PROMOTOR VOCACIONAL Y POETA. – Nació en Guayaquil hacia 1615, desconociéndose exactamente la fecha por haberse quemado el archivo de Ciudavieja para el Incendio Grande de 1896. Hijo legítimo de Jacinto Bastidas, natural de Quito y fallecido en Guayaquil en 1645 y de María de Carranza y Castro natural de Guayaquil. Nieto materno del Capitán Cristóbal de Carranza y Contero, vecino feudatario de Guayaquil, Encomendero de los indios de Baba, Mapán y Pimocha y de la guayaquileña Magdalena de Castro Guzmán (1)
Muy joven viajó a Quito con la finalidad de ingresar en el Colegio Seminario de San Luis, donde siguió Retórica y Poética, se decidió por la carrera eclesiástica y de casi diecisiete años entró de Novicio de la Compañía de Jesús el 14 de mayo de 1632 para estudiar tres años de Filosofía y cuatro de Teología y ordenado de sacerdote pasó a enseñar Gramática y Humanidades al Colegio jesuita de Cuenca, donde estuvo tres años.
En 1642 compuso una Oda en que conjugó las ideas que tenían los padres fray Francisco de María de la Fuente y fray Basilio de Ribera, que sobre la poesía culterana – conceptista y siguiendo el gusto imperante en esa época fue desde entonces un fiel seguidor de las teorías del célebre Luis de Góngora y Argote y de los esquemas del no menos famoso Francisco de Quevedo y Villegas.
Dedicado por entero a su profesión de Maestro de Gramática y Humanidades en el susodicho Colegio quiteño, teniendo a cargo la lectura de las cátedras de Mayores y Retórica que incluía latines y métrica, no descuidó la cátedra sagrada solo entre españoles pues jamás intentó aprender el quichua; sin embargo, su mayor labor fue dedicada a sembrar conocimientos, cultivando el trato y la amistad de sus alumnos de andanzas poéticas. Uno de ellos, su paisano Jacinto de Evia y González de Vera, luego sacerdote, le encontró entre 1645 y el 60 “en la amena primavera de su edad, entusiasta y brillante, de aquellos que inquietan y despiertan vocaciones literarias por su erudición, elocuencia y humanidad”, escribiendo poesías – primeras flores de su juventud – que en su concepto sólo eran verdores e imperfecciones por lo poco sazonado de esta. Evia debió confiarse sin reservas con su maestro Bastidas y nació entre ellos una entrañable amistad. También alumno de Bastidas fue el santafereño Hernando Domínguez Camargo y otros más debió formar cuyos nombres no han pasado a la historia. Por eso se ha dicho que Bastidas realizó en el San Luis una promoción cultural poética, haciendo de Crítico y hasta de publicista. Noble labor en la que gastó buena parte de sus años.
El 25 de agosto de 1654, de casi cuarenta de edad, profesó el famoso Cuarto voto de los Jesuitas y adquirió la máxima categoría de Maestro dentro de dicha Orden.
En 1659 falleció en Tunja su discípulo Domínguez Camargo, ordenando que “todos los libros que tengo publicables y de estudio, y mis papeles, mando den al Colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad” y que por aquellos azares que tiene el destino llegaron poco después a manos de Bastidas, quien los leyó y con buen criterio seleccionó “El Poema Heroico de San Ignacio de Loyola” que dio a la imprenta otro guayaquileño, el Maestro Antonio Navarro Navarrete en 1666 en Madrid, con una dedicatoria a fray Basilio de Ribera, Provincial de San Agustín, una nota dirigida al curioso Lector, varios versos pulidos y otros propios intercalados como necesarios a su real saber y entender, pues también le había unido una gran familiaridad con
el difunto (3)
Aquí cabe afirmar dos puntos de sumo interés: 1) El sentido crítico de Bastidas para seleccionar una composición tan bella, la mayor de su autor y de las mejores de esos tiempos en las letras coloniales hispano americanas y 2) El arreglo a su gusto para tratar de completarla, lo cual era muy normal por entonces.
Bastidas aparece como un buen poeta pero sin las genialidades de Domínguez Camargo, capaz de componer con imaginación y estilo. Así lo dicen los versos intercalados por Bastidas, que por no desmerecer de los originales, ha sido imposible localizar en el contexto del poema heroico de San Ignacio, sin embargo no es lo mismo crear que arreglar.
