino la dictadura militar dizque nacionalista – realmente fue demagógica – del General Guillermo Rodríguez Lara y el recién designado Jefe Civil y Militar del Guayas, Renán Olmedo González, empezó a dilapidar en forma por demás irresponsable – por no decir criminal – el dinero de la Junta, en una mala adecuación del edificio de la Gobernación y en otras obras insignificantes tales como el relleno con cascajo de un estadio deportivo y un terreno al pié de estero salado para servicio social comunitario en el corazón del suburbio, malbaratando el dinero ajeno como si fuera propio, con fines muy diversos para los que fueron entregados, todo lo cual Estrada se vio imposibilitado de impedir pues vivíamos los primeros tiempos de la dictadura militar; sin embargo, en medio de tanto abuso y corrupción, pudo salvar tres millones y medio de sucres que habían sido asignados por el Presidente Velasco Ibarra para la formación del Archivo Histórico del Guayas, que Julio había iniciado el día 19 de marzo de 1971 “con el entusiasmo que despierta toda nueva empresa y con la decisión que merece toda tarea necesaria”, el 7 de Mayo obtuvo el decreto presidencial de creación del Patronato del Archivo Histórico del Guayas y el 30 de Junio se aprobaron legalmente los Estatutos.
Cabe aquí repetir la anécdota de cómo Julio obtuvo del Presidente dictador Dr. Velasco Ibarra, el respectivo decreto de creación del Archivo. El caso es que Velasco había declarado públicamente que era enemigo de las instituciones autónomas, pero Julio viajó al Palacio Presidencial y le solicitó la creación del Archivo con esa calidad. La respuesta no se hizo esperar: ¿Cómo puede Ud. Pedirme una cosa así? Pero fue contestado: Me estoy dirigiendo al Dr. Velasco no al Presidente de la República. Nadie está libre de crítica pero nadie le puede negar a Ud. su capacidad cultural. La cultura aquí nunca ha sido cuidada y en manos de cualquier político un Archivo Histórico no puede existir. Entonces, lamentablemente, una institución que merece ser autónoma es un Archivo Histórico y eso es lo que le pido a Ud. para que reclame al Presidente que haga esa excepción. Velasco Ibarra se puso a pensar bastante tiempo y al final contestó: Me ha convencido, mándeme el proyecto que yo se lo firmo. I así fue como nació el Archivo Histórico del Guayas y se rescató nuestro pasado documental evitando que se siguiera destruyendo.
Había presidido entre 1971 y el 72 una Comisión de Estudios del barrio Las Peñas creada por el Alcalde Enrique Grau Ruiz, que elaboró la base histórico – arquitectónica para el rescate de ese Barrio, labor que nunca realizó el Banco Central, por razones de estricto orden regionalista, pues estando afincada la Gerencia General en Quito que el resto del país no contaba para nada.
El 72 consiguió la transferencia de los documentos de las escribanías públicas, la mayor parte de los cuales – las de la Colonia e inicios de la República,habían pertenecido al protocolo de Federico Bibliano Espinosa hasta 1937 que las entregó por orden del dictador Federico Páez y se encontraban prácticamente abandonados en dos cuartos grandes del segundo piso del Palacio Municipal por el lado de la avenida Diez de Agosto, a cargo del Centro de Investigaciones Históricas, institución fundada en 1930 pero en acefalía por la vejez valetudinaria de su presidente el venerable bibliógrafo Dr. Carlos A. Rolando.
