ALBORNOZ CABANILLA VICTOR MANUEL

HISTORIADOR. Nadó en Lima el 23 de marzo de 1893 y fue bautizado con los nombres de Manuel Victoriano que luego cambió. Hijo legítimo de Rafael Albornoz Freire, comerciante quiteño avecindado en Chachapoyas, luego en Cajamarca y finalmente en Lima donde poseyó tienda de comercio que liquidó en 1899 porque el clima húmedo no le asentaba al asma que sufría su señora llamada María Cabanilla Olazcoaga, natural de Cajamarca, Perú.

Instalados en Cuenca, falleció anciano en 1925 dejando una regular fortuna que terminó siendo dividida. Su viuda le sobrevivió veinte años. Era una dama de mirada triste y pelo cano que había visto morir a tres de sus cinco hijos (1)

Víctor Manuel fue el tercero de la familia, de cuatro años aprendió a leer con sus dos hermanos mayores llamados Federico y Rafael, siguió la primaria en una escuela de Lima y antes de cumplir los ocho arribó en 1901 a Cuenca con los suyos, fue matriculado donde los hermanos cristianos y se distinguió por sus excelentes calificaciones, sus versos marianos corrían manuscritos y una religiosidad exagerada le hacía sentir que todo era pecaminoso, por eso sus compañeritos le apodaron “Pecado Albornoz.”

De escasos diez años – según su biógrafo el Dr. Fernando Jurado Noboa – sorprendió a todos con la publicación de un folletito conteniendo un romance relativo al Coronel Francisco García Calderón padre del héroe Abdón Calderón y de 15 dio a la luz “El 25 de abril” sobre la represión policial a la protesta de los estudiantes universitarios quiteños por el contrato Charnacé.

En 1907 inició la secundaria en el Colegio Seminario, ingresó a la Academia Preparatoria del Azuay fundada por Nicanor Aguilar y tuvo de compañero de afanes literarios a Carlos Aguilar Vásquez entre otros jóvenes de esa época, con quienes hizo buena amistad.

En 1910, al ser clausurado el Seminario, se cambió al Benigno Malo. Uno de sus versos fue publicado en el folleto “Capullos en honor a María Santísima,” otro salió en la revista “La Corona de María” en Quito y fue de los primeros futbolistas que tuvo Cuenca, actividad considerada como un deporte raro por entonces y hasta calificada de pedestre por Ricardo Cuesta Vintimilla.

El 13 colaboró en “El Telégrafo Literario” de Guayaquil. El 14 se graduó de Bachiller, en noviembre fundó con su amigo de afanes literarios Luis Peralta Rosales, la revista “Hacia el Ideal” con poesías románticas, algunas de autores decimonónicos y otras de nuevos valores como Josefina Abad Jáuregui, Leticia Peralta Rosales, José Maria Astudillo Ortega, Ricardo Darquea Granda, Cesáreo Peña. La empresa duró dos años y terminó en el número 24. En uno de ellos Albornoz hizo una Crónica pormenorizada de las Academias y Liceos literarios cuencanos.

El 15 ingresó a la “Academia del Azuay” dirigida por los hermanos Luis y Gonzalo Cordero Dávila. Por entonces vivió una temporada bohemia con Enmanuel Honorato Vásquez, Cornelio Crespo Vega, Rapha Romero y Cordero. A este primer grupo se sumarían José Crespo Vega y Carlos Enrique Vintimilla. Eran los tiempos de las revistas “Austral” y “Philelia” y en plan funambulesco viajó a las islas Galápagos.

De regreso editó unos bocetos poéticos bajo el incitante título de “Flores de Burdel”. De allí en adelante, dedicado exclusivamente a la literatura y viviendo en la casa paterna, colaboró en numerosas publicaciones nacionales y su nombre fue ampliamente conocido.

En 1918 contrajo matrimonio con Lucia Peralta Rosales, hija del Dr. José Peralta. Tendrán cuatro hijos. La influencia de su suegro hizo que se volviera liberal y hasta ingresó a un grupo masónico recién formado en Cuenca. Iniciándose en esos estudios herméticos.

El 21 sacó su poemario “Ojos en éxtasis” en 147 págs. e ilustraciones de Julio Arévalo, escrito cinco años atrás, donde alienta una poesía devota, con prólogo de Remigio Crespo Toral, a quien había dedicado uno de sus trabajos críticos. El 22 falleció su padre y en su honor dio a la imprenta
“La Llaga de Job” en 120 págs. con versos de honda raíz familiar pues en torno a la madre rondan las sombras de su padre y de sus hermanos fallecidos, mensajeros de la eternidad y para servirle de compañía pasó a vivir junto a la madre viuda con su esposa e hijos.

