ALBORNOZ PERALTA OSWALDO

HISTORIADOR. Nació en Cuenca el 8 de mayo de 1920 y fueron sus padres legítimos el ilustre historiador Víctor Manuel Albornoz Cabanilla cuya biografía puede verse en este Diccionario y Lucrecia Peralta Rosales, naturales de Cuenca, hija del Dr. José Peralta Serrano, ideólogo del Liberalismo Radical ecuatoriano.

El segundo de una familia compuesta de cuatro hermanos que habitaban en una casa alquilada por su abuelo materno frente al parque Calderón, recibió las primeras letras de una prima mayor llamada Laura Dávila Peralta esposa del abogado Dr. Salvador González Merchán y desde los seis años empezó a leer los Cuentos de Calleja, de Andersen y de los hermanos Grimm, después vendrían los de Ignacio Quiroga. Eran libros que despertaban su imaginación y le hacían viajar a lo desconocido y “que al pasar de los años vuelven a nosotros en alas de la memoria convertidos en risueña añoranza del pasado.”

El 27 entró a la escuela y como sabía leer le pusieron directamente en el segundo grado. Sus padres estaban separados y quizá por eso, al no tener cerca la presencia paterna se volvió amiguísimo de su abuelo Peralta, a quien leía los periódicos. Todos vivían del producto de la hacienda “Cataviña” en el valle caliente de Yunguilla y el 31 decidieron radicar en Quito pues el Dr. Peralta había sido electo Director Supremo del Partido Liberal Radical Ecuatoriano.

Alquilaron la villa de un señor Guerra en la calle Colón. Allí habitó el Dr. Peralta con su esposa Matilde Rosales, natural de Ibarra, que era muy alta y bella, su hija Lucrecia de Albornoz, sus cuatro hijos y César Peralta, soltero, tío afectuoso que ayudaba al mantenimiento del hogar y era como un segundo padre para sus sobrinos. Después se cambiaron a una villa propiedad de un Dr. Pozo en la calle Carrión barrio de la Mariscal Sucre y finalmente a la villa de un Dr. Ponce en la 10 de agosto.

Matriculado en la Escuela Espejo, fue su profesor Gonzalo Rubio Orbe, gran motivador “de sus muchachos” como él solía calificarles.

El 32 su abuelo permaneció postrado de una pierna rota cuando se escondía en el domicilio de un amigo durante la revolución de Bonifáz. Era un gran conversador, de muy buen carácter, preocupado y cariñoso con los suyos y muy visitado por viejos políticos, siendo sus mejores amigos el General Almeida Suárez y el Coronel Pedro Concha Torres. Años más tarde su nieto Oswaldo refería en las tertulias familiares que su abuelo le prefería para que leyera los periódicos del día o el libro que su deteriorada vista le impedía hacerlo con la profusión de antes cuando se apropiaba de la inmensa cultura que había consumido sus ojos.

Ese año fue al Normal Juan Montalvo llevado por su tío César que no se cansaba de incentivarlo en la lectura. Su liberalismo radical conoció en el Normal las novedades de las nuevas concepciones del mundo y se volvió socialista a través de la lectura de obras marxistas que le prestaba el Profesor Jarrín Ceballos y el Pagador Agustín Vera Loor a la par que tomaba contacto con la literatura del realismo social que presentaba en toda su desnudez la tenebrosa realidad de la sociedad ecuatoriana. Leía para solaz de su espíritu, acrecentar conocimientos y encontrar los conocimientos que necesitaba para conducirse hacia un mundo mejor. Enemigo de memorizar párrafos, prefería la comprensión cabal del contenido. Su concepción filosófica del mundo se fue volviendo marxista, forma de ser que se volvería guía en su vida y método en sus escritos.

El 36, la feroz dictadura de Federico Páez remató “Cataviña” por razones políticas con grave perjuicio para su abuelo, cuya salud empezó a declinar, al punto que al año siguiente falleció a consecuencia de un ataque cerebral. Su muerte constituyó un golpe moral tan grande para este nieto inteligente, sagaz y querendón, que a pesar de los años transcurridos aún no logra reponerse de él.

