ARROYO DEL RIO CARLOS ALBERTO

PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. Nació en Guayaquil el 27 de noviembre de 1893, en la casa ubicada en la acera oriental de la calle Chimborazo entre Aguirre y Luque, y fue bautizado en el Sagrario. Fueron sus padres legítimos Manuel María Arroyo Arroyo, payanés exiliado en Guayaquil por razones políticas, conservador y tradicionalista, fue propietario del almacén de modas “La Tarantela” que se quemó para el incendio grande en octubre de 1896. Posteriormente viajó a su tierra y falleció en el camino a causa de una fulminante malaria cerebral (perniciosa) y Aurora del Río Vera, muy menor a él (Hija del Dr. Manuel del Río Narváez, último Jefe del gobierno conservador colombiano que funcionó en Pasto en 1862 y de su cónyuge Soledad Vera Cabanillas, guayaquileña (1)

En 1900 perdió a su padre ya su hermana Soledad, muerta de 4 años de krupp y quedo solo con su madre tornándose amargo por las privaciones
que desde entonces sufrió, pues esas navidades recibió un simple pito y un pequeño tambor y al preguntar en su ingenuidad porqué el niño Jesús le había olvidado, su madre le respondió: Los designios de Dios no se discuten, hijo querido.

Posteriormente fueron recogidos por la familia de un hermano de su madre que vivía en el barrio de Las Peñas y realizaba pequeños trabajos. Su inteligencia le hacía comprender la tristeza de su situación, trauma que no logró superar jamás, ni con un matrimonio ventajoso ni con la presidencia de la República, por eso se decía que fue siempre un autócrata pretencioso y arrogante.

Inició la primaria en el Colegio San Luis Gonzaga de los hermanos cristianos donde fundó con otros condiscípulos el periódico “El Ensayo” y tuvo profesores de la talla de Fermín Vera Rojas, Alfredo Sáenz y Gustavo Lemus. En 1908 viajó al San Felipe Neri de los jesuitas de Riobamba, quienes le inculcaron el gusto por lo clásico contrario al modernismo y a Rubén Darío así como el arte del disimulo.

En 1909 alcanzó un Primer Premio por su Canto al sabio Maldonado y se hizo conocer como enérgico polemista. En 1911 regresó a Guayaquil, se matriculó en la Facultad de Jurisprudencia, fue simple amanuense de un despacho judicial y haciendo uso de la libertad de estudios dio el grado de Licenciado en Julio de 1913 y se graduó de Doctor en Jurisprudencia el 3 de agosto siguiente con la tesis “Antropología Criminal” aparecida en el cuarto número de la Revista de la Asociación Escuela de Derecho de la U. de Guayaquil. El 19 de diciembre, al alcanzar la mayoría de edad, ingresó al Cuerpo de Abogados, se afilió al Partido Liberal e inició su labor profesional.

Por entonces formaba parte de una nueva generación de intelectuales ecuatorianos que movidos por las ideas positivistas del filósofo francés Augusto Compte, creador dela sociología como ciencia, quien preconizaba que el pensamiento debía basarse en el estudio científico de la realidad social que nos rodea.

En 1915 fue Diputado Suplente, Secretario de la Dirección Provincial de Estudios y el Presidente electo Alfredo Baquerizo Moreno le ofreció la secretaría privada, que no aceptó por no dejar mucho tiempo sola a su madre,
pues ese año integró el Congreso como Diputado por el Guayas. Siempre fue un excelente hijo al punto que por las tardes, abandonaba el despacho para visitar una hora a su madre, a quien daba de comer helados en la boca, cuando ya estaba muy viejecita.

Entre 1917 y el 18 desempeñó la secretaria del Concejo Cantonal de Guayaquil. Ese año ingresó como Profesor de Sociología a la Facultad de jurisprudencia pero pronto se cambió a Derecho Civil, materia que dictó por muchos años luciéndose en todos los Libros del Código con una claridad de ideas, facultad expositiva, erudición y facundia, hasta que en 1940 asumió la Presidencia de la República y tuvo que dejar la cátedra. Por entonces comenzó una larga emulación con su compañero de estudio José Vicente Trujillo porque Arroyo lideraba a sus alumnos en la Facultad de Jurisprudencia y Trujillo a los suyos en el colegio Nacional Vicente Rocafuerte, siendo ambos los grandes oradores del momento, los guías espirituales de la juventud estudiosa del Guayas.

En 1919 ingresó al estudio profesional del Dr. José Luis Tamayo y obtuvo un Segundo Premio en el Concurso organizado por la Sociedad Filantrópica del Guayas con su mediocre “Oda al Nueve de Octubre”, poesía fácil y de ocasión, casi de compromiso y totalmente anacrónica por decimonónica, es decir, por romántica tardía de vuelta al clasicismo cuando ya en Occidente se había impuesto el modernismo. En 1920 el Presidente Tamayo le propuso el Ministerio de Gobierno, que no ocupó por carecer de la edad legal de treinta años.