Entonces se halló que el más antiguo de esos documentos estaba fechado en 1623 pero al mismo tiempo notó con gran pena que muchísimos se encontraban devorados en gran parte por acción de las polillas y en tal estado de deterioro que ya no se podían leer, pero Julio no se amilanó y rodeado de un personal eficiente comenzó la ímproba labor de catalogación, micro filmación y copia que duraría años, salvando mucho de la historia de Guayaquil y de la costa, para lo cual tuvo que instalarse provisionalmente en un local inadecuado pero que fue el único que se pudo utilizar en esos días, ubicado en la parte baja del Centro Cívico, por oscuro, caluroso y deprimente, por la mala ventilación y pésima luz, construido saltándose el requisito legal del concurso por el Arq. Guayasamín, hermano del famoso pintor, que por comodidad tomó como modelo, por no decir que repitió, una construcción mexicana, sin darse cuenta que en esa ciudad el clima es frío y seco y aquí sucede lo contrario, tenemos calor y humedad, por eso el edificio le salió al revés, desde la cúpula que se creía impermeable y que con los primeros aguaceritos de Diciembre, anunciadores de los inviernos tropicales guayaquileños, dejó pasar la lluvia, que entraba al interior inundando las instalaciones centrales.
Al siguiente año empezó la publicación de una Revista que alcanzó renombre dentro y fuera del país y logró salir hasta el número 19 en Junio de 1981. Colaboraron numerosos escritores con artículos de indudable interés, también tuvo una sección documental, otra de misceláneas o varios y no faltaron textos enviados desde el extranjero. De su pluma aparecieron en el No.1 Antecedentes sobre el Hospital de Portoviejo en 8 páginas. El Archivo del Cabildo colonial de Guayaquil en 15 páginas y Evolución urbana de Guayaquil en 32 páginas. En el 2 Apuntes para la Historia del Hospital Militar. En el 3 Desarrollo histórico del suburbio guayaquileño en 13 páginas. En el 5 Apuntes para la Historia de la Lotería en 32 páginas y Los inventarios del Hospital en 5 páginas. En el No. 6 Notas sobre el Hospital de Riobamba en 10 páginas y Una acotación sobre la descripción de Guayaquil en 1765 por Juan Antonio Zelaya y Vergara en 4 páginas. En el 7 Alrededor de la fundación de Guayaquil en 55 páginas. En el No. 8 Los Bernales del Hospital, a medias con Michael Hamerly en 19 páginas, y Apuntes para una historia de Daule. En el 9 una nota necrológica sobre Genaro Cucalón Jiménez en 1página. En el No. 11 Migraciones internas en el Ecuador en 22 páginas. En el 12 ¿Hasta dónde la Tradición? en 20 páginas. En el 15 Mini crónicas guayaquileñas: un mercedario jugador en 10 páginas. En el 16 El Comercio de Armas en la guerra de independencia. La compañía Muñoz – Henderson en 1820-1821 en 30 páginas y en el 17 La Campaña de Esmeraldas 1913 – 1916 en 117 páginas; entre el 72 y el 75 publicó los primeros cinco tomos de Actas del Cabildo de Guayaquil que van del más antiguo que se conserva y que data de 1634 hasta el Quinto en 1679, es decir, los primeros cuarenta y cinco años de historia chica en la versión paleográfica de José Gabriel Pino Roca, revisada por el Dr. Rafael Euclides Silva y cotejada por Juan Freile Granizo, utilizándose el índice General alfabético de Silva y es una lástima que por causas económicas no se hubiera continuado con la edición de tan importante fuente documental. Igualmente se publicó el Libro II de Cabildos de Cuenca transcrito por Manuel Torres Aguilar y cotejado por Juan Chacón Z. El Archivo reimprimió obras de Emilio Estrada que se encontraban agotadas y dio a la luz otras de autores extranjeros sobre temas ecuatorianos, entre los que mencionaremos a Robert E. Norris, Louisa R. Stark y Peter C. Muysken, Michael T. Hamerly y Lawrence A. Clayton. Entre los autores nacionales salieron trabajos de Juan Freile Granizo, Jaime E. Rodríguez O, Juan Chacón Z., Abel Romeo Castillo, Luis Noboa Icaza y del