CASTILLO ABEL ROMEO

HISTORIADOR Y ROMANCERO.- Nació en Guayaquil el 22 de Enero de 1904. Hijo legítimo de José Abel Castillo, Gerente propietario de El Telégrafo cuya biografía puede verse en este Diccionario y de Betsabé Castillo Martíz, natural de Puerto López en Manabí, su prima hermana, pedagoga.

Nació en los altos de los talleres del diario ubicados en la calle Luque entre Escobedo y Chimborazo y estudió las primeras letras con su madre pasando al “San Luis Gonzaga” de los Hermanos Cristianos donde terminó la primaria y luego al colegio salesiano “Cristóbal Colón” hasta completar el tercer curso de secundaria.

En 1919 dirigía la página literaria de El Telégrafo su hermana Zaida Letty, allí publicó sus primeras composiciones poéticas bajo el seudónimo de “Jules Rudel” y unas crónicas fugaces firmadas por “Jack Whell”. Ese año también colaboró en la revista Juventud Estudiosa de Teodoro Alvarado Olea y José de la Cuadra, pasó al “Vicente Rocafuerte” y el 22 se graduó de Bachiller en Filosofía viajando el 6 de Noviembre a estudiar inglés y medicina en el “Rutgers Preparatory School”, de New Bruswick, N.J. mas el 23 se cambió al “Culvert Military School” y fue campeón de box en la categoría peso pluma, pero no se acostumbró a esa vida y en 1 924 visitó a su padre en San Remo donde estaba exiliado y conoció otras ciudades italianas.

En 1925 paseó por Europa y finalmente arribó a la Universidad Central de Madrid matriculándose en la Facultad de Jurisprudencia, mas, advirtiendo que no poseía una inteligencia abstracta sino concreta, al poco tiempo se decidió por la Historia y comenzó a investigar en los archivos de la Academia de Historia y en los meses de verano en los de Indias y Simancas y en el Militar del Alcázar de Toledo, viviendo la bohemia literaria de ese tiempo en los cafés madrileños donde se reunían Emilio Carrere, los hermanos Manuel y Antonio Machado y otros escritores, poetas e intelectuales.

Fue socio del Ateneo con César Naveda Avalos, joven presidente de la Federación Ibero Americana de Estudiantes, juntos viajaron dictando conferencia sobre el Ecuador. En Granada se hicieron amigos de Federico García Lorca y en plan trashumante llegaron hasta el agro marroquí.

Fueron años de holgado aprendizaje en una España cordial y amena para los estudiantes extranjeros, que vivía las dictaduras de Primo de Rivera y del General Berenguer, comentaba los ensayos de Miguel de Unamuno y de José Ortega y Gasset, veía el teatro de Jacinto Benavente y se distraía con las greguerías de Ramón Gómez de la Serna en medio de su tragedia nacional.

Mientras tanto Ramón Menéndez Pidal, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y la generación de 1927 resaltaban el nacionalismo y la belleza de los antiguos romances castellanos y así “surgió el romance octosílabo de rima aconsonantada a base de metáforas e imágenes literarias” en contraposición al afrancesamiento del modernismo que ya estaba pasando en España pues como se decía, los versos modernistas eran versos franceses escritos en castellano.

Por otra parte el Romance es un canto que se nutre del alma, del clima y del sonido popular y logra llegar al corazón sencillo de las gentes y en Abel Romeo Castillo el Romance tomó para sí el espíritu de una colectividad sobreviviente con significado vivencial, en síntesis, el pueblo llano que goza y sufre. Por eso, en palabras justas de Benjamín Carrión, su poesía más bien de imágenes, no sacrificó las esencias del canto y nos dio un Guayaquil de adentro.

En Octubre de 1977 el propio Castillo aclaró en carta autógrafa lo siguiente: No fue Federico García Lorca con su voz exquisita, no fue Rafael María Alberti con su alegría sevillana, fue el bronco Fernando Villalón el que influyó en mis Romances guayaquileños de los días madrileños de mi juventud. De él tomé la idea de los romances históricos para recordar los fastos de mi Patria pequeña distante Guayaquil. En mi libro primigenio “Nuevo descubrimiento de Guayaquil” figuran los subtítulos de Romances del Ochocientos por este poemario de Villalón y Romances del Novecientos. Allí, en Madrid, con la nostalgia de mi añorada ciudad natal, me di a componer poemas en ese nuevo estilo, con motivos antiguos y modernos, de temas y arquetipos guayaquileños.