(1) La señora Vera era viuda del Dr. Santiago Galindo, que en primeras nupcias había casado y enviudado de la notable poetisa quiteña Dolores Veintimilla.

Los cuatro años del tamayismo le fueron muy beneficiosos. En 1921 fue Concejal del Cantón, contrajo matrimonio con Elena Yerovi Matheus con quien fue muy feliz e ingresó a la Junta de Beneficencia Municipal. En 1922 presidió la Municipalidad de Guayaquil, pero tuvo una participación dolorosa en los sangrientos sucesos del 15 de noviembre de 1922 como personaje influyente, pues asistió a las diversas reuniones realizadas en la Gobernación, aconsejó no andar en contemplaciones con el pueblo y reprimirlo con mano dura. Había desplazado a su compañero de estudios José Vicente Trujillo del Partido Liberal en Guayaquil y se enfrentaba con éxito a Enrique Baquerizo Moreno, a quien neutralizó en esa época. El 14 de Noviembre lanzó su célebre frase:

“Hoy anochece riendo la chusma, pero mañana se acostarán llorando”, como efectivamente sucedió por la matanza que los obreros nunca olvidaron. A fines del año fue reemplazado por Luis Orrantia Cornejo en la presidencia del Concejo, concurrió al Congreso como Diputado por el Guayas y presidió esa Cámara.

En 1923 adquirió a su amigo Juan de Dios Martínez Mera su casa en las Peñas y nació su hijo único Agustín Arroyo Yerovi. En 1924 fue electo Senador, volvió al Congreso y colaboró con el nuevo Presidente Gonzalo S. Córdova. Al producirse la revolución Juliana en 1925 pasó a la oposición, pero estando políticamente caído, por influencia de la familia de su esposa ingresó a la Sindicatura de la Junta de Beneficencia Municipal de Guayaquil, donde se mantuvo por muchísimos años, dominando a los directores, disponiendo de empleos aunque sin abusar de ello pues siempre fue el poder lo que le interesaba ya que en materia de dinero era parco en gastar y en cuanto a cobrar honorario, extremadamente          desprendido.

Pero en cambio estructuró un grupo oligárquico que dirigió hasta su muerte en Guayaquil y aún subsiste; por eso se ha dicho que la influencia que ejerció Arroyo del Río en la sociedad porteña, no ha sido debidamente valorada ni comprendida.

En la Junta realizó buenas y malas acciones. La desligó del tutelaje de la Municipalidad cambiándole hasta el nombre, pues de Junta de Beneficencia Municipal la transformó en Honorable Junta de Beneficencia, dotándola de las inmensas tierras de Chongón al oeste de la urbe, que hizo pasar como parte del sitio o hacienda Atarazana cuando en realidad constituían la sabana grande del sitio Estancia Vieja en las montañas de Palobamba, parroquia Chongón, sobre la cual la Junta nunca tuvo título de propiedad sino una sencilla acción de Sitio.

Los poseedores y demás perjudicados protestaron y los juicios, iniciados en los años treinta, se prolongaron hasta que la Junta logró expulsar del país en 1947 a uno de los contendores, asustando a los restantes (2)

En 1926 fue electo Decano de laFacultad de Jurisprudencia y miembro de la Junta Suprema del Partido Liberal luchó para dar al traste con las dos Juntas de Gobierno plural surgidas en la revolución Juliana y cuando inició su dictadura el Dr. Isidro Ayora, continuó en la oposición.

Para octubre del 29 conformó con Modesto Chávez Franco y Adolfo H. Simmonds el Jurado del concurso literario para las fiestas del Día del Montubio. En 1930 se cambió de domicilio a la casa de cemento recién construida por el sastre Gabela al final de la calle Rocafuerte y muy cerca del templo de Santo Domingo, donde alquiló un cómodo departamento en el primer piso. Vecino suyo fue el General Benavides que años más tarde ocuparía la presidencia en el Perú.

En 1931 fue electo Vicerrector de la Universidad y por su gran influencia con el Rector Luis Felipe Cornejo Gómez logró la expulsión por cinco años de un valioso grupo de alumnos izquierdistas de Jurisprudencia, acción que le valió para ser calificado de “viejo muñidor de artimañas políticas”.

El 32 ascendió a Rector y cuando el Congreso discutió la nacionalidad del candidato triunfador a la presidencia de la República Neftalí Bonífaz Ascázubi, se produjo en Quito la Guerra de los Cuatro Días triunfando las fuerzas constitucionales, fue encargado del poder ejecutivo Alberto Guerrero Martínez, quien convocó a elecciones.

El 33 fue Senador por las Universidades y a la caída del Presidente Juan de Dios Martínez Mera le fue ofrecida la candidatura presidencial, que no aceptó porque le faltaban varios meses para cumplir cuarenta años, edad mínima requerida por la Constitución de la República.