propio Julio Estrada Icaza. En síntesis, fue una labor editorial patriótica y meritoria. “Cesado ignominiosamente el dictador Rodríguez Lara por culpa de sus ridículas exageraciones, corrupción, errores y desafueros económicos, se recluyó con mucha inteligencia en su hacienda evitando que la justicia le cayera encima.” Ese año 76 y con el apoyo de los medios de comunicación local la Junta Cívica encabezó la defensa de los intereses de la ciudad y la nación, presentando soluciones para el problema del financiamiento y ejecución del Mercado Mayorista y el Aeropuerto Internacional de nuestra urbe. I si la Junta nada logró ante el nuevo Triunvirato militar, presidido por el Vicealmirante Alfredo Poveda, indiferente hacia Guayaquil cuando menos si no francamente hostil, la posición de la Junta Cívica detuvo algunos proyectos nocivos a la ciudad. El 14 de Junio de ese año se recogió en las calles del puerto más de un cuarto de millón de firmas de apoyo a la Junta Cívica, la labor desplegada por Estrada fue reconocida públicamente por la Sociedad Filantrópica del Guayas que le confirió su Medalla en 1979 y por la Municipalidad de Guayaquil que le otorgó su Medalla al Mérito Cívico – equivalente al título de Mejor Ciudadano – en 1981.
Mientras tanto el 78 la Municipalidad le propuso que acepte la designación de Cronista Vitalicio de la ciudad, dignidad ad honorem que rechazó conjuntamente con Jorge Pérez Concha, manifestando que no se sentían cronistas pues eran historiadores, confundiendo el alcance de ambos términos, ya que a la larga Cronistas e Historiadores aspiran a alcanzar lo mismo, revelar la verdad del pasado en base a información documentada y/o a investigación personal.
En cuanto al Archivo Histórico del Guayas, de los treinta millones de sucres entregados por orden del Presidente Velasco Ibarra a la Junta Cívica, a los que echó mano el Jefe Civil y Militar Renán Olmedo González en Guayaquil, Julio pudo rescatar la escasa cantidad de tres millones quinientos mil sucres y nombrado Director Ejecutivo en 1971 como ya se dijo, impulsó la investigación con ahínco y cuando ya los recursos propios del AHG estaban por agotarse, intentó infructuosamente obtener en la Cámara de Representantes una asignación presupuestaria – pues se trataba de una entidad oficial pero no lo logró, así que recurrió al Presidente de la Junta Monetaria León Roldos Aguilera, para que el Banco Central del Ecuador tomara la institución en comodato, lo que efectivamente sucedió en junio de 1980 y pudo continuar dirigiendola como funcionario del Central, siendo ascendido a Subgerente de Servicios Culturales en 1984, organizó una serie de actividades que incluían el Museo Antropológico y Pinacoteca, la Biblioteca del Banco, el fomento del teatro y la música, además de la investigación histórica y publicaciones de diverso tipo y hasta negoció la adquisición de la colección fotográfica de Fabián Peñaherrera. Mas en Enero del 88, decepcionado por la falta de apoyo de su jefe administrativo inmediato, que como buen burócrata desdeñaba la cultura, se retiró de esas funciones, bien es verdad que ya le habían avanzado los síntomas de la cruel enfermedad degenerativa y muscular que le llevaría a la tumba, pero el Archivo continuó subsistiendo varios años más a través de la ayuda económica de la Fundación privada Miguel Aspiazu Carbo creada por el Banco del Progreso.
Entre las publicaciones del Archivo Histórico se encuentran las siguientes obras suyas: Los dos tomos sobre el Puerto de Guayaquil: I: La Mar de Balboa y II: Crónica Portuaria, lo mejor de lo suyo, en 1972 y el 73; el año siguiente salió a luz La Fundación de Guayaquil en 278 páginas y un mapa, y una segunda edición muy ampliada de El Hospital de Guayaquil en 290 páginas y 18 ilustraciones, luego aparecerían Los Bancos del Siglo XIX en 1976 en 323 páginas y 84 ilustraciones, y Regionalismo y Migración en 1978, en 296 páginas.