Posiblemente conoció a Villalón en un tendido de la plaza de la Real Maestranza de los Caballeros de Sevilla, donde debieron coincidir en numerosas ocasiones por sus aficiones taurinas. En materia histórica, en cambio, nuestra ciudad, seguía siendo casi un libro en blanco, pues aparte del Compendio histórico de Morán de Butrón (Alcedo) publicado en el siglo XVIII y de los trabajos de Francisco Campos Coello y las tres versiones de la Revolución del 9 de Octubre, solo se conocían las obras de Camilo Destruge y José Gabriel Pino Roca, aunque para 1930 se editó la de Modesto Chávez Franco y el Dr. Carlos Rolando Lobaton fundó el Centro de Investigaciones Históricas.

Al mismo tiempo trabajaba una tesis para optar el doctorado en Ciencias Históricas que tituló “Los Gobernadores de Guayaquil del siglo XVIII” que sustentó en 1930. Este libro fue publicado un año después en Madrid en 397 págs. Indice y prólogo del ilustre maestro Rafael Altamira, como “fruto de ocho años de ausencia”.

La obra, como si título lo dice, es más bien de índole biográfica e indicó a los historiadores que vendrían después el camino moderno, es decir, el método científico, de señalar las fuentes documentales y bibliográficas, ordenando y catalogando los asuntos, materias y autores mencionados, para facilitar la lectura de este tipo de obras que son de consulta, por ello se le considera el más antiguo “historiador profesional” de nuestro país.

Con motivo de la caída de la monarquía española envió a “El Telégrafo” numerosos artículos relatando en su calidad de corresponsal los sucesos que se producían. Desde las 3 de la tarde del 13 de Abril de 1931 las gentes cantaban la Marsellesa y el famoso Himno de Riego. Al amanecer del 14 desde su domicilio situado en la calle de la Mortera presenció a la muchedumbre desbordada. En la noche del 9 de Mayo la prensa monárquica a través de los periódicos ABC, El Debate, El Siglo Futuro, El Imparcial, iniciaron campañas pro monárquicas. A la siguiente noche – del día 10 –  una masa penetró por la Gran Vía y siguió hasta la Iglesia y convento de los jesuitas de la calle Flor y rociando las paredes y el piso con gasolina le prendieron fuego. El Incendió duró hasta el día siguiente – 11 de Mayo – pues el pueblo impidió la acción de los bomberos que se limitaron a refrescar las paredes de los edificios vecinos.

En 1932 siguió un Curso de periodismo en el “Círculo de la Prensa” y trabajó de redactor de planta en “El Debate”, considerado uno de los diarios más modernos y organizados de España. Ese año publicó en la revista “Semana Gráfica” su artículo “Daniel Elías Palacios, el ceramista de los indios” con detalles sobre la vida y obra de este compatriota que estudiaba en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid acompañado de su hermano menor Alfredo, que asistía como oyente.

En mayo del 32 murió en Guayaquil su gran amigo y compañero en Europa César Naveda.

En Octubre de 1933 regresó a Guayaquil, pues la situación política española empezaba a deteriorarse y ya no había razón alguna para seguir en España. Su primera obra poética fue el “Romance del retorno” escrito en homenaje a dos amigos dilectos: Pío Jaramillo y Ángel Felicísimo Rojas, ocupó la Subdirección del El Telégrafo con cien sucres semanales de sueldo y abrió las puertas de la página literaria a los nuevos valores, pero sus romances fueron rechazados y reputados de simple prosa poética por la crítica izquierdista, que los llegó a considerar despectivamente como “rezagos de un feudalismo medioeval”, sin embargo, luego de la revolución del 28 de Mayo de 1944, los mismos críticos los aceptarían y hasta con aplausos, pues en ese género había poetizado el granadino Federico García Lorca, considerado un mártir, al punto que no faltaron otros poetas que los tentaban (Augusto Sacoto Arias, Enrique Gil Gilbert, Manuel Agustín Aguirre, Nelson Estupiñán Bass, Adolfo Sotomayor Febres – Cordero)

Cabe señalar que el Romance castellano se usó en la península desde los siglos XVII en adelante. En su segunda época fue introducido por Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, en el siglo XIX, para cantar las gestas heroicas de su Patria, después continuaron el género Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, etc. Los romances contienen una combinación métrica indefinida de versos de ocho sílabas en la cual los pares presentan rimas asonantes y los impares quedan sueltos.