El 34 adquirió a Herman Moeller su hermoso y cómodo chalet francés en la calle Panamá. En 1935 fue Director Supremo del Partido Liberal, nuevamente Senador y presidió el Congreso, enfrentando al Presidente de la República José María Velasco Ibarra, pero al no tener garantías para sesionar inició una huelga legislativa y fue apresado en mitad de una calle. Logró zafarse y solicitó asilo al Presidente de la Corte Suprema,

Manuel María Borrero, quien le hizo tomar estrados entre los Ministros Jueces. De allí fue conducido al Panóptico, compartiendo la misma celda con el Doctor José Vicente Trujillo, con quien hizo las paces. Horas después recuperaron la libertad. Trujillo se dispuso inmediatamente a ganar la calle pero Arroyo, más cauto, le hizo ver que podía ser una acechanza para asesinarles y tomando las debidas precauciones finalmente se atrevieron a salir, encontrando a numerosos partidarios que les vivaban. Entonces fueron juntos al Hotel Metropolitano donde se confundieron en un abrazo como buenos amigos y sonó su nombre para ocupar provisionalmente la presidencia de la República pero como no era popular y para colmos defendía a las compañías monopolistas extranjeras, los militares prefirieron al Ministro de Gobierno Antonio Pons Campuzano, que asumió el Poder.

Pons era liberal y quiso gobernar con el Partido, por lo que pidió a Arroyo que le proporcione un candidato para el Ministerio de Gobierno. Arroyo le dio el de su incondicional amigo el Dr. Aurelio Mosquera Narváez; mas, al día siguiente, apareció nombrado el Mayor León Benigno Gallegos, candidato de los militares y el país comprendió que el nuevo Presidente era solamente un títere de ellos.

Durante el breve interinazgo de Pons surgieron dos candidaturas liberales a la presidencia de la República, la de Arroyo y la de Trujillo, aparte de la socialista del coronel Luis Larrea Alba. Los conservadores se presentaron unidos con el Dr. Alejandro Ponce Borja y como todo indicaba su triunfo electoral, a los treinta y cinco días en el mando Pons devolvió el Poder a los militares, que nombraron Dictador al Ing. Federico Páez y se disolvió el Congreso.

Arroyo protestó airadamente contra la arbitrariedad, acusando a Pons, quien le replicó “Ese es el grito de la fiera herida.” y viajó de Ministro Plenipotenciario a Buenos Aires.

De todos estos embrollos sacó experiencia y pactó con Enrique Baquerizo Moreno que lideraba una poderosa ala liberal pero estaba viejo y sufría de presión arterial elevada como para viajar a Quito. Juntos asumieron

el control absoluto del Partido Liberal. Baquerizo ponía los garroteros de su hacienda Villanueva y dominaba Guayaquil mientras Arroyo lideraba en el plano nacional, sobre todo en los Congresos. El pacto tuvo otras connotaciones pues a la jubilación del Dr. Alfredo Baquerizo Moreno casado con Piedad Roca Marcos, entró Arroyo del Río a reemplazarle en la asesoría de Juan Francisco Marcos Aguirre y empezó a tratar a su hijo Juan X. Marcos y a su socio Lorenzo Tous Lliteras, poseedores de dos de las fortunas más importantes del país.

Frente a tales repartos se alzaron algunos liberales de la dignidad como ellos dieron en llamarse, liderados por Pedro Pablo Garaycoa Cabanilla, Secundino Sáenz de Tejada Darquea, José Vicente Trujillo y Francisco Arízaga Luque.

Cuando en 1937 cayó Páez por el peso de su violencia contra la izquierda del país, fue reemplazado por su Ministro de Defensa, Alberto Enríquez Gallo, su ahijado de bautizo y el poder tras el trono, quien ofreció a Arroyo la Plenipotencia en Colombia pero fue respondido: “La propuesta es tentadora pero ¿Quién me indemniza de los quince mil sucres mensuales que percibo de las compañías extranjeras? Casi enseguida se distanciaron y Arroyo salió al exilio en Lima, que duró varios meses hasta que Enríquez convocó a una Asamblea Nacional Constituyente y devolvió el poder al presidente de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Manuel María Borrero, quien permitió el regreso de Arroyo al país.

En 1938 la Asamblea Nacional Constituyente eligió Presidente de la República al Dr. Aurelio Mosquera Narváez, que nombró Ministro de Gobierno a Arroyo, pero éste no aceptó. Ese año formó parte de la Delegación del Ecuador a la VII Conferencia Latinoamericana celebrada en Lima.

En 1939 fue electo Senador por el Guayas y volvió a la presidencia del Congreso El 18 de noviembre falleció Mosquera Narváez en ejercicio del Poder, a causa de un intento de suicidio. Arroyo viajó a Quito y se posesionó interinamente de la Presidencia de la República, convocando a elecciones para los días 10 y 11 de enero de 1940. El 11 de diciembre entregó el Poder al Presidente de los Diputados Andrés F. Córdova, viajó a Guayaquil y proclamó su candidatura presidencial. Había gobernado por espacio de veinte y tres días solamente.