El 40 se graduó de Profesor de Segunda Educación y fue destinado a la escuela rural “Francisco de Miranda” de la parroquia Guayacán, cerca de Piñas, en la Provincia de El Oro, con ciento sesenta sucres mensuales de sueldo. Viviendo en la misma escuela se aprovisionaba en la librería de Zaruma al punto que llegó el momento en que había agotado todos los de su interés y entre Julio y agosto del 41 le tocó presenciar el transporte de los heridos durante la invasión peruana, cuando eran conducidos al Hospital de Portovelo.

El 42 volvió a Quito llamado por sus familiares, entró de Amanuense del Juzgado I de lo Penal a cargo de su pariente el Dr. González con ciento setenta mensuales y simpatizó con el Movimiento Antinazi de Raimond Meriguet, por sus ideas francamente democráticas. Quito era por esos años una sociedad en ebullición por la oposición que se sentía contra el gobierno de Arroyo del Río, el interés con que se seguían los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial en Asia y Europa, las organizaciones que se creaban al rescoldo de la Universidad Central, donde la publicación “Surcos” recogió sus primeras producciones políticas.

El 43 fue llevado al Partido Comunista por su amigo Jorge Roura Dávila y como simple miembro de base comenzó a organizar Cédulas partidistas en la casa de los Roura y en la revista “Surcos” de la Universidad Central comenzó sus colaboraciones.

A raíz de la revolución del 28 de mayo del 44 fue designado Ayudante de la Secretaria General de la Administración con cuatrocientos cincuenta sucres mensuales y trabajó en el Palacio Presidencial. Sus amigos comunistas le hablaban del marxismo. Ricardo Rosales le proveía de las principales obras, que comenzó a estudiar; y cuando Velasco Ibarra se proclamó dictador el 30 de marzo del 46, tuvo que renunciar.

Entonces se empleó como Secretario de la Cooperativa indígena de Tigua en la provincia de Cotopaxi con trescientos sucres mensuales. Era Gerente Rubén

Rodríguez y vivió más de un año compartiendo las pobrezas y trabajos de los campesinos, comprendiendo su modo de vivir, la forma de ser y de pensar.

Entre el 45 y el 47 dirigió el semanario “Nucanchig Allpa” (Nuestra Tierra) órgano de la Federación Ecuatoriana de indios FEI, editado en Quito en idioma castellano y fundado el 45 por el Dr. Ricardo Paredes. Entre el 46 y el 53 fue Secretario General del Comité Provincial de Pichincha del Partido Comunista. El 47 volvió al poder Judicial como Secretario del Juzgado III del Crimen con cuatrocientos cincuenta sucres mensuales, que le fue aumentando hasta completar los seis mil quinientos en 1980 que alcanzó la jubilación.

El 49 fue electo miembro del Comité Central del partido Comunista ecuatoriano, entre el 49 y el 60 dirigió el semanario “El Pueblo” órgano oficial de dicho partido en el Ecuador, fundado el 43 en Quito e impreso directamente por el Comité Ejecutivo, escribiendo artículos ideológicos y de contenido político y social, aunque sin poner jamás su firma porque no era costumbre. Al frente de esa labor permaneció casi doce años. El 50 dirigió también “El Trabajador” del Comité provincial del Partido Comunista en Pichincha y colaboró con cierta asiduidad en el periódico “El Sol” de Benjamín Carrión.

De treinta y cinco años de edad en 1955 contrajo matrimonio con Eufemia Jaime con tres hijos. En noviembre del 57 partió con Pedro Saad a Europa para asistir a la Conferencia Internacional de partidos comunistas obreros a celebrarse en Moscú y recorrieron las principales capitales del viejo mundo más de un mes.

Durante esos años su proselitismo le había mantenido en el interior del Partido dedicado únicamente a servir a los obreros y en ratos libres a sus lecturas, por eso llegó a ser un erudito conocedor de las cosas del país; pero cuando el año 60 la sede del Comité Central fue trasladada a Guayaquil, tuvo el tiempo necesario para interesarse en los aspectos históricos y doctrinarios y surgió el escritor.

