CUEVA TAMARIZ AGUSTÍN

ESCRITOR.- Nació en Cuenca el 18 de Septiembre de 1903, Hijo legítimo de Agustín Cueva Muñoz y de Domitila Tamariz Larrea, cuencanos de quienes se ha tratado al escribir la biografía de Carlos Cueva Tamariz en este Diccionario.

Cursó los estudios primarios en el colegio San José de los Hermanos Cristianos y los secundarios en el Benigno Malo hasta graduarse de Bachiller en 1921. Poco después se matriculó en la Facultad de Medicina de la U. de Cuenca. Era alegre,
fiestero, tocaba la guitarra, se acompañaba con el canto.

Entre 1921 y el 24 trabajó de amanuense del Dr. José Peralta, Rector de la U. de Cuenca, que lo llegó a estimar en alto grado. Entonces ocurrió que un día lunes de carnaval sufrió una recia caída, con rotura del hueso de la pierna izquierda a la altura de la cabeza del fémur y fue atendido por el Dr. Emiliano Crespo y Astudillo que le practicó una reducción y pasó en cama e inmóvil por más de tres meses. Durante su convalecencia fue designado profesor de Ciencias Naturales del Benigno Malo y desempeñó esa cátedra por espacio de diez años.

En 1928 se doctoró en Medicina, pero no siguió la especialización de Cirujano porque le repugnaba a su espíritu tranquilo más bien proclive al estudio de las bellas letras y no quiso abrir consultorio privado porque no le agradaba la idea de tener que cobrar a los pacientes. Era un espíritu noble, elevado, generoso y romántico a ultranza, que sin embargo no descuidaba el cultivo y estudio de las disciplinas científicas y de las grandes corrientes de pensamiento europeo. En 1933 leyó “Las ideas biológicas del padre Feijoó” escrito por Gregorio Marañón y concibió paralelismos y semejanzas con las vidas de otros grandes escritores, sobre todo con los americanos. Parece que fue con este libro que se decidió por la especialidad de psiquiatría.

En 1931 conoció durante un viaje de descanso a Guayaquil a su prima segunda Marieta Cueva Olea, se siguieron carteando y el 34 se casaron en Cuenca y fueron muy felices a pesar de las dificultades económicas propias de la vida de un mal pagado maestro ecuatoriano, que en ratos libres era escritor e investigador científico.

Al poco tiempo de casado el presidente Velasco Ibarra clausuró el Benigno Malo y quedó desempleado, pero no se amilanó y viajó con su esposa a Quito donde obtuvo el nombramiento de
médico del Servicio Sanitario con sede en Tulcán.

Estando en la provincia del Carchi le acometió una violenta infección al hueso operado tantos años atrás, de la que salvó milagrosamente tras un tratamiento de dos años a base de sulfas, en la clínica de su pariente el Dr. Isidro Ayora Cueva, que lo sometió a varias operaciones y mantuvo enyesado a consecuencia de lo cual ya no pudo volver a flexionar la rodilla ni el talón, cojeando por el resto de su vida.

Entre 1935 y el 36 desempeñó la cátedra de Literatura de la Facultad de Filosofía de la U. Central de Quito. Después viajó a trabajar a Sibambe, de médico del ferrocarril del sur, que entonces se estaba construyendo hacia Cuenca. Allí permaneció por espacio de cuatro años, hasta que el 40 regresó al Benigno Malo a dictar la cátedra de Psicología. En 1941 empezó a enseñar Medicina Legal y Psiquiatría Forense en la U. de Cuenca. “Médico de profesión pero catedrático de corazón, hacía de su clase una convocatoria para resolver poéticamente los apasionantes problemas médicos que vinculan con el fenómeno jurídico”. El 42 fue designado Médico tratante del Dispensario de la Caja del Seguro Social.

Desde joven había escrito pequeños artículos y ensayos para diarios y revistas del país; mas, el 44 publicó “Semblanzas biotipológicas” en 296 págs. considerada su primera obra de gran envergadura, donde se aprecia la profundidad de sus conocimientos psiquiátricos y un humanismo latente en cada una de sus páginas, a la usanza de Marañon en España. El 45 editó como texto “Programa de Medicina Legal y Psiquiatría Forense” en 1 26 págs. que dedicó a sus alumnos. El 46 sacó “Medicina Legal de los Seguros y del Trabajo” en 138 págs. con sus experiencias obtenidas en la Caja del Seguro.