Efectuadas las elecciones triunfó con 40.834 votos contra 19.829 del populista José María Velasco Ibarra y 1.160 del Conservador Jacinto Jijón y Caamaño. Al conocerse los resultados se insurreccionaron los aviadores en Quito en protesta por el fraude electoral cometido por los Tenientes Políticos en las Juntas de cada parroquia, quienes habían sido designados el 38 por Mosquera Narváez en connivencia con la Junta Suprema Liberal y los conservó en esas funciones Andrés F. Córdova. Los aviadores fueron apresados y Velasco Ibarra obligado a salir a Colombia.

En 1940 fue electo Miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y el 1 de septiembre se posesionó por el período de 1940-44. Su primer acto fue entregar la gobernación del Guayas a Enrique Baquerizo Moreno, anciano que aún conservaba rasgos de su clara inteligencia y fuerte carácter.

Poco después se agudizaron los problemas fronterizos con el Perú, En Julio del 41 la I División Peruana llamada Agrupamiento Norte, al mando del General Eloy G. Ureta, invadió nuestro país.

El Historiador Manuel María Borrero en sus Memorias ha escrito: “El divorcio entre el pueblo y el gobierno de Arroyo del Río era total e irreconciliable. Arroyo del Río abandonó la defensa de la nación y la puso inerte ante el enemigo. El orgullo de un hombre prevaleció con aquella inicua conducta. La Patria demandaba el sacrificio de todos los ecuatorianos para su defensa. Hecho imperdonable. Arroyo era odiado y repudiado y el mandatario en los días más aciagos de la Patria se petrificó en su soberbia y egoísmo. La víctima fue el Ecuador. Temía un levantamiento popular, por eso no movió ni un solo cuerpo del ejército hacia la frontera. Solamente en la línea Zarumilla se hallaban los batallones Cayambe y Montecristi, y en las posiciones del oriente misérrimos destacamentos, casi abandonados, sin pertrechos, sin abastecimientos, sin armas. Iniciado el ataque peruano el 6 de Julio de 1941 dichos batallones resistieron hasta el 21, sin obtener refuerzo alguno, sin reemplazo. Abrumados por el cansancio y la presión de fuerzas peruanas superiores, se replegaron a Arenillas que había sido saqueada y no pudo defenderse. Los peruanos ocuparon Santa Rosa, Puerto Bolívar, Machala, Pasaje, El Guabo es decir, casi toda la Provincia de El Oro, con excepción de Zaruma por estar en la zona montañosa. Los Invasores solamente fueron castigados en

Porotillo, Quebrada Seca y Panupali, y en la jornada gloriosa de Jambelí. La ocupación del territorio ecuatoriano por fuerzas peruanas se extendió por Macará, Provincia de Loja y los territorios orientales que con escasa resistencia cayeron arrollados…. El Ecuador había quedado a merced del Perú, con sus títulos intactos. Debemos ser fuertes militarmente pues el Derecho Internacional no sirve para los débiles. La conquista no da derecho y el Perú obtuvo territorios que nunca pensó poseerlos a pesar de su rapiña permanente. Los vendidos no merecen ni siquiera compasión. La nulidad jurídica del Protocolo de Río de Janeiro propuse en la Asamblea Nacional de 1944 al momento de la invasión estábamos desarmados y solo la intervención de varios gobiernos de países amigos permitió que se suspendieran los fuegos en Agosto del 41 y en Enero de 1942 suscribimos un Tratado de Paz, amistad y Límites en Río de Janeiro, que despojó al Ecuador de una pequeña franja arenosa en la costa y de extensas regiones vírgenes en el oriente, bien es verdad que la mayor parte de ellos venían siendo ocupados por el Perú desde varios años atrás a causa de su sistemática como ilegal penetración. El protocolo logró despertar la indignación del pueblo ecuatoriano que se levantó unánime a protestar contra el gobierno y un ejército derrotado.

Tobar Donoso hizo lo que más pudo durante la reunión en Río de Janeiro, pues habiéndose extraviado (robado) las maletas con los planos y demás documentos para nuestra defensa en el aeropuerto de Lima, se encontraba desprovisto de toda información. El Ministro Norteamericano Welles era contrario al Ecuador por considerarnos un país amigo del eje, debido a que no habíamos entregado las bases militares que Estados Unidos requirió el 1939 y el 40 y que fueron ocupadas antes de nuestra autorización. Para colmos, el imperialismo peruano estaba planificando la ocupación de otros territorios, sobre todo en el Mar de Grau como bautizaron al Golfo de Guayaquil. Su aviación sobrevolaba el puerto principal ecuatoriano arrojando hojas volantes, la ciudad se encontraba llena de espías peruanos y había sido declarada Ciudad Abierta por la Junta Cívica, de manera que no iba a defenderse en caso de ataque. Por todo ello, Tobar Donoso se vio forzado a firmar en Río de Janeiro, a sabiendas que sacrificaba su futuro político, para darnos una línea de frontera y salvar al Ecuador en esa hora de profunda debilidad, pues ningún país de Latinoamérica nos hubiera ayudado de continuar la penetración militar. I lo que la gente parece no querer recordar es que con el Protocolo el país recobró la zona fértil de El Oro, que llevaba siete meses ocupada y sus principales poblaciones parecían definitivamente anexadas al enemigo (Machala, el Guabo, Pasaje, Puerto Bolívar, Santa Rosa, etc.) así como el dominio sobre las aguas del Golfo que protege a Guayaquil.