Al poco tiempo apareció un tercer poemario “Jardín sin sol” en 13 págs. prologado por Remigio Romero y Cordero, con versos escritos a medias entre los románticos acentos tutelares y los vientos novedosos de un modernismo que en Albornoz nunca tuvo una real cabida.

En abril del 23 con su hermano Rafael fundó el periódico “La Crónica” de índole liberal, que duró siete largos años, donde escribió mucho y bien sobre asuntos relativos a la historia cuencana, hasta que cesó dicha publicación a causa de su ausencia del país en 1930. De esta época, su hijo Oswaldo le recordará años más tarde, trabajando sobre una gran mesa de robustas maderas armando las páginas del periódico “La Crónica” de su propiedad y del que fue su director.

En 1924 fue designado profesor y luego ocupó la dirección de la escuela Luis Cordero. El 25 dirigió la Liga Nacional de Profesores y con la revolución Juliana ocupó una Concejalía y presidió la Municipalidad de Cuenca por cortos meses.

En marzo del 26 el Gobernador del Azuay, Ariolfo Carrasco Tamariz le designó Secretario de ese despacho y cuando el Tribunal de Cuentas de Quito se negó a posesionarle por su nacionalidad peruana, la autoridad provincial alegó que el flamante secretario – aunque nacido en el exterior – era hijo de padre ecuatoriano, de manera que el 6 de abril fue autorizado a ocupar el cargo.

(1) El 16 de Agosto de 1966 se le reconoció nuestra nacionalidad por ser hijo de un ciudadano ecuatoriano, mediante Acta No. 122 del Ministerio de Relaciones Exteriores del Ecuador.

Por esos días se suscitó un hecho familiar muy doloroso que gravitaría en su vida para siempre. Una mañana ocurrió entre su madre y su esposa una discusión por cierta recriminación que la primera hizo respecto a asuntos de crianza de los niños. Doña Lucrecia cometió la imprudencia de dar las quejas a su padre el Dr. José Peralta, quien sumamente irritado pasó a la casa de su yerno y al no encontrarlo, levantó la voz a su consuegra doña María Cabanilla. De regreso a su casa el Dr. Peralta comprendió su error

y mandó que aseguren la puerta. Avisado Albornoz del infeliz suceso fue a reclamar por el abuso y como no le abrieron intentó entrar a la fuerza. El asunto se convirtió en la comidilla del momento pues doña Lucrecia recogió a sus hijos y fue a vivir a casa de su padre, que poco después se los llevó a Quito.

En 1928 pasó a ocupar la secretaría municipal en el período del Dr. Octavio Díaz León. A principios del 29 radicó en Quito para resolver su situación familiar. En abril ocupó la secretaría de la Comisaría del Trabajo. En mayo del 30 regresó a Cuenca renunciando a su familia a la que desde entonces vería muy de vez en cuando, laboró en la redacción del diario “El Mercurio” y su matrimonio acabó en divorcio.

Poco después marchó hacia el sur y radicado en Santiago de Chile fue asistente en la Biblioteca Nacional elaborando fichas. Allí parece que recibió el espaldarazo necesario para formarse como historiador. Por las noches asistía a la redacción de los periódicos donde hizo valiosas amistades. A finales de 1931, tranquilizado su espíritu, volvió a Cuenca con pasaporte ecuatoriano. Nada había escrito para el centenario de la República pues recién se estaba formando y quien se hizo cargo de las celebraciones en Cuenca fue su amigo el Dr. Ricardo Márquez Tapia.

El 32 fue Jefe Político en Paute y Gualaceo iniciando una serie de investigaciones sobre el pasado de ambas regiones. El 33 fue designado Director de la Biblioteca Municipal y fundó la revista mensual “El 3 de noviembre”. La Biblioteca funcionaba en la esquina de las calles Gran Colombia y Benigno Malo, en una sala pequeña de la Escuela Central de niñas de propiedad municipal. Junto estaba la oficina del Director. La señorita Mariana Corral Jaramillo atendía al público y con frecuencia se realizaban exposiciones y conferencia, amén de una tertulia de gentes de letras que acudían para cambiar impresiones de libros y revistas.