Su amigo José de la Cuadra saludó alborozado su arribo y su romance en las páginas de “Semana Gráfica” al trazar la juvenil silueta de Castillo, quien fue nombrado profesor del “Vicente Rocafuerte” en 1934, pero a los pocos meses viajó a celebrar las fiestas del IV Centenario de la fundación de Lima, en casa de su hermana Zaida Letty, casada con Reinaldo Saavedra Piñón, Secretario del Presidente Benavides. Después de cuatro meses pasó a Chile donde terminó en 1936 su “Romance de mi Destino,” verso afortunado que se propagó en repeticiones desde que lo musicalizó Gonzalo Vera Santos. Según me conversó esos versos fueron compuestos en 1933 en Barcelona cuando regresaba al Ecuador en honor a una guapa española llamada Baldomera (Mary) Madrid aunque parece que los pulió y mecanografió en Santiago de Chile en 1936. En Enero de 1940 fueron musicalizados y cobraron justa fama que no ha decaído con el paso de los años.

De Chile siguió a la Argentina, Uruguay y Brasil. En Buenos Aires visitó bibliotecas y archivos, investigó sobre periódicos y se interesó por Olmedo leyendo la Historia y la correspondencia de San Martín.

En 1937 enfermó su padre gravemente y regresó para acompañarlo a Rochester, donde lo operaron. Al año siguiente lo volvió a llevar para que se sometiera a un tratamiento que duró tres meses. Mientras tanto seguía en la Subdirección de El Telégrafo y formó parte de la agrupación artístico – literaria “Alere Flamma,” fundada en Guayaquil por el escultor Enrico Pacciani, apareciendo en Quito su “Primer Romancero Guayaquileño” (1931-34) en 73 páginas, con “versos fáciles, imágenes y símiles de índole popular”. Por entonces mantuvo un enamoramiento con la joven intelectual Alba Celeste Rivas, que al no ver el matrimonio ad puertas, por la cerrada oposición que le hacía doña Betsabé Castillo de Castillo debido a sus ideas avanzadas (de izquierda) en materia política, tres años más tarde prefirió al escritor Ángel Felicísimo Rojas con quien casó, tuvo un hijito que iba a llamar David y murieron ambos enseguida.

En 1938 publicó en “El Telégrafo” su ensayo “Dos guayaquileños precursores de la independencia americana; Jacinto de Bejarano y José de Antepara”, que salió impreso tardíamente en 1963, en 17 págs. y figuró entre los fundadores de la “Sociedad de Artistas y Escritores independientes”. En 1938 editó “nuevo descubrimiento de Guayaquil, en 73 páginas, donde apareció por primera ocasión la poesía “Romance de mi destino” que al ser musicalizada cobró gran popularidad. En 1942 comenzó a escribir para los Boletines del Centro de Investigaciones Históricas, en “El Telégrafo” se iniciaron sus “Notas” que firmaba “Caballero del Monocle” y hasta combatió al tiránico régimen arroyista aunque tibiamente.

Después del triunfo de la revolución del 28 de Mayo de 1 944 Acción Democrática Ecuatoriana (ADE) designó diputado por el Periodismo a Leopoldo Benites Vinueza que por sus escritos en El Universo había sufrido prisiones y confinios y a Castillo Diputado por las Industrias del Litoral a la Asamblea Constituyente, de manera que quedaron representados los dos diarios de Guayaquil. En la Asamblea pronunció su discurso sobre “Olmedo el Político”, editado en 28 págs. también dio a luz “Un luchador caído: César A. Naveda” en 32 págs. y editó el poemario “Nuevo descubrimiento de Guayaquil” donde apareció impreso por primera ocasión el “Romance de mi destino.”

En 1945 obtuvo el decreto de creación de las Escuelas de Periodismo de las Universidades de Quito y Guayaquil, fue designado miembro fundador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y ejerció por cortos meses la secretaría del Núcleo del Guayas.