Mientras tanto el Congreso ecuatoriano había concedido al ejecutivo las Facultades Extraordinarias y se inició un régimen de brutal represión. Arroyo extralimitó su poder interfiriendo hasta en la administración de justicia, donde cesó y removió a los Jueces a su antojo. Al mismo tiempo fortalecía a la policía llamada Cuerpo de Carabineros desde su creación en 1938, cuyos miembros pasaron a ser el brazo ejecutor de sus abusos. Controló la Circulación de publicaciones, menudearon los confinios y encarcelamientos y bastaba ser político opositor para merecer las más injustas y dolorosas persecuciones, llegando al extremo de hacer de la tortura en las cárceles el medio usual para arrancar confesiones políticas.

En lo positivo, su gobierno arregló la Deuda Pública, construyó el carretero a Loja, adquirió los edificios de Ministerio de Tesoro, el Museo Nacional, la Academia de Quito, inauguró el Servicio radiotelefónico Internacional, creó el Colegio Montúfar de Quito y la U. de Loja, fundó el Instituto Cultural Ecuatoriano después transformado en Casa de la Cultura.

En lo Internacional eran innegables sus simpatías hacia el fascismo y el nazismo que aumentaban a medida que dichas fuerzas iban ganando terreno en Europa, pero al ingresar los Estados Unidos en la Guerra, sorpresivamente el día 12 de diciembre de 1941, el ejército norteamericano ocupó el territorio ecuatoriano en dos puntos: las islas Galápagos y la puntilla de Santa Elena.

Arroyo tuvo que conceder la autorización recién el 24 de enero siguiente, el país se vio envuelto en el conflicto y tuvo que declarar la Guerra a los países del Eje Berlín – Roma – Tokio, bien es verdad que de muy mala gana, sumándonos así al llamado Sistema de Defensa Interamericano. Entonces comenzó una amarga represión contra los ciudadanos de esas naciones. Se creó la lista Negra para los ecuatorianos socios, empleados, amigos o parientes de ciudadanos o de empresas alemanas e italianas, quienes no podían disponer libremente de sus bienes – heredados en muchos casos – tampoco contratar ni viajar por el territorio nacional y hasta tenían que presentarse esporádicamente en las oficinas de los consulados a responder largos y vejatorios cuestionarios, verdaderos interrogatorios en el sentido estricto de la palabra. En Cuenca se abrió un campo de concentración con malla de alambre de púas y todo lo demás y se condujo a su interior a numerosos alemanes e italianos con sus mujeres e hijos, casi todos ecuatorianos de nacimiento, dándose el triste espectáculo de que los Cónsules norteamericanos se convirtieran en verdugos de todo ecuatoriano que les pareciera sospechoso. En 1943 los prisioneros de Cuenca fueron deportados al Estado de Arizona donde también los mantuvieron en campos de concentración pero mejor tratados que entre nosotros y después de la Guerra regresaron a pleitear para que les devolvieran sus bienes confiscados por el gobierno.

La Lista Negra se prestó a numerosos atracos. Ciertas empresas mixtas formadas por norteamericanos y nacionales, especialmente el grupo económico Norton-Yoder que manejaba la Cervecería y la Cemento de Guayaquil, se apropiaron de bienes y fábricas de alemanes e italianos como la Universal, la Roma. El manejo de los bienes congelados enriqueció a determinados avívatos, Alfonso Tous Enireb, un señor Kitile, etc. De ello no se puede acusar únicamente a Arroyo del Río. Era la época, se ha dicho, en su descargo, pero él lo permitió y en lugar de ayudar a sus compatriotas como hicieron otros presidentes latinoamericanos, se volvió impávido ante la situación.

En noviembre de 1942 viajó un mes por los Estados Unidos y otras cinco naciones en triunfal recorrido que sirvió para alimentar su natural egolatría. En Washington fue recibido por el Presidente Franklyn Delano Roosevelt, que le agradeció personalmente la contribución ecuatoriana a la Guerra, pues en lugar de subir los precios de nuestras materias primas estos se mantuvieron congelados por muchos años. Seis Universidades norteamericanas le declararon Doctor Honoris Causa en 1943 para coronar tan espectacular visita y hasta apareció el folleto “Apóstol del Panamericanismo” reseñando los agasajos.