En 1948 vivió un año en la U. de Buenos Aires siguiendo un curso completo de Psiquiatría y fruto de él fue su obra “Introducción a la Psiquiatría forense” en 378 págs. que ha visto tres ediciones. En 1950 publicó “La Psicopatología de Nietzsche” en 28 págs. El 52 “Abismos Humanos” con estudios y ensayos en 218 págs. del que se han hecho dos ediciones. El 53 redactó el Prólogo y las Notas del Epistolario de fray Vicente Solano y recibió por ello, de la Municipalidad cuencana, la presea Fray Vicente Solano.

Al año siguiente complementó este esfuerzo inicial con su “Ideas biológicas del Padre Solano” en 211 págs. que mereció un comentario muy laudatorio de Marañón. El 56 escribió tres ensayos que aparecieron incluidos en el “Homenaje a Sigmund Freud” en 68 pags. con noticias sobre psicoanálisis, medicina y derecho y el 60 “Darwin, el gigante de la evolución” en 264 págs.

En 1965 salió a la luz “Hombres e Ideas” en 348 págs. con ensayos sobre Cajal, Lope de Vega, Freud y Marañón que le abrió las puertas de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. En el discurso de recepción se dijo de esta obra que era un “bello florón de evocaciones a varones de diversa índole, procedencia e influjo, que dejaron perdurable memoria en el mundo de las letras o de la ciencia”.

En 1966 obtuvo su jubilación del Seguro Social y pudo disfrutar de las tardes para encerrarse en su biblioteca a leer, escuchar música y escribir. A veces llegaba la noche y seguía en sus tareas. Perdía la noción del tiempo cuando estudiaba o escribía, era entonces enteramente dichoso y feliz. Ese año editó “Evolución de la Psiquiatría en el Ecuador”, en 173 págs. conteniendo la historia de esta rama de la medicina en nuestra Patria. El 69 salió su estudio sobre Roberto Aguilar Arévalo, en 31 págs. con motivo de la publicación del libro “Crónicas de Ayer” de Aguilar. También editó “Alfonso Moreno Mora y la generación decapitada” en 30 págs. con dos estudios, el uno de Agustín Cueva Tamariz y el otro de Eugenio Moreno Heredia y fragmentos del poemario “Jardines de Invierno.” Con este valioso ensayo obtuvo la condecoración “Insignia de la U. de Cuenca” y se ubicó en la primera línea de la crítica nacional.

Poco después y a consecuencia de su obra se agitó una viva polémica sobre los motivos y derivaciones vitales de los poetas de la generación de los años veinte, que se enervaban con pirófanos para pasar el spleen, concibiendo sus poesías encerrados en cuartos pintados de negro, para concentrar al máximo las potencias de sus mentes. La pirofanía consistía en colocar una cápsula de éter en el interior de un pequeño vaso de finísimo cristal San Luís lleno de alcohol puro destilado en Loja, luego se le prendía fuego, salía una llama azulada que se apagaba casi enseguida y lo que quedaba era bebido de un solo trago. Al poco tiempo el sujeto entraba en trance y experimentaba juegos de luces de colores en movimiento.

Sin embargo no fue con esta obra que el talento crítico de Cueva Tamariz se hizo presente en las letras nacionales, puesto que desde antes, cuando se editó un homenaje póstumo a Remigio Romero y Cordero, dentro del cual apareció su ensayo “Genio y figura de Remigio Romero y Cordero” en 39 págs, había iniciado el estudio de los problemas generacionales del modernismo y post – modernismo. Era profundo en sus juicios y deducciones y con sus conocimientos científicos planteó nuevas facetas antes inadvertidas.

En 1971 dio a la imprenta “Medicina y Protomédicos de Cuenca”, folleto más bien histórico sobre la medicina romántica y positivista del siglo XIX.

A mediados de Abril del 79 asistió a la celebración de una boda familiar en Quito y el 23 de ese mes, al retornar a Cuenca en compañía de su esposa y dos hijos, se accidentó el avión de la compañía Saeta en que venían; la búsqueda de los sobrevivientes o sus cadáveres resultó infructuosa y hasta se abandonó, apareciendo los restos muchos meses después, en plena selva oriental.

Era buen conversador, de trato sencillo y agradable y su excesiva modestia rayaba en sincera humildad. De talla regular, hermosos ojos verdes, tez trigueña, pelo negro y nariz pronunciada, se entregaba por entero a sus cátedras sin importarle las horas, esfuerzos ni trabajos. Sus alumnos lo querían, admiraban y hasta gozaban haciendo su caricatura que él toleraba y hasta llegó a celebrar con buen humor. Sus amigos le apreciaban y la intelectualidad del país lo consideraba un talento notabilísimo.