En 1668 seguía interesado de la enseñanza y la predicación en Quito. Ya no hacía poesías como en sus mejores tiempos cuando era jóven pero seguía preocupado de todo lo que fuere cultura, especialmente en lo tocante a las Bellas Letras, que siempre gozaron de su amor y preferencia. Entre el 68 y el 78 enseñó y predicó en el Colegio jesuita de Popayán.
En 1669 envió los poemas del Ramillete a Europa, el 70 per urgía al padre Pedro Bermúdez para que dé inicio a la impresión, envía 300 patacones, de los cuales 200 debían ser destinados al Ramillete y 100 a la Invectiva, que originalmente debía aparecer como edición independiente pero finalmente salió como apéndice del Ramillete. En 1672 escribió que estaba vigilando la publicación de sus poemas por manos “del discípulo y amigo por cuyo cuidado se imprimen esos dos libros” refiriéndose a Evia y al “Ramillete de varias flores poéticas, recogidas y cultivadas en lo primeros abriles de sus años por el Maestro Jacinto de Evia, natural de la ciudad de Guayaquil en el Perú,” obra que recién en 1676 apareció en Madrid en 406 páginas en octavo mayor, en la imprenta de Nicolás de Jamares, Mercader de Libros, año de 1675, dedicada al Lic. Pedro de Arboleda Salazar, Provisor, Vicario General y Gobernador del Obispado de Popayán por ausencia del propietario Dr. Melchor Liñán de Cisneros, dentro del cual aparece intercalada la “Invectiva Apologética” que corre en el Ramillete como obra de Domínguez Camargo (4).
El padre Aurelio Espinosa Pólit ha opinado que el libro salió con el nombre
de Evia únicamente para evitarle a Bastidas el engorroso trámite que le hubiera correspondido seguir como jesuita, para obtener las licencias. Isaac J. Barrera, en su Historia de la Literatura Ecuatoriana, indica que el libro resucita toda la vida literaria de la colonia y de Quito principalmente. Pone por ejemplo que los escritores lucen su saber cuando se ha erigido un túmulo con motivo de la muerte de una reina en la metrópoli, cuando los poetas toman parte en los certámenes que se abren con el mismo motivo o por el nacimiento de algún Príncipe.
Esos predicadores componen sus oraciones grandilocuentes cuando se celebra la fiesta de algún santo patrón de uno de los tantos conventos de la ciudad y los poetas felicitan en verso al predicador. Las composiciones son glosas sobre estrofas ajenas o sobre pies forzados que se compusieron para el efecto. Muchas composiciones, sonetos, canciones y silvas llevan finales obligados. La erudición se revienta por todas partes con citas de versículos latinos y con el catálogo de todos los escritores de la antigüedad, paganos y cristianos. I pasa a explicar las materias de que trata y dice: El Ramillete se divide en Flores de varias clases: Fúnebres, Heroicas y Líricas, Sagradas, Panegíricas, Amorosas y Burlescas. A la cabeza de cada una de estas secciones Evia pone una introducción erudita, aclarando el contenido. Comienza con las Flores Fúnebres, porque el dolor es el llanto de la cuna y el del sepulcro. Las flores y sobretodo, las rosas, expresan la brevedad de la vida. Las Rosas Fúnebres son todas de Bastidas, así como la traducción de la Rosa, atribuida a Virgilio, aunque propiamente es de Ausonio. Son versos Fúnebres porque están dedicados a llorar la muerte de algún Rey o de algún Príncipe.
En las Flores Fúnebres de Bastidas, se encuentra un Mausoleo Panegírico a las venerables cenizas y gloriosos manes de doña Francisca de Santa Clara y de la Cueva fundadora del ilustre Convento de Santa Clara de Quito. Evia escribe la Introducción para este Mausoleo poético con datos biográficos de dicha señora. Bastidas canta después en la muerte de don Alfonso de Mesa y Ayala, Oidor de la Real Audiencia de Quito, a la de don Juan de Lizarazu, Presidente de la Audiencia de Charcas y después de la de Quito, a Dña. Luisa Chávez, Monja profesa en el Convento de Santa
Catalina, religiosa que murió en olor de santidad. Se termina este Capítulo con la Silva a la Rosa, flor comparable a la inconsciente de la hermosura, que es la traducción anunciada de Virgilio.