Esas publicaciones, con numerosos artículos aparecidos en revistas y diarios, fueron consideradas por la Academia Nacional de Historia con mérito más que suficiente para elegirlo Miembro de Número y ocupar el sillón de Carlos Manuel Larrea en 1984 pero jamás llegó a posesionarse. Posteriormente editó La lucha de Guayaquil por el Estado de Quito en dos tomos (1984) libro clásico en las letras nacionales, Andanzas de Cieza por Tierras Americanas (1987) en 281 páginas. Banco Central del Ecuador: Breve Historia de la Fundación de la Sucursal Mayor en Guayaquil (1987) en colaboración con Víctor Iza Rodríguez Catálogo de Medallas del Ecuador (1988) y tenía listos para publicar el tomo III de su obra sobre el Puerto de Guayaquil titulada Puerto Nuevo, así como un Catálogo de Billetes del Ecuador y una historia sobre La Sociedad de Beneficencia de Señoras: Crónica Centenaria. I todo esto sin descuidar una activa campaña periodística sobre temas de actualidad que desarrollaba en El Telégrafo, a cuyo Consejo Editorial pertenecía.
Ya desde 1942, al tratar de escribir la Historia Económica del Ecuador, había comenzado a interesarse en monedas, billetes, bonos del Ferrocarril y de la Deuda Inglesa, etc., que fue comprando y consiguiendo merced al asesoramiento de su amigo Iza Rodríguez, experto en esas materias. Después pasó a coleccionar monedas y billetes de otros países y en el curso de sus investigaciones históricas había recopilado documentos de diversas clases, incluyendo estampillas, monedas, billetes y papeles fiduciarios. Su colección de monedas ecuatorianas fue adquirida por el Banco del Azuay y se deshizo de su pequeña colección filatélica cuando decidió dedicarse a recoger billetes ecuatorianos, para formar la que llegó a ser la más completa colección nacional, pero también se desprendió de ella vendiéndosela a un particular, que luego la cedió al Banco Central del Ecuador. Sus colecciones se originaron en las de su padre que eran muy buenas y había heredado a su muerte.
Con laudable afán pensó dedicarle al país una Historia Económica, como punto de partida para un conocimiento más profundo de nuestra esencia de ser; sin embargo, diferentes circunstancias obraron en contra del proyecto. En cambio, las numerosísimas fichas que poseía sobre diversidad de temas relacionados con la ciudad de Guayaquil y su provincia, le proporcionó la idea de escribir una Guía Toponímica desde los tiempos más remotos de su fundación en 1534 con opiniones propias, de cronistas y de viajeros extranjeros.
Este proyecto, madurado en ciento veinte fascículos, tampoco pudo cristalizarse por su enfermedad final, que fue larga y destructiva, de manera que a su deceso quedó el Plan casi acabado de una obra única y monumental desde cualquier punto de vista que fuere examinada. Los personeros del Banco del Progreso retomaron la iniciativa y con una buena inversión lograron la edición de los dos primeros volúmenes que aparecieron desde 1996.
El primero trae las Notas de un viaje de cuatro siglos, con la historia de nuestra ciudad desde la llegada de los conquistadores hasta mil novecientos veinte, incluyendo mapas, planos, datos estadísticos, cuadros sinópticos, fotos raras, datos curiosos, etc. no solo sobre la vida citadina sino también sobre su historia económica, política, social, cotidiana que vuelven la lectura animada y llena de evocaciones. El segundo tomo contiene el proyecto inicial, de manera que comienza con la letra A y concluye con la C. Nuevos volúmenes ordenados y editados por su hija Cecilia Estrada Solá de Icaza han venido a aumentar la serie de esta mal llamada “Guía Histórica de Guayaquil” porque es mucho más que eso, es el gran Diccionario Enciclopédico de nuestra urbe y su naturaleza y contenido honraría a cualquier ciudad del mundo y solo puede ser comparada con aquel otro gran monumento de amor, me refiero a “Casas, calles y gentes del centro histórico de Quito” de la autoría del Dr. Fernando Jurado Noboa, que viene publicando el Fonsal en Quito por ahora en ocho grandes volúmenes.