Ese año apareció el primero de sus numerosos trabajos “Semblanza de José Peralta”, que mereció la sincera congratulación del historiador argentino Héctor Agosti pues anunciaba mayores empresas del espíritu. El 61 colaboró en el periódico “Bandera Roja”. El 62 saco un esbozo histórico del movimiento obrero ecuatoriano. A principios del 63 su amiga Luisa Gómez de la Torre se empecinó en recoger contribuciones económicas para financiarle una obra que mantenía terminada hacía varios años y que finalmente se editó en la Imprenta Espejo del Partido Comunista, situada en la calle García Moreno, la “Historia de la Acción Clerical en el Ecuador” – desde la conquista hasta nuestros días – en 301 págs con extensa bibliografía. La edición salió merced a las cuotas que re recogieron, la de Benjamín Carrión fue la más alta, Guayasamín contribuyó con el dibujito de una cruz roja ensangrentada para adornar la parte superior de la portada, etc. y tuvo que ser retirada de noche y en el mayor secreto porque habiéndose declarado el 11 de Julio la dictadura de la Junta Militar de Gobierno, se corría el riesgo que fuere incautada. La obra fue vendida a lo largo de todo el país por manos amigas que así ayudaron a su difusión, Jaime Galarza Zavala que había sido uno de los contribuyentes, fue el que más ejemplares vendió y al final se devolvió el dinero a los contribuyentes, que recuperaron su dinero con las ventas.

Mas, a pesar de la importancia de la denuncia, la rodeó un gran silencio, pues la prensa nacional, aliada incondicional de la iglesia en la dominación de las conciencias, no le dio publicidad; sinembargo no faltaron unas cuantas voces que declararon al libro, escrito en estilo oratorio y vibrante, como el más importante del año, por la seriedad de las denuncias -todas ellas documentadas- por la certeza de sus asertos y por la recopilación de información dispersa que contiene. Desde entonces se ha convertido en obra de consulta obligatoria, situando a su autor en el primer plano de la investigación. Existe una segunda edición de 1977.

Es la característica principal en todas sus obras la interpretación marxista de nuestra historia. Su enfoque sociológico rompe con la tradición liberal para reconstruir una historia donde el pueblo es el único autor (conciertos, mitayos y rebeldes) o los trabajadores (obreros y artesanos) en su agremiación, o la mujer en su lucha por alcanzar la igualdad. Unido al recuento de las revoluciones y movimientos reivindicatoríos y al rescate de ciertas figuras injustamente olvidadas por la historia oficial y cuyo ejemplo debe seguir el pueblo. En Oswaldo se da el caso del historiador optimista que creía en la redención del ser humano a través del socialismo y la racionalidad.

El 69 editó un resumen de los hechos de la revolución liberal titulado “Del crimen del Ejido a la Revolución del 9 de Julio de 1925” en 165 págs. ayudado por su amigo el librero Santamaría que le proveyó de numerosas publicaciones de difícil acceso.

El 71 sacó “Las Luchas indígenas en el Ecuador” en 170 págs. con notable bibliografía de apoyo, recuento detallado de los principales alzamientos en costa, sierra y oriente, relevando su preocupación por el problema indígena, de suerte que numerosas comunidades y sus dirigentes le visitaron para agradecer. El 73 pudo adquirir una modesta villa en la Ciudadela obrera Rumiñahuy, con un préstamo a treinta años con el IESS. El 74 formó parte de la “Fundación José Peralta”, creada con un legado de su tía Eloísa Peralta divorciada de Francisco Crespo Ordóñez. Dicha Fundación fue presidida por el Dr. Carlos Julio Arosemena Monroy y actuó Albornoz en la secretaría.

El 75 rescató la figura histórica de una notable dirigente agraria con “Dolores Cacuango y las luchas indígenas de Cayambe” en 48 págs. escrito a raíz de su muerte con admiración y cariño, pues habían sido por muchos años Camaradas del Partido y compañeros en los campos comarcanos. Ese mismo año salió “La Oposición del clero a la independencia americana” en 204 págs. con deducciones de sus lecturas y defensa de los clérigos progresistas de la Nueva Iglesia de la Teología de la Liberación.