Igualmente se estableció el Control Nacional de Importaciones, que se realizaban a través de cupos, resultando favorecidos solamente algunas firmas importadoras entre las cuales cabe mencionar a Max Muller de Guayaquil por ser suiza (país neutral) y a Emilio Isaias S. A. entre otras. Mientras tanto su posición personal se iba desgastando en el país a causa de la política de mano dura y trato despótico y cesarista que practicaba y que le aislaba de las clases populares. Su gobierno era una tiranía solapada en las facultades extraordinarias que le había concedido el legislativo. Las cárceles estaban llenas de opositores, muchos vivían en confinios en las más apartadas regiones y otros sufrían escondidos, pues no existían garantías.

El 43 Francisco Arízaga Luque formó Acción Democrática Ecuatoriana ADE, agrupación cívica y política destinada a lavar las afrentas del país. El partido Liberal o gobernista lanzaba la candidatura presidencial del Dr. Miguel Ángel Albornoz Tabares y resurgió el populismo a través del carismático Dr. José María Velasco Ibarra. El Presidente Arroyo solemnemente declaró que no deseaba eternizarse en el Poder “Ni un día más ni un día menos” – fue su frase en esos momentos – refiriéndose al día de la entrega constitucional del poder, señalado en la Constitución de la República.

I así hubiera sucedido de no haber sido porque el 28 de mayo de 1944 se produjo una gran revolución en Guayaquil. Arroyo renunció al día siguiente y buscó asilo en la legación de Colombia. Primero se refugió en Bogotá donde adquirió una villa en el barrio residencial de Chapineros y tuvo que trabajar de abogado. La Asamblea Nacional Constituyente creó el Supremo Tribunal de Honor Nacional que pidió sanciones y el 12 de diciembre la Asamblea resolvió “Condenar ante la Historia el régimen de Arroyo del Río como atentatorio contra los más elevados intereses de la Patria e ingrato por tanto al pueblo ecuatoriano” Sus bienes muebles. Inmuebles y fondos bancarios, fueron incautados, su biblioteca entregada por Decreto a la U. de Loja. El 12 de diciembre la Asamblea Nacional Constituyente le impuso la pena de Reclusión Mayor Extraordinaria de diez y seis años de prisión, la pérdida de sus Derechos de Ciudadanía y la confiscación de sus bienes, condenando su régimen por atentatorio contra los más elevados intereses de la Patria e ingrato, por tanto, al pueblo ecuatoriano.

En 1945 renunció la sindicatura en la Junta de Beneficencia. Entre 1946 y el 47 editó en Bogotá “En Plena Vorágine” que se compone de dos fascículos: 1) Documentos para la Historia en 101 págs. y 2) Bajo el Imperio del Odio, analizando la situación política después del 28 de mayo.

Ese último año se trasladó a New York por una oferta de trabajo, fue socio de “Lawyer’s Club” y en “Reidand Priest” como Jefe del Dpto. Latinoamericano en la rama del Derecho Internacional Privado. Al caer Velasco Ibarra el 47 vio abrirse nuevos horizontes. A la subida de Carlos Julio Arosemena Tota “que rectificó los excesos revolucionarios” se ordenó la devolución de sus bienes, sobre todo de su villa en Imbabura y Panamá esquina, adquirida en los años treinta al Cónsul alemán Herman Moeller, pero aun así no se atrevió a venir.

Fue con el ascenso al poder de su amigo personal Galo Plaza en 1948 – quien había sido su obsecuente Ministro de Defensa durante el gobierno del Dr. Aurelio Mosquera Narváez en 1939 – que pudo hacerlo. En 1949 fue recibido por sus íntimos, recobró todo lo perdido, reabrió su estudio profesional y aquí no pasó nada. Incluso volvió a contar con la extensa clientela de antes, sobre todo con los poderosos grupos económicos que lideraban Juan X. Marcos y Lorenzo Tous. Fue operado de la próstata por el Dr. Roberto Gilbert Elizalde en la Clínica Guayaquil y el 56 reingresó a la Beneficencia.

Para 1958, alejado de cualquier liberalismo teórico o libresco de antaño, pactó con el conservadorísimo del Presidente Camilo Ponce Enríquez y puso al frente de la Gobernación del Guayas y en la recién creada Autoridad Portuaria a sus ex colaboradores Teodoro Maldonado Carbo y Juan X. Marcos respectivamente, quien dio forma a dicha Autoridad Portuaria.

Ya no era ni se decía liberal, los años y la falta de oxigenación de sus ideas le habían transformado en un irreductible defensor de los grandes monopolios nacionales y de las empresas extranjeras, además, su alejamiento del pueblo, le hacía aparecer como un sujeto aparte.

En 1962 saludó en el Club de la Unión al Presidente de Chile Arturo Alessandri de visita en nuestro país, por cuanto el Presidente Carlos Julio Arosemena Monroy sufrió una indisposición momentánea (jumera)

Ese año cumplió setenta de edad y el 63 sus amigos le prepararon un homenaje a nivel nacional que debía llevarse a cabo en el Club de la Unión pero que a última hora se realizó en su domicilio particular debido a la presión contraria de las fuerzas armadas, ejercida a través de los miembros de la Dictadura Militar de entonces, que necesitaban un chivo expiatorio para explicar la derrota del ejército ecuatoriano durante la invasión del 41.