En 1946, de cuarenta y dos años de edad, contrajo matrimonio en Guayaquil con Giannina Echeverría Espinoza y viajó a Caracas a entregar un busto de Olmedo. Con tal motivo publicó “Las ediciones del Canto a Junín” en 4 págs.

En 1947 fundó materialmente la Escuela de Periodismo, fue su primer Director y dictó la cátedra de periodismo hasta la huelga del 52, comenzando a escribir artículos para los Cuadernos de Historia y Arqueología del Núcleo del Guayas de la C.C.E.

En 1950 editó “Ni enigma histórico, ni celo póstumo” (respuesta al Dr. Luis Alberto Sánchez y a su artículo Bolívar y Olmedo, publicado en México) en 8 págs. Entre el 49 y el 52 ejerció el decanato de la Facultad de Filosofía. Ese último año publicó “Don Pedro Franco Dávila, el sabio guayaquileño olvidado” en 35 págs. con documentos e “Historia de un Soneto”, escrito a medias con el Dr. José Antonio Falconí Villagómez, sobre el caso Noboa Caamaño – Emilio Berise.

A fines del 52 fue designado secretario de la delegación del Ecuador ante las Naciones Unidas y el 54 pasó de Ministro plenipotenciario a Guatemala, pero al poco tiempo cayó del poder Jacobo Arbenz y el presidente Velasco Ibarra no reconoció al régimen dictatorial del Coronel Castillo Armas, se rompieron las relaciones y fue trasladado con iguales funciones a Costa Rica.

En 1956 fue ascendido a Embajador en dicho país y editó “La Imprenta de Guayaquil independiente (1821­22)” en 87 págs. que le valió la Condecoración al Mérito Cultural de la Municipalidad de Guayaquil.

En 1958 publicó “Ecuatorianos ilustres en Costa Rica” en 36 págs. el 59 el poemario “Canto de amor al río Guayas” y fue designado Embajador en Bolivia, en 1960 pasó de Embajador alterno en la ONU y a fines de año lo fue en el Uruguay.

En 1961 regresó y volvió a ocupar la cátedra de periodismo. La República Dominicana lo nombró Cónsul General en Guayaquil y “El Telégrafo” codirector, iniciando su columna diaria que denominó “La ciudad frente al río”.

En 1962 editó “Fray Gaspar de Villaroel, Arzobispo de Charcas” y “Ediciones del Canto a Bolívar, publicadas en vida de Olmedo” en 13 págs. Con el padre Aurelio Espinosa Pólit era el mayor conocedor de la vida y obra de Olmedo.

Entre 1963 y el 68 fue director de la Escuela de Periodismo y el 71 volvió a ella cuando ya había sido transformada en Facultad de Ciencias de la Información (FACSO) Por esa época fue electo miembro de la Junta Consultiva del Ministerio de Relaciones Exteriores.

En 1966 dio a la luz en cinco tomitos las obras completas de Medardo Ángel Silva, escribiendo las Introducciones y Notas y hasta hubiera podido editar su biografía, que la tenía acabada, pero diversos contratiempos se lo impidieron. En 1967 salió “Los amigos ecuatorianos de Rubén Darío” en 15 págs. El 69 “Humboldt y el Ecuador” en 22 págs.

En esta década, que fue de gran auge económico para la costa especialmente por el boom de las exportaciones de banano, tomó a cargo a su primo segundo Juan Castro y Velásquez, joven intelectualizado, a quien guió por los caminos de la investigación. El propio Juan ha referido que le llevaba a todas partes y se esmeraba en que conociera a personas y hechos memorables de su vida. En alguna ocasión hasta le llevó a Machala donde una exótica figura femenina unida a los medios literarios quiteños en los años 20 al 30, trabajaba un burdel propio y de gran exclusividad. Aún no llegaba a los sesenta años, hablaba con acento serrano, conversaba exquisitamente, atendía con champan a sus invitados especiales sobre todo si eran intelectuales y era una mujer erguida, elegante y de presencia majestuosa y bella. Parecía una gran dama de sociedad.