Daba clases de marxismo, había profundizado en esa filosofía, creía en la revolución violenta a través de la concientización del proletariado y estaba considerado por los jóvenes de su Patria como un verdadero apóstol de la verdad y sus colegas -los historiadores ecuatorianos- le respetaban por su correspondencia exacta entre sus ideas y su comportamiento y lo admiraban por sus hermosas y eruditas obras.

El 83 dio a la luz su “Historia del Movimiento Obrero Ecuatoriano” en 189 págs. ampliación del capítulo de su obra el Crimen del Ejido. El 87 volvió a rescatar otra figura olvidada con “El Pensamiento avanzado de la emancipación: las ideas del Prócer Luís Fernando Vivero” de quien se tenía muy pocas noticias. La obra apareció a través del Lic. Elías Muñoz Vicuña publicista de la Universidad de Guayaquil.

El 88 sacó “Montalvo, Ideología y pensamiento político” en el centenario de su muerte en París, para rebatir numerosos conceptos errados emitidos por otros autores, como que se confesó antes de morir y varias otras nimiedades de esa laya y “El caudillo Indígena Alejo Saez” en 76 págs. El 89 “Ecuador: luces y sombras del liberalismo” en 196 págs. “vigoroso ensayo interpretativo de las condiciones, hechos, personajes e ideas que han configurado nuestro proceso social desde 1895, escrito desde una perspectiva histórico- materialista, contraponiendo a las fuerzas de la libertad, el progreso y la igualdad, los oscuros intereses fincados en retrasadas matrices económicas e ideologías, con su correlato de dominación externa y opresión interna. Retrato de grandezas y miserias recupera para las nuevas generaciones la significación de Alfaro y su liberalismo machetero”.

El 90 apareció “Bolívar: Visión crítica” en 346 págs. con el pensamiento y la acción del Libertador sin caer en el culto ni en la grandilocuencia ni ser una biografía, disecciona su pensamiento en estilo ágil, con una impresionante bibliografía que descubre al grande hombre en su tiempo histórico de la Ilustración, con sus limitaciones “mantuanas”, en síntesis, la reconstrucción de la inteligencia, el mensaje y el corazón del Libertador. La obra recibió el Premio José Mejía de la Municipalidad de Quito.

I a la par de todos estos trabajos, como una prueba de lo que puede hacer el hombre en su tercera edad, colaboraba incesantemente en múltiples publicaciones. En los “Anales” de la Universidad Central con ensayos más bien cortos como “Cuba y el Ecuador” en 28 págs. y “Vínculos históricos entre el Ecuador y Nicaragua”. El 82, en la Revista de Ciencias Sociales de la Escuela de Sociología de la U. Central, recuperó a “Joaquín Chiriboga: Un demócrata olvidado” en 8 págs. con los principales datos sobre la vida y obra del célebre autor de “La Luz del Pueblo”, calificada de maravillosa obrita por las mentalidades más cultas del continente como el Emperador Pedro II del Brasil y puesto en el oprobioso índice romano por los atrasados Obispos del Ecuador. También apareció allí “Eloy Alfaro, figura máxima de la historia ecuatoriana”. En la Revista Ecuatoriana de Pensamiento Marxista sacó “Mariategui en el Ecuador” y “Acerca de las diversas interpretaciones y orientaciones sociopolíticas en torno a las soluciones de los problemas étnicos y nacional en el Ecuador”. En Cuadernos de Cultura, de Buenos Aires, “Clericalismo y Laicismo en el Ecuador”. En el libro Los Comunistas en la Historia Nacional apareció su capítulo “Jesús Gualavisí y las luchas indígenas en el Ecuador” el 87 en 32 págs. En la Revista Espacios sacó “Ambrosio Laso, una interpretación marxista de la historia ecuatoriana”. En el libro El 28 de Mayo y la fundación de la C.T.E. el capítulo titulado “Antecedentes y fundación de la C.T.E.” en la revista Cuadernos “Sobre algunos aspectos del problema indígena”. También colaboraba en periódicos.