Por aquel tiempo recibió una agresión pagada por algún malqueriente al subir a su estudio profesional en 9 de octubre y Pichincha, edificio construido sobre un solar de su esposa. De improviso le fue manchado su impecable traje blanco por un muchacho malcriado e irreverente, conocido como Carlos – Coquin – Alvarado, que le arrojó pintura roja y salió corriendo. “Por rara coincidencia” un reportero que pasaba por allí tomó la foto, que salió en todos los diarios del país con grave escándalo por tratarse de un ex presidente constitucional de la República, casi un anciano, merecedor por ello de todo género de consideraciones.

En 1964 apareció “Estudios Jurídicos” en 560 págs, con algunos de sus alegatos sobre Derecho Civil principalmente y “Páginas Literarias” en 234 págs, con sus más notables discursos, que leídos a destiempo suenan rutinarios y prosaicos, aunque a veces contienen metáforas muy hermosas. Distinto era cuando los leía, pues tenía un especial tono de voz que sumía a los auditorios en una especie de catarsis y embeleso magnético, por eso se ha dicho que fue el mejor orador académico de su tiempo en el Ecuador, ejemplo que no conozco se haya repetido hasta hoy.

En 1968 murió su esposa y la diabetes le comprometió un dedo del pie pero logró reponerse, mejoró, regresó a su estudio, siguió trabajando y falleció inesperadamente y a consecuencia de un paro cardiaco, el 31 de Octubre de 1969, a los setenta y cinco años de edad. Entonces ocurrió que monseñor Néstor Astudillo que era la mar de simpático y metido en todas las casas guayaquileñas, quiso que se pusiera en el aviso fúnebre que el ilustre decesado había fallecido “confortado con todos los auxilios de la Religión Católica” lo cual constituía una falsedad para quien en todos los actos de su vida pública y privada había sido un liberal radical y como tal un católico no practicante, pero se opuso su primo político el Dr. Gerardo Peña Astudillo manifestando que si bien monseñor Astudillo le había visitado al enfermo grave y casi sin voluntad, en varias ocasiones y a puerta cerrada, eso no significaba nada frente a todos los actos de una vida.

Orador académico y parlamentario brillante, poeta enamorado de la integridad y perfección del fondo y de la forma, dejó escritas unas Memorias Intimas para ser publicadas veinticinco años después de su muerte, sobre los sucesos ocurridos durante la invasión peruana y tituladas pomposamente “Por la pendiente del Sacrificio” que algún día aparecerá para complementar su biografía que ha publicado su sobrino Víctor Pino Yerovi.

Tuvo formación elegante y clásica, más bien decimonónica. Vivió el final de una época muy influenciada por la cultura europea. Hablaba francés y finalmente aprendió inglés en los Estados Unidos. Desde 1944 sufrió una aguda desubicación política en razón del arrollador triunfo del populismo y del velasquismo. De talento privilegiado, erudición en muchos saberes del entendimiento humano, porte solemne y grave aunque cargado de espaldas Mirada torva, dura, que parecía llena de rencor. Nunca sonriente en público porque quizá le faltaba solidaridad humana. Tampoco buscó el acercamiento a la juventud, tan necesaria para captar las simpatías de nuestros semejantes. En familia era todo lo contrario y protegió teniendo en su casa a dos sobrinos de su esposa durante varios años, dándoles todo, desde manutención hasta consejos. I las múltiples ocasiones que recibía a parientes y amigos, espléndido en sus brindis y atenciones, pues le encantaba preparar personalmente unos sabrosos cocktails que hacían las delicias de todos por igual.

Presidió una larga etapa política donde su palabra y opinión era considerada ley (1920 al 44) luego ejerció influencia sobre la sociedad de Guayaquil, acentuada desde 1958 sobre personajes y capitales que aconsejaba y dirigía como amigo y abogado. No dejó discípulo ni aceptaba el trato entre iguales. Frugal en la intimidad, parco en el gasto, a tiempo que desprendidísimo pues no acostumbraba cobrar honorarios excesivos y en muchas ocasiones hasta se olvidaba de ellos.

Sirvió a quienes consideraba “gente bien” o miembros de la sociedad, pues ignoraba olímpicamente al resto. Cosechó triunfos sociales y del espíritu, así como el odio de las masas, incapaces para entender su arisca aristocracia y sus numerosas cualidades, que las tuvo en grado superlativo. Arroyo siempre les fue lejano por su perfeccionismo y porque nunca hacía concesiones. Fue un autócrata desconfiado, férreo y huraño con casi todos, a la par de arrogante y un tanto egoísta, en suma, un sujeto aparte, viril, con don de mando, inteligentísimo.