El 34 también fue director de Estadísticas y Censos de la Municipalidad y publicó un índice de predios urbanos y otro de servicios públicos, trabajos suyos no exentos de mérito aunque poco conocidos. Igualmente apareció la primera de sus grandes obras “Literatos ecuatorianos, figuras culminantes” en 128 págs. con juicios críticos sobre Luis Cordero, Federico Proaño, Miguel Moreno,

Honorato Vásquez, Rafael María Arízaga y Manuel J. Calle, a medias entre lo propiamente histórico y lo meramente literario.

Con la muerte del Padre Julio Matovelle y del Dr. Ezequiel Márquez había decaído la labor de los miembros del Centro de Estudios Históricos y Geográficos y su revista ya no salía con la asiduidad de antes. Lejanos estaban los tiempos en que Matovelle y Jesús Arriaga disputaban sobre el sitio de la ciudad prehispánica, origen del país azuayo. En Cuenca se dejaba sentir un vacío pero las nuevas plumas estaban más dedicadas a Bolívar y a las señoras Garaycoa que a otros temas.

El 35 dio a la luz las valiosas Monografías Históricas de los Cantones Girón y Paute en 246 y 260 págs. respectivamente, con datos para la historia de ambas regiones. El 37, al convocarse la Asamblea Nacional Constituyente, se inscribió en las filas de los votantes socialistas. En esto de sus ideas políticas iba haciéndose izquierdoso. El 38 sacó “Muy antiguo y muy moderno” sobre Francisco Patiño de Lara, escritor azuayo del siglo XVII y Honorato Vásquez del XIX en 36 págs. con una xilografía de Vásquez por Antonio Alvarado.

El 39 apareció el polemista pues defendió la memoria del Gran Mariscal José de la Mar en 68 págs. injustamente acusado de traidor por la superficialidad de la falsa crítica nacional. El 40 el Presidente Arroyo del Río le designó Director de la Imprenta Municipal y entonces pudo comenzar sus publicaciones con “Alfonso Moreno Mora” estudio crítico en 56 págs. y “Movimiento cultural de Cuenca durante la época de la Colonia” en 257 págs.

El 41 comenzó a editar por partes “Algunos datos para la biografía de don Rafael Torres” llegando a las 57 págs. y la serie de investigaciones sobre la fundación de la ciudad de Cuenca en América con prólogo de Roberto Páez.

El 42 dio forma a un primer libro sobre fray Vicente Solano en 269 págs. premiado en el Concurso Histórico promovido por la Municipalidad.

El 43 hizo campaña política por su primo en segundo grado Miguel Angel Albornoz Tabares, candidatizado a la presidencia de la República por el liberalismo en el poder.

Producida la revolución del 28 de Mayo del 44 el nuevo Presidente del Concejo, Rafael Galarza Arízaga, le designó Director de la Biblioteca Municipal; pero el siguiente Presidente Joaquín Moscoso Dávila le canceló, designando en su reemplazo al Dr. Julio Iñiguez Arteaga, que en Diciembre sacó un número de la Revista “Tres de Noviembre” con artículos de discutible valor que tanto disgustaron a los Concejales que en Enero del 45 optaron por llamar nuevamente a Albornoz, quien desde entonces tuvo a su cargo el archivo histórico de la Municipalidad, dedicando buena parte del tiempo a seguir paso a paso la historia de Cuenca a través de diversas publicaciones suyas, que trataron sobre el Acta de Fundación, la antigua Tomebamba, el desenvolvimiento histórico a través de cuatro siglos, etc. Ese año editó una breve biografía de Manuel J. Calle, en 48 págs. que dedicó a su amiga Maria Luisa Calle, hija del gran periodista.

El 47 estuvo entre los fundadores de la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay y cuando empezó la revista del Núcleo, menudearon sus valiosas colaboraciones. También el 47 dirigió el Museo Crespo Toral, organizó, clasifico y valoró sus piezas El Museo se había fundado un año antes como Museo de la Ciudad en la administración del Dr. Luis Moreno Mora. También redactó el Reglamento, inauguró las instalaciones en la casa que había sido del poeta, donada por el gobierno a la Municipalidad de Cuenca, fundó la revista anual “El Cristo de Vélez” y se preocupó de editarla, continuó con la revista “Tres de Noviembre” hasta diciembre del 66 en que se acogió a los beneficios de la jubilación tras recibir el nombramiento de Cronista Vitalicio de Cuenca.