En 1995, con motivo del Centenario de la Revolución liberal, logró interesar al Consejo Provincial del Pichincha para la edición de las “Cartas del General Eloy Alfaro”, obra de primera mano para la consulta del pensamiento liberal ecuatoriano, colección de cartas producto de su minuciosa investigación de muchísimos años, con un prólogo suyo en l9 págs. así como las “Memorias Políticas de José Peralta”, su abuelo materno, igualmente con eruditas Notas suyas, libro llamado a conmover las conciencias porque revela cuan ardua y difícil fue la lucha del liberalismo hasta lograr la liberación de las conciencias. El mismo Consejo le entregó en sesión solemne celebrada en junio de ese año, la Orden Rumiñahui.

Se estaba imponiendo nuevos estilos, preferentemente trataba temas biográficos, pues hay tanto que mostrar en este aspecto que bien merecía el esfuerzo. Había realizado mucho en el campo de la historia y a favor del pueblo ecuatoriano, propugnando el conocimiento de vidas útiles, de formas de pensar dignas, generosas, altivas.

Le visité en su pequeña villa, su hijo me introdujo a la biblioteca atestada de libros hasta el cielo raso, bien es verdad que el techo era bajito, acogedor rincón quiteño de pisos de madera crujiente. Encontré al maestro sentado en cómoda poltrona porque sufría de un principio de enfisema dado que había sido un fumador empedernido, al amigo erudito que solo conocía a través de sus obras. Me brindó cálida acogida, amablemente unos helados caseros deliciosos y me obsequió con el tesoro de su conversación. Salió a relucir el varón bueno por excelencia que jamás había vendido su conciencia. El virtuoso sacerdote de la verdad, el hombre en paz consigo mismo, el venerado colega, el maestro historiador.

Vivía con un hijo, nuera y nietos, poseía una computadora de ayuda en sus trabajos, realizados con la sonrisa que le acompañaba a flor de labios y se nos fue la tarde como por encanto. Entonces me confesó casi en secreto que había estado muy mal de salud con un enfisema que le mantuvo quince días en cama con oxígeno. Por eso le habían prohibido salir, pues no soportaría el smog del centro urbano de Quito ni el plomo de la gasolina. Un óleo de Alfaro presidía su gabinete, también el retrato de un Peralta aún erguido. Y un carboncillo de su padre en juventud, cuando hacía poesías modernistas antes de transformarse en el Cronista por antonomasia de Cuenca.

Alto, delgado, trigueño, bigote encanecido, ojos color café, pelo negro. Sencillo en su pullover color concho de vino, le vi con la genuina grandeza de quien había dado todo al país y solo gozaba de una magra jubilación, pero ese es el destino de los espíritus de selección que solo aspiran a servir a la humanidad. Lástima que el Ecuador no le aprovechaba como hubiera sido de desear pues se encontraba en el entero dominio de sus facultades mentales, poseía una memoria de privilegio y el deseo de seguir produciendo vertiginosamente, conforme lo había realizado en el último cuarto de siglo.

En 1997 editó “Eugenio Espejo” y el 2000 “José Peralta, periodista” pero su fin se anunciaba cercano pues ya no le acompañaban las fuerzas. Entonces se levantó un clamor nacional y el 5 de Julio la Universidad Central le entregó el doctorado Honoris Causa, el Ministerio de Educación la Medalla al Mérito Cultural de primera Clase y la Casa de la Cultura le incorporó de miembro honorario a la sección de Historia.

Falleció en Quito el 22 de noviembre de ese año 2000 a los ochenta de edad y está considerado entre los grandes investigadores de la historia social ecuatoriana de todos los tiempos por haber incursionado en temas antes no tocados, por la nueva visión que supo dar a todo lo suyo, más acorde con la realidad social del país, por su entereza en las denuncias que contienen, etc.

El 2007 la Casa de la Cultura Ecuatoriana publicó en dos volúmenes sus “Páginas de la Historia Ecuatoriana” y el 9, con motivo del segundo centenario de la revolución del Diez de Agosto, se republicaron sus escritos sobre los próceres de la independencia.