Alto de cuerpo, blanca la tez, barba espesa y azul, pelo negro y bigote corto, voz agradable y llena de modulaciones para cada ocasión. Nunca gastó familiaridades y solo las dispensaba en la intimidad pues era cariñoso entre los suyos, donde le trataban de usted o de Arroyo a secas. Le encantaba preparar cokteles que brindaba él mismo. Con sus amigos íntimos, que nunca fueron muchos, se abría a toda familiaridad, al punto que le trataban de Carlos Alberto.

En 1986 se editaron sus Versos escritos a medias entre un romanticismo tardío al que nunca renunció y un modernismo que le era tan contrario por sus novedades, a las que nunca se abrió por su formación tradicional donde los jesuitas. Al final de sus días fue poeta de compromisos cívicos o sociales.

Hombre tan bien dotado para la lírica al llegar al poder fue duro con sus opositores, que persiguió con inaudita saña, haciéndoles sufrir. La explicación estaría en su trauma de niñez pobre y desolada, de hijo único de madre viuda. Allí la génesis de su carácter férreo, de su disciplina a toda prueba, de un autocontrol total, principio y fin de un aislamiento del que jamás salió, prefiriendo ser líder de pequeños grupos de poder.

Aborrecía a las masas. Su soberbia le granjeaba impopularidad entre la plebe como él solía llamar a sus semejantes pobres, que intuían más que comprendían su indiferencia. Si hubiera nacido en la Roma Imperial hubiera sido un Patricio o un Augusto, pero nació en nuestro pobre y pequeño Ecuador y fue solamente un elegante político.

Mi tío Jorge Pérez Concha que le quiso bien como amigo, contaba: al ir Arroyo a despedirse de su anciana madre, la tarde anterior a su viaje a Quito, para asumir la presidencia de la República en 1940 y habiendo recibido la bendición, ya en la vereda de la casa de Las Peñas, ella salió de improviso y le gritó: Carlos Alberto, Carlos Alberto. No te dejes, no te dejes; en clara alusión a que debía realizar un gobierno fuerte y personalista sin interferencias ni concesiones.

Clemente Yerovi me refirió que Arroyo era tan desconfiado, que cuando se embarcaba en el carro presidencial le decía al chofer Vamos y cuando el carro ya se había alejado varios metros, recién entonces le daba la dirección. Esta precaución la usaba para que nadie, ni siquiera la guardia del Palacio, supiera de sus planes.

Su estudio profesional ocupaba un piso amplio y bien ventilado, allí mantenía en perfecto orden su amplísima biblioteca, verdadero lujo para la ciudad. Recibía a su selecta clientela, de manera que los industriales y comerciantes que le visitaban se sentían realmente honrados y halagados en ese ambiente. Años más tarde, ya muerto Arroyo, un distinguido ex Presidente de la Corte se me quejó amargamente diciendo: Cómo estamos los abogados en esta época petrolera, antes los clientes iban al despacho – biblioteca de Arroyo, honor que agradecían, ahora los abogados tenemos que trasladarnos hasta a las fábricas cuando a sus dueños se les ocurre ocuparnos. Ya no somos lo que éramos ¡Oh témpora, oh more¡

Estando en New York recibió la visita de su compadre Emilio Isaias (Arroyo era padrino de bautizo de Pedro Isaias Barket) quien le entregó una chequera completa para cubrir sus necesidades en ese país – sin limitación alguna – pues había depositado los fondos más que suficientes en una cuenta corriente de un banco norteamericano. Arroyo agradeció el gesto y ante la insistencia de su compadre guardó la chequera en lugar seguro y jamás la usó a pesar que en algunas ocasiones pasó necesidades. Años más tarde, ya en Guayaquil, devolvió la chequera completa. ¡Mi mayor orgullo es haberla devuelto pues de los amigos no se abusa!

A principios de 1944 su esposa empezó a sufrir de ciertos achaques y la llevó a la consulta del Dr. Alfredo Valenzuela Valverde, famoso por su ciencia y salidas chuscas, que tras examinarla declaró: Doctor Arroyo, su esposa sufre de sus mismos males ¿Cuales Doctor? Está con el fin del período. I todos rieron con tan feliz ocurrencia.

Por mi amistad desde siempre con mi compañero de estudios Gerardo Peña Matheus, que era su sobrino, concurría a su estudio y especialmente a la biblioteca donde consultaba ciertos libros que por entonces me interesaban y que no era posible hallar en las bibliotecas de la ciudad. Me refiero al Código de Cabriñana, a la Enciclopedia Heráldico Genealógica de los Hermanos García Carraffa nada menos que en ochenta y ocho volúmenes impresos a todo lujo. De vez en cuando me pillaba Arroyo leyendo, pero como nadie nos había presentado, a duras penas le saludaba con un respetuoso gesto de cabeza. Años más tarde su secretaria mi querida viejita doña Ameriquita Herrería de Urrutia me contó que Arroyo se había referido a mi persona, con las siguientes palabras: Ese joven no se me acerca…Una lástima grande, pues de no haber sido por mi cortedad, habríamos sido buenos conocidos y hasta partícipe de algunos secretos históricos de su gobierno.