La Guía de Estrada que es como vulgarmente se la conoce está dividida por materia, sigue el método cronológico y contiene la erudita opinión del autor cuantas veces éste lo estima conveniente. En caso contrario, el dato lo dice todo. Numerosas fotografías del Guayaquil antiguo adornan sus páginas, sacadas de la Colección Peñaherrera, ahora en poder del Banco Central.
La tez trigueña, ojos y pelo negros, contextura regular, salud delicada en sus ultimos años, hablar pausado y con mesura, representó el sentimiento de protesta y lucha de los guayaquileños con gallardía y conciencia patriótica a través de sus artículos en El Universo, en Expreso, durante sus actuaciones en la Junta Cívica de Guayaquil y en el Archivo Histórico del Guayas hasta su renuncia el 88.
Su posición de constante defensa de los intereses de Guayaquil le granjeó fama de regionalista cuando solo era un hijo amante de su ciudad, sus tradiciones y sus glorias. En una entrevista larga a la prensa, confesó que desde su infancia se interesaba por las conversaciones y los asuntos de los mayores y revisaba las ediciones de libros franceses de su madre, de allí qua su héroe favorito fuera Napoleón. Fue mucho después que comenzó a profundizar en lo nacional, en la figura de Olmedo, reflexionando consigo mismo durante las largas caminatas que emprendía por deporte. También se aficionó a la arquitectura naval, a los juegos de salón, a los ejercicios físicos y al dibujo, y como defensor de nuestra ciudad desde la presidencia de la Junta Cívica fue dique justiciero contra toda clase de abusos provenientes desde las altas esferas institucionales en Quito.
De los primeros ecuatorianos en adoptar los modernos sistemas de computación para archivo y escritura, con los que trabajaba en su casa a tiempo completo. Se constituyó en el principal investigador histórico de la ciudad en su tiempo y uno de los más importantes de la República. Su pensamiento neo liberal y enemigo de los extremismos a veces le situaba en pugna con los métodos absurdos del burocratismo en el Banco Central por eso nunca se integró a dicha institución considerándola caduca, pero su opinión se respetaba en todos los sectores del país. Tuvo mentalidad abstracta, no fue un simple repetidor, su espíritu crítico le llevó siempre a importantes conclusiones, apasionado con lo que hacía, cada dato que faltaba era un desafío a la labor voluntariamente impuesta, jamás se sentía vencido, pues hilvanando lo disperso y confirmando lo existente, lograba sus principales objetivos.
Otros artículos largos de su autoría son: “Mito y nacionalidad”. Cuadernos de Historia y Arqueología del Núcleo del Guayas 1968, “La invasión imaginaria” CHA 1968 “Guayaquil colonial y su aspiración a la sede episcopal” Boletín de la Academia Nacional de Historia 1970”, “Apuntes sobre la Catedral de Guayaquil”, Revista del Instituto de Historia Eclesiástica de Quito, I, 1974, “Gloria y tragedia “ Revista de la Marina No. 29, 1975, en 42 páginas. “La invasión de Brown”, Revista marítima ecuatoriana II, 1975 en 38 páginas. “Apuntes de don Clemente Yerovi Indaburo sobre la navegación fluvial” en la Revista del Instituto de Historia marítima de Guayaquil, I, 1986, 11 páginas.