También es de Bastidas una Sección de las Flores Heroicas y Líricas, al cantar las galas de don Alonso López de Galarza, General de la Caballería de Quito, y en la Sección de las Flores Sagradas, son suyas las Décimas dedicadas a don Martín de Arriola, presidente de la Audiencia y animador literario de la ciudad de Quito. En las Flores Panegíricas se dedican Loas a varias festividades y a diversos asuntos, diálogos entre personajes de la mitología pagana o de la historia Greco romana, a pesar de ser escritas con motivos de fiestas religiosas. Estas Flores también son de Bastidas, porqué las de Evia no llevan diálogos.
Sus versos, forjados en los moldes gongoristas, revelan una espontánea disposición lírica para el cantar místico, así como para el panteísta y Admirativo, aunque su inspiración no fue superior ni gozó de aliento propios que revele una vida poética interna y que aporte algún latido nuevo a la lírica universal.
Espinosa Pólit agrega: En su época y en su escuela, fue un buen artífice versificador, de ordinario impecable, fácil, suelto, ingenioso, adiestrado en las peculiaridades del habla y de la sintaxis gongorinas, capaz de adaptarse a los más arbitrarios requerimientos, negándole su calidad de poeta y así se lo tuvo, como un simple literato conceptista (5) más importante como forjador de vocaciones y orador sagrado, que a esa actividad dedicó buena parte de su energía y lo mejor de sus últimos años; hasta que Hernán Rodríguez Castelo abrió un nuevo paréntesis sobre su vida y obra al tratar en el Capítulo XVII de su “Literatura en la Audiencia de Quito, Siglo XVII”, del Maestro Bastidas.
Comienza el crítico Hernán Rodríguez Castelo informándonos que Bastidas fue poeta auténtico con todos los atributos que otorga esa altísima calidad y condición y sobre eso, maestro de poetas, iluminador de vocaciones, forjador de la primera promoción lírica. El mayor poeta culterano del Quito del Siglo XVII, pues bebió el viento alto y fuerte de Góngora que le dio brío a sus metáforas y
sutileza a sus versos llenos de aciertos expresivos; aunque su poesía peca de irregular, pues al lado de un Bastidas sin inspiración, seco y tieso, aflora otro al que un sentimiento auténtico ha sacudido. Uno preciso y claro y otro obscuro y desasosegante, confuso, falto de gallardía en el manejo de la lengua, sobre todo cuando da gusto a requerimientos cortesanos, donde a falta de auténtico entusiasmo, alargase en sus discursos. Entre sus mejores y más auténticos aciertos menciona el poema “Silva a la Rosa”
// ¡Oh, qué breve esta flor tiene la vida / pues edad fugitiva la arrebata, / de su beldad pirata / y de un punto al escollo la admirable / caduca y lacia, cuanto más florida; / saliendo al paso presta y diligente, / prevenida la muerte al propio oriente, / siendo la cuna en que le mece el viento / su fatal pira y triste monumento. // Aquella en quien el sol en la mañana / en pañales de grana abrió infante, / a la tarde volviendo ya triunfante, / su edad florida vio truncada en cana // Pero ¿qué importa, oh rosa, que tu llama / tan temprana se apague, aún cuando ¿ardiente? / pues ha tomado a cargo ya la fama, / hoy aplaudirte más de gente en gente, / gozándote perenne y más constante, / cuanto antes tu vivir fue un solo instante, / permaneciendo fija en la memoria / de tu belleza la pasada gloria …//
I agrega que Bastidas llegó a todo lo alto en el manejo de la lengua, intensificando, casi exasperando, sus posibilidades expresivas, hasta llegar a plasmar fórmulas de gran poder de comunicación en inmediatez y con vibración especial, que son dos atributos de lo lírico.
Bastidas dedicó sus últimos tiempos a las Humanidades y a los ministerios sagrados y murió en Santa Fe el 1 de diciembre de 1681, de sesenta y seis años de edad. Lamentable no se ha conservado su descripción física ni psicológica, pero debió ser un hombre de buen temperamento, expansivo, agradable, paciente en grado sumo con sus alumnos, a quienes acompañaba en excursiones por los alrededores de Quito, como lo revela el poema de Domínguez Camargo dedicado al salto de Chillo. En síntesis, un auténtico promotor cultural.