En 1970 fue Vice director fundador de la Junta Cívica de Guayaquil y del recientemente creado Archivo Histórico del Guayas. En 1972 salió de “El Telégrafo” cuando el Decano de la prensa nacional fue adquirido por Rodrigo Icaza Candel, con dinero de los depositantes del banco La Previsora; pero siguió escribiendo por varios meses para “Expreso” y el Suplemento “Semana” y editó “Poemario de la entrevista (1822) Neruda, Genta y Castillo” aunque perdida la fuente que generaba su influencia, debió sobrevivir de empleos en un medio tan inhóspito para la cultura como era el nuestro en esos momentos, de manera que no habiendo ahorrado en la carrera diplomática, pasó momentos de dura pobreza.

Entre 1974 y el 76 desempeñó la Dirección de la Biblioteca Municipal de Guayaquil. Ese último año publicó “Homenaje filial a don José Abel Castillo” en 18 págs. con un curriculum, cuatro cartas y dos romances y el Núcleo del Guayas de la C.C.E. le rindió un homenaje en el No. 24 de la Colección Letras del Ecuador con su “Cuadernos de Poemas Olvidados” en 103 págs.

El 81 fue operado de una molestosa hipertrofia prostética pero el cirujano le lastimó la vejiga produciendo incontinencia. En 1982 fue designado Director del Centro de Investigación y Cultura del Banco Central en Guayaquil que yo acababa de fundar el año anterior. En 1983 salió bajo el auspicio económico del Banco su “Medardo Ángel Silva” con el subtítulo de “Vida, poesía y muerte”, en 246 págs. y 24 fotografías, con la biografía y antología en verso y prosa, siendo la mejor biografía que se tiene del poeta.

En enero de 1988 falleció su esposa. En marzo fue homenajeado en la Casa de la Cultura, su retrato se colocó en el Salón del Núcleo del Guayas y salió del Centro de Investigación y Cultura, renunciando a sus papeles, cartas, libros y documentos que los entregó en comodato al Núcleo, pero recordando sus tiempos de poeta romancero, trashumante viajero y amando a su ciudad como ya lo anunciara en los años treinta su Ex Libris que dice: “Por y Para Guayaquil”.

Desde entonces se recluyó en el departamento que alquilaba, ubicado en el primer piso de un edificio con frente a la plaza del Centenario, sin salir, hasta que falleció el lunes 11 de noviembre de 1996, de noventa y dos años de edad y fue enterrado al día siguiente en el Cementerio General de la ciudad. En el 2017 la Municipalidad de Guayaquil honró su memoria con una estatua sedente levantada en los jardines del Malecón Dos Mil a la altura de la calle Tomás Martínez.

Su estatura mediana, contextura gruesa, faz canela y rasgos fuertes que contrastaban con su temperamento apacible y suaves maneras diplomáticas. Estuvo muy bien dotado para la investigación histórica pero la vida muelle en España y luego en el exterior le impidió realizar una obra mes extensa; sinembargo a pesar de ello logró rescatar a varias figuras importantes y casi totalmente desconocidas por olvidadas, la del sabio Pedro Franco Dávila, la del Obispo fray Gaspar de Villarroel y a los próceres Jacinto Bejarano y José María de Antepara. Con los años nos dio la más completa biografía que se tiene de Medardo Ángel Silva y en cuanto a su labor difusora de Olmedo como jefe de estado de la provincia libre de Guayaquil, no ha tenido reprise. Lástima que el Instituto Olmediano dejara de funcionar, en parte por la incuria y la falta de cultura de los sobrinos lejanos del poeta, propietarios de sus documentos y depositarios de su memoria, por la que sin embargo nada hicieron para mantenerla y darla a conocer a las nuevas generaciones pero no se cansaban de ufanarse porque ellos tenían el archivo, hoy en poder del Club de la Unión.

Entre lo mejor de su producción poética deben anotarse el Romance criollo de la niña guayaquileña y el Romance de mi Destino, el Romance criollo de la niña morenita clásicos en las letras citadinas. Este último dice así: // No era ni blanca ni rubia. / La niña era morenita. / Pelo de hule charolado / brillante sin brillantina. / Ondulado natural / sin ir a peluquerías. / Boca de abultados labios / recién picados de avispas. / Cuando estaba en el colegio / las otras niñas decían / ”No juguemos con la zamba / que no es de buena familia.” // Madrid, 1930.