Bondadoso, amable y servicial, aunque a veces polémico y conflictivo, de conversación fluida. Su voz gruesa y las constantes risas ponían sabor a sus diálogos. Su figura imponente, más de 1,85 m., recia, la frente amplia y las manos gruesas, le conferían un aire de respetabilidad. Su casa era un Museo y encerraba una de las bibliotecas más completas del país en asuntos históricos y económicos. Dedicado a terminar varios libros a la vez: Una Historia económica del Ecuador, una ampliación de su obra sobre la Fundación de Guayaquil con nuevos documentos y otros hallados en España por los cónyuges Adam Száwzsdi y Dora León de Száwzsdi, la Historia de la Sociedad de Beneficencia de Señoras y un Catálogo de Billetes del Ecuador, solo pudo finalizar estas dos últimas.
Desde el 88 formó parte del Consejo editorial del diario “El Telégrafo” donde mantuvo una muy leída Columna semanal hasta el 21 de Agosto de 1.993 que falleció de setenta y cinco años a consecuencia de una atrofia progresiva y muscular que le mantenía en silla de ruedas y casi imposibilitado desde el 84. Su amigo y colaborador Michael Hamerly le recuerda con cariñosa nostalgia como un sujeto amable, considerado y paciente.
La mañana de su deceso despertó y se quejó porque le faltaba el aire y desde hacía una semana se mostraba decaído. Acompañó a su cónyuge a una clínica donde le operaron a ella una catarata y regresaron al domicilio a eso de las once en que entró a su estudio y se sentó al escritorio para trabajar como de costumbre, pero a poco comenzó a sentir una leve asfixia que se le fue agudizando hasta las dos de la tarde. Llevado en la parte posterior de un vehículo a la clínica Alcívar, en mitad del trayecto inclinó la cabeza sobre el hombro de su hija Cecilia. Había fallecido cerebralmente pues como desde hacía diez años tenía marcapaso, le seguía latiendo el corazón. El Dr. Riofrío que le atendió en esos momentos en la clínica solicitó el permiso de la familia para retirárselo, como efectivamente sucedió a eso de la tres en que el corazón finalmente dejó de latir.
Entre Julio y yo jamás existió la competencia propia de quienes se dedican a lo mismo, la vida nos dividió naturalmente el trabajo, a él le dio lo relacionado con sucesos, asuntos, cosas, y a mí me deparó lo que dice relación con las personas, de allí que al mismo tiempo mientras él hacía lo suyo – y lo hizo magistralmente bien – yo escribía y publicaba en entregas de prensa mi Diccionario Biográfico del Ecuador por ahora en veinte y tres volúmenes. Casi al final de sus días amistamos respetando nuestros trabajos y tengo que agradecerle que en varias ocasiones me subministró datos, informes y papeles de su familia, que me sirvieron de invalorable ayuda para elaborar dichas biografías.
Tuvo vocación tardía pero poderosa que le permitió acortar pasos rápidamente hasta situarse en el primer lugar entre los investigadores históricos de su tiempo. Fue un cientista matemático, entregó su existencia a Guayaquil pues aparte de su Guía dejó el invalorable tesoro de su ejemplo de abnegación al trabajo y otros muchos e importantes libros.
Dedicó su vida a estudiar todo lo relacionado a su ciudad, recogiendo grandezas y menudencias como buen anticuario y organizando información dispersa pues sintió una verdadera pasión benedictina y abrumadora por el pasado, solo para difundir la verdad pues siempre se ha conocido que en el Ecuador las bellas letras jamás han producido réditos apreciables. Por eso leyó las Actas de Cabildo, a los Cronistas de Indias, estudió la documentación de las escribanías coloniales y de comienzo de la República, consultó los diarios y revistas de las hemerotecas Municipal y de Autores Nacionales de Guayaquil, revisó libros de historia del país y aún numerosísimos del exterior, lo que no tuvo para él ningún problema, pues hablaba y escribía en inglés, francés e italiano. De manera que su versación era propia de un erudito, el mayor de su tiempo en materia guayaquileña.