El 48 editó la “Monografía Histórica de Cuenca” con numerosas ilustraciones y fotografías en 240 págs. el álbum de homenaje “Cuenca la ciudad que sonríe” con ornamentación gráfica de Juan Herrera Albuja en 52 págs. y “Luis Cordero Dávila, verbo y lira con alma de espada” en 134 págs que mereció el Primer Premio en el Concurso biográfico de la XIX Fiesta de la Lira.

En 1949 salió una semblanza de “Rafael María Arízaga” en 28 págs. El 50 tentó una guía turística con “Cuenca ciudad para todos” su cultura, belleza y laboriosidad en 30 págs. y dentro de esta línea el 51 publicó “Acotaciones a las Relaciones Geográficas de Indias concernientes a la Gobernación de Cuenca” en 292 págs. canto a la nacionalidad Cañan, creadora de un pueblo que tuvo su esplendor en Guampodelig, luego en la imperial Tomebamba de los Incas y finalmente en la Cuenca española de Gil Ramírez Dávalos, ciudad que en su devenir de siglos llegó al patriciado de Cordero el grande, del Catón Azuayo, las flores de Mayo de los Oblatos, de los Remigios y Honoratos, de las aristocráticas fiestas de la Lira, etc. por esto se ha dicho que con sus trabajos histórico biográficos, estructuró la teoría de la cuencanidad, o sea, la inserción del austro intelectualizado, eglógico y conservador al interior de la ecuatorianidad, a través de la cultura. El 54 siguió “Acta de fundación de la ciudad de Cuenca” con una introducción y nota suyas, el 55 “Cuenca cantada por sus poetas” compilación en 60 págs. Desde entonces la Municipalidad le encargó la nominación de las calles y avenidas. Con tal motivo el 61 dio a la luz “Hechos y personajes que figuran en la nomenclatura de las carreras, avenidas, plazas, puentes y mercados de la ciudad de Cuenca” en 101 págs. que conoció una segunda edición al año siguiente.

Del 53 fue su gran biografía “Federico Proaño, galeote del destino” en 340 págs. personalidad sobre la que casi nada se conocía y dos trabajos igualmente biográficos sobre fray José Maria Aguirre y el hermano Miguel (Francisco Febres – Cordero Muñoz) en 251 págs. con nuevos enfoques sobre sus actuaciones.

En mayo del 55, con motivo de las celebraciones del centenario del nacimiento de José Peralta, para no estar presente dada su condición de yerno disgustado, se ausentó de Cuenca una semana, pues a pesar del tiempo transcurrido no había perdonado a su suegro.

El 58 una semblanza de “Octavio Cordero Palacios” en 113 págs. El 60 la biografía de “Pío Bravo” en 86 págs. El 61 las de Roberto Crespo Ordóñez, Roberto Crespo Toral y Hortensia Ordóñez de Crespo en 70 págs. El 63 “El Colegio de los Sagrados Corazones de la ciudad de Cuenca” en el primer centenario de la fundación del plantel, en 262 págs. El 64 dio a la luz cinco Villancicos en 28 págs. El 66, con motivo del centenario de la muerte de Solano salió el primero de los dos gruesos tomos sobre “Fray Vicente Solano”, obra considerada lo mejor de lo suyo, pues aparte de contener nuevos datos biográficos hace un seguimiento de sus publicaciones y polémicas y termina con la investigación para dar con sus restos en las catacumbas de la Catedral de Cuenca, ya que por sus trabajos se pudo localizar en medio de una confusión de osamentas, un esqueleto con sandalias. El 68 un folleto sobre la discutida figura del General Antonio Vega Muñoz en 62 págs. y le ocurrió un cierto chasco que merece comentarse.

Sus amigos del Núcleo del Azuay de la C.C.E. le solicitaron un prólogo para la segunda edición de la Refutación publicada por el Dr. Antonio Borrero y Cortázar a la biografía escrita por el padre Alphonso María Berthe sobre García Moreno. Para cumplir tan alto cometido se dedicó a estudiar a fondo ambas obras, y encontró que el espíritu y las ideas conservadoras de Berthe guardaban una estricta relación de semejanza con las suyas, pues su criterio (el de Albornoz) había involucionado ostensiblemente. Entonces, para cumplir con su oferta, escribió las Notas que hablan bien a las claras de su erudición, relatando ciertos gazapos encontrados en ambos escritores y en otros dándole la razón al padre Redentorista, de manera que se sintió sin fuerzas para escribir un Prólogo, donde hubiera tenido que forzar su criterio alabando la obra de Borrero. I como la portada ya estaba impresa, los editores tuvieron que lanzar los tres tomos en que dividieron la Refutación por su extensión, con una Aclaración al respecto, explicando que la edición salía sin el Prólogo de Albornoz, pero “con el valioso estudio que acerca de la Refutación escribió don Abelardo Moncayo, tomándolo de su libro “Añoranzas.” Del 69 es su “Alberto Muñoz Vernaza” en 220 págs.

Le conocí en esos años que fueron los de su mayor proyección. Era un caballero bajito, blanco rosado y algo grueso, con el pelo corto y bien peinado. Ojos, boca, manos y pies pequeños. Llevaba un bastón color café más por esnobismo que por necesidad pues caminaba rápido y bien. No vestía elegante pero tampoco era descuidado en su persona; mas, en sus camisas gastadas, se adivinaba una honorable pobreza. De maneras cultas, cauteloso en todo y de ideas conservadoras, su vida transcurría como la de un solitario, con muy pocos amigos, aunque solía concurrir por las tardes a los caféa donde se reunía con gente que gustaba conversar. Se le consideraba el erudito por excelencia y como le agradaba transitar libremente, todos le conocían y era la oportunidad propicia para abordarle.

Cuando conversaba lo hacía en tono menor, prefiriendo escuchar antes que hablar y esto por natural retraimiento. Poseía su propio archivo – biblioteca en su morada cercana a la iglesia de San José casi en los extramuros de la ciudad, calle Rafael María Arízaga en el barrio de El Vecino, que no solía abrir a extraños y casi a ningún conocido pues prefería la soledad y era bastante desconfiado o lo que es lo mismo, vivía a la defensiva.

Por las mañanas ya no asistía a su oficina, estaba jubilado, pero a las doce salía a comprar los periódicos de Quito y Guayaquil y a las cinco se le veía en el centro departiendo sanamente de libros y otros temas de su predilección. Disponía todo el tiempo para sí.

Me lo presentaron en el café del Che Pérez, noté enseguida que le respetaban y querían. La ciudad era pequeña y reconocía los méritos de sus grandes hombres. Tampoco le faltaban detractores, uno de ellos me confesó casi en secreto que era peruano como si haber nacido fuera de los límites patrios fuese un demérito. Otro me indicó – algo que no era verdad – que el Dr. Márquez Tapia era más profundo a pesar que estaba bastante anciano aunque no senil, porque hasta los años 40 y 50 había existido emulaciones entre ambos, naturalmente limadas ante la mutua admiración causada por sus obras.

Amigo de la parquedad, poseyó la serenidad de lo apacible, sus libros muestran lo que él fue: esmero, pulcritud y orden dentro de una prosa clara, serena y precisa, pero en ellos no se encuentra las morosas descripciones que tanto aman los literatos, ni los juicios aventurados, ni los tonos exabruptos, tampoco las genialidades de los grandes biógrafos para quienes no existe el secreto de la interioridad de los seres humanos; pues, aunque tuvo vocación, no poseyó temperamento. Fue más bien un cronista erudito y amante de su ciudad “vista desde sus campanarios y paisajes comarcanos” que devino en biógrafo cordial y por ende enemigo de romper los esquemas de un saber y sentir basados en el patriciado.

En la madrugada del 26 de octubre de 1975 le sobrevino una hemorragia cerebral y llevado muy temprano al Hospital del Seguro Social, falleció sin recobrar el conocimiento, a los ochenta y tres años de edad. Se veló en casa de sus sobrinos y con todo el derecho está enterrado en el sector de los hombres ilustres y célebres del Cementerio General de Cuenca.

Fue un ecuatoriano ejemplar, dirigió durante medio siglo la vida cultural municipal, multiplicandose conforme la ciudad crecía. En algún momento, al serle preguntado qué esperaba de sus libros, contestó modestamente: Si de mis estudios obtiene alguien algún provecho, será ello mi mayor recompensa, pues que nunca aspiré a otra en el hosco refugio en que encerré toda una vida de constante labor.

Dejó varios trabajos inéditos y sus notas bibliográficas y editoriales merecen ser recopiladas. El Banco Central de Cuenca adquirió parte de su Biblioteca a su hija Emma y a sus nietos Oswaldo y Martha, hijos a su vez de Federico que ya había muerto. Su otra hija Yolanda, soltera, falleció en vida de su padre a consecuencia de un accidente de tránsito, justamente cuando regresaba a Quito tras visitarle. Su hijo Oswaldo, tan valioso historiador como su padre, heredó la casa con sus hermanos. Cuenca le debe el monumento que perennice su ilustre memoria y su